HONG KONG. ¿LO RIDÍCULO ESTÁ EN EL OJO DE QUIEN MIRA?
Nelo | March 11, 2018Hacia la isla de Ma Wan, enero 2018.
En las calmadas aguas de la Bahía Victoria, en Hong Kong, las parejas de águilas pescadoras sobrevuelan un fondo de grúas y depósitos de puertos industriales, bajo un cielo azul de enero, montañas verdes por encima de infinitos rascacielos, aviones que vienen o van, puentes gigantes con tráfico intenso que cruzan grandes extensiones de este Mar de la China Meridional, mientras remolcadores herrumbrosos que arrastran dragas que sacan lodo y arena del fondo marino manejadas por chavales jóvenes de pelo azabache y ojos rasgados, surcan sus aguas.
Pocos, demasiados pocos barquitos de pescadores con gorros de paja, supervivientes de lo preindustrial, la última resistencia.
¿Quién podría dedicarse a la pesca en el híper futuro urbano y conglomerado de Hong Kong?
Pero ahí están.
Hasta en el barco más oxidado hay algo de romántico, de épica, de fuerza y de obstinación. La estela que deja evoca su pasado, la proa que corta el agua su futuro, el océano sobre el que se mece es tan abstracto y tan imprevisible como la existencia misma, cargada de nubarrones, tempestades y ciclones, de calmas chichas y de días de viento en popa y a toda vela.
Viajero que regresas a esa ciudad del norte
Donde una dulce nieve empapa la razón
Donde llegan los barcos cargados de preguntas
A muelles laboriosos como mi corazón
J.Sabina
Nosotros también vamos en barco, intentando escapar de una sobredosis metropolitana provocada por la intensidad de Hong Kong y por nuestras ansías de conocerla, hacia una isla cualquiera de las muchas que se pueden visitar y que creemos que está desierta. Por eso elegimos Ma Wan, porque leímos en alguna parte que es una isla pequeña y deshabitada, una de las islas fantasma de Hong Kong en la que sus habitantes se marcharon, seguramente forzados por políticas de reasentamiento a otras partes.
Ma Wan es pequeña, pero esta casi en su totalidad urbanizada, y deshabitado sólo está el viejo poblado de pescadores que no encontramos porque nos confundimos.
De Thierry from Le Plessis Robinson, France – Ma Wan, CC BY 2.0, https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=2891506
Además su apellido es Park, y eso debió habernos advertido de su idiosincrasia. Más rascacielos, un parque temático caro y hortera, y una villa de pescadores, reubicados en una población de casas de unos tres pisos, todas iguales.
Iguales en su forma y falta de sustancia.
Nada que ver con la isla deshabitada o sólo poblada por unos cuantos pescadores, ahora reconvertida en parque temático y urbanización privada. Aunque creo que aún es posible visitar el abandonado poblado siguiendo los carteles de “prohibido el paso”.
Pese a todo, al llegar encontramos nuestro error divertido y estamos dispuestos a aceptar lo que nos depare su visita. Recorremos una isla residencial con algunas pequeñas playas junto a un mar limpio sobrevolado por autopistas elevadas. Damos la vuelta completa caminando alrededor de ella, encontramos expatriados y locales llevando en carrito a sus perros como si fueran bebés.
Yo he tenido perro y sé muy bien lo que se les quiere, pero no entiendo por qué tienen que llevarlos en carritos, creo que los perros deben de andar. Así que pregunto:
-Son demasiado viejos para andar- Me dice una mujer.
Pero también veo perros jóvenes transportados. No insisto.
La comunidad perruna de Ma Wan es numerosa y activa. Cada mañana sacan a sus canes a tomar el sol en el paseo marítimo. En la isla hay bastantes cosas para ellos: carritos llenos de accesorios para perros; biberones, etc. Perros de los que cuelgan ositos de peluche de sus collares y abrigados con prendas de lana de diseño. De diseño para perros. Gestos y palabras de los dueños como si se dirigieran a sus hijos pequeños. Máquinas expendedoras de desinfectante para perros, para que puedan comer su dieta especializada en cacharros sin bacterias.
Obviemos el inútil abrigo y el colgante hortera, decía Gandhi que una civilización se puede juzgar por la forma en que trata a sus animales, pero no echemos las campanas al vuelo. A 30 kilómetros al norte de aquí a los perros y a los gatos se los comen después de comprarlos en el mercado local, donde son expuestos abiertos en canal. No pongo fotos para no herir la sensibilidad del lector occidental, que lee este blog mientras cena pollo con patatas.
