GHANA. KUMASI, ERES DEMASIADO BONITA PARA MÍ
Nelo | August 21, 2014Caminando por las calles de Kumasi, en Ghana, uno me dice:
-Obruni, ¿quieres una bici?
Otro me dice:
-Obruni,¿quieres una moto?
Un obruni es un blanco.
Un tercero me dice en francés:
– Que tal? Todo bien?
Y le digo
-Si, gracias y tu?
-Bien, tienes alguna moneda?
-No, no hay monedas.
-¿Y podrías ayudarme a pasar a Europa?
– Nada, eso es imposible, no puedo –me mira muy decepcionado- mira sería peor si te miento y te digo que sí.
Ahora sonríe, lo dejo ¿Realmente sería peor? De ilusión también se vive, o mejor dicho, sin ilusión es mucho más difícil vivir.
Y mientras pasa alguien con una Super Teneré haciendo un caballito.
Estoy en la calle de las motos y las bicis, nunca había visto tantas juntas.
Encuentro un cartel pintado a mano que quiero fotografiar y así lo hago, pero al lado hay un policía:
-Oiga, eso no está bien, ¿en su país puede fotografiar lo que quiera sin pedir permiso?- Me dice
– Sí, claro, en mi país, si está en la calle, puedes fotografiar lo que quieras- le digo, intentando aparentar normalidad, pero pensando, en mi país lo primero es que no te dejarían entrar, te tendrías que jugar la vida en el desierto, en el mar y vértelas con unas terribles vallas de concertinas y alambre de espino, para, con suerte, acabar detenido por una policía que con guantes de goma en sus manos, os meterán presos durante meses. Y cuando se cansen de teneros allí, os soltarán en cualquier ciudad peninsular, donde dormiréis bajo un puente, aparcareis coches o venderéis cds en una manta, sin sacar ni para comer y siendo molestados continuamente por otros policías. Y si aguantas así años y años, en el mejor de los casos, conseguirás documentación y quizá podrás salir adelante en barrios periféricos como ciudadanos de segunda, teniendo que soportar comentarios, por parte de no poca gente vecina vuestra del tipo, a los inmigrantes os ayudan en todo, os lo dan todo gratis, quitáis el trabajo y no pagáis ni impuestos…y todo tipo de gilipolleces….
Pero me callo.
Y me dice:
-Bueno, está bien, pero, ¿por qué has venido a Ghana?
-Porque había escuchado que la gente es muy amistosa
-¿Amistosa? A qué te detengo…-Cruza las manos simulando unas esposas.
Y le digo, riendo:
-Qué va, si no me vas a detener.
Pone cara de sorpresa:
-¿Porqué no?
-Pues porque tu eres policía, yo soy bombero, y somos como amigos.
Miento, ni de coña somos amigos de la policía. Por lo menos yo, que soy de la generación de mucha policía, poca diversión y de la de menos porras y más porros. Pero lo dejo allí plantado, un poco estupefacto. También yo me voy algo sorprendido por mi desfachatez.
Y de allí me voy a visitar la catedral de St. Peter. Vale la pena visitar cualquier catedral en Ghana aunque solo sea por ver sus increíbles techos y porchados de madera.
No duro mucho dentro de la catedral, en la calle me paro junto a unos charlatanes, un gran corro de gente les observa con expectación. Son dos, han espolvoreado un montón de polvo blanco sobre unos pelos amarillos, después buscan voluntarios, les piden que se acerquen, son espolvoreados entre rezos, tienen la cabeza agachada, el orador pronuncia un discurso enérgico, lleno de citas bíblicas, pero para mí el espectáculo lo da el segundo tipo, con otro micrófono en la mano permanecía en segundo plano, y no era sino una voz en off que reafirmaba el discurso del primer tipo, con gritos y expresiones al final de muchas de las frases de éste. del tipo ¡oh sí¡, ¡amén¡ ¡eso es¡
Pasa el tiempo, como espectáculo no está mal, pero dura demasiado´, ya está anocheciendo, y no consigo enterarme de nada, así que me bajo de la farola desde donde veía a los charlatanes y sigo caminando.
