2ª PARTE, EL NORTE DE IRAK CON MOCHILA. ATRAVESANDO TURQUÍA
Nelo | October 15, 2017Esta vez la despedida de la niña y de mis padres fue muy dura. Me escuece tanto aún ahora al escribir… Sí quieres por qué, es recomendable leer el capítulo anterior pinchando aquí.
A la niña, antes de irme, le digo una cursilada del estilo: Un pez debe nadar, un pájaro volar y un viajero viajar.
Mi madre, con un hilo de voz me dice: Es tu vida, y has de vivirla, aguantaré.
Mi padre me da 100 euros como si fuera un niño, mientras llora, como un niño.
El vuelo anodino, otro vuelo más. Que las azafatas le sonrían a uno no tiene ningún mérito, es como si una meretriz alabara lo guapo que eres, que la policía lo haga ya lo tiene un poco más. Escala en Roma bajo la lluvia. Intento dormir en el aeropuerto de Atatürk antes de lanzarme a Estambul. Igual me da dormir en un gran hotel con una gran cama, estoy condenado al insomnio.
Me arrebujo en un banco duro bajo potentes focos de luz, no hago nada, solo espero a que amanezca. Pasa una mujer negra, gordita y simpática, me pregunta si lo estoy pasando bien, y yo, idiota, le respondo que sí. Mientras se marcha me dedica una sonrisa radiante. La tersura de su piel y su enorme trasero hubieran podido salvarme de otra noche desangelada, pero sólo soy un desgraciado bajo unos potentes focos, como un escaparate de la desolación.
A las 5 de la mañana pasa un tipo con un carrito eléctrico, música incorporada a tope y una rosa en la mano.
Pero llega el día y la frenética Estambul. En el tren hablo con un vienés de origen turco que paga el billete a dos mochileros belgas que viajan con un bebé.
Estambul, todas fotos son de otros viajes porque en éste me robaron la cámara.
En el barco a la estación de trenes conozco a Altan, es camionero, pasamos la travesía del Bósforo hablando entre los graznidos de las gaviotas, banda sonora marítima de esta gran ciudad, me da un pastelito hecho en casa por su mujer, también me quiere dar una botella de agua pero no acepto, me susurra que cualquier rincón de Estambul lo tiene controlado la policía con cámaras, me señala dos barcos de Guatemala retenidos por asuntos de droga, me cuenta que su papá es de Trabzon, a donde yo me dirijo en busca de mi visado para Irán. Mientras me habla de las relaciones turcas con sus vecinos, llegamos a Haydarpasa, la estación de trenes a pie de mar diseñada por los alemanes.
Una vez allí veo que desde Haydarpasa ya no parten trenes hacia Ankara. No los hay porque están construyendo uno de alta velocidad (2012). A la mierda todos esos pueblecitos que ya vi en viajes anteriores, muchos de ellos comunicados sólo por tren, a favor de cuatro pijos de la capital que si quieren ir tan rápido podrían volar.
Haydarpasa, una estación de tren a pie de mar.
Un hombre me acompaña toda una colina hasta llegar a la estación de autobuses de Harem, me deja en la puerta y se marcha, me compro un billete para el siguiente autobús a Ankara. En el autobús un azafato me da un vaso de agua empaquetado y me riñe por descalzarme, no me han cantado los pinreles en la vida, pero encuentro absurdo decírselo y obediente, me vuelvo a calzar.
Las afueras de Estambul me dan la sensación de estar en un país más avanzado que España, la ciudad tarda mucho en desvanecerse dejando paso a los montes llenos pinos y campos de cereal..
Paramos a comer y en el momento de bajar del autobús caigo a plomo sus cuatro escalones. Me quedo sentado en el último. La caída es tan fuerte que ninguno reímos. Justo cuando estoy sentado intentando respirar, un cajón del autobús, siguiéndome en mi caída, me pega en la cabeza. Como en los dibujos animados. Veo las estrellas. Mi karma debe estar enfadado conmigo, últimamente no debo ser bueno, pero lo intento, hago lo que puedo querido karma, tampoco hay que ser tan drástico, por ahí hay un montón de pendejos desalmados en los que podrías centrarte, pero te gusta cebarte en mí. De acuerdo karma, acepto la apuesta, a ver quién puede más. Sí, ya sé que tengo la guerra perdida. Los chóferes y el azafato, asombrados ante mi descenso infernal se deshacen en amabilidad hacia mí.
