RUMANIA, MARAMURES, EL LADO OSCURO TENDRÁ QUE ESPERAR
Nelo | March 28, 2015En Cluj busco un autobús que nos lleve a la montaña, ya que persigo un sueño en forma de cabaña de madera que he visto en una foto en Internet y como no he podido contactar con el dueño, decido que compremos unos billetes de autobús y aparecer por allí. Lo único que sé es el nombre de la cabaña y el del paso de montaña sin pueblo donde se supone que está enclavada, el Setref Pasul, en el límite de la provincia de Bistrita con Maramures.
Pedir al chófer de autobús que te deposite en lo alto de un paso de montaña en los Cárpatos helados de principio de Marzo, sin saber como va a ser, justo cuando anochece y empieza a nevar podría calificarse de arriesgado. Pero la suerte siempre suele ponerse de parte del incauto y aunque no hay rastro de la cabaña soñada, frente a nuestras narices y como oda a la modernidad se encuentra la única construcción de estas montañas, un moderno hotel de madera de tres estrellas.
La distancia hasta el pueblo más cercano, Saçel, es de seis kilómetros cuesta abajo.
Los primeros copos empiezan a caer y la temperatura es de varios grados bajo cero, el paisaje a nuestro alrededor lo calificaré con el típico grandioso, no se me ocurre otro adjetivo mejor. Entramos en el hotel. Hay dos camareras jóvenes, sonríen, son simpáticas:
-No, la cabaña que buscas no está cerca y ha cambiado de propietario, el que la alquilaba ahora vive en Brasov, podéis dormir aquí si queréis…
-¿Qué cuesta?
-110 leis- Veinticinco euros.
La habitación a mí me parece una pasada. Tiene una ducha de esas que te tira chorros de agua justo, bueno, por todas partes.
-Mira, afuera hace frío, nieva, nos la quedamos.
Fumamos un cigarrillo en una especie de escenario donde imaginamos músicos en verano con el típico gorrito de paja de la Maramures y público alegre de sonrosadas mejillas debidas al baile y al palinka, el típico aguardiente de ciruela de esta tierra, hecho normalmente de manera casera en el sótano, en alambiques, de fortísima graduación e ideal para el invierno, de casi inexistente resaca.
La noche la pasamos en una habitación que se me antoja impecable de limpia, bonita, se oye la nieve caer entre el ruido de los camiones que no paran sus motores en todo el rato que descansan en la cumbre de este paso.
Por la mañana bajamos andando los seis kilómetros que nos separan del pueblo.
No hacemos dedo, aunque algún copo de nieve nos cae y hace frío, vamos disfrutando tanto de entrar en la Maramures caminando que ni se nos antoja la idea de subirnos a un coche.
El paisaje de los Cárpatos no decepciona, las pocas casas de madera son muy viejas y están integradas mejorando las vistas, los árboles crecen altos y huele bien, a invierno en los Cárpatos. La actividad agrícola está subyugada a las montañas y no al revés, no hay tractores y sí muchos animales, pasan camiones cargados de leña. Me encantaría pasar un largo invierno aquí.
Hemos saludado al pasar a unos que salían a la carretera con un carro y cuando se vuelven a poner a nuestra altura nos dicen que si queremos subir.
Así en carro, llegamos a Saçel, como Dios manda.
Pienso que a los sitios se debe llegar o andando o en carro, o como mucho en bicicleta, todo lo demás es una oportunidad perdida de haberlo hecho así. Sí, ya sé, yo también ando siempre con prisas, eso es lo malo, pero no veo ningún bien en aumentar la velocidad de viaje más allá de los diez kilómetros por hora. Todo lo que lo sobrepase es una inutilidad que provoca un estrés siempre innecesario y hasta con efectos perjudiciales. Teniendo en cuenta esto, me encantó días más tarde cuando conseguimos subirnos al tren de leñadores en Viseul de Sus, no sobrepasó en ningún momento esa velocidad, entre eso y la estufa de leña encendida dentro del vagón, me pareció el tren más humano que haya tomado nunca.
