TRANSIBERIANO, Y POR FIN VLADIVOSTOK
Nelo | February 3, 2019Antes de viajar a Vladivostok me parecía un mito casi inalcanzable. Había estado siempre en un extremo de los mapas que veía desde pequeño, muy lejana, a 9000 kilómetros al este de Moscú, al final de un mundo extraño y misterioso, casi saliéndose del mapa y prohibida durante gran parte de mi vida, ya que hasta 1992 fue una ciudad cerrada para los extranjeros.
Atractiva por definición, por lugar y por distancia, siempre la imaginé industrial, rara, portuaria, decadente y contaminada.
Pero una vez más Rusia nos iba a sorprender.
Puerto de Vladivostok. Así era como me la imaginaba.
Después de visitarla, junto a mi padre y a mi hija en el final de nuestro viaje transiberiano, puedo decir que nada más lejos de la realidad. En el verano del 2017 se nos descubrió como una ciudad animada, activa, incluso florida y espectacular.
Y así es como es.
Imagino que la percepción cambiará dependiendo de la estación en que se visite, pero al llegar a ella, no solo quedamos maravillados, sino que cambió mi concepción de final de un camino, pasando a ser el principio de muchos otros. Eso espero, al menos.
De meta a salida de carrera, de extremidad a centro neurálgico, Vladivostok puede representar no sólo el principio de cualquier viaje transiberiano que se haga en dirección Moscú, sino también el paso marítimo hasta Corea y Japón, o la posibilidad de viajar a lugares tan desconocidos como la Isla de Sajalin, o el archipiélago de las Kuriles, y por ende a todos los territorios del Lejano Oriente Ruso, inabarcable, incomprensible, un enorme territorio con nombres desconocidos para casi todos, en el que se incluyen estados enormes y variados como la República de Buratia o la soñada Kamchatka, por no hablar de regiones ya casi polares, con tribus supervivientes a base de pescado, -sólo en Magadán hay reconocidas 102 entidades nacionales, sólo Chukotka es el hogar de nativos chukchis, yupiks siberianos, coriacos, chuvanos, evenks/lamutos y yukagirs, -pero quiénes son estas gentes, qué secretos esconderán, cómo serán sus vidas-.
En rojo, Distrito Federal de Lejano Oriente en la Federación Rusa.
Enormes territorios bañados por mares como el de Bering, el Mar de Ojotsk o el mismo Océano Ártico; con ciudades de difícil acceso terrestre, inaccesibles excepto por vía aérea o por ríos congelados en invierno por los cuales se conduce. Las pocas carreteras están desechas y han sido construidas encima de los huesos de quien morían en este empeño, como la ya más conocida Ruta de los Huesos.
Y por supuesto, y menos mal, tenemos el transiberiano, en cualquiera de las dos variantes rusas, la línea habitual en rojo, y la olvidada línea BAM en verde.
Si deseas más información sobre el desconocido BAM transiberiano puedes pinchar aquí.
También puedes leer las entradas correspondientes a cada ciudad pinchando en el nombre de cada una de ellas en nuestro recorrido transiberiano: Moscú, Ekaterimburgo, Severobaikalsk, Tynda, Khabarovsk, Vladivostok.
Mis artículos siempre son un poco sui generis, pero si lo que necesitas es información práctica del transiberiano puedes pinchar aquí: Cómo hacer el transiberiano por libre y barato.
Estación de trenes en Vladivostok.
Considerando la relatividad de las distancias, Vladivostok podría considerarse la capital de estas regiones tan grandes como un continente, y si se desea ir aún más allá, ya que siempre acabamos mirando el horizonte, existe además un posible cruce aéreo del estrecho de Bering.
Conocí en el hostal una pareja que me explicó este cruce, me dijeron un lugar que alcanzar desde Vladivostok, no recuerdo dónde pero no tiene que ser tan difícil de encontrar información en Internet, en el que en época estival, una avioneta partía sobrevolando el estrecho de Bering llevando pasajeros a Alaska.
Mi cabeza bulle ante tantas posibilidades, siento mariposas en el fondo de mi mochila y me palpita el pasaporte.
El faro Eguersheld en Vladivostok es lo que yo considero la parte más lejana hacia el este que se puede alcanzar por tierra y la guinda perfecta final para un viaje en el transiberiano.
Aunque lo de por tierra es un decir y depende de las mareas. En invierno me gustaría caminar sobre el hielo hasta él.
Terminar el transiberiano de esta manera tiene algo de liturgia bautismal.
Y así Vladivostok pasó en mi imaginario de ser el extremo del mundo a su médula. Vaya con las perspectivas.
Lo que viene a reafirmar mi idea de que los hindúes quizá tienen razón, todo es maya, una ilusión, en realidad nada existe, ni centro ni extremos, ni norte, ni sur, -basta con girar el mapa- no siendo más que puntos orientativos para no volvernos locos. No hay día ni noche, solo una bombilla encendida dando luz a una piedra rugosa que gira sobre si misma flotando en un fondo realmente desconocido. En ella cualquier hora del día es posible en un mismo momento. Por eso fraccionamos, si nos la meten entera duele demasiado y nos quedamos desconcertados, inventemos espacio-tiempo y otros trocitos más pequeños para salir del paso, pero pasando de infinitos y de eternidad, menudo vértigo, mejor la inmensidad, que ya la tiene suficientemente grande.
