MURMANSK, CÍRCULO POLAR ÁRTICO, RUSIA
Nelo | April 20, 2017Murmansk es el norte del norte, el fin del mundo habitado, más allá de ella sólo el Mar de Barents, el océano Ártico, y el Polo, Norte.
Sí, hace fresquito.
Me preguntan qué hago aquí, y a mi solo se me ocurre como respuesta que mientras miraba el invierno de Rusia deslizándose bajo las alas de un avión, en un par de viajes que hice a Japón, resolví que sin duda, tenía que ir a algún sitio donde todo estuviera congelado. Veía tal belleza y esplendor en el paisaje blanco, de bosques, ciénagas, ríos y lagos helados, que me di cuenta de lo irremediable de tener que ver aquello de cerca.
Murmansk es otra última frontera creada por la ambición de los hombres, a principios del siglo XX, deseosos de poder, guerra, dinero y exploraciones.
Historia común para la mayoría de las ciudades, la verdadera particularidad de Murmansk es su posición en el planeta, es el mayor núcleo de población más al norte del mundo, una especie de la Ushuaia argentina pero a la inversa, en el polo opuesto.
Mientras todos sabemos nombrar ciudades ribereñas de los diferentes mares u océanos, casi nadie sabemos decir ciudades ribereñas del Océano Ártico. Haz la prueba.
Fuente Geofizik-Panoramio
Murmansk la capital de la península de Kola, en el ártico ruso, es el puerto de la flota de submarinos y rompehielos atómicos rusos, nada menos que 247 reactores nucleares dicen que reposan por aquí a la espera de ser desmantelados.
Foto Bellona Foundation.
Puerto minero, pesquero y militar, culpable de que en apenas 100 años desde su fundación, una extensa ciudad, enorme para lo que sus condiciones naturales, geográficas y climáticas aconsejan, de unos 300.000 habitantes, con meses y meses de invierno en los que la temperatura se mantendrá siempre bajo cero, siendo habitual los 20º bajo cero y llegando a alcanzar con facilidad los 30º negativos.
Son valores importantes, y desde luego para mí justifican cualquier tipo de consumo de vodka, incluido el compulsivo, ése que destroza el hígado de los rusos; tus gafas se te pueden quedar pegadas si sales con ellas puestas, y tu perro unido por la lengua a la superficie que chupe si es de metal.
Pese a ello la gente sigue haciendo su vida diaria, tratando de ser felices, y como en todas partes, algunos lo consiguen.
Con una actividad incesante, tráfico rodado, escuelas, Murmansk se muestra viva, activa, incluso bajo ventiscas invernales despiadadas, a través de ellas caminarán señores de gorros peludos y gesto sobrio, madres rubias de niños rubios, adolescentes sonrientes y jóvenes que suben a destartalados trolebuses de hace treinta años, que nosotros tomamos con relativa soltura, después de haber hecho el ridículo en el primero de ellos, donde intenté subir por la puerta de delante, mientras el conductor me miraba impasible agarrado a su volante, sin hacer nada.
-Cari, este tío es tonto, me mira y no me abre.
-Churri, aquí solo hay un tonto y eres tú, se entra por detrás.
Y es que la parte delantera del trolebús la ocupa una cabina solo para el conductor, y que está cerrada para el resto de pasajeros. Esto explica por qué el número de homicidios de conductor de autobús no crece de manera endiablada, los salva de un merecido asesinato debido a su nula consideración hacia el pasajero tanto al acelerar como al frenar, lo que te obliga a mantenerte agarrado a cualquier cosa, más tenso que la vena del cuello de Steven Seagal.
Y así, tienes que enroscar tu brazo como una anaconda a una barra de hierro, meterte las manos en los bolsillos, y sacar los 28 rublos que cuesta el billete. Te lo dará una cobradora siempre de cierta edad, que anda dando bandazos por el trolebús, cayendo por encima de diferentes pasajeros, mientras controla que nadie escape del pago.