Saçel de Maramures,-ojo, hay varios Saçel en Rumanía- es un pueblo precioso de viejas casas de madera y algunas ya modernas, -imagino de emigrantes retornados-, por el que apenas pasan coches y las gallinas campan a su gusto. Esta en el fondo de un barranco esparciéndose mientras sigue las estrechas dos carreteras que allí se cruzan, sus habitantes son gente de montaña, espesos bosques y pequeños cursos de agua son sus alrededores más cercanos. Se puede llegar en tren desde Cluj-Napoca.
Gran parte de Maramures está bien comunicada mediante furgonetas de transporte público que hacen la función de autobuses. A los pueblos en los que no hay este servicio se puede llegar fácilmente haciendo autostop. Algunas personas esperan ser pagadas con el importe equivalente al autobús que en ningún caso suele superar los dos euros. Hace veinte años recorrí así el norte del país, sólo que era yo el que tenía el coche, recuerdo no tener dinero e ir echándole gasolina con lo que me daba la gente. Entonces, a diferencia de ahora, muy pocos coches circulaban por aquellas carreteras infernales y mucha gente esperaba en las cunetas buscando una oportunidad de ser llevados. Yo lo hacía en este coche.
En ocasiones paraba junto a mis pasajeros en una taberna y acabábamos hablando rumano a la perfección, sin acento ni nada.
Vemos dos personas esperando algo, empieza a llover, nos acurrucamos junto a ellas en una especie de caseta :
-¿Aquí para algún autobús?
Nos dicen que sí, nos explican la ruta hasta nuestro destino en Borsa –de Maramures, otra vez, no confundir, hay más Borsa en Rumanía.
Cuando llega una furgoneta Volkswagen, de esas de los hippies, nos subimos a ella, al poco se llena de pasajeros, vamos sentados unos frente a otros como en un vagón de tren, esto favorece la conversación. Si venís a Maramures por primera vez, no os cortéis, no tengáis vergüenza, podéis hablar con la gente aunque no sepáis una palabra de rumano, que no es mi caso, pero vamos, no os penséis que soy un experto en rumano o algo así –sólo bajo los efectos del palinca. Lo que quiero decir es que la gente es de muy fácil conversación, son simpáticos, expresivos, abiertos, y además el rumano es un idioma latino, casi una especie de catalán, valenciano o gallego.
Una furgoneta nos lleva a Viseul de Sus, otra a Borsa, y una tercera a Borsa Complex.
Desde la primera a la última vamos, casi de la mano, como los chiquillos, llevados por un señor bonachón y amable que se dirige precisamente para allá, pues trabaja en un aserradero cercano.
He pillado un hotel con piscina interior que da a las montañas nevadas. Qué lo flipas. Por 29 euros la doble.
Sí, es que ahora somos dos.
La de los ojos marrones resulta que se viene conmigo para probar que es de eso de salirse de la zona de confort y conocer el lado oscuro del planeta, los barrios lúgubres y grises, sus calles empedradas de olor a salitre y orín de gato, sus putas viejas y gordas haciendo ganchillo, los paisajes industriales de la desesperanza, los cuartuchos de mochileros con sus jabalís dentro, los wáteres que no paran de gotear, las estatuas llenas de cagadas de paloma, las mantas del ejército y las camas con vellos púbicos de desconocidos, el resplandor de las sirenas de la policía, el murmullo de una gran ciudad que nunca duerme en la noche; en fin, todo aquello lo bastante tétrico como para hacer sentirse bien y yo resulta que la llevo de una habitación de lujo a otra, a la pobre.
De sábanas tan blancas como su piel.
Y a piscinas de agua caliente mientras nieva.
Bueno, eso en este viaje, porque en otros sitios, hemos llegado a merodear la puerta del averno…
Y lo que le espera…si no sale huyendo en un ataque de sensatez.
En la variedad está el gusto, ¿o no?