Así que descompongamos el espacio sideral, fijémonos solamente en una de sus motas microscópicas flotantes, y volvamos a Rusia, hagamos nuestro propio universo dentro de un átomo y paseemos como electrones curiosos por su corteza.
Hora punta en Vladivostok.
Vladivostok ya no alberga el grueso de la Flota del Pacifico rusa pero ha sabido canalizar este hecho hacia lo turístico, y a orillas de su puerto es posible visitar por dentro tanto un submarino como una cañonera, que aderezados con algún que otro buque de guerra cumplen bien las expectativas de los visitantes que llegamos aquí con el sentimiento de espías a flor de piel.
Hacer fotos como ésta es una manera bastante efectiva de meterse en líos. En cambio al submarino S-56 se le pueden hacer todas las fotos que quieras y se puede visitar por dentro.
Me recuerda a los supositorios que me ponían de pequeñito.
El Submarino S-56, fue botado el día de Navidad de 1939, participó en ocho patrullas a lo largo de la segunda guerra mundial, hundiendo según los informes rusos cuatro cargueros, un buque cisterna, una nave de patrulla, un destructor y un dragaminas. Y según los informes alemanes un petrolero, un buscaminas, una nave de patrulla, y un mercante, siendo seriamente dañado y casi hundido en multitud de ocasiones de las que se libró por los pelos, para el que le gusten estas historias puede encontrar más información detallada online sin demasiada dificultad.
Mi viejo, “el comandante”.
Tras la guerra fue uno de los primeros submarinos soviéticos en completar la vuelta al mundo, hecho que alcanza su verdadera dimensión después de visitar su interior.
¿Dar la vuelta al mundo aquí?
No está mal, he dormido en albergues de mochileros peores, y el olor debe ser el mismo.
Me recuerda a la sleeper class de los trenes indios.
Y cuando ya estaba mayor, en 1964, se le puso a trabajar como buque de prácticas no siendo hasta 1975 cuando se varó y se convirtió en museo. “”junto a la sede de la flota del Pacífico en Vladivostok, donde se encuentra actualmente.
Si yo pilotara uno también tendría cara de pasmao.
Interesante el paso de lo militar y secreto, a lo turístico y por lo tanto exhibido, yo creo que todos salimos ganando.
Donde antes retumbaban las cargas submarinas y el zumbido de los torpedos, ahora se escucha el sonido de las risas nerviosas de los turistas teléfono en mano.
También en el puerto, cerca de él, se puede visitar el Krasniy Vímpel, un buque apodado “Aurora del océano Pacifico” fabricado en 1910, que junto al submarino S-56 forma el conjunto “La gloria militar de la Armada del océano Pacífico”. Los rusos no se cortan un pelo en ponerle nombres rimbombantes a todo, por todas partes hay ejemplos de ello.
El “Aurora del Océano Pacifico” sobre las aguas del puerto de Vladivostok, al fondo el hotel Hyatt Regency y el Puente del Cuerno de Oro.
Sirvió de barco de correos y pasajeros, cuando llegó la revolución en Rusia en 1917 su tripulación se declaró soviética, pero presionados por las persecuciones de los guardias blancos, partió para Shanghái donde pasó dos años. Después regresó a Vladivostok, y pasó a formar parte de la Marina.
Lo armaron con cañones y sirvió para la vigilancia de las aguas territoriales de la Unión Soviética, actuó contra cazadores furtivos, y navegó en expediciones científicas.
En la segunda guerra mundial, realizó tendidos de cables submarinos. En 1958 “Krasniy Vímpel” fue anclado de manera definitiva en la bahía Zolotoy Rog (Cuerno de oro, como en Estambul, pero en Vladivostok) alcanzando el presente como museo conmemorativo.
Me gustan las grúas del fondo.
Después de esta inmersión turístico-militar seguimos paseando; los jardines con flores, las minifaldas, las melenas rubias, y las sonrisas de los numerosos turistas chinos, acaban de quitarle toda gravedad al asunto, dando la sensación de que cualquier tiempo pasado no fue mejor.
Monumentos de Vladivostok.
Todo ello con un inconfundible aroma ruso que todo lo envuelve, con ese toque exótico-industrial y superviviente que me vuelve loco.
Vladivostok, excepto el abundante turismo chino y coreano junto con unos pocos viajeros con el culo en forma de asiento de tren, apenas recibe viajeros occidentales, y no digamos ya los territorios que la rodean y los arriba expuestos. Por mí genial, que sigan concentrándose todos en Tailandia. Me gustan los lugares raros y si son demasiado visitados dejan de serlo.
Además está el añadido de haber conocido Vladivostok junto a mi padre y mi hija. Pocas veces tres generaciones de una misma familia realizan viajes de tal envergadura, y huelga decir que son totalmente recomendables y dignos de colocar como prioridad vital.
Así que ya sabes, tic, tac, tic, tac…