INDIA, CUANDO EL OTRO NO EXISTE
Nelo | March 29, 2018En la India a veces llego a pensar que “el otro” no existe. No siempre, sólo en ocasiones, quede claro esto antes de que se me echen encima los seguidores del positivismo y del happy world que está tan de moda, también a mí me ayudaron desinteresadamente y me hicieron sentir bien muchas veces, ya sabemos la frase esa tan manida de que en todos lados hay buena gente y todo eso que se lleva diciendo toda la vida, qué cansino y qué aburrimiento.
Los artículos de opinión sobre India suelen ser verdad, como verdad también es lo opuesto a lo dicho. El espectro de verdades de India suele abarcar desde lo que uno dice hasta todo lo contrario, como un reloj en el que cualquier hora es la buena. Cualquier sentencia sobre el subcontinente tendrá razón y cualquiera no la tendrá, en una dualidad esférica, no lineal, porque se permiten cualquier tipo de matices.
Taxi de Calcuta.
Además las notas vertebrales de este artículo fueron escritas en un tren a las cuatro y media de la mañana, y ya sabemos que en India te da tiempo varias veces al día de pasar de ser la Madre Teresa a Chuki el muñeco diabólico pasando por Shiva el destructor y un yogui en plena levitación, y vuelta a empezar, en una mar gruesa emocional casi indomable.
Y ya que comienzo prudente y retractándome pasemos al tema del artículo, la invisibilidad del resto de tus congéneres. Puede que tengan respeto por los miembros de su familia, de su clan, de su casta o de su comunidad pero lo que es “el otro” conocido también como el prójimo es, en ocasiones, como si no existiera. No creo que no se le respete sino que es imposible de respetar si ni tan siquiera existe.
Me explico, a principio creí que se trataba de un vive y deja vivir, lo que me encantaba, pero esa ilusión me duró bien poco, pasándome al bando contrario, al lado oscuro, y empecé a pensar en que aplicaban el “que se jodan”.
El “que se jodan” es la expresión máxima de individualismo y egoísmo. ¡Pero algo me fallaba en esta teoría!
Dioses a medio hacer.
Me fallaba porque no había en los gestos y actos de la gente nada que me llevara hasta ella, ninguna acritud, y además consideré que era imposible alcanzar tales niveles de cinismo, o de lo que en mi tierra se conoce por mala leche, en medio de una absoluta impasibilidad, al menos facial y creo que hasta espiritual.
Lo que me llevó a pensar que en vez del “para joderme yo, que se jodan otros” se trata más bien de un tema de invisibilidad del otro, de su falta de existencia. Porque eso explica bien todo a falta de una teoría mejor, o de un pensamiento más elevado, que en este caso y desde luego, no debería ser muy difícil de alcanzar.
El autor del artículo en plena meditación.
Cinco de la mañana, oscuridad total en el vagón del tren Radjhani Express que une Calcuta con Delhi, todo el mundo duerme, el tren va lleno.
Un niño de unos cuatro años se despierta. Tiene una incisiva voz de pito. Empieza a despotricar. Es un dictador en miniatura. Grita. Berrea. Lo normal. Soy padre así que no me viene de nuevo, sé de lo que hablo. Pero la madre en vez de calmarlo, le ríe las gracias, lo alienta y lo pone aún más nervioso. El padre, un obeso con granitos, se lava la cara en el lavabo del descansillo, conoce bien a su pequeño vástago y sabe que por hoy puede dar por concluido su sueño.
Yo llevo tapones. Son efectivos para el ruido general del tren y los graves de los grandes roncadores, pero los agudos de la afilada voz del niño logra traspasarlos como si no existieran impactando directamente en mi hipotálamo. Me despierta, a mí y a todo el vagón. Activa mi cerebro más reptiliano.
Nadie dice nada, los padres animan al mini-monstruo y él, como una superstar, se viene arriba. Aún ni ha amanecido.
Yo cierro los ojos, me recoloco los tapones e imagino un tren muy largo, como este, alejándose de un andén desierto y oscuro rodeado de selva. Y en el andén, bajo la luz de una única farola, un niño solo, llorando, haciéndose pequeñito en la distancia.
De repente se escucha un rugido de tigre, muy, muy cercano.
En ocasiones como esta, pienso en Gandhi y en su no violencia y me parece un lelo.
Nadie le dice nada, porque él tampoco existe, ni lo piensan. Y los padres no le dicen nada porque el resto de pasajeros no existimos. Somos un ente abstracto, una nebulosa inconcreta que ocupa el oscuro resto del vagón, nada por lo que preocuparse,
Por eso se conduce así, por eso hay tanta gente tirada por las calles viviendo como perros del mismo color que la acera que habitan, por eso se te cuelan en las colas, en las tiendas, por eso te arrollan en el metro. Esta última experiencia es incluso recomendable, y muy barata, solo hace falta estar un mediodía laborable en el metro de Calcuta.
No ven al otro. Es la perfecta antítesis de Japón: justo el lado contrario. Pero también al revés, en India te mira todo el mundo y en Japón ni de refilón. Porque en India no te ven en ocasiones, pero en otras te ven de lejos.
Existes siempre para las propinas, el negocio y el comercio. Y para satisfacer la curiosidad. Y como obstáculo circulatorio, a veces. Otras más vale que te apartes.
Pero también al revés, en India cada día encuentras alguien que te ayuda desinteresadamente, como en esta foto, donde se muestra un voluntario local sacándome de la prehistoria tecnológica.
Lo mejor de todo es que no son culpables porque también son víctimas, cada uno es verdugo y a la vez ajusticiado, ellos tampoco existen, por eso se llega casi al accidente pero no suele haber ni una mala cara, ni tan siquiera un reproche.
Cuando dejas de ser, tú también arrollas a la gente en el metro, intentas saltarte las colas y conduces como si te hubieran prometido el paraíso, huríes incluidas. Cuando estás seguro de la rueda de las reencarnaciones no te tiembla el pulso.
Por eso si alguien quiere sentarse en un banco te empujará sin más. Y tú cederás sin más. Y no habrá gracias, ni perdón, ni pensamiento alguno, ni bueno ni malo. Por eso está todo lleno de mierda, y por eso es a veces todo tan exageradamente bello, o incluso las dos cosas a la vez. No es que sean guarros o no, es que ni lo piensan, el espacio personal no existe, y en el público búscate la vida.
Mercado de las flores, Calcuta.
Quizá pensar así es cosa de raros occidentales, por eso pueden escuchar una conversación privada a veinte centímetros de distancia y decidir si participan en ella o mejor quedarse mirando fijamente durante todo tu desayuno. No hay problema porque el que te mira no existe.
A su favor, como realmente no hay mala intención, luego son capaces de lo mejor. No se trata de acabar bien estas penosas elucubraciones, sino que es tan innegable como todo lo anterior.
Mientras a ti, te sale humo por las orejas, sin saber a qué atenerte. Pero ese es tu problema, no el suyo. Como todo, como siempre.