GHANA. REZA, BAILA, COME ARROZ CON POLLO
Nelo | November 18, 2014En el avión de la Tap que cruza el cielo sahariano entre Lisboa y Accra las azafatas no dejan de sonreír a todo el mundo, ni de repartir vino.
Sí, sí, de repartir vino.
En los últimos asientos, cerca de donde estoy, se ha formado un corrillo entre ellas y un grupo mixto multirracial. Hablan a carcajadas sobre los mejores locales nocturnos de Accra. Una es la mujer más guapa que he visto en toda mi vida.
Desembarco en el aeropuerto. Los trámites los paso sin dificultad.
Calor sofocante, negrura y humedad es todo lo que saco en claro en el trayecto del avión a mi hotel.
Duermo bien para lo mal que duermo normalmente.
En mi primera mañana en Ghana, estoy en medio de una multitud, en la principal plaza de Accra, la Black Star Square , y ya me he metido en un lío, tengo las dos manos levantadas, en una mano una botella de agua, en la otra dinero, poco, una cantidad simbólica.
Estoy gritando Amén con todas mis fuerzas:
-¡Amén, oh Lord!
Mientras lo hago, no sé por qué, en mi cabeza resuena una y otra vez la misma canción.
One love, one heart
Let’s get together and feel all right
Hear the children crying (One love)
Hear the children crying (One heart)
Sayin’, “Give thanks and praise to the Lord and I will feel all right.”
Sayin’, “Let’s get together and feel all right.”
Whoa, whoa, whoa, whoa
Debe ser el ambiente. Después me llevan hasta el final de una fila:
-Baila- me dicen.
Y me pongo a bailar, o algo parecido. Sólo me miran unos pocos cientos de personas. Y ellos sí bailan bien…
De todas formas no es como la India, que te miran como si fueras un programa de televisión y con la misma intensidad que si les hubieran pagado una fortuna por ello. Aquí son más discretos.
Toda la fila va cantando y bailando, yo no me sé la canción, así que bailo mientras avanzo, no sé que habrá al final de esta cola, pero alucino cuando llego al final y me dan un tape con arroz picante y pollo.
Yo nunca había bailado para que me dieran un arroz con pollo, así, directamente.
Indirectamente creo que tampoco.
Hace ya una hora que estoy en la Black Star Square. Plaza de la Estrella Negra, Accra, primer día en Ghana, domingo por la mañana, una multitud sentada debajo de inmensas carpas.
Ghana se jacta de ser la primera y más consolidada democracia de África.
No sabía ni llegar hasta aquí, sobre todo porque no conocía su existencia, he llegado preguntando por el centro. No había leído casi nada sobre Accra antes del viaje.
Llevo la boca ardiendo porque he comprado a una gente unas salchichas rojas que estaban buenísimas pero picaban como un demonio.
Cuando me acerco a la muchedumbre soy el blanco de todas las miradas, intento poner careto de respetuoso y humilde. Unas mujeres, las más cercanas a mí, me ofrecen una silla para sentarme.
Soy el único de las tres mil personas que aquí estamos que no sé de qué va esto.
Pero, vamos, no tengo ni la más mínima idea.
Estoy entusiasmado, ¿qué pasará?
Hay mujeres y hombres con micrófonos en la mano, se turnan para los discursos. Una mujer joven y madre se dirige a mí:
-Si quieres agua, levanta las manos- Lo hago y un chico que pasaba con una nevera me da una bolsa de agua bien fría.
Al poco rato dice:
-Si quieres una cocacola, levanta las manos.- No quiero cocacola, pero las levanto para que me la den para sus hijos.
Los niños se llaman Benedicta y Edwin, ella se llama Malenda. Todo el mundo a mi alrededor se muestra amable.
El servicio religioso termina.
Sí, esto era una misa-festival multitudinario. No está mal para mi primera mañana en Accra.
Sres. dirigentes católicos, espabilen, tienen la guerra perdida repartiendo ostias y un poco de vino frente a refrescos y arroz con pollo. Tampoco es lo mismo estar de rodillas en un banco de madera escuchando a un señor con túnica, que menear las caderas cantando entre culos bailones y celestiales. No hay manera, qué se les va la parroquia.
El sol aprieta y mi cuerpo sufre la humedad, el calor y las salchichas picantes cuando Malenda me da su teléfono y me dice que la llame, que le gustaría ser mi amiga. Lleva un vestido rollo Agatha Ruiz de la Prada.
Después paseo por la playa cercana a la Plaza de la Estrella Negra.
Cobran una entrada simbólica.
Me asomo al Golfo de Guinea.
El mar suele posicionarme bien geográficamente, como colocar algo en un sitio en concreto, como si me orientara, sobre todo si el viaje es largo y por tierra y llego al mar y me siento como en un borde. En el borde algo, como asomado.
Detrás queda la tierra que uno ha pisado. Suelo envidiar a los marinos que para ellos el borde es la tierra, lo ven al revés. Y me gusta. Mejor mirar desde diferentes lados.
El Atlántico africano rompe aquí con fuerza en grandes olas. Grandiosas y espumeantes, como el mismo océano, como la enorme playa, como el cielo tropical.
Llenas de energía, como los chavales y chavales que a esta hora juegan o descansan, desperdigados, entre la arena, el agua y el viento. El cielo es más grande, el océano es más grande. Todo es más grande.
La playa no está muy limpia, pero paradójicamente, eso la hace más salvaje, y también como más usada. Estoy algo preocupado porque estoy tomando grima a los lugares demasiado limpios y ordenados, como que no acabo de creérmelos, como si me los hubieran preparado para vendérmelos, como si fueran un decorado.
No sé si es que me va lo cutre, yo lo que quiero pensar es que me va lo salvaje, pero no estoy seguro del todo.
Hay un par de chiringuitos, pero llevo aún el arroz con pollo picante que me han dado en misa.
La recorro entera de un lado al otro, soy el único blanco, algo a lo que voy a tener que acostumbrarme de nuevo cuanto antes. La gente me sonríe y nadie me dice nada.
Lleno mis pulmones de aire de mar, abro bien los ojos, no quiero perderme nada de lo que pase, sé que lo añoraré en tardes lluviosas de noviembres lejanos.
Me quito la camiseta, quiero sentirme libre, quiero sentir el sol africano golpeándome, el viento salado de un Atlántico tropical acariciando mi piel, se acabó el encorsetamiento, la gris y preocupada Europa, aquí todo brilla.
Me quemo enterito.
Como un guiri en Benidorm.