GHANA. SUDANDO ACCRA DE NOCHE
Nelo | October 29, 2014Si bien Accra y en general en toda Ghana puede considerarse un país seguro, se desaconseja salir después del anochecer por sitios no conocidos.
Estaría bien sino fuera porque un recién llegado no conoce nada, para él todo es nuevo y desconocido ¿entonces?
Además al recién llegado al trópico lo que le apetece es esperar a que se marche el sol abrasador para así poder asomar la nariz fuera de cualquier sitio que no disponga de aire acondicionado, con la vana esperanza de que refresque. Esto no ocurre en Accra al ponerse el sol, tal vez al alba o un poco antes de ella, pero no al anochecer.
Pero da igual, pasando de consejos de ministerios corruptos e interesados, voy a salir, saltar a la oscuridad.
Porque África es negra de noche al no estar tan bien iluminada derrochando energía como hacemos, por puro miedo, en nuestras ciudades occidentales, haciendo que todo adquiera otro aspecto, más exótico, más irreal, por lo tanto en cierta manera más mágico y misterioso, y, en el caso de tener cierta tendencia a asustarse, a ser miedoso, también más tenebroso, más amenazador. No me ocurre esto a mí, que suelo tener un punto de inconsciencia demasiado escorado hacia incluso la insensatez.
En todo caso, algunas cervezas nunca vienen mal. Unas cervezas, te tiras a la calle y que salga el sol por Antequera.
Aquí en Ghana suelen ser de ½ litro y la que más se consume es la Club, seguida de la Star. Entro a bebérmelas en un garito donde apenas distingo el rostro de la camarera. Esto no es un chiste fácil, sino que describo con literalidad. Me siento en la terraza, que no es otra cosa que la misma acera con unas mesas de plástico.
Al lado mío, un hombre encima de una moto. Y otro acodado en una mesa. Pasa una hora y media, allí siguen los dos, mejor dicho, seguimos los tres. En un momento como cualquier otro, el hombre de la mesa se levanta y se va en la moto con el que ya estaba en ella. Uno estaba esperando al otro para que lo llevara.
No se han cruzado ni una palabra.
Tiempo africano, medida ambigua.
Estaban allí sin hacer nada, mucho, mucho rato, pero ni siquiera el que esperaba encima de la moto ha hecho en ningún momento el más mínimo gesto de impaciencia o una mirada de vámonos ya. ¿Quién tiene prisa?
Hay otra mesa con una familia que ya se levanta para irse, cuando pasan por delante de mí, me saludan, todos.
Camino por la Labadi Road hacia el Stadium. No es una zona para salir de noche, más que nada porque no hay gente, ni coches, ni nada abierto, así que sigo caminando hacia el Ring, el anillo de circunvalación de Accra. Sé por donde se va porque mi primer tro-tro me llevó por aquí y recuerdo más o menos el camino.
Cambio de acera en la avenida solitaria para no cruzarme con una banda de chavales de aspecto amenazador. Igual son buenos chicos pero tampoco pasa nada porque no lo compruebe.
Llego a una zona mucho más animada, la de Osu, situada alrededor de la Oxford St. Hay tiendas, bares, restaurantes, puestos ambulantes. Color. Es la parte más animada del centro de la ciudad.
Aquí ceno un arroz con pollo. A medida. Es decir, en Ghana, como en otras partes de África, te ponen el plato en función del dinero que quieres gastarte. El restaurante es humilde, barato y de música atronadora.
Parejitas de jovencitos entran y salen con comida para llevar. Ellos son apuestos, atléticos. Ellas, bellas, estilizadas, perfectas.
Me dan ganas de subirme a una mesa y hacer una arenga a favor de aprovechar el presente y en contra del paso del tiempo, gritar a voz en cuello:
-¡Aprovechad, carajo, aprovechad, parpadearéis unas cuantas veces, y todo se habrá esfumado! Deprisa, deprisa, consciencia total, inmersión absoluta en el presente. Y no durmáis, para qué…bailar, bailar, bailar. Y amad, sobretodo no os olvidéis de amar. Y venga pasadme otra caladita, oh sí, y al carajo con todo, peaceeeeeeee…
No lo hago.
