VIAJAR Y LOS UNICORNIOS ROSAS
Nelo | June 8, 2017San Petersburgo. Rusia 2017
Basta pasear una tarde de domingo invernal por la Nevsky Prospekt, aorta del centro de la antigua capital rusa antes de que la revolución la encontrara demasiado refinada y elegante, para que el San Petersburgo más ocioso se arremoline a nuestro paso.
Desfile incesante de chicas guapas y rusos con la cabeza grande bajo un cielo plomizo y sin concesiones, con un horizonte de palacios y chimeneas que vomitan humo y del que cuesta creer que tras él se encuentra el Báltico.
Asomaremos nuestras narices, con el consiguiente peligro de congelamiento, al Rio Neva, gris oscuro, fangoso y oleoso. No sería la primera vez que en San Petersburgo se pierde una nariz, podéis preguntar a Gogól, (no confundir con Google)
Si no tenemos la oportunidad de pasar una larga temporada en ella, sino que nuestra estancia será corta, diremos palabras al caminar como monumental, ornamental, colosal, imperial, excepcional, magistral, y tal y tal. Soplaremos de frío y emoción, y seguiremos nuestro camino hacia otras partes pensando que es mejor haberla visto un poco antes que nada.
Si somos lo suficientemente cretinos y poco imaginativos diremos de ella cosas horribles como que es la Venecia del Norte, la París del Este y otras chorradas por el estilo, lo que viene a demostrar un pestilente egocentrismo cultural de occidente, el mismo que cree que gran parte del mundo no existía antes de que lo descubriera el hombre blanco de turno, bautizando lo conocido hace milenios en un ejercicio de pura ignorancia y tremenda prepotencia, entre otras cosas.
Y a continuación decimos que las comparaciones son odiosas, y nos quedamos tan panchos.
La pregunta entonces sería ¿por qué si sabemos que las comparaciones son odiosas nos pasamos la vida comparando? ¿En qué quedamos?
Además San Petersburgo no se merece esto, porque San Petersburgo es incomparable, tan fácil como eso.
Y Venecia tampoco se lo merece. Hay muchas más “Venecias del Norte”, las hay a montones, miríadas de ellas, cada vez que sale una nueva desprestigia a todas las demás, las vulgariza, sólo en Europa se les llama así a San Petersburgo, Amsterdam, Brujas, Estocolmo, Copenhague y Hamburgo. Asia no se libra del sustantivo adjetivado, Suzhou, Srinagar, Bangkok, Udaipur, Hoy An, la lista es interminable. En América, Fort Lauderdale, Tenochtitlan, y la mismísima Venezuela, que toma su nombre de ahí porque ya en los tiempos pasados alguien tuvo esa “original” idea
¿Es suficiente con que haya agua y casas? Exploradores, oficinas de turismo, publicistas, blogueros: ¡Qué derroche de imaginación!¡Menudo nivelazo!
En resumen, en cuanto a cualquier idiota le ponen una ciudad desconocida por delante cruzada por algunos canales, lo suelta. Y lo de París igual o peor, no tiene nombre, qué pesados, quedaos todos allí y dejadme en paz, por favor, qué manía de uniformarlo todo.
Como vemos, viajar también aumenta la intransigencia, en especial la mía.
Y de perdidos al río, viajar también me ha hecho tomar plena conciencia de que este mundo es una mierda, ya está, alguien tenía que decirlo. Es una cosa que empecé a vislumbrar de adolescente, incluso de niño, y que pasan los años y no se me pasa.
Lo que demuestra, en una cadena lógica cada vez más trágica, que tal vez viajar no sirva para nada y nos morimos siendo los mismos capullos que cuando nacimos. Por muchas vueltas que hayamos dado.
Pienso que para viajar debemos disfrazar el mundo porque de otra manera se nos haría insoportable. Probemos a cerrar un ojo, entornarlos, bizquear o ponernos las gafas con el filtro de unicornios rosas activado.
San Petersbursgo desde la cúpula de la catedral de San Isaac parece tranquila, pero es sólo una ilusión. En sus tripas acaban de explotar tres bombas, hay un Kamov en estacionario sobre una de las estaciones de metro y pocas sirenas de policía para la barbarie que se está viviendo en el subsuelo.
Nosotros seguiremos unas horas más ignorantes, sumergidos en la levedad banal de ser turista, o viajero, o lo que nos dé la gana, pero siempre sumergidos en esos mundos de yupi donde todo el mundo es bueno y nosotros unos aventureros temerarios y valientes en una película que siempre acaba bien, beso incluido mientras la cámara se aleja mostrando un impoluto paisaje de bosques nevados, justo en momento en que somos salvados por el The End.
