JAPÓN, WABI SABI, LA BELLEZA DE LO FEO
Nelo | February 4, 2016Estoy en Onomichi, Japón, una ciudad que da a una ensenada del Mar Interior de Seto, a unos 80 km de Hiroshima, es un día de oscuro invierno, almorzando lo que compré en un super, sentado en un duro y helado banco de piedra en una oleosa y sucia playa de un cansado y oxidado puerto, mirando al mar, cagado de frío, más solo que la una y preguntándome por qué carajo soy feliz así.
Y es que lo confieso, cada vez me gustan más los paisajes industriales, rotos, degradados; y la verdad, me preocupa.
Imabari, Japón.
Me gustan porque son inhóspitos, imponentes, otra especie de desierto, me gustan las grúas que chirrían y las luces de los soldadores del metal, los cielos grises salpicados de chimeneas con fuego, las minas a cielo abierto, los nubarrones sobre los gigantescos astilleros, los puertos desvencijados de sucios muelles y un pasado mejor, las salas de máquinas de los mercantes humeantes.
Me recuerdan al Aviador Dro y sus Obreros Especializados de mi adolescencia, me recuerdan los comics del Cimoc, y la sociedad futura post-industrial destruida y podrida de “El Hombre”, a Ann Clark sonando en la oscuridad flasheada de Spook Factory, son paisajes que encuentro llenos de una desconcertante e inesperada belleza.
Astilleros en la isla de Ikuchi Ima, Japón.
Andaba preguntándome también el porqué de esto, tal vez me pasa desde hace mucho, pero los síntomas fueron evidentes ante el paisaje devastado de las minas de Solotvina, en Ucrania, pegadas a la frontera de Rumanía.
Minas de Solotvina, Ucrania.
Allí comprendí que no es que me vaya lo cutre, sino que la descarnada fealdad puede albergar hermosura, trágica, irracional, póngase los calificativos que se desee, pero belleza al fin y al cabo.
No fue hasta llegar a Japón cuando me dí cuenta de muchas más cosas. Leí lo siguiente:
El wabi sabi es una comprensión de la belleza que reside en lo modesto, lo rústico, lo imperfecto, incluso en lo decadente, una sensibilidad estética que halla una melancólica belleza en la impermanencia de todas las cosas.*
*Los textos con asteriscos pertenecen a Paula Fernández González y Alex González Coronado de http://pensamientojapones.tumblr.com/
Perfecto, no estoy enfermo y lo que me pasa tiene nombre y es uno de los pilares de la cultura japonesa.
Si un objeto o expresión puede provocar en nosotros una sensación de serena melancolía y anhelo espiritual, entonces dicho objeto puede considerarse wabi-sabi. Andrew Juniper
Autobús abandonado en la ruta ciclista Shimanami Kaido, Japón.
Un objeto, una expresión, o un paisaje, o cualquier cosa que tengamos delante.
Por eso nos gustan los castillos, las ruinas, una brizna de hierba verde en medio de la hamada sahariana. Tal vez cualquier cosa que nos haga jugar con el tiempo.
Ello (el wabi-sabi) cultiva todo lo que es auténtico reconociendo tres sencillas realidades: nada dura, nada está completado y nada es perfecto. Richard R. Powell
Por eso nos gustan las casas de adobe, fortalezas de barro o el tronco de un gran árbol varado en una espumosa playa. Por eso nos gusta África.
Por eso las casas más fotografiadas de Amsterdam son las torcidas, por eso la Torre de Pisa es un imán a nivel mundial.
Por eso nos gusta visitar fábricas abandonadas, pueblos abandonados, barcos abandonados, pecios en el fondo del mar. En Japón, Haikyo es el nombre de este “turismo”, entran en hospitales, hoteles, fábricas, casas. Cuanto más intacto y congelado en el tiempo esté todo, mejor.
Estación del tren forestal Mocanita, Viseu de Sus, Rumanía.
Las cosas wabi sabi son expresiones del tiempo congelado. Están hechas de materiales que son visiblemente vulnerables a los efectos del tiempo y del trato humano. Registran el sol, el viento, la lluvia, el calor y el frío en un lenguaje de decoloración, óxido, deslustre, manchas, torsión, contracción, marchitamiento y grietas. Las cosas wabi sabi se aprecian sólo mediante el uso y el contacto directo; nunca se encierran en un museo. Tienen una cualidad vaga, desdibujada o atenuada, tal como les pasa a las cosas cuando se acercan a la nada o provienen de ella.*
Esto explicaría además todo el turismo negro, el porqué nos gusta ver antiguas cárceles abiertas al público, algunas tumbas de personajes, antiguos campos de concentración, oseras humanas guardadas en catacumbas.
Cárcel de Sighet, Rumanía.
No visitamos estos tétricos y espeluznantes lugares sólo por conocer que pasó allí, lo sabemos aunque no vayamos, todos sabemos qué ocurrió en Auschwitz. Tampoco los visitamos por morbo, me niego a creer eso. Los visitamos porque, aunque no nos guste reconocerlo, en el fondo, por algún motivo u otro, nos reconforta hacerlo.
El wabi sabi 侘寂 es una apreciación estética de la evanescencia de la vida. Las imágenes wabi sabi nos obligan a contemplar nuestra propia mortalidad y evocan una soledad existencial y una delicada tristeza. También provocan un alivio agridulce, ya que sabemos que toda existencia comparte el mismo destino.*
En el bosque, profundamente enterradas en la nieve,
la noche pasada, una rama de ciruelo abrió sus flores
Cárpatos en Maramures, Rumanía.
El desierto podría ser máximo exponente de wasi sabi entonces, ya que su ancho, grandioso y casi infinito entorno nos enseña la importancia del detalle, de lo pequeño, a la que vez que una no del todo cierta sensación de eternidad en el paisaje que nos rodea, y una clara temporalidad en nosotros mismos. Si no llegas al siguiente pozo, se acabó.
Por tanto, mientras que wabi significa ser verdadero para sí mismo, la importancia estética de la idea de sabi reside en la estima por las cosas que sugieren edad, desecación, entumecimiento, frialdad, oscuridad, por toda una serie de sentimientos negativos que son lo opuesto a lo cálido, la primavera, el carácter expansivo, la transparencia, etc.*
Casa en Kumasi, Ghana
Son, de hecho, sentimientos que proceden de la pobreza y la carencia; pero tienen también una cierta cualidad que los conduce a un elevado éxtasis estético. En alguna medida, wabi es sabi, y sabi es wabi; son términos intercambiables.*
Ahora entiendo porqué me gustan los trenes viejos, los barrios destartalados la periferia de casi cualquier ciudad, las paredes irregulares, la fascinación de lo muy usado, los primeros brotes de hierba en la ladera de una montaña tras un incendio, los pasamanos de las escaleras gastados por mil manos, las arrugas en el rostro de una anciana, la severidad de un paisaje congelado.
Claro, hasta ahora no sabía que era wabi sabi. O mejor dicho, sí que lo sabía e incluso lo reconocí, pero todavía no tenía palabra para nombrarlo, para definirlo.
Dicen que las cosas que no tienen nombre no existen.
Pero no estoy seguro.
Gracias Japón.
Alrededor, ninguna planta en flor
ningún destello de las hojas de arce,
únicamente una solitaria choza de pescador
en la orilla a media luz
de este principio de otoño.
Fujiwara no Teika, poeta japonés del siglo XII*