DE POR QUÉ MI PADRE SE MARCHÓ A INDIA POR PRIMERA VEZ CON 80 AÑOS
Nelo | March 27, 2016No es fácil escribir sobre otra persona y más aún sobre el padre de uno mismo, toda una vida anterior condiciona lo que contar, también hay que ser selectivo para elegir hasta qué grado de intimidad se quiere mostrar. Tampoco es fácil escribir sobre las razones que mueven a otros a viajar, pero creo que vale la pena intentarlo y hablar sobre la fuerza que mueve a una persona con 80 años a hacer su equipaje y marcharse un mes a un destino desconocido que además se llama India.
No me gusta demasiado mirar hacia atrás, el pasado puede ponernos buena o mala cara, pero casi siempre es una pérdida de tiempo que desemboca en nostalgias y melancolías varias, pero si quiero empezar por lo más importante debo hacerlo, no tengo más remedio.
Existen ausencias insalvables. Mi padre vive en una de ellas.
-Si pudiera, volvería a repetir todo con tu madre tal como ocurrió, no cambiaría nada.- Me dijo antes de marcharse, porque en ocasiones, existen amores que duran más de medio siglo, y de los buenos. Pero aunque todo tiene su fin, a nadie se le pasó por la cabeza que ella se marcharía primero, por alguna absurda razón todos pensábamos lo contrario. Pero no fue así.
-Me voy a la India, si me pasara algo, me sabría mal por vosotros, pero por mí me da igual, de verdad que me daría lo mismo.- Le creí, de hecho lo sabía aunque no me lo hubiera dicho.
-Además -continuó- Tengo 80 años, y me gustaría ir antes de ser mayor. –Sonríe.
Si algo no le faltó nunca fue sentido del humor, aunque no es del todo una broma porque mi viejo no se siente viejo. Además a partir de cierta edad tenemos derecho a disociar los años que tenemos de la fecha que pone en nuestros documentos de identidad. Y más aún de la imagen que nos devuelve el espejo.
No puedo decir de mi padre que no haya viajado, más bien todo lo contrario, desde su más tierna infancia e involuntariamente, es lo que tiene el ser un niño de la guerra, y del bando perdedor. Fue dando bandazos conforme avanzaban los frentes, hasta que llegó algo mucho peor, la posguerra. Ir a las cárceles a visitar a los mayores de la familia, hambre desnuda, de la de verdad, de la de cenar un vaso de agua, de la de apreciar un plato de pieles de patata cocidas, de la de tener que salir de los hostales a medianoche por no tener con que pagar, de viajes interminables en trenes y en solitario, con 7 años, flanqueado por una pareja de la guardia civil, enviado a familiares que lograran alimentarlo. Ya sabéis, la España en blanco y negro de chinches, piojos y aceite de ricino.
Un día se plantó en Valencia, ya de adolescente y se puso a trabajar. Porque si hay algo que mi padre haya hecho mucho más que viajar es trabajar. Y conoció a mi madre, y la vida pasó de ser una película de terror a puro technicolor, cosas del amor, Bueno, menos el obligatorio servicio militar, que lo pasó en África.
Mi padre en Marruecos 55 años después, su cuartel aún estaba en pie. Cuartel general de transmisiones, Larache. Fuimos junto a mi hija.
Y siguieron los viajes, a Mallorca muchas veces, en un ferry de madera. Sí, el ferry que hacía en los años 50 la ruta Valencia-Mallorca era de madera. Y la boda, y el viaje de novios en Vespa por España, sin ruta definida, donde perdió a mi madre en un semáforo de Tarragona y no se dio cuenta hasta bastante después, y donde el fuerte viento decidió su destino cambiando sus planes iniciales, si es que los tenían.
Y más viajes por placer, muchos de ellos pagados por la empresa. Eran tiempos en los que si eras buen vendedor te premiaban con viajes increíbles para dos personas:
-Si usted vende quinientos televisores Telefunken en seis meses le regalamos un viaje a Miami para dos personas y con todos los gastos pagados – Y cosas así.
Profesionalmente, si mi padre es realmente bueno en algo, es vendiendo, así que viajaron mucho. Para mí tiene una técnica infalible, la de la honradez, la gente se da cuenta enseguida y le compra sin dudar.
