MURMANSK, NORTE DE RUSIA, LA LAPONIA DESCONOCIDA.
Nelo | April 17, 2017El autor en Murmansk, península de Kola, Círculo Polar Ártico, Rusia.
Murmansk en invierno es blanca, con el pelo rubio largo y lacio, de ojos claros algo rasgados, océano oscuro y encrespado en el exterior de su profundo estuario, indómito Ártico, legendario Mar de Barents, resistente en parte a los hielos gracias a la corriente del Golfo.
Capital de la Península de Kola, en el noroeste de Rusia, la joroba de Escandinavia, escondida de todo y de todos, la mayor población más al norte del mundo, por esta vez y sin que sirva de precedente pondré mapas, que la cosa está difícil. Permítanme presentarles, con todos ustedes, la genial, la increíble, la desconocida, Laponia rusa.
Desconocida para muchos, por encima del Círculo Polar Ártico y del paralelo 69, yo tampoco sabía donde estaba.
Si la visitas en su largo invierno, su banda sonora será la de tus pies quebrando el hielo de sus calles, el graznido de las gaviotas y el chirrido de sus grúas con luces fluorescentes, junto a tremendos choques de los vagones que cargados de mineral se dirigirán rumbo sur, siguiendo la vía férrea al igual que lo trenes de pasajeros.
Noches en el puerto de Murmansk.
Vías férreas que son el verdadero cordón umbilical que la une con el resto del mundo vía San Petersburgo después de un fantástico viaje de 27 horas.
Tren de San Petersburgo a Murmansk.
Paisaje helado, bosques nevados, ríos y lagos congelados, bajo interminables auroras boreales, que una vez más no conseguimos ver. Y que una vez más, no nos importa.
Bahía de Kola, Mar de Barents.
El corazón de la ciudad es de hierro y hormigón de baja calidad, el horizonte industrial y portuario es embellecido hasta límites insospechados por la claridad y luminosidad que siempre regala la nieve. El tacto de la ciudad es la misma pero congelada, cortante, pincha e hiere. El frío cosquilleo de los brillantes vasos de vodka.
Puerto de Murmansk desde el Alyosha Monument, Murmansk.
Si te da por lamerla su sabor es ese aguardiente mezclado con pepinillos y arenque crudo. Si lo que quieres es besarla te tendrás que agarrar bien a sus colinas blancas de hielo que rodean un puerto que alberga la más importante flota de submarinos atómicos rusos, y por donde se desparraman casas y edificios, casi todos construidos en la época soviética.
Murmansk, capital del Ártico ruso, de unos 300.000 habitantes, podría calificarse como un lugar a donde nadie quiere ir y donde todos te preguntan qué haces aquí.
Murmansk es joven, y fue creada en 1916, por la guerra y la minería, apenas hace un siglo. Una posición estratégica para controlar el Océano Ártico, la famosa ruta del Paso del Noreste, la singladura que ahorraría un montón de distancia en el transporte marítimo Atlántico-Pacífico, se eligió este enclave por estar situado en un estrecho y largo brazo de mar que se adentra en la península, desembocadura del Río Kola, y que su gran profundidad, permite a barcos de gran calado, a los grandes rompehielos y a los submarinos atómicos rusos atracar aquí. Hoy convertida en base de desmantelamiento de éstos, cuenta con el récord de dudoso gusto de ser el lugar con mayor número de reactores nucleares.
La ciudad permaneció cerrada a los extranjeros hasta hace poco.
Torreta o “vela” del Kursk, en Murmansk, varada en una colina de la ciudad, como homenaje a los 118 caídos de este famoso y controvertido “accidente” del año 2000, acontecido no lejos de aquí, en el mar de Barents.
Murmansk puede que no sea muy atractiva para la mayoría de sus habitantes, quizá hartos de ella por verla desde el prisma de la cotidianidad, siempre cansino, empañado por el vaho de la rutina, y de pocos brillos, tal vez cansados de sus largos inviernos, deseosos de otros climas y de cielos más azules, donde las cosas huelan a primavera, y salir a la calle no suponga entrar en un congelador a cielo abierto. Poder abrir una ventana y escuchar el tráfico rodado, cosas habituales imposibles de hacer aquí, donde las plantas se ponen siempre por dentro de la cristalera de los anodinos balcones grises y sucios.
Pero al viajero en cambio, le resultará fascinante, exótica, su contundencia es arrolladora, el principio y el final del invierno son la época ideal para dejarse abotefear por ella pero no morir, ni tan solo odiarla, para verla bajo hielo y la nieve, sus elementos naturales.
