SIBERIA CON MI PADRE, MI HIJA, SU MUÑECA, Y UN GLOBITO
Nelo | October 8, 2017Recorriendo Siberia en el transiberiano.
Ekaterimburgo nos sirvió como muestra de una gran ciudad siberiana, Severobaikalsk, al noreste del lago Baikal en la república de Buratia, nos servirá para conocer una pequeña.
Fundada en 1974 con la construcción de la línea transiberiana BAM (Baikal Amur Magistral) a base de barracones y remolques para trabajadores, hoy en día unos 26.000 habitantes permanecen en ella, después de sufrir una caída en su demografía con la desaparición de la URSS y la fuerte crisis de los años 90.
No haremos grandes cosas en ella el poco tiempo que pasamos allí. No conoceré sus bajos fondos, ni me emborracharé con sus pescadores y policías, no veré bailar a sus meretrices, ni conoceré su perspectiva urbana mientras arrojo mis excesos etílicos desde alguna de sus esquinas, no romperé sus leyes, ni me moriré de pena cuando amanezca, no me perderé en sus profundos bosques, ni me meteré en sus lugares prohibidos.
Se acabó caminar por el filo de la navaja de momento. Viajo con mi padre de casi 82 años, y con mi hija y su muñeca.
La cuarta pasajera del transiberiano. Es fuerte tener que mostrar esto en un blog de viajes de un tipo que va de lobo solitario del desierto, pero hay algo aún más terrible: pronto echaré de menos cuando jugaba con muñecas…
Como si eso no fuera suficiente, para visitar la ciudad, andando por supuesto, tengo que sobornarla con un globito de helio rosa.
El globito en cuestión. Tuve que comprárselo porque decía que estaba cansada después de 52 horas de viaje en tren junto a 50 rusos y que no quería andar. Tampoco es para tanto…
A la mañana siguiente, y frente a la disyuntiva de tener que liberar el globito al gran cielo siberiano o subirlo al tren, decidió tragarse el helio y recitar las palabras de ruso que ya sabía con voz de gili.
Decía lo de que se acabó andar por el filo de la navaja porque hacer el transiberiano en familia ya supone de por sí suficiente aventura para que además le tenga que poner aditivos o potenciadores de sabor. Siberia también se deja querer aunque sea de puntillas, sin romperte la camisa y sin grandes pretensiones, mientras se la acaricia castamente.
Severobaikalsk también creció deprisa, pasó de campo de trabajo en 1974 formado por chozas de madera y vagones de tren a una ciudad de 34000 habitantes de los que hoy en día sólo quedan 25700. De todos ellos sólo un 10% son buriatos.
Mi padre vestido de buriato. Cuando le he pedido permiso para poner esta foto aquí, me ha dicho:
-Puedes ponerme de lagarterana ¡Qué más da!, lo serio lo llevas en tu interior, lo demás no importa.
Viendo el estado de los edificios y de sus calles es imposible imaginarse una ciudad joven. Si acaso es una joven con vejez prematura, una niña-abuela, con cara de anciana, como esas personas que aún conociendo su edad parecen más mayores porque la vida las ha zarandeado hasta oxidarlas.
Tal vez esa impresión sea aún más fuerte bajo un cielo plomizo y encapotado, como cuando te presentan a alguien en un callejón oscuro, después saldrá el sol, y veremos la ciudad de otra manera, como si a esa persona del callejón la viésemos en el cumpleaños de sus hijos partiendo la tarta de chocolate y ayudando a soplar las velitas.
En sus avenidas y plazas, aunque con una incesante actividad en mercados y en el centro, flota un aire de dejadez y melancolía, el extraño encanto de lo decandente, conocido por muchos viajeros, y que puede encontrar su explicación en el concepto wabi sabi japonés.
Viéndolo de esa manera Severobaikalsk será otro “nothing to see”, pero, como siempre, sólo para aquellos viajeros que no sepan mirar.
“Nothing to see” es lo que verán unos ojos necesitados de un lugar lleno de chorradas para turistas y de actividades para aquél que no se aguanta a si mismo, ni tan siquiera estando de viaje.