Siria con nombres y apellidos, los simpáticos y asustadizos japoneses siendo arrastrados por las aguas, las chicas que se agarran a una farola para terminar siendo engullidas por el mar en Sri Lanka, las prostitutas callejeras de África occidental, los disparos en los bosques de Cachemira; la lista sería interminable y el dolor insoportable. Guerras y mugre, pero mugre a gogó. Solo hay que dar una vuelta por las costas que no son limpiadas nunca para ver la cantidad de basura infinita que esconden los océanos. El puto protocolo de Kyoto y Donald Trump.
Pero vemos la belleza, centrarse en ella es cuestión de pura supervivencia. Porque sería ridículo que viajar no provocara ese efecto, no solo vamos a comprender lo malo, lo bueno también nos será mostrado. Así el movimiento nos despojará de distracciones inútiles y nos hará concentrarnos en lo bello, si no fuera así sería mucho más agradable darse cabezazos contra una pared. Aunque puede que no haya solución, si de verdad quisiéramos ser consecuentes con el planeta lo mejor quizá fuera buscar una cuerda y un árbol. Un bicho menos que contamina con cada día de su existencia.
Sí, es que viajar también me hace ser muy optimista.
Bajemos el tono y veamos si podemos salvarnos antes de acabar el artículo, pero no creo porque vamos muy mal.
Busquemos más cosas qué podamos encontrar y no nos provoquen urticaria, cagaleras o un agujero en el alma.
Pensemos en la hospitalidad. Contaré algo:
Estamos, ya sabéis la de los ojos marrones y yo, ya lejos de San Petersburgo, en medio de la tundra congelada en un campamento turístico sami, entre Olernegorsk y Lovozero en la península de Kola, ya dentro del círculo polar ártico ruso.
Llevamos por aquí unos días porque pensamos escribir un manual de cómo conseguir no ver una aurora boreal ni de casualidad. Será un buen manual porque nos estamos especializando en ello, cosa que no nos importa realmente, estamos viajando no cazando auroras.
Los últimos turistas están jugando fuera a juegos samis y disfrazándose con ropas tradicionales samis, entretenimiento divertido pero bastante urticante. Leo en libro de visitas numerosas referencias a la hospitalidad dada. Me gusta mucho leer los libros de visita y cualquiera que lo haya hecho puede ver que este tipo de mensajes agradeciendo la hospitalidad es la tónica habitual en cualquier parte del mundo.
¿Hospitalidad cuando nos han cobrado por estar allí? Podría hablarse de buen trato a los clientes o del buen servicio que presta el hotel, pero hablamos de hospitalidad porque así nos parece más bonito a nosotros mismos, nos hace sentir mejor. ¿Autoengaño? ¿Compramos libertad? ¿El buen rollo está en el mercado?
La hospitalidad de verdad es la otra, la de todos los ángeles de la guarda que uno va encontrándose por todas partes, -y en Rusia hay muchos- y que te ayudan a lo que sea porque sí, porque somos personas. No es necesario que sean grandes cosas, un pequeño gesto, un matiz, el que te ayuden a hacerte entender o a que te entiendan, o te traduzcan, te acompañen, te señalen, te guíen, o te adviertan desinteresadamente. Te pagan algo sin que tu lo sepas, o te regalan o no te quieren cobrar. O te sonríen.
O acabas mimado en sus casas como si fueras un maharajá. O te calientan en medio de un frío invierno.
Una mirada puede ser suficiente.
Ahora mismo, en estos precisos momentos, las horas pasan lentas aunque al menos tienen el ritmo que marco golpeando el teclado al escribir. Podrían estar rellenas de cosas peores. Y mejores. Como siempre, bla, bla, bla.
Many times I loved
Many times been bitten
Many times Ive gazed
Along the open road.
Es de noche, madrugada, estoy de guardia, trabajando, la emisora ha permanecido en silencio toda la noche porque ha llovido mucho los últimos días, en la montaña se oye el croar de ranas, afuera está muy oscuro, a veces dejo de escribir y salgo a fumar mientras veo a lo lejos las luces naranjas de la ciudad. Hay murciélagos que cazan revoloteando cerca de mí. Si miro a las sierras la oscuridad y el silencio es total, deberá llegar el calor y el verano para que los grillos busquen pareja.
Los grillos no sólo son capaces de atraer a las hembras así, imagino que por cansinos –no pienso parar hasta que te dé lo tuyo, so grilla-, sino que saben cambiar la orientación del sonido si advierten algún peligro, simulando estar más lejos de donde están.
Como nosotros cuando nos hacemos los tontos.
Cinco de la mañana. Necesito otra dosis de nicotina y alquitrán.
¿Quién entiende nada?
Many times Ive lied
Many times Ive listened
Many times Ive wondered
How much there is to knowLed Zeppelin