TREN MOSCU-BUCAREST-SOFIA
Nelo | June 26, 2014Estoy esperando de pie y al fresco durante un par de horas en la Gare de Nord, principal estación ferroviaria de Bucarest.
No hay ningún asiento en la zona de los andenes, sí los hay en la sala de espera pero acabo de empezar el viaje, y me gusta estar en el centro del meollo viendo entrar y salir los trenes.
Se me acerca un borracho que apenas puede mantener la verticalidad, se planta a una distancia demasiado cercana para mi gusto y para el de cualquiera que no le guste que le hablen a unos diez centímetros de la cara, mientras se es escupido y receptor de un etílico aliento.
Pienso en cómo se debe decir en rumano eh tú que corra el aire, pero no se me ocurre nada. Este comportamiento de no guardar las distancias mínimas es tan habitual entre los beodos ¿Pensarán acaso que así hay una mayor complicidad entre los dos o espera a que yo lo recoja en cuanto caiga? Pues se tambalea peligrosamente. Se pone muy serio y me pregunta en inglés si puedo hacerle un gran favor.
-¿Cuál?
– Por favor, déme dos leis- Medio euro.
– No, lo siento.
– Pues déme un lei.
– No, tampoco.
Entonces una petarda que lo acompaña se acerca a nosotros y me suelta una parrafada en rumano, es bajita, tremendamente poco agraciada y lleva unas mallas de leopardo, va algo menos bebida que él y en cuanto se percata de que soy extranjero se marchan.
Poco después se acerca un joven de pelo corto y chaqueta de cuero con aire de conspirador, me habla en rumano pero le entiendo sobre todo cuando pronuncia Dolce Gabana, Channel y otras marcas, le digo que no a todo y es entonces cuando se percata que soy extranjero. Ya en inglés me dice que por diez euros me da el perfume que quiera, original, por supuesto.
Ya es de noche y una fina y persistente lluvia se cuela entre los andenes. El tren que debo de tomar viene de Kiev y a su vez creo que del mismo Moscú, terminando su viaje en la capital búlgara.
Hago el amago de subirme a un vagón, un revisor que está por el andén me pregunta:
-Buenas tardes, ¿dónde va?
-Voy a Sofía.
– Ese es el vagón de los coche-cama que vienen de Rusia, espérese junto este hombre y él le dirá dónde es.- Me junta con un hombre que me saluda mientras se enciende un cigarrillo. Le imito. Lleva una coleta y una inmensa barba rubia canosa a lo ZZ Top, los pantalones algo rotos, tiene aire de estar muy viajado.
Tiene “un algo” que no me hace desconfiar.
Me dice su nombre y pese a que no tenemos ningún idioma en común le entiendo que va a Bulgaria porque en Rumanía no hay ningún consulado de Estonia, su país, y tiene problemas de documentación, o sea que no tiene pasaporte.
Subimos al tren en el vagón correcto y nos sentamos cada uno a un lado del pasillo. Me enseña un papel con su foto, me dice que restaura pinturas de iglesias ortodoxas, que ha estado en Madrid, Barcelona y Sevilla y que los ortodoxos españoles son muy buena gente. Me deja a cuadros. ¿Ortodoxos españoles?
A ratos hablamos, a ratos dormitamos.
El tren llega a la frontera con Bulgaria en mitad de la noche, ha dejado de llover pero hay una densa neblina de negrura inquietante.
Rasputín, el pintor viajero, así lo llamaba yo para mí mismo, no pasa ni tan siquiera el primer control rumano.
-Problemas papeles.- Es lo último que me dice antes de bajar del vagón.
Desaparece en la niebla flanqueado por dos gigantes de uniforme.
El tren Kiev-Sofía atraviesa traqueteando duramente por raíles viejos y doblados la oscura noche entre silbatos de ferroviario para mí propios de otras épocas. El tren baja cortando casi en vertical todo el este de Europa. No es un tren moderno, ni mucho menos, y de vez en cuando pega unas sacudidas que aventuran descarrilamiento pero aseguro que he estado en trenes mucho peores.
La temperatura comparada con el exterior es casi aceptable y la mayoría de los vagones van vacíos. Éramos cuatro los pasajeros que subimos al tren en Bucarest.
Cuando paso el control de pasaportes –no hace falta bajar del tren pues la policía de ambos países tienen la deferencia de subirse a él-, al agente rumano no le hace mucha gracia mi manido pasaporte. Las letras de la tapa se borraron y no lleva el nombre de ningún país, las aguas que hace el plástico justo encima de mi foto pueden y de hecho le resultan sospechosas.
-Si quiere le muestro mi carnet de identidad- Le digo conciliador, al fin y al cabo estamos dentro de la comunidad económica europea, nuestros gobiernos forman parte de la misma mafia.
Lo inspecciona, parece satisfecho y sonriendo me dice:
-¿Real Madrid o Barcelona?
No quiero fastidiarla diciendo que del Valencia, esto es una frontera.
– Ehh, Barça, por supuesto.- El policía, sin quererlo acababa de poner la coletilla al viaje, de establecer su banda sonora, esta pregunta la escucharía más tarde una y otra vez. Pasados los trámites de ambos lados de la frontera me tumbo en un compartimento no muy ruidoso que encuentro para mí solo. Mi primer compañero de viaje –sin contar a la fugaz y encantadora chica rumana- no me ha durado mucho antes de ser detenido por la poli.
De una fila de tres asientos hago una cama.
Hasta aquí no ha llegado la estúpida moda de los apoya-brazos fijos para que los pasajeros se jodan y no se puedan tumbar. Todavía.