TÚ, OSAKA. YO, TURISTA
Nelo | February 2, 2017“Piensa a la ligera sobre ti mismo y piensa profundamente sobre el mundo”
Haruki Murakami
Linea Sennichimae del metro de Osaka.
Puede estar tranquilo el futuro visitante del metro de Osaka, sólo tendrá que aprenderse su color, en este caso el rosa, y sus estaciones tendrán números, no tendrá que lidiar con todos esos nombres complicados, compuestos y extraños al no iniciado.
Todo está hecho para analfabetos como tú y como yo. Tendremos que mirar colores, buscar números y hasta los vagones tendrán el color de la línea.
Aún así no será fácil y nos perderemos en un mar de más de dos millones de usuarios, que cada día se mecen al ritmo y traqueteo de un Japón sobre raíles que atraviesa una jungla de hormigón y cristal a orillas del Mar Interior de Seto.
Y la de los ojos marrones a mi lado. O yo al suyo. Surcando las entrañas.
Yo hago de poli bueno, y defiendo a Japón, ella hace de abogada del diablo y me debate, toma lo que no le gusta del país, lo afila e intenta darme una estocada, a veces lo consigue, otras pego un quiebro y me centro en lo bueno, alguna de las piruetas incluso me acaba saliendo bien, otras no.
Evidentemente ninguno de los dos tenemos razón. Japón es todo, como todo es casi todas partes, lo mejor y lo peor, la luz y la oscuridad, lo bueno y lo malo. Imposible tener razón y más siendo unos recién llegados, aunque me temo que Japón sea uno de esos sitios que cuando más los conoces, más consciente eres de que no lo conoces.
Sumo en Nara.
Pongamos que discutimos sobre el ruido en el metro.
Defiendo el silencio, que nadie hable demasiado fuerte, que los teléfonos se tengan que llevar sin volumen y no se pueda hablar por ellos. Defiendo, por esta vez, conceptos como la sobriedad, la tranquilidad y el no querer molestar.
-Me parece lógico y necesario en un hormiguero humano de dieciocho millones de personas, estoy cansado de desalmados chillones e insensibles que sólo piensan en si mismos, te molestan, te incordian, gritan, ponen música en el móvil, o te tienes que enterar de sus conversaciones. El prójimo les importa un bledo. Piensan que su ombligo es el centro del universo. Hacen del mundo un lugar más desagradable.
“Date un pellizco y conocerás el dolor del amigo”
-Lo desagradable –me dice- es que aquí parece que todo el mundo vaya a un entierro, parecen muertos vivientes, están demasiado legislados, limitados, programados y coartados. Van durmiendo o cara al móvil en absoluta soledad. No me parecen demasiado felices.
Bueno, alguno hay que parece que no esté pasando un buen día pero los defiendo, los he visto bromear, reír, saben pasarlo bien.
-El metro de Valencia a Torrente a las 8 de la mañana tampoco es un ejemplo de fiesta y despiporre. Además fíjate un poco y los verás sonreír, algunos incluso, son unos cachondos.
Namba es el principal nudo de comunicaciones de toda la prefectura de Osaka, ríos turbulentos y anchos de humanos dirigiéndose a todas partes en un corre-corre vertiginoso. El metro se para, se abren las puertas y sube un pequeño grupo de occidentales.
El contraste es total, ríen, hablan en voz alta, y gesticulan abiertamente.
-Mira, ¿no lo ves? Eso es alegría.
Pero no doy mi brazo a torcer:
-¿Alegría o histrionismo? Los occidentales somos proclives a confundir estas dos cosas.
-Parece mentira que tú defiendas una sociedad como la japonesa siendo como eres y gustándote lo que te gusta. Tanto con que si África, con que si lo natural, la belleza del caos, la espontaneidad de lo imperfecto, la fluidez, bla bla bla… y ¿ahora te escoras hacia el lado contrario? Creo que es un comportamiento que no atiende a una necesidad de orden sino que se debe a pura mecánica, patrones que conocen bien y repiten de manera automática y todo ello hace que se escoren hacia la extravagancia. Son víctimas de su propio funcionamiento, están reprimidos, realmente es una mierda, ¿me entiendes? ¿Cómo carajo puede depender el color del coche del puesto de trabajo?
Sé bien lo que quiere decir, está viendo Japón como el mundo feliz de Huxley, pero le digo:
-¿Acaso tus pendientes no dependen de tu camiseta y de tu cinturón, o incluso de tu bufanda? Es un razonamiento propio del más puro individualismo occidental, tú también hablas condicionada por tu propia cultura.
-Ya, pero aún así no creo que haya que admirarlos. Creo que hacen cosas muy raras, cari. Son tan diferentes que creo que no entiendo nada, al menos en esta primera visita.
La navidad se adivinaba en Osaka, dando un pizca de color a la amalgama de grises y plata.
