EN SIBERIA: PAPÁ, AGÁRRATE LA AORTA
Nelo | October 29, 2017En nuestro viaje en el transiberiano siguiendo la línea BAM, un recorrido único y alternativo al transiberiano más clásico, en el que incluso en pleno agosto no encontramos nunca ni un solo extranjero, rodeamos el Lago Baikal por el norte llegando a Severobaikalsk, donde pasamos unos días en esta ciudad mediana clavada en pleno corazón de la Siberia Oriental.
Centro de Severobaykalsk una tarde cualquiera de verano.
Rodeada de montañas y bosques, es un oasis humano y urbano en medio de una Siberia desmesurada e implacable, lo salvaje se extiende por unos trece millones de km2. Uno se da cuenta de ello en cuanto se abandona la ciudad por una típica carretera siberiana, cuando explota frente a tus sentidos la contundencia de la naturaleza en general y de la profundidad de su foresta en particular.
Siberia no es un lugar suave, aunque en ciertos momentos de sus días más veraniegos sí lo pueda parecer, cuando no llueve, ni te asas de calor, ni te desesperan los mosquitos, cuando el mundo parece amable.
Pero es sólo una ilusión.
No puede ser suave, blanda, o poca cosa, por razones climáticas, geográficas o simplemente demográficas. Sólo el territorio siberiano es más grande que Europa y Estados Unidos juntos, su población está muy por debajo de los cuarenta millones de habitantes de un país como España, y muchas de sus ciudades tienen temperatura media anual de 20º bajo cero.
Pero que nadie se desanime, aunque Siberia pueda parecer una tierra indómita y empotradora con aliento a vodka, y ése es para mí uno de sus mayores atractivos, además se deja, sin dudarlo, y los trenes transiberianos son la clave de ello, recorrerla acariciándola, dejándose meter mano con calidez –por muy disparatado que pueda parecer- e incluso con ternura.
Cuando levantes su falda, ella te garantizo que sonreirá, parpadeará y se le dilatarán las pupilas. Todo depende de tu forma de aproximarte, no será lo mismo recorrerla en bicicleta –que imagino una auténtica odisea de supervivencia, valor y paciencia- a ir tomando trenes tranquilamente junto a tu padre y tu hija durante algunas semanas de finales de julio y principios de agosto.
Un bosque, dos niñas que no hablan un idioma común pero se entienden, y una piedra a la que darle patadas. No hace falta nada más.
En primer plano, ofrendas buriatas.
Siguiendo esta fórmula consistente en escasa pretensión viajera, y enarbolando el estandarte de la fugacidad, hoy, último día de nuestra corta estancia a orillas del Baikal, vamos a intentar llegar a unas fuentes termales que no sabemos, ni sabremos nunca, cómo se llaman o dónde están.
La culpa la tiene el alfabeto cirílico y mi ausencia absoluta de ganas de calentarme la cabeza. Así que la chica del pequeño hotel dónde nos alojamos me escribe un papel en ruso con el nombre del sitio y el número del microbús correcto. No es una mala técnica, ni tan siquiera has de hablar, te paseas con el papelito escrito sonriendo, me recuerda a los que sufren falta de memoria y se pasean con un cartel colgado al cuello diciendo quienes son y dónde viven.
El microbús lo encontraremos después de una loca carrera en un taxi de cristales rajados bajo una lluvia que viene de un cielo bajo y gris, del mismo color que el lago o incluso la ciudad, porque cuando el sol se va, toda Rusia parece tener miedo al color, como si no quisiese llamar la atención.
Incluso los colores artificiales que venden en sus tiendas de pintura perecen temerosos de resaltar, de brillar o de llamar la atención, manteniéndose siempre los colores pastel, color “water” me digo a mi mismo en un no demasiado brillante ejercicio de creatividad. Los colores del baño de mi abuela en los años 70. Rusia vive en las antípodas cromáticas respecto a otros lugares del planeta como África o la India.
Representación cromática de lo artificial, todos los colores de Rusia en unas simples escaleras de Javárovsk.
La carretera es una pista embarrada y resbaladiza con los suficientes baches como para ver rebotar a mi padre de 82 años como si estuviese en una atracción de feria durante dos largas horas, con la consecuente preocupación de que se le salga la aorta del sitio.
Yo en cambio lo paso bien, los caminos con baches me relajan, me dan sueño, y siempre me hacen pensar que me dirijo hacia algún lugar interesante y remoto.
Hasta que llega el típico qué carajo hago yo aquí, pueden pasar muchas horas y muchos baches de gozo intenso, y aunque esta vez sólo sean dos horas, ver a mi padre dando esos saltos hace que cruce los dedos.
En los árboles hay trozos de tela puestas a modo de ofrenda por los buriatos, los habitantes de esta república de Buratia, de origen chamánico y curativo, al igual que las aguas termales. El “balneario” era una casa de madera con una piscina a cielo abierto en su parte posterior divida en dos, agua caliente y agua casi hirviendo, en un recinto vallado donde se encuentra también una pequeña capilla de madera. El comentario de mi padre fue: Esto parece una secta.
Algo pequeño y podríamos decir cutre, retozamos en agua caliente el tiempo que podemos en verdadera intimidad con rusos y rusas en bañador.
Estos rusos en remojo son amables, intentan comunicarse con nosotros y lo hacen en la medida de lo posible. No mucho.
Nos sorprende que haya una tela en la valla impidiendo la visión del fantástico paisaje montañosos siberiano, pero debe ser en busca de privacidad y puede indicar que el lugar es más sanador que lúdico-festivo. Nos sirve no sólo para darnos un baño calentito en plena Siberia, sino para darnos cuenta, cómo pueden pasar un día de asueto las familias siberianas de la cercana ciudad remota de Severobaikalsk.
La furgoneta que nos lleva de regreso a la ciudad salta en los baches tanto como en la ida, pero coloco a mi padre en la parte delantera, y no debo temer tanto por su aorta. Se detiene de vez en cuando a recoger gente que viene desde los profundos bosques. Llevan cubos de plástico llenos hasta los topes con bayas silvestres.
Nos despediremos del lago Baikal bajo un ligera llovizna y con la promesa, en mi caso, de verlo en invierno, cuando se puede conducir por encima del hielo.
Mañana regresaremos al también traqueteante mundo de los trenes, y seguiremos nuestro viaje rumbo al Lejano Oriente Ruso, persiguiendo nuestros sueños de conocer la ciudad de Khabarovsk y besar al Pacífico en la mítica Vladivostok.
Pero para ello aún nos quedan miles de kilómetros de tierras indómitas.
Hay personas que creen no merecer el amor.
Se suelen dirigir hacia los espacios vacíos,
para así tapar las brechas del pasado
Hacia rutas salvajes