ONSEN. MI PRIMERA VEZ EN UN BAÑO JAPONÉS.
Nelo | March 8, 2016En Imabari, ciudad costera no muy grande del sureste de Japón, famosa por sus astilleros y su forma de freír el pollo yakitori, soy un tipo feliz y cansado. Cansado por pedalear durante los dos últimos días por la Shimanami Kaido, ruta ciclista que atraviesa seis islas del Mar Interior de Seto, y feliz por haberlo conseguido y estar donde quiero estar.
Porque este recorrido me ha espabilado unos cuantos chakras, que andaban adormecidos a base de sofá, internet, paracetamol y demás analgésicos artificiales y naturales, de esos verdes que te dejan pegajosos los dedos y ambientan toda la calle…
Por no hablar del potente opiáceo que supone un hogar con amor.
Ciudad costera de Imabari en la prefectura de Ehime, Japón.
Apenas había llegado un par de horas antes y el simpático chico del hostel ya me había marcado con cruces en un plano de la ciudad lo que sería el resto de mi tarde-noche. La primera cruz a la que pensaba hacer caso fue la que señalaba un Onsen cercano. En Japón un onsen es un complejo de aguas termales, puede ser sólo baño, o baño y alojamiento.
Fuente onsen-gif.yutti.jp
Es mi primer onsen, me encantan las primeras veces de casi todo porque nunca sabes que va a pasar, entro en una moderna recepción parecida a la de un hotel rozando la euforia.
El onsen elegido es el Kisuke no Yu, al lado de la estación de tren de Imabari.
Todas las fotos son de Kisuke.com, el onsen elegido en este post.
Me aseguro bien de cual es la entrada de hombres, no quiero en mi entusiasmo aparecer en una vaporosa sala llena de piscinas de agua caliente y decenas de japonesas despojadas de cualquier tipo de ropa.
-Konichiwa chicas, ¡sorpresa!…
¿Dije alguna vez que el paraíso no existía en esta tierra? Mentía, sí que existe, lo que tiene es la entrada prohibida.
Así que aunque mi imaginación divague, mis pies se dirigen sin remedio al vestuario de hombres.
Lo siento por ti, querida lectora, la publicidad en Japón, es bastante sexista y sólo hay fotos de modelos femeninos.
Hoy en día sólo en unos pocos onsen pueden bañarse hombres y mujeres juntos. Hasta el siglo XIX los onsen eran mixtos, pero llegó la occidentalización, el pudor, y también la hipocresía.
Los hombres blancos cubrimos la natural desnudez en todo el mundo. Segregamos por sexos, vestimos al medio planeta que quedaba por vestir y les enseñamos a tener vergüenza de sí mismos. Y a continuación inventamos el porno, tan soez y morboso como nosotros mismos somos.
En el vestuario de hombres hay un montón de taquillas y otro montón de tipos en bolas, o a mitad vestir. Ambiente de gimnasio de lujo, es un onsen moderno y sofistiticado, limpio e impecable. Yo también me quedo como mi madre me trajo al mundo, me agarro un pequeño paño blanco que no sé para que sirve, porque tapar no tapa nada, y me meto en la zona de los baños simulando naturalidad.
Primero hay que ducharse y limpiarse a conciencia, se hace en una especie de apartados con una banqueta, un espejo y una ducha de teléfono. También hay unas duchas para cuando termines. La desnudez es total y se asume con la tranquilidad de la cotidianidad.
Así que limpio mi banqueta de madera con agua hirviendo, me siento casi en cuclillas y me empiezo a frotar con jabón. La atmósfera es relajante, caliente vapor, susurros y ecos, muy parecida a la de los baños árabes y turcos. Me encandila. El enjuague puede ser con el teléfono de la ducha o tirándote cubos de agua por encima, opto por esto último. Después elijo una piscina cualquiera y me meto dentro, en un cubículo particular.
Fijaros en la pintura del último puente de la ruta ciclista Shimanmi Kaido.
Este onsen está surtido con la fuente de agua caliente más profunda de toda la ciudad de Imabari, la suben desde una profundidad de 1000m. Me imagino entrañas rugientes de magma, fuego y agua mezclándose.
Es meterme en ese cubículo y empezar a encontrarme muy extraño, me cuesta respirar, no sé que me pasa, el agua está caliente pero no es para tanto, en toda mi vida había tenido esa sensación, me asusto, creo que me está dando un ataque de algo, decido moverme porque si me voy a desmayar no quiero caerme de bruces en el agua y morir ahogado en una piscina de medio metro de profundidad. Por caída del último pino, arrollado por un tren, muerto de sed en el desierto, naufragado en medio de un tifón, aplastado en un terremoto, o en pleno acto sexual, me parecería bien, pero no así, por favor.
En cuanto salgo me encuentro mejor, respiro, veo unas rejillas dentro del agua, vuelvo a meterme, ahora lo entiendo todo, me están electrificando, es un baño eléctrico, y no me está dando un ataque de corazón, lo que me da es la corriente eléctrica.
Aliviado y contento de que no voy a tener que ser trasladado en pelotas al hospital japonés más cercano, ni ningún japonés desnudo va a tener que practicarme el boca a boca, vuelvo a mi particular y sumergida silla eléctrica. Cuando me canso de electrocutar mi cuerpo sumergido, me siento en un jacuzzi cercano, donde unos chorros me masajean riñones y piernas.