Me niego a reconocer Japón como un lugar oscuro, saben apreciar la vida, tienen inimaginables conceptos que enseñar, artes exquisitas, la gente se enamoraba, se emborrachaba y se moría como en casi cualquier otro lugar del mundo.
Reconocía a Japón en cada detalle, en cada metro de asfalto, resulta estúpido decirlo así pero todo me parecía “muy japonés”, reconocía el país no solo en las grandes cosas como el color del cielo, los sonidos de las calles, o el olor de su invierno, si no también en las minucias, en la forma del botón de un ascensor, en unos calcetines blancos, o en las anillas de los vagones del metro.
-Es que lo que me gusta ya sé que me gusta. Tengo que aprender de lo que no me gusta, comprenderlo, y en ese esfuerzo ver bien las ventajas. Lo obvio es obvio, quiero entender lo que no entiendo.
Y en todo caso, me gustan los extremos, me temo que no importa en qué sentido.
Hemos decidido pasar nuestra semana en Japón en el mismo apartamento.
Alquilar un apartamento en Japón, si sois una pareja, es bastante más barato que alojarse en cualquier hotel, guesthouse u hostal mochilero.
Nos costó 165 euros una semana en diciembre del 2016.
Situado en Sakai, nos moveremos entre Osaka, Nara y Kyoto. Una semana no da para muchas florituras por lo que nos pareció mejor tener un mismo campamento base al que volver cada noche que perder una semana desplazándonos en viajes más largos y al final no ver nada.
Además las grandes ciudades de Japón son tan intensas que aunque te quedes parado parece que todo lo demás permanece en movimiento, como si estuvieras en el ojo de un tifón, puedes quedarte quieto pero todo lo demás da vueltas a tu alrededor sin cesar.
Los dos primeros días haremos el turista, así con todas sus letras, pues compramos el Osaka Amazing Pass para dos días y me he propuesto estrujarlo al máximo.
-Antes me gustaba tomar autobuses que no sabía dónde se dirigían y ahora me compro un pase turístico y vamos a pijo sacado de atracción en atracción.
-Vaya, creo que te he conocido demasiado tarde-
La de los ojos marrones me habla mientras no para de fotografiar gente durmiendo. Van sucediéndose las estaciones en un educado y cantarín protocolo, en el que parece que alarguen la última vocal.
-¿Por qué fotografías tanta gente durmiendo?-
Desde luego tiene donde elegir, al japonés no le cuesta caer en brazos de Morfeo en cuanto sube al vagón y mira el teléfono. Muchos duermen beatíficamente frente a él.
Otras veces es una familia entera la que decide chafar la oreja.
-Es para hacer un álbum de gente durmiendo, lo titularé: “Yo no me dormí en el metro de Japón”.
-No está mal, tiene una mezcla exacta de chorrada y locura, me gusta.
-Lo tuyo es peor, querer saber que es un turista a estas alturas.
-Hace bastantes años que me harté del debate viajero-turista, es muy cansino. Además ahora me gusta experimentar la levedad del ser turista. No hay gravedad alguna, es un mundo preparado que roza, o se adentra de lleno, en lo irreal, pero es placentero y liviano. Buscas un sitio, vas, unas fotos, lo disfrutas, no está mal, acabas y al siguiente. Algo chabacano pero simple, fácil, incluso dulce, estoy harto de dramas y profundidades. Pienso entrar hasta en algún museo.
Siesta en el Umeda Sky Building, ser turista a veces es muy cansado y te da sueño.
-A este paso, vas a acabar en un todo incluido, o peor, en un crucero.
-Exacto, de eso se trata, ese debe ser el verdadero lado oscuro, y también quiero conocerlo. Arder en el mismísimo infierno. Padre, perdóneme porque he pecado, ¡fui un turista!
Los edificios no se acaban nunca al otro lado de las ventanillas, a veces, si las vías se elevan lo suficiente se puede ver un infinito skyline, la ciudad solo se abre un poco frente al mar.
Aunque una costa convertida en interminable puerto confiere hasta a las aguas una ilusa artificialidad. Parece que el océano metálico también haya sido forjado por la mano del hombre.
“Se preguntaba a menudo qué significaba ser libre. ¿Significaría que, aunque uno escape de una jaula, se encontrará inevitablemente en otra diferente y mayor?”
Haruki Murakami
En realidad nada importaba, pero viajar siguiendo las reglas concretas de una etiqueta, aunque fuera atractiva y medianamente transgresora, como pueda ser la de mochilero, quizá era perderse todo lo que se encontraba fuera de ella.
Cuesta trabajo cuando eres joven y arrogante, valga la redundancia, y uno pasea su terso trasero por habitaciones multirraciales y baratas, no creerse mejor que el que se aisla en un hotel de 5 estrellas, o al menos más “auténtico”, cuanto daño a hecho esta palabra.