Porque mi padre es el tipo más recto y honrado que conozco, como si siguiera la más estricta de las religiones pero sólo por razones de moral y ética. Un fundamentalista del respeto y la discreción.
Mientras tanto llegamos los hijos, pero en vez de agobiarse, se compró una caravana.
Esa caravana condicionó mi vida entera. Es maravilloso de niño marcharse de viaje a un montón de sitios. A Ibiza, donde vimos una de las imágenes sublimes de mi infancia, dos noruegas de infarto desnudas bañándose en la misma piscina que nosotros, corría el año 1978, pero también por toda España, Francia, y Suiza, que me descubrió las montañas, esas montañas que nunca pude olvidar y en las que me refugié tantas veces de mayor.
Aventuras en la carretera, ahora se llaman road-trips.
Los hijos crecimos y siguieron viajando. Hablo en plural porque solo nunca fue ni a la vuelta de la esquina. No digo ni a comprar tabaco porque no fuma.
Se jubiló y se apuntó a la universidad para mayores. Cursó el equivalente a dos carreras, y siguieron viajando. Siempre en viajes organizados. Por eso intento no despreciar a los turistas que viajan en tours organizados, y aunque muchas veces despotrique contra los efectos del turismo de masas, no es contra la gente en sí. Me recuerdan a mis padres.
Y llegó una mañana, hace unos meses, en la que me dijo:
-Nelo, en marzo me voy a la India.
-Papá, la India es mucha India, ¿estás seguro?
Se lo digo mientras recuerdo el maravilloso bofetón que me dio la India hace justo 20 años, cuando yo tenía veintipocos años, las calles rojas de Delhi, los autobuses locos del Punjab, las ráfagas de ametralladora entre los bosques de Cachemira, los cuervos en las cocinas, las águilas en el cielo como gorriones, las cumbres nevadas del Himalaya, los muñones de los mendigos, la gente durmiendo en la calle, las letrinas inmundas, el infinito claxon de los vehículos…
-Sí, me encuentro fuerte aún, así que quiero aprovechar y hacerlo. Además me da todo igual, tengo 80 años, ¿qué más me puede pasar?
-Malo nada, todo bueno, papi.- Y me quedo preocupado, no sé si se me nota cuando le digo– Me parece bien papá, disfruta.
-Tendrás que cuidarme la casa y la perra.
-Eso está hecho, ya era hora que fuera al revés.
Con los días mi preocupación desaparece y no es que acepte la idea, sino que hasta me parece magnífica, realmente genial. Además cómo decirle que no, si ellos se han pasado la vida esperándome una y otra vez. Hace ya demasiados años me dijeron:
-Toma hijo, ponte esta placa de identificación en el cuello y así sabrán quien eres, porque a ti un día te van a traer en una caja de madera- Exageraban, pero los entiendo.
Es curioso estar ahora al otro lado, ser yo quien espera y quien se preocupa. Pienso en lo mucho que tuvieron que sufrir cuando desaparecía en mis vagabundeos. Entre otras cosas…
Así que hace unos días lo llevé al aeropuerto:
-Papá ponte ahí que te haga una foto.
Y se marchó.
Ahora, bajo una soleada y mediterránea mañana de primavera, mientras escribo esto me manda fotos de atardeceres en el desierto del Thar, de palacios rosas en el Rajastán, de tigres en libertad, de faldas coloridas y tobillos morenos con brazaletes de plata, de serpenteantes carreteras hundidas en los verdes valles de Himachal Pradesh, de sadhus tan octogenarios como él, de humeantes rickshaws y calles atiborradas de gentes de piel canela.
Dándome cuenta que las razones que llevan a alguien a viajar son siempre las mismas, sin importar la edad; fugarse, escapar, el impulso de la curiosidad, las ganas de aprender, de disfrutar de la vida, de sentirse vivo. No importa tener 20, que 40, que 80, que 100 años.
Y le veo un brillo en la mirada especial.
El brillo que da la India.
Sencillamente maravilloso este relato sobre tu padre y su viaje a la India. Letras empapadas de amor y respeto hacia las decisiones de cada uno. Disfrútalo ya que está todavía y suigue regalándole relatos como este.
Gracias por vuestro fantástico comentario, cosas así son las que animan a seguir escribiendo, me alegra mucho que os haya gustado, un abrazo