Pero en Severobaikalsk se verá, además de nada más ni nada menos que una ciudad mediana siberiana, un lago Baikal en todo su esplendor y sin un solo turista incluso en pleno agosto, todos agolpados en la orilla sur del lago, relativamente cerca de Irkutsk, donde la corriente más poderosa del transiberiano los ha depositado, canalizando a casi todos hasta la isla de Oljón, ya que la consideran un “must”. No seré yo, sin haber estado, quien ponga en cuestión esa ruta, pero me rechinan esas putas palabrejas anglófilas.
Debo estar haciéndome viejo, o los demás gilipollas. Y mucho me temo que son ambas cosas.
De momento los coches no entran en el agua, pero lo harán unos meses más tarde, cuando es posible cruzar el Baikal sobre el hielo, formándose una carretera sobre él por la que circularán hasta camiones.
Severobaikalsk, mostrada sólo a los pocos viajeros que eligen la línea BAM para hacer el transiberiano, rodeada de bosques y montañas, es un oasis humano en medio de una Siberia indómita por definición y sobretodo por extensión.
Una ciudad de gente amable, donde cada amanecer, en la playa de al lado de la base militar de debajo del hotel donde nos alojamos, decenas de botes hinchables salen a pescar cada día permaneciendo en una inmovilidad casi total hasta la puesta de sol. En el mercado local es fácil ver estas embarcaciones de color negro, incitando a la imaginada vida romántica del pescador en manos del azar o la providencia.
Paseamos por las pedregosas orillas del cristalino lago y la niña encuentra una botella con un mensaje dentro.
Encontramos una botella con mensaje, qué emocionante.
La abrimos, pero en el papel apenas quedan rastros de escritura, lo demás ha sido borrado por el tiempo y la humedad.
-¡Mierda!, se borró.
De todas formas –le digo a la niña para consolarla- el mensaje estaría escrito en ruso y no hubiéramos podido entender nada. Nos alejamos caminando algunos kilómetros mirando el lago y casi en silencio. Pienso que encontrar una botella con un mensaje dentro y que éste esté borrado me parece el colmo. Como lo raro dentro de lo raro.
Simplemente un náufrago, Una isla perdida en el mar, Otro día solitario, Con nadie aquí más que yo, Más soledad, Que la que ningún hombre pueda resistir, Rescátenme antes de que caiga en la desesperación, Enviaré un SOS al mundo
Message in a bottle. The Police. 1979
Tal vez algún náufrago sigue hoy perdido en medio de alguna minúscula y aislada isla del Baikal mientras escribo estas líneas, fumo tranquilamente y me rasco donde me pica.
Salí a caminar esta mañana, No puedo creer lo que vi, Cien mil millones de botellas, Arrastradas por el mar en la playa, Parece que no estoy solo en esto de estar solo. Cien mil millones de náufragos, Buscando un hogar
Message in a bottle. The Police.
Norte del lago Baikal.
Seguimos nuestra caminata al atardecer, micciono en el lago y justo en ese momento a pesar de la tranquilidad de la tarde y de su calmada superficie, llegan cuatro olas aparecidas de la nada y me mojan hasta la cintura. Llámese casualidad, causalidad o karma, pero acabo empapado. La niña ríe y ríe hasta olvidarse de la botella. Volvemos al hotel siguiendo la carretera.
-El lago se ha enfadado, papá -Me dice al rato.
-No me extraña cariño, a nadie le resulta agradable que le orinen.
Nuestra propia existencia es contaminante, no importa donde eches tu agüita amarilla. Somos plaga.
El sol se pone mientras caminamos de vuelta al hotel por la carretera pegada al lago, los bosques se oscurecen, trenes de mercancías surcan las laderas de la montaña, parecen serpientes interminables, nos quedamos con la boca abierta esperando su final que tarda en llegar algunos minutos.
Por el ondulado asfalto pasan Ladas tuneados a toda velocidad. Me recuerdan las películas de delincuencia española de finales de los 70, principio de los 80. ¡Dale caña torete!
Suenan de maravilla, mucho mejor que los descafeinados coches actuales, me gustaría subir en uno y pegar unos cuantos trompos en recuerdo de una infancia y adolescencia montado en alguno de ellos.
Busca en la prensa una farmacia abierta
Y en los sucesos si da tiempo si ha caído algún colega
Al loro con la lechera, no nos vayan a parar
Esconde el fusco. Estate tranquilo.
Si se mosquean voy a acelerar
Banzai. Coche rápido en la noche.