Hasta la de los ojos marrones volvió esta vez impactada, como poseída por el viaje, ella, que se pasea por las entrañas futuristas de Osaka con la misma expresión que lleva en el autobús Valencia-Torrente a su paso por Chirivella, camino del trabajo, en un homogéneo y previsible miércoles cualquiera.
No paramos de hablar, enfebrecidos, de cosas del viaje, de los lugares visitados, de las cosas que, atónitos, hemos visto. Tenemos temas muy recurrentes sobre los que volvemos una y otra vez mientras caminamos entre trincheras urbanas excavadas en la nieve por donde circulamos los peatones, en ocasiones flanqueados por muros de hielo de varios metros de altura.
Uno de estos temas son los colores que aparecen pintados en el paisaje urbano como si un pincel hubiera retocado sólo determinados detalles de una fotografía en blanco y negro.
La base de todo son mil tonos y matices de blancos, grises y negros, es entonces cuando, después y como un añadido, aparecerán los colores posándose sólo sobre determinadas cosas, pero siempre suaves, como apagados, siempre en tonos pastel, como temerosos de asustar a la mirada, habituada a verlo todo en blanco y negro. Discutimos si es por la luz, si por los propios colores tal vez intencionadamente hechos así, en como esta supuesta fealdad en realidad se convierte en belleza.
Su culito blanco y helado camina delante de mí tratando de no estrellarse contra el hielo tras un resbalón, mientras me dice teorías cada vez más locas y los dos conseguimos, en un ejercicio de tenso equilibrio, no rompernos la cadera sobre estas calles convertidas en pistas de patinaje.
-Voy a dar una vuelta en el coche, que hoy hace un día primaveral, aquí en el Ártico.
Apenas se pisa asfalto, tal vez solo al cruzar por calles bastante anchas, y solo en el centro de la calzada. Creo que bastará con decir que los carritos de bebé tienen patines, skies en vez de ruedas, como si fueran (¡lo son!) trineos.
Sus habitantes no se detendrán ni bajo las más severas ventiscas de nieve, con una media de 16º bajo cero en los meses de invierno, o en la larga noche que dura un mes y medio en la que no amanece jamás. Los padres, siempre muy jóvenes, empujarán los carritos de sus bebés cada tarde hasta la cima de la montaña del monumento Alyosha en condiciones que nosotros calificaríamos si no de suicidas, al menos si de firmes candidatas a una pulmonía de campeonato.
Los parques de los niños apenas asoman su parte de arriba sumergidos en dos metros de nieve, pero no por ello dejan de ser utilizados, y en lo que queda de ellos, se juega como se jugaría en cualquier otra parte del mundo, con el valor añadido de tener toda la nieve del mundo para poder arrear un bolazo a tu compañero a la primera de cambio.
Niños rubios jugando con un fondo de paisaje industrial, chimeneas humeantes, naturaleza indómita y grandes mercantes que surcan las tranquilas, oleosas y negras aguas. Desolada belleza y un futuro no demasiado prometedor, o al menos, no en exceso cómodo.
Sus mayores andan, siempre titubeantes sobre un suelo siempre inseguro y resbaladizo. Pocas veces, decía, se pisa el asfalto original. Éste se halla bajo capas de hielo o nieve. Si en algún lugar se derrite, se resbala y chapotea en lodo negro.
Los jóvenes salen de sus entrenamientos de hockey sobre hielo o de nadar en alguna piscina cubierta.
Se enamoran, sueñan y desean ser correspondidos mientras suben a trolebuses que los llevarán, eso espero, a oscuros y calientes portales llenos de suciedad, pintadas y grafittis, donde besarse y meterse mano.
Mientras Murmansk les acecha en el exterior, como una colonia de pioneros de un planeta lejano y extraño, donde la supervivencia es un acto de fe, algo no asegurado en un mundo en su totalidad congelado.
No solo me ha gustado sino que me ha encantado. Enhorabuena por el artículo, enhorabuena por ponernos en el mapa un lugar absolutamente desconocido para nosotros y enhorabuena por acompañarlo con imágenes tan bellas.
Cómo habrá más, supongo, esperamos descubrir cómo y porqué se viaja a un lugar como este y lo que un viajero busca en él.
Saludos viajeros Nelo.
Se ve un poco descuidada, podría ser una ciudad preciosa del Ártico y tiene cierto encanto.
Me ha encantado el carrito de bebé trineo. Que originales!