A PELO, GHANA, AFRICA OCCIDENTAL.
Nelo | August 1, 2014Empiezo este cuaderno que parece sacado de algún almacén viejo, de los años 40 o 50, mientras navego en un barco de pasajeros por el Lago Volta en Ghana.
Hace unos días empecé este viaje volando hasta Accra, la capital, para un viaje que durará unos cuantos días.
Pocos, para la mayoría de vosotros, amantes de los viajes largos y sin fecha de caducidad. Yo mismo así lo hubiera pensado, hace no demasiado tiempo, cuando una exultante juventud me mantenía con una vanidad inconsciente propia.
Ahora me da lo mismo que sean 10, preferiría 100, tal vez 1000, pero en realidad no importa.
No importa porque es lo que hay. Con lo que tienes, con eso juegas.
Si uno ha de esperar que coincidan las circunstancias más favorables para poder viajar, se corre el peligro que tu mochila se cubra de telarañas. Más cuanto más edad se tenga.
No se puede esperar a tener el tiempo suficiente, tener el dinero suficiente, que a la familia le parezca bien, que en el lugar de destino sea la temporada ideal, encontrar el compañero/a ideal, por aquello que piensan algunos, yo no, que el viaje si no es compartido no tiene valor, que los niños vayan bien en la escuela, que se alineen Júpiter con Urano porque tú eres sagitario, que te den vacaciones en el trabajo, que tengas trabajo, que tu amiga acabe de estudiar piano, o saque plaza fija en una oposición cualquiera, que te encuentres sentimentalmente perfecto para que esto no se convierta en una huida, piensan algunos, yo no, a mí la fuga me parece transgresora y divertida, y que a tu ex le toque la lotería.
Ante éstos y otros muchos impedimentos hay que comportarse como un autómata, cómo una máquina “nasida pá matar”.
No importa como estén las cosas.
Vete a tu habitación, encárate al armario, con un par, saca la mochila, vamos cariño, eres la mejor, mete cuatro cosas, así, así, agarra el poco dinero que puedas y dirígete a una estación, puerto o aeropuerto. O párate a un lado de una bonita carretera y haz dedo.
Y tírate al mundo.
Caiga quien caiga.
No es imposible que tu vida sentimental, económica, y en algunos otros insospechados aspectos, quede hecha trizas.
Inadaptación, melancolías y nostalgias varias, soledades en diferentes grados, buenos amigos repartidos por todas partes pero siempre muy lejos, amores que se hartaron de las continuas ausencias.
-Es que nunca me escuchas…
-Perdona, ¿qué decías?
-Que cómo te marches otra vez de viaje, igual llega el divorcio…
-Eh…está bien, pero mejor lo discutimos a la vuelta, hay un taxi esperándome abajo…
Y todo un planeta por recorrer, pichurri, pero eso no se lo dices, con la esperanza de no hacer la pelota aún más grande, y que, al menos, sea de mutuo acuerdo.
Aunque lo peor de la vuelta a la soltería y a la libertad, es cómo se quedan los geranios de tu balcón, que con tanto viaje tienen que mutar su adn a condiciones saharianas sólo para sobrevivir, resecos y deshojados, olvidados por una vecina que también se cansó de regarlos.
-Si quiere tener flores, qué se quede en su casa, que el muy cabrón está siempre de vacaciones…
Atención, nunca dicen de viaje, dicen de vacaciones. Son precios a pagar, quizá no se pueda tener todo…
Pero, eso sí, seguirás viajando y escribiendo chorradas desde la cubierta de un barco africano que atraviesa la caliente, densa, húmeda y olorosa noche tropical de un Lago Volta cualquiera.
Sabrás lo que es eso.
Y, no dramaticemos, tampoco es para tanto lo perdido, ni los sacrificios, ¿piensas que a Santa Teresa de Jesús le pesaban los votos de obediencia, castidad y pobreza cuando entraba en comunión total con lo divino?
Si hace falta que alguien me pase un látigo y me flagelo.
Hace cuatro días llegué a Ghana. Y pasé de anodino a destacar. De invisible o casi, a ser el blanco de todas las miradas.
Un obruni. Un blanco.
En África se llama a las cosas por su nombre. Un blanco. Un negro. Un chino.
¿Pensar en ponerles otros nombres podría ser la primera señal de considerar al otro peyorativamente?
Tanto que hasta no nos atrevemos a llamarlo por su nombre.
– Hola blanco, ¿buscas taxi?
Me encanta.
Además no se qué narices tengo yo de caucásico, si no estuve en el Cáucaso en mi vida (aún)…y si es que se refieren a mis antepasados, ¿les importaría remontarse hasta nuestra querida y común abuela Lucy?, es africana y me gusta más…
Y si ya nos vamos a las mezclas nos podemos volver locos, qué nombre ponemos a una persona nacida, por ejemplo, de un tunecino andalusí y una tamil de Malasia…
El amor de mi vida es re-mezclada y no hay otra más guapa en el mundo entero. Entonces o nos olvidamos de los colores o nos llamamos por lo que somos pero, por favor, sin eufemismos, que uno ha de estar bien orgulloso de que se es.
En el aeropuerto me esperaban dos preciosas jovencitas con un cartel que llevaba mi nombre. Es la primera vez que hago esto. Si llego a saber que las que sujetan mi nombre iban a ser tan guapas lo hubiera hecho antes. Normalmente los tipos que veo en los aeropuertos sujetando nombres suelen llevar bigote, y tienen aspecto de llevar la última semana durmiendo en el coche.
Era un servicio que iba incluido en el precio del hotel. Eso y el taxi hasta la guesthouse.
Se llaman M y L. Dos chicas africanas, porque, todo hay que decirlo, África es chica. Da igual que a África se le llamase Áfrico, seguiría siendo femenino. Porque quien mueve África, quien es África, son las mujeres.
Lo dice tooodo el mundo, pero porque es verdad.
Trabajan, sacan la familia adelante, estudian, son grandes emprendedoras, mueven el dinero, hacen los negocios, soportan al marido de turno, son independientes –y a la vez todo depende de ellas-, tienen un montón de hijos, cuidan de ancianos y enfermos, y ríen, y ríen y ríen, llenando el mundo de alegría. Y de color.
Porque el color también es africano. Sirva de ejemplo una escoba.
En Europa para poder vender una escoba se necesita que sea funcional y barata.
En África para poder venderla además tendríamos que pintarla con tres franjas.
Naranja, roja y verde.
Fosforitos, por supuesto.
Porque la belleza importa, y los colores son belleza.