Voy en busca de champú, me meto por callejones oscuros.
Un tipo me ofrece un móvil y yo le enseño el mío donde estoy grabando estas notas.
Otro me agarra la mano libre y me la pone en la mano de una mujer, ríen:
-Oh Dios, eres demasiado bonita para mí- Bromeo, se mueren de risa, les encanta el cachondeo.
Cualquier tipo de cachondeo, si éste se pudiera exportar, Ghana tendría superávit.
Acabo en el bar de mi Faboulous Hotel aquí en Kumasi. La particularidad de este bar es que todas las chicas que lo frecuentan están fabulosamente gorditas, y, lo curioso, es que todas tenían mucho ritmo, eran todas muy bailongas, y después de un par de cervezas, estaban todas, fabulosamente sexys. Me tratan bien, son simpáticas, abiertas y saben estar, no son ni un poquito pesadas.
Al día siguiente un autobús nuevo y con aire acondicionado me depositará en Accra.
En mi pequeño hotel soy recibido como un viejo pariente al que hace tiempo que no se le ve.
Por la tarde quiero ir a la playa, a Labadi Beach, así que me encamino a la avenida donde agarrar el tro-tro correspondiente; pero veo una modista con telas muy bonitas y varios vestidos ya hechos para usar de patrón, y me acuerdo de mi hija.
Elijo el vestido y mientras me lo hace me voy a beber algo al bar de al lado.
Me sirve un chico joven, parlanchín y simpático, llegan dos chicas, me las presenta. Roberta se sienta a hablar conmigo, sabe alguna palabra de español y tiene una muy escotada y muy prominente delantera. Un reguerito de sudor se desliza, brillante, por su canalillo hacia los calientes y suaves abismos de Mordor.
Intento por todos los medios no mirarlo.
Es un trabajo arduo.
Al poco yo también estoy sudando.
-¿Y tú porque no estás casado?- pregunta, tras un rato de conversación de la que no recuerdo nada.
-Oh, lo estuve…
-¿Y ahora?
-Ahora tengo miedo.
-Una mujer buena podría hacerte muy feliz.
Miro el canalillo.
Las gotitas de humedad de su sudor brillan como purpurina.
Trago saliva.
-Estoy seguro de ello.
Llega la modista con el vestidito.
Me subo deprisa al primer tro-tro que pasa por allí.
-La próxima vez que vengas a Ghana, no dejes de verme…
El tro-tro es invadido la siguiente vez que para por unas seis o siete estudiantes. En Ghana se sabe quien es estudiante porque tanto los chicos como las chicas llevan el pelo rapado. Al arrancar, la vieja furgoneta pega un acelerón brusco y ¿adonde va a parar una?
Exacto, encima de mí. Risas adolescentes generalizadas revolotean a mi alrededor.
A otra de las pasajeras se le engancha el vestido al subir y se le ve turbada cuando se lo desengancho, al ratito, recuerda que debe darme las gracias y así lo hace. Cuando llego a la playa ya es de noche, aun así decido dar una vuelta.
Caminando por una calle normal yendo hacia el mar, veo los comercios habituales, en barracas de madera; un restaurante, una tienda de móviles, una frutería, un kiosco, un discjockey, ¿un Dj?. Como si de otra tiendecita más se tratara, hay una casita minúscula de madera de dos metros de largo con un tipo pinchando dentro con un equipo que no está nada mal. Pero hay que verlo, está completamente fuera de sí, baila y salta, no es un bar, es un dj con su propia caseta venido arriba y poniendo música atronadora, sin público, sin que nadie le haga el mínimo caso, entre una frutería y una carbonería.
Sólo yo le estoy mirando.
En cada tema pone su alma entera.
En medio de una calle cualquiera.
En Accra.