DE INDIA A NEPAL EN UN AUTOBÚS DE MIERDA
Nelo | April 25, 2018De Siliguri a Katmandú
Anoche devolví la moto con la que habíamos estado recorriendo Sikkim y el norte de Bengala Occidental. Me siento como si me hubiesen atado al suelo, me da pena, me gustaba ese cacharro precioso que nos ha llevado por el Himalaya a ritmo de petardeo monocilíndrico. De Siliguri a Darjeeling, y de allí a Gangtok, para recorrer luego el este de Sikkim y vuelta a Siliguri a lomos de una moto de las de verdad, de cuando el plástico no había invadido las carreteras.
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Casi dos semanas sintiéndome como si volara libre por este norte de India. En cambio, la de los ojos marrones está encantada:
-Llevo un montón de días viendo autobuses desde la moto y quiero saber que se cuece en ellos. Ahora sin moto vamos a meternos en el barro, ahora vamos a saber lo que es India de verdad, a ras de suelo.
El día empieza precioso, con una de esas neblinas naranjas que hace que el sol no golpeé de lleno, pero con mal karma. Lo que ocurre es que el encargado del hotel para unos cuantos rickshaws pero ninguno quiere llevarnos a la Junction Bus Station, cuando detiene uno que ya lleva un pasajero. Después de una breve conversación con el conductor, lo expulsan del rickshaw, el hombre como es normal se indigna, nosotros nos negamos a subir, pero al final lo hacemos.
Es el poder del dinero, seguramente con nosotros ganará tres veces más. Me siento como un puto colonialista blanco.
Pero aún así no le es suficiente y al llegar al destino nos pide el doble de lo acordado alegando que nos ha tenido que llevar más lejos. De hecho hizo el paripé de parar y preguntar como si donde paró no fuera y como si nos llevara luego a un segundo lugar. Me niego a darle una rupia más, además el tipo me cae mal por lo que le hizo al primer pasajero.
Nos enzarzamos en una fuerte discusión, creamos un corrillo, ninguno de los dos está dispuesto a ceder. Aparece un intermediario espontáneo.
La figura del intermediario no me disgusta porque suele desatascar una situación. Suele ser un tipo que estaba por allí, que le gusta meterse en fregaos, y que de manera altruista mediará en una discusión en la que parece que no hay posibilidad de acuerdo. Siempre aparece uno en estos casos. Suelen tener aspecto anodino y surgen de la nada, aunque estos personajes si pudieran serían siempre presidente de su escalera, delegado de clase, o el árbitro del partido.
Cualquiera puede ser un intermediario en potencia.
No son exclusivos de la India ni mucho menos, pero si es práctica común en el subcontinente. Lo que hace es hablar con uno y con el otro explicando los argumentos que ya todos sabemos, pero casi siempre son muy efectivos y calman los ánimos. Suele arreglarlo partiendo por la mitad. Si mi precio era 100 y el conductor quería 200, lo dejamos en 150 y ni para ti, ni para él. Así lo hacemos.
Nos subimos a un autobús que desde Siliguri nos llevará a la frontera. Panintanki es su nombre en el lado indio, mientras en Nepal se llama Karkarvitta.
El concepto de apretura alcanza nuevas dimensiones en India. El trayecto dura algo más de una hora, su precio es de 35 Rs, más o menos medio euro.
Se pueden elegir varias maneras de viajar en autobús dependiendo de la intensidad que le quieras dar al recorrido.
Sentarse en el banquito delantero completamente pegados al cristal frontal es la más fuerte de todas ellas. El espectáculo de la conducción del autobús desde primera línea del frente de batalla te obliga a numerosas contracciones involuntarias sobre tus esfínteres y a meditar sobre la vida y la muerte. También en amputaciones y sillas de ruedas.
-Cari, ¿qué decías sobre meternos en el barro indio?
La tierra de nadie en la frontera entre India y Nepal se puede hacer en ciclorickshaw o andando.
Puente que une India con Nepal.
No es mucho más de un kilómetro y medio, gran parte de él atravesando un puente. Entre eso y el no tener que negociar precio preferimos hacerlo andando. Además no hay mejor manera de cruzar una frontera que hacerlo a pie. Aunque me atropelle una bici-taxi como me ocurrirá a la vuelta.
Se firma y se sella la salida de India en un edificio bajo palmeras. Fácil y rápido. Se cruza un largo puente con buenas vistas. Entras en un edificio del lado nepalí. Pagas, rellenas papeles y te sellan la entrada a Nepal. Rápido y fácil. En ambos lados son amables y correctos.
Un cruce de frontera sencillo y agradable. Los ciclorickshaw no insisten apenas en llevarte, y sólo un buscavidas -de éstos que quieren propina por decirte cosas que ya sabes, como dónde está la oficina de inmigración o cómo rellenar la ficha- en el lado nepalí que nos habla en español y del que me desembarazo sin dificultad alguna.
Pequeña subida de entrada a Nepal. Los ciclorickshaws tienen que empujarse a pie.