En vez de eso, sigo caminando y llego a una zona cercana a Yabone Lansen.
No llevo ni diez minutos sentado en la terraza de un bar cuando aparece Gloria sonriente.
Gloria es una de las varias mujeres, que cada día en Ghana te proponen liarte o incluso casarte con ellas. Algunas lo hacen sutilmente, otras no.
Dado que en Europa no me pasa y que a la mayoría de ellas casi les doblo la edad tiendo a desconfiar e imagino que es el sueño europeo.
Daría lo que fuera por equivocarme y que fueran mis prejuicios los que hablan, que se acercaran por curiosidad o porque soy irresistible, pero como tengo espejo y llevo más kilómetros que el baúl de la Piquer, la realidad se me impone como un muro ante el cual me estrello sin remedio.
Gloria además es una chica que sale por la noche a buscarse la vida en un país donde el sueldo medio ronda los 70$ americanos.
-Estoy muy cansado Gloria, déjame por favor…
-Pero estás de vacaciones, déjame hacerte compañía.
-Mira, tómate lo que quieras y luego te buscas un chico guapo y joven para pasarlo bien.
-Bueno, quiero un Red Bull.
Se levanta hasta donde lo venden, el chico de la barra me mira interrogándome, con una seña le confirmo que lo pagaré, entonces se lo da. Esta secuencia de hechos me resulta algo sórdida. Como una película serie b de macarras.
-Y de cenar ¿me compras algo?
-Sí, ¿qué quieres?
-Un hindú.
Me da la risa. La interpreta enseguida.
-Bueno, vale, me compraré ahí enfrente algo de arroz con pollo para llevármelo.
-Sí, mejor.
La noche africana gira a su alrededor, la música de varios garitos se mezcla sin remedio, pasan aparcacoches sin camiseta, vendedores de agua, algún hombre gordo trajeado, chavales que salen a pasárselo bien, algún obruni expatriado.
Gloria vuelve con una bolsita y su arroz con pollo. No se lo come, se lo guarda.
-¿Dónde vas mañana?-Me dice sonriente.
-A Akosombo.
-¿Negocios?
-No, sólo quiero dar una vuelta por Ghana.
-Me voy contigo.
-Ni loca.
-¿Porqué no?
-Gloria, verás, estás perdiendo tu tiempo conmigo. Ni quiero, ni puedo llevarte una semana conmigo por ahí.
-No te preocupes por mi tiempo…y además, no te cobraría nada. Me gustas.
Tendrá unos veinte años, lleva el pelo muy corto y bien peinado, una camiseta satén negra de tirantes pero elegante, como de vestir, y unos pantalones negros largos que le sientan como un guante.
-Mira, podría ser tu padre- ya no sé que decirle para quitármela de encima.
-Me gustan los hombres más mayores que yo, los jóvenes son estúpidos.
Ni que la edad garantizara lo contrario, pienso, pero no se lo digo.
Me deja ir a cambio de darle mi número de teléfono y de que ella comprobase que era el correcto.
Todo esto bajo el efecto atronador de la música de moda en el país, una especie de hip-hop africano con bases de reguetón acelerado.
Camino por avenidas de luces anaranjadas en busca de otro garito y de más cerveza, me detengo en el de unos filipinos, me conocen de esta mañana, me tratan con familiaridad, casi como a un viejo amigo. Más música a todo volumen, por la calle pasa un grupo de chavales muy jóvenes, les gusta la canción, se ponen a bailar en plena calle, bailan con intensidad, con desparpajo, con gracia, bailan como sólo saben bailar los africanos, una y otra canción. La gente reímos y les jaleamos, ellos se crecen, al rato empiezan a parodiarse a sí mismos.
Más tarde, de vuelta a mi hotel, la noche naufraga entre los colores de un alba africana y el canto de los gallos de Accra.
Y la mirada ebria hacia un mundo apasionante e injusto.
Un sol tremendo está a punto de elevarse por el horizonte.
Naranja y despiadado.
Millones de personas se desperezan dispuestas a buscarse la vida.
Yo no. Yo sólo miro.