No es fácil sacarse las monedas y contarlas, sin sentirse las manos, a 10º bajo cero y con el suelo lleno de barro negro y trocitos de hielo. Al final acabas pagando con un billete para no complicarte la vida con lo que al final del día te aseguro que no se te llevará el viento.
Pese a no ser aptos para pusilánimes, los trolebuses y autobuses van llenos, y aunque aquí los sueldos son más altos que en muchas otras partes de Rusia, no todo el mundo puede tener coche particular, y junto a las marshrutkas, furgonetas que hacen la función de microbús, no existe otro sistema de transporte mejor, ni peor, para moverte por la ciudad, por lo que la gente los utiliza mucho.
Todos ellos viven en los típicos edificios construidos en época de la Unión Soviética, porque apenas se construyó nada nuevo desde mucho antes de la perestroika.
Así la gente se adentra cada día en sus edificios, anodinos por fuera, de viejos portales destartalados, sucios y descuidados, donde las pintadas y el desamparo se adueñan de la penumbra.
Murmansk, ciudad heroica, reza el cartel que apenas se ve tras la nieve.
Portales que por su estado anuncian que el sentido de comunidad de vecinos no es algo demasiado arraigado en las grandes ciudades rusas, portales que pese a su decrepitud están al menos calientes, porque aquí la calefacción llega en forma de agua caliente que por grandes tuberías que entrarán y se repartirán por todo el edificio, sin que nadie gradúe o apague jamás. Esta agua se calienta en unas grandes centrales térmicas de humeantes chimeneas donde se quema fuelóleo.
Chimeneas pintadas de blanco y rojo comunes en cualquier ciudad del norte de Rusia que tiznan de gris el cielo gris.
Suena feo ¿verdad? Pues tiene su rollo, otorga a la ciudad un aspecto de ente vivo, maligno pero superviviente.
El triunfo de la colmena humana frente al invierno, y aunque está claro que son miles de chimeneas las que vierten su contaminación a la atmósfera, no está de más recordar, a los que nos llevamos las manos a la cabeza por ello, que cada vez que arrancamos el coche o circulamos en él, tenemos una de las pequeñitas bajo nuestro trasero.
Lo que tal vez debería invitar a un pequeño examen de conciencia, no muy grande, no vaya a ser que no podamos soportarlo, siendo imposible seguir con nuestras sucias vidas.
Y lo que también está feo, es que sus habitantes pagan una alta cuota mensual por este calor, inclusive en verano, cuando la calefacción no funciona. El impago de estas cuotas puede provocar el embargo del piso.
Por la cantidad de árboles podemos imaginar una ciudad verde en verano, pero pelados y oscuros, ahora son sombras, apenas unos arbustos, como escobas de esparto plantadas en la nieve, cobijo de cuervos y palomas, sorprendentes supervivientes callejeros del invierno.
Árboles que estos largos meses no valen para nada, ni siquiera dan color al paisaje, no protegen del gélido viento, y sólo alcanzan un sorprendente y efímero esplendor cuando la luz artificial los ilumina, o la nieve, en gruesos copos, se engancha entre sus ramas y parecen de algodón.
Blancura brillante, si se tiene la suerte de que en ese momento salga el sol asomándose tímido, cobarde incluso, entre las nubes, antes de desaparecer tras ellas en menos de un suspiro, hasta no se sabe bien cuándo, mientras uno trata de mantener el equilibrio, resbalando por las calles de hielo de esta extraña ciudad, de este extraño mundo, congelado.
Y así, cuando el frío ha conseguido estirar todas las arrugas que los kilómetros se empeñaron en plasmar en el rostro, se congelaron hasta los mocos, y se lleva en la cara una sonrisa debida más que nada a la mueca que indica un principio severo de congelación, descubres que, como diría Bukowski, eres jodidamente feliz.
¿Por qué?
Pues no lo sé, y si lo sé, no puedo explicarlo.
Quizá si le preguntamos a un poeta sadomasoquista nos podría responder, pero desgraciadamente yo de poeta no tengo nada, y como sadomasoquista, sólo soy un principiante.
De todas formas puedo deciros a los que no queráis un final oscuro, que un niño jugando en la nieve también podría darnos una buena respuesta.