Karkarvitta es un pueblo grande en el lado nepalí pegado a la frontera, Está lleno de hoteles cutres, bancos, casas de cambio, restaurantes familiares y tiendas donde venden alcohol. Los autobuses a Katmandú suelen salir a las 5 de la tarde, dicen que tardan unas 15 horas, pero esto es falso. Cuestan entre 1300 y 1500 rupias nepalíes según su categoría, menos de 12 euros por unas 20 horas de trayecto.
Karkarvitta está completamente pegado a la frontera. Es un pueblo grande o una ciudad pequeña, según se mire.
Pasamos el tiempo en un garito donde la dueña no para de freír chili, de vez en cuando tenemos que salir, llorando, a tomar aire, pero la conversación, sazonada de toses por parte de todos, es tan divertida entre ella, su marido, un par de clientes y nosotros que aguantamos los picores que haga falta. Sin idioma común hablamos durante horas.
Casi cualquiera que haya viajado algo sabe que la comunicación es cuestión de voluntad.
Cuando nos subimos al autobús Karkarvitta-Katmandú parece un autobús normal, incluso nuevo.
Pero esta vez el continente no será el problema, sino el contenido, formando por adolescentes que parecen ir pudriéndose por el camino a lo largo de las horas. Con unas pestilencias, especialmente el olor concentrado a pies, que alcanza dimensiones místicas. Pero lo peor iba a ser la carretera. A las 3 de la mañana empiezan los baches provocados por la desaparición del firme en los últimos monzones a lo largo de muchos kilómetros.
Parecía un autobús “normal”, tenía su vídeo y hasta funcionaba. El cine nepalí, según mi opinión, es una mezcla del cine indio y chino, reuniendo lo peor de ambos.
Algunas carreteras africanas de las malas son un patio de recreo para escolares comparadas con los baches que nos acompañan durante horas en unos saltos que te flagelaban la médula, amenizados además por un monólogo de un pasajero justo detrás de mí, en la última fila.
Nadie lo escucha, pero él suelta el discurso del siglo, desde las 3 a las 5 de la mañana, con una voz atronadora mientras apoya su pie en mi reposabrazos y yo rezo para que sus emanaciones me dejen de una vez inconsciente o en coma profundo.
Om shanti shanti shanti
Para terminar con una sesión de adelantamientos locos y un formidable, y al parecer eterno, atasco en la entrada de la ciudad de Katmandú.
Puedes leer el artículo sobre Katmandú pinchando aquí.
En la vuelta de Nepal a India, quise evitar a toda costa repetir el mismo trayecto y no lo conseguí, ya que después queríamos ir para el nordeste indio, hacia las Siete Hermanas. Y no fue mejor que la ida. En absoluto. Esta vez elegimos los dos asientos de la puerta de entrada al principio del bus dada nuestra experiencia atrás.
No fue una buena idea porque eligieron el hueco y los escalones de la puerta para vomitar. Todo aquel o aquella que se mareaba, venía frente a nosotros y vomitaba sin reparo en el hueco de los escalones, sin abrir la puerta. Y se mareó más de medio autobús.
La salida de la capital nepalí fue como la entrada, más de tres horas para poder salir de la ciudad.
Vivir en alguna de las casas que dan a la carretera principal es algo que no le deseo ni a mi peor enemigo. Polvo, humo y un atasco permanente y monumental. Pasajeros subiendo y discutiendo con los chavales encargados del autobús, los cuales los iban acumulando en la cabina junto al chofer, imagino que se sacan un dinero extra sin vender billete, conté hasta ocho.
Un enjambre de vendedores sube al bus aprovechando el tráfico paralizado y cada parada. En una llegan a subir cinco vendedores de panochas seguidos. ¿Conseguirá el cuarto y el quinto vender algo cuando ya subieron otros cuatro justo delante de ti.
Uno de los vendedores es un chaval joven, casi un niño, se centra en nosotros. Apesta a pegamento y va completamente colocado mientras nos intenta vender una mazorca quemada con voz gangosa. Luego se empeña en hacerse una foto con la de los ojos marrones. Yo estoy por pedirle pegamento para poder escapar de este infierno sobre ruedas.
Y sobrevivo a la noche mil y una en un bus de carretera o lo que quisiera que se llamara eso, mientras mis rodillas encogidas y entumecidas, el dolor de cervicales, la contracción del esternocleidomastoideo y un dolor de cabeza del copón me gritan que ya estoy viejo para toda esta mierda.
Una niebla mágica y misteriosa hace de intermedio entre la noche y el amanecer, y con los primeros rayos de sol Nepal ofrece su lado más dulce, y por unos minutos puede parecer hasta que todo tiene cierto sentido. Todos los kilómetros hechos en innumerables autobuses. El andar rodando por esta enorme bola de piedra que también rueda. La sensación de comulgar con el paisaje que se ve desde la carretera. El maná de aire fresco que ahora entra por la ventanilla.
Hasta que el tráfico se enfurece y el sol sigue ascendiendo, inclemente.
Y el chaval encargado del bus, con una profunda sonoridad y enérgico entusiasmo, arranca desde lo más profundo de su ser un enorme gargajo y escupe donde ayer estuvieron todos vomitando. Y el mundo vuelve a ser lo que todos conocemos.