Es mi segundo día de viaje pero ya tengo ampollas de una gran caminata que dí por Roma, una herida en el tríceps producida por la caída, y un chichón en la cabeza por culpa del cajón asesino. Eso sin contar cómo me siento por dentro por haber dejado a la familia tal como estaba.
En fin, todo alegrías. Qué bonito que es viajar.
Una vez en Ankara almuerzo un tavuklu pilau que no es sino un arroz con pollo. Estoy convencido que el arroz con pollo introduce un chute de optimismo al viaje, y yo lo necesito, el color del mundo cambia tras ingerirlo, el planeta es siempre más agradable después de un buen arroz con pollo, con permiso de los vegetarianos.
No es la primera vez que estoy en Ankara, hace un año me sorprendió aquí la tormenta de nieve del siglo en el país, intenté en vano que me dieran un visado para Irán o para Siria, pero ambas embajadas me dieron con la puerta en las narices, acabé plantándome en la frontera con Siria y me dejaron pasar, terminé el viaje en Egipto, todo por tierra. –Nota: al principios de 2011 Siria era un país en paz, yo salí de él justo el primer día que comenzaban unas revueltas que acabarían en la terrible guerra que todos conocemos. Si quieres saber más pincha en los links azules.
Así que ahora voy a intentar la visa de Irán en Trabzon, me han dicho que se consigue en una mañana, sino me la dan tampoco es tan grave, porque básicamente me la trae floja dónde ir.
Compro un pasaje en tren hasta Erzurum con derecho a litera por unos 20 euros al cambio en un camarote compartido. Me tocan dos abuelos simpatiquísimos con los que me entiendo por gestos. Decido cenar en el restaurante, tortilla y refresco por 2 euros. Me estoy pasando con los lujos. ¿Me estaré aburguesando?
En mitad de la noche veo a un abuelo mover al otro para que no ronque.
Turquía sigue verde pero conforme se avanza hacia el Este cada vez menos, escasean los árboles y empieza a imponerse la estepa.
Todos, absolutamente todos los turcos que he encontrado son exquisitamente amables, no es país de zafios prepotentes que se creen que lo saben todo, y el nivel de vida se ve muy aceptable. Y eso que no sé decir ni hola, ni adiós, ni tan siquiera gracias, ni sí, ni no. Teniendo en cuenta que ya he venido varias veces y que la teoría me la sé –aprender 10 palabras al día de un idioma nuevo durante 10 días y juntar 100 palabras, con 100 palabras eres el rey del mambo- debería darme vergüenza.
El viaje de Ankara a Erzurum en tren dura algo menos de 24 horas. He pasado buena noche por fin, tal vez por estar cansado, tal vez por unas pastillas nuevas que me recetó mi médica cuando le pedí algo que tumbara a un oso, y en cuya caja pone que hay que tomar tumbado no vaya a ser que no se recuerde nada antes de dormir.
Me despierta la luz del día y los gritos de los niños del compartimento vecino. No me han molestado mucho pese a ser muy gritones, y debe ser porque mi nivel de tolerancia ha subido mucho desde que tengo la niña, no es que los disfrute, pero casi ya no tengo instintos asesinos y ni tan siquiera me apetece amordazarlos mientras golpeo a sus padres.
Antes de la niña, me enseñó mucho a este respecto un amigo que tenía en Sidi Ifni, el cual decía que le gustaba despertarse en casa mientras escuchaba la algarabía producida por sus numerosos retoños, claro que, como se había pasado media vida entrando y saliendo de la cárcel tenía excusa, asociaba eso a la libertad. Él estaba a otro nivel. En la liga que yo jugaba los niños eran de todo menos el símbolo de la libertad.
Los niños gritan cada vez que atravesamos uno de los numerosos túneles que tiene esta ruta, cada vez más árida pero casi siempre siguiendo ríos caudalosos, al menos ahora en primavera. En eso hasta los envidio. Siento que he perdido las ganas de gritar cuando cruzamos algún túnel. Y eso no me gusta. Me gustaría querer gritar e incluso hacerlo sin poder remediarlo.
-Aaaahhhhhhhhhhhhh!!!