MALASIA ¿MOCHILERO Y CON NIÑOS?
Nelo | July 5, 2015Si pasaste media vida viajando solo, con la mochila como sufrida y callada compañera, viajar en familia ocasiona una serie de circunstancias, algunas más afortunadas que otras.
Es relativamente fácil con veinte años dejarlo todo y marcharse de viaje. En cambio arrancar más mayor y con hijos es más complicado, y más caro. Claro que vale la pena por uno mismo, y también por ellos porque aprenden cosas importantes, como paciencia, cuando no queda más remedio que esperar, a comer casi lo que sea, cuando no hay otra cosa, y a dormir donde se pueda, cuando se tiene sueño.
Y sobretodo aprenden a disfrutar con lo que hay.
Aparte de otra cosas esenciales, como que el mundo es muy grande, y la gente que lo habita es en esencia parecida, y particularmente muy diversa.
Lo que intento decir es que es más fatigoso ser viajero y padre, que sólo viajero.
Hay que estar pendiente de la criatura todo el tiempo, no mucho, sin obsesionarse, pero siempre con el radar puesto, mirando con el rabillo del ojo, no vaya a caerse montaña abajo, ser arrollada por el último tuk tuk, o tirarle el helado encima a la señora del punjabi etc. etc.
Como papá-mochilero intento llevarlo bien e intento no cabrearme demasiado cuando la niña pone cara de culo después de haberme gastado una pequeña fortuna para cruzar medio planeta (no es lo mismo viajar uno que tres), o cuando cambio de sitio donde dormir, siempre a otro más caro, buscando algo mejor para ella, o cuando dejo de hacer cosas que sí haría solo, como sería hacer dedo, o pasarlo bien en cualquier bar hasta las tantas. O cuando me preocupo si le picaron cincuenta mosquitos, o se me pone con 40º de fiebre a muchos kilómetros del hospital más cercano.
-Papá, ¿eso es un escorpión?
Por no hablar de lo silenciosas que deben ser las noches en la pareja que duerme en la misma habitación que la criatura. Que eso también supone un “sacrificio” oye, que tienes que esperar a que se duerma, limitándose estas actividades al ámbito nocturno, ni hablar de perderse por un bosque en pleno día, ni cosas parecidas… De la hora de la siesta también olvidarse. En total oscuridad, discreción, sin grandes hazañas y en silencio. En fin, de despiporres, nada.
Pienso en los viajeros que siempre viajáis con los niños, y no sé que carajo hacéis, yo a este tema es que no le veo solución y no sale en ningún blog.
Hay más obstáculos de otras índoles, veamos algunos ejemplos:
Es lunes por la mañana, quiero salir de viaje el viernes. Ayer decidí dónde: Malasia. La niña tiene 9 años, así que llamo al colegio, pido que me pongan con la profesora:
–Concha -sí, lo sé, queridos lectores del hemisferio sur, pero se llama así, ¡qué queréis que haga!…-Concha, disculpa, verás…es que…empiezo a trabajar en 20 días y me voy a tirar todo el verano haciéndolo…el caso es que me gustaría llevar a la niña de viaje.- Tengo miedo a dejar de hablar, es de estas profesoras algo duras.
–Bueno, pero es que estamos a final del curso, y estas dos semanas vamos a hacer bastantes cosas– Me dice.
Necesito que se entienda que sin el consentimiento de la maestra, la niña no puede viajar ni al pueblo de al lado si lo hace faltando a clase.
Porque los niños son nuestros pero su tiempo es del estado. Aún no sé muy bien como aceptar esto. La educación es obligatoria, y las faltas sin justificar podrían ser una cosa muy grave si la escuela se pone en contra de mí. Como adulto puedo irme cuando quiera a donde quiera, dejando mi trabajo, o de vacaciones, o como sea, pero los menores no tienen esa libertad, deben ir al colegio los días que toca.
–Para mí, -le digo a la maestra- esas cosas son importantes, pero la niña saca muy buenas notas, serán sólo dos semanas y tres días.
–Es que tenemos que dar todavía las figuras geométricas, y el sujeto y predicado.
Pienso en lo que puede aprender la niña en casi tres semanas de viaje por Malasia y, ¡no hay comparación!…
¡La concha de su madre, del sujeto y del predicado! ¡Y de la geometría!
En vez de hacer apología sobre lo que se aprende en los viajes, (porque quien no es viajero no lo alcanza a comprender) utilizo mis armas más personales para convencerla:
– La niña tiene 9 años y aún no viajó ni una sola vez a Malasia, yo creo que ya es hora. Dime que tengo que hacer para que sea así– No le dejo otra opción, y digo que utilizo lo más personal, porque mi hija es medio malaya, (es una larga historia) y la profesora lo sabe.