El resto de la isla no da como para hacerte sentir como Robinson Crusoe, ni tampoco es ningún ejemplo de palmeras, orgías, despiporre y alcohol.
Escolares a los que se les aplicó una buena ración de crema antisolar elaboran su trabajo de campo en una playa mientras sostienen fichas de papel en sus blanquecinas manos.
Deberían a su edad estar bañándose en pelotas y cazando lagartijas, pero se les tiene desinfectados bajo una gorra con visera rellenando programas de estudio que algún burócrata de sueldo elevado elaboró.
Tenemos que constreñirlos desde pequeños para que de mayores sean buenos consumidores, perdón, ciudadanos. Obligarlos al estudio, caparles desde la más tierna infancia cualquier deseo de libertad, enseñarles lo que no quieren aprender en un sistema educativo podrido, anticuado e ineficaz. Nuestros hijos no son nuestros, son del estado. Aquí y en la China Popular. La jornada de esclavitud dura de sol a sol, más transporte, más deberes, más clases particulares. Se trata de ser exprimidos para un futuro laboral en el que lo serán más aún. Fuera de las vacaciones escolares, si los padres deciden llevarlos de viaje pueden ser denunciados. No importa si en una semana de viaje aprende más que un mes en clase. Yo no decido lo que aprende mi hija. No dispongo de su tiempo, y lo que es peor, ella tampoco dispone del suyo. No importa que le guste la música o el dibujo porque lo importante son las matemáticas. No lo digo yo, lo dicen ellos. Ellos, cuyos resultados son un fracaso escolar casi generalizado y varias generaciones incultas incapaces de leer más de dos líneas seguidas y que se creen que un melómano es un cultivador de melones.
Dándome cuenta que esta isla no está desierta y esfumándose por tanto todas las fantasías sexuales depositadas en este hecho, nos dirigimos de vuelta hacia el puerto.
Máquinas expendedoras de rollos de arroz con chile y carne de cerdo. Carritos para compartir libros: Toma uno, deja uno, o léelo y devuélvelo. Abuelitas en chándal y gorros de lana practicando ejercicios chorras y suaves en el paseo de la playa. Afición común a los chinos, no se trata de taichi, son estiramientos. Macropuentes a trescientos metros sobre el nivel del mar. Flores de navidad en los jardines del paseo, rojas y blancas. Perritos calientes fríos en bollos dulces con crema. Máquinas expendedoras de desinfectantes para los cacharros de los perros.
Hay cosas que me hacen preguntarme sobre los conceptos de ridículo. Al final llego a la conclusión que lo ridículo es tan subjetivo como lo exótico. En ambos casos el filtro lo pone el ojo que mira y no es inherente a lo observado.
Salimos en el primer ferry de vuelta a Hong Kong Central.
Volvemos por un mar salpicado de barcos. Ninguno de velas. Eso forma parte ya del pasado.
Sólo queda uno en toda la bahía y es para turistas. Además creo que sus velas son de mentira, sólo decoración.
Aún así Hong Kong no pierde espectacularidad, tal vez porque tengo la suerte de no haberla conocido en el pasado.
Al desembarcar un cartel advierte que los pasamanos de la pasarela del barco a tierra está desinfectada para prevenir la “influenza”.
Miro en internet qué terrible enfermedad es la influenza. Me imagino llagas supurantes propias de las más terribles enfermedades chinas. Google me da una respuesta rápida.
La influenza es gripe.
Sólo gripe.
Todo Hong Kong desinfectado –he visto carteles por todas partes-para`prevenir la gripe.
Desinfectado cinco veces al día.
No juzgues, no juzgues. Sólo viaja y observa.
Y una mierda, qué gilipollez. Se trata de una medida, tan ineficaz como un crece-pelo, que sirve para calmar mentes histriónicas obsesionadas con lo aséptico en un mundo donde lo natural se ha desvirtuado a base de una alta densidad humana hasta convertirlo en una amenaza, en una rueda imparable de desequilibrio, en la que una falsa ilusión de inviolabilidad y eternidad nos evita enfrentarnos al drama de nuestras imperfecciones e irremediable pérdida de la partida al final de todo.
-Menudos rollos sueltas, cariño.
-Ya pero si fueron capaces de llegar al final del artículo, algo les interesará.
Cuando de ella y de mí queden sólo estos versos,
los hoteles que un día quisimos compartir
los coches aparcados sobre nuestro recuerdo
la Glorieta de Atocha donde la conocí
J.Sabina