Sobre todo porque uno sabe que puede ser feliz desnudo en una tienda de campaña en una playa de Almería.
Tanto como encaramado a un rascacielos mirando el río Yodo que busca el mar a través de la metrópolis.
Pero es tan ridículo como pensar que si te alojas en un hotel de 5 estrellas eres mejor o tienes más clase que esos “pobres diablos” que cada noche se hinchan de pasta cocinada en cocinas hosteleras y comunitarias mientras buscan desesperados una señal de wifi.
Los clichés y los tópicos embadurnan también el viaje. En algunos blogs de viaje por Japón y guías turísticas, Osaka sale perdiendo frente a sus cercanas primas Nara y Kyoto.
“Si leyera lo mismo que los demás, acabaría pensando como ellos”
Haruki Murakami
Y si sigues las mismas guías que los demás, acabarás encontrándote la mismas caras a lo largo de tu viaje, en una programación de viajeros que gustan de viajar desprogramados.
Penosa contradicción. En cambio, si les sugieres utilizar la guía de viaje de sustitutivo del papel higiénico te miran bien raro, como una ofensa a un libro sagrado.
A Osaka en ocasiones se le tilda de impersonal, y a mí se me ocurre cuan harto debe estar uno ya de Japón para desmerecer de esa manera a la fantástica Osaka, por no pensar que todas las comparaciones son odiosas. Y esta en concreto aún más. Osaka no se parece en nada a Kyoto ni a Nara, ni éstas se parecen entre sí.
El gobierno de Osaka, sabiendo que no goza de una fama tan universal como Kyoto, o tan rosa y edulcorada como Nara, creó el Osaka Amazing Pass para que podamos ver la ciudad desde los más diversos, e incluso extraños, ángulos, sin dejarnos una pequeña fortuna entrando a los sitios por separado.
Por unos 30 euros al cambio se puede subir en un par de días a lo que puedas –no te da tiempo a todo- siempre que esté incluido de manera gratuita en el pase. Hablaré más de él en otro artículo. Lo haces a tu ritmo, y uno se desplaza en loca carrera, contagiado por el frenesí japonés urbano, de lado a lado de la megaciudad, porque no debemos imaginar Osaka como la clásica gran ciudad entre las montañas y una bahía, en realidad son varias ciudades, en una colonización continúa de lo horizontal sin claros límites visibles entre ellas.
En el área metropolitana de Osaka-Kobe-Kyoto queda tan poco espacio que tuvieron que inventarse una isla y plantar un aeropuerto encima.
La inercia, la guía de viaje o el blog de turno, hará a los recién llegados que entren por Namba y paseen por el vecino Dotonbori el primer día. Dotonbori está lleno de gente día y noche.
-Mira, ese luminoso de ahí, es el símbolo más famoso de la ciudad. La gente se hace fotos junto a él, igual que en París junto a la torre Eiffel, en Roma en la Fontana de Trevi, o en Londres en el Big Ben.
De hecho no hay quién se resista a ponerse en la posición del Glico Man y hacerse una foto delante de él. El pobre lleva aguantando esto desde 1935.
-Entonces este es un buen lugar para hacerle una foto al salchichón viajero.
El salchichón viajero partió desde Valencia con nosotros de manera anónima, casi como un polizón. Viajó por tierra hasta Barcelona y voló hasta Islandia, donde inexplicablemente no fue devorado. Volvió con nosotros a Valencia en una fugaz escala para dejar a la niña, pero él no se apeó, pasó desapercibido un día después en Roma, pero fue sorprendido 24 horas más tarde en Corea dentro de una de nuestras mochilas, “¿qué carajo hace aquí un salchichón?” Siendo indultado por nosotros después de tan largos viajes.
Una semana después en Japón, podríamos decir que formaba parte de la familia. Otros viajeros viajan con su mascota, en ocasiones un peluche o algo así, nosotros teníamos un salchichón de kilo.
-Ponlo ahí, va a quedar muy bonito.
-¿Tú crees que la gente lo entenderá? ¿Convertirá nuestros blogs en prestigiosos? ¿Ganaremos miles de euros al mes sólo con estornudar? ¿Empezarán a viajar todos con un salchichón?
Algunos turistas miran con curiosidad qué llevamos en la mano.
-Por supuesto que sí, es transgresor, es crítico, sarcástico, es ironía, esto es casi arte, es un símbolo fálico, y si te pones a buscar, y a rebuscar podrías encontrar “lo zen” del asunto, seguro.
-Entonces ¿no nos los podemos comer alguna noche en la que escasee el shushi?
-Ni locos, es como un hijo. Ese salchichón es intocable.
-¿Decíamos que los japoneses eran muy raros?
La mayoria de esas personas viaja mas de 3 horas diarias para trabajar o estudiar, no existe vida familiar, de los problemas de la casa ni hablar.