–Está bien– Me dice- hablaré con la directora del centro y te diremos lo que tienes que hacer.
Ya está, ahora voy a rematar la faena, ella también se tiene que sentir bien, así que le digo:
-Muchísimas gracias, entonces compro los billetes, no quería hacer nada hasta hablar contigo.
–Bueno, sí, cómpralos.
Cuelga el teléfono, ahora me toca decírselo a su madre, pero no me atrevo directamente, así que utilizo el cobarde e impersonal whatssap;
¡Bien!, lo conseguí. Tengo que darle la noticia a la nena, y también a la de los ojos marrones. Iremos los tres. Los viajes en solitario, de momento, se han terminado. Tendré que cambiar el subtítulo al blog, eso que quedaba tan bien de “relatos de viaje en solitario”.
La parte peninsular de Malasia es un país que conozco de varios viajes. Viví aquí algunos meses hace ya 15 años y regresé varias veces. Y aunque desde hace tiempo me he propuesto no repetir destinos, es imposible, no lo consigo, y vuelvo a los mismos países una y otra vez, no sé muy bien porqué. Esta vez mi excusa es que se lo debo a la niña. Con un 50% de sangre del país, considero una barbaridad que aún no lo conozca.
Y me gusta pensar que siempre se acordará de cuando tenía 9 años y su padre la llevo a Malasia.
La de los ojos marrones es otra historia. A ella le da igual dónde ir, se viene a donde sea sin pestañear, miradla:
¿Acaso tiene aspecto de preocuparse por algo?
Además a mí me gusta enseñarle lugares donde ya estuve para intentar impresionarla.
Así que otra vez vuelta al insufrible clima húmedo pastoso e inhumano, al cual sólo te acostumbras un poco justo en el momento de irte, a los mosquitos insaciables y a la vegetación exuberante.
Al curry, al picante y a los Milo Ice de emergencia, momentos antes de sufrir el enésimo golpe de calor, mientras se descansa a la sombra de un árbol-lluvia. Vuelta al terima kasih, a las ciudades del futuro y a las selvas primigenias.
De nuevo me hincharé de rambután, los mangos sabrán a mango y probaré frutas de nombres desconocidos, todas ellas deliciosas, mientras el paisaje pasa, muy verde, al otro lado de la ventanilla del tren. Y a las sonrisas, pues nada hay más fácil que al cruzar tu mirada con un malayo, te sonría.
Pero antes toca pasar por el limbo de varios aeropuertos y tomar aviones eternos, ésos que no sabes si es de día de noche o si es ayer, hoy, o mañana, mientras intentas dormir en posturas de potro de tortura y tu mente se vuelve plastilina de puro abotagamiento.
Y eso que Turkish Airlines, está bien; tienes una tele para ti solo con un montón de pelis, juegos o música, te “atiborran” a comida, te dan un kit de supervivencia consistente en un antifaz, tapones para los oídos, cepillo y pasta de dientes, calcetines y zapatillas de ir por casa y mantas, combinado con unos reposacabezas que se gradúan para conseguir dormir algo mientras tu sien se clava en la costura, babeas y se te queda cara a lo Stephen Hopkings.
A la niña es aún peor, sumase a todo lo anterior un montón de cacharros y pasatiempos infantiles, en turco, que arrastrará irremediablemente el resto del viaje como si de un tesoro se tratara, sin que chantajes ni amenazas causen la menor mella en su voluntad de que así sea.
El caso es que entre las pastillas para dormir y el poder estirarme en tres asientos –milagro de un avión semivacío- hacen que casi entre en una especie de nirvana volátil haciéndose el viaje, incluso, liviano.
Esta vez no habrá ningún señor gordo que acabe durmiendo encima de mí, ni niños pateando por detrás mi respaldo, ni jovencito con rastas que tuvo la desafortunada idea de descalzarse demasiado cerca de mi nariz.
Singapur nos recibirá brillante y calurosa, acabaremos, cómo no, en el barrio más barato y cutre de la ciudad.
Sí, Singapur también tiene su lado oscuro. Y mi detector automático hace que lo encuentre aunque no quiera.
-¿Papá, qué hacen esas chicas todo el rato en esa esquina?
-Están esperando el autobús…
-¿Y porqué llevan tan poca ropa?
-Pues…porque hace mucho calor.
-Papá, yo también quiero quitarme ropa, que tengo calor.
-Anda niña, calla y camina.