Aquí me pregunto si todo el agua que estoy tragando mientras intento respirar tendrá “resultados beneficiosos” en mi organismo.
Después me sumerjo en otra piscina de agua menos caliente donde me recupero algo de las sensaciones vividas, y paso a una habitación aparte, es una gigantesca sauna, hay gradas con filas de asientos que dan todos a una gran tele, la gente suda a chorros, me siento y hago como que nada me interesa, como si viniera aquí a menudo.
Esta es la sauna, pero ellas no estaban y desde luego no había nadie que me abanicara.
Se está muy caliente, tanto que al medio minuto empiezo a sentirme mal, al minuto me cuesta respirar, al minuto y medio parezco una patata cocida, tengo que levantarme y llegar hasta la puerta. Lo hago y me meto debajo de una ducha que está junto a la puerta de la sauna, pero en el lado con oxígeno.
Colorado y congestionado me sumerjo en una piscina de agua helada.
Se me encoge todo, en esa fría piscina la supuesta supremacía genital del occidental frente al oriental queda reducida a su mínima expresión. Además después de esta experiencia puedo afirmar sin ningún género de dudas que en el caso de los japoneses es falsa. No existen grandes diferencias, salvo excepciones que confirman la regla…
Me quedo helado mientras pienso en estas cosas, me vienen imágenes de finlandeses saltando a lagos nevados llenos de témpanos de hielo. También me cuesta respirar pero esta vez de frío.
Es entonces cuando decido relajarme en la piscina de niños y por fin puedo jugar a gusto.
Es broma, es para que veáis que en los onsen suelen haber zonas para los más pequeños y así nos pueden dejar en paz un rato, mientras nos relajamos e imaginamos una vida sin niños.
El onsen me está dando un buen meneo, me voy a la piscina exterior a ver qué tal y por fin encuentro mi sitio. Se encuentra en un patio interior, es perfecta, puedes estar con el cuerpo caliente, la cara fría y respirando aire fresco. También tiene un plasma gigante donde ver las noticias en japonés. Cae una lluvia muy fina, tan indefinida que es hasta agradable, el cielo naranja de la noche de Imabari es nuestro techo.
Totalmente recuperado vuelvo al interior, todavía me quedan varias cosas que probar. La primera una piscina circular que cubre hasta el cuello y que cuenta con una barra para ayudar a caminar por ella, y dos cubículos.
No sé para qué sirven hasta que aprieto un botón y un traicionero y violento chorro me viola literalmente y me catapulta hacia delante. No pudiendo soportarlo y con mi masculinidad vejada, paso al otro cubículo, donde vuelvo a apretar, con prudencia, otro botón, y potentes chorros golpean mis hombros y espalda. Este es más agradable y uno no siente que le están haciendo una lavativa industrial. Aún así debo mantener la cabeza fuera de las salpicaduras de este baño como de champán, y agarrarme a la barandilla para no acabar disparado como un delfín encima de alguno de los que enfrente, cosa que no deseo lo más mínimo.
Después paso a una zona con piedras que me masajean los pies, un ay ay ay doloroso y supuestamente tonificante, y hago equilibrios sobre un especie de hierro encima de ésos que te balanceas y estiras gemelos.
Y repito todo el circuito una vez más casi al grito de banzai. Al grito imaginario, porque en los onsen ni se grita, ni se hace ruido, y se trata de no molestar a los demás, así que no está bien visto lanzar aullidos porque te quemes, o tirarte de cabeza como si fuera la piscina de tu pueblo.
Aquí están las normas de los baños, así que ya no tenéis excusa.
En muchos no podrás entrar si llevas tatuajes, y en ninguno si tienes la menstruación. Ninguno de los dos supuestos es mi caso.
Si tienes un tatuaje tampoco te preocupes, en muchos baños venden estos parches, puedes taparlo si quieres.
Me doy una última ducha y paso a la sala de los tocadores. Tienen de todo, ventiladores para secarte el cuerpo, secadores de cabello, pañuelos, hasta bastoncillos para las orejas. Y la gente no se lleva nada a su casa, lo vuelven a dejar todo donde estaba.
Salgo nuevo, renovado, la experiencia me resultó exótica y contundente pero a la vez, sofisticada, refinada y placentera.
Su precio 450 yenes con el pequeño descuento de alojarme en uno de los hostel asociados el Cyclo No Ie. Unos 4 euros al cambio.
Volveré a repetir pasado mañana en Matsuyama, en uno de los tres onsen más antiguos de Japón, el Dogo Onsen.
Salgo a la noche naranja, húmeda y fría de Imabari. Pienso hacer caso de la segunda de las cruces puestas sobre el plano de la ciudad, un restaurante de pollo yakitori.
Comeré todo el que me quepa y beberé toda la cerveza que quiera, volveré al hostel contento y feliz:
-Hola Nelo, ¿qué tal el Onsen? -Me preguntan sonrientes en el hostel.
-Fantástico. Mágico.
-¿Y el pollo yakitori?
-Mágico. Fantástico.
-A ti todo te parece fantástico.
-Si, porque Japón es fantástico. Amo Japón.
-Y nosotros te amamos a ti.
Qué buen rollito, así da gusto viajar.
Los 100 kilómetros en bicicleta, las piscinas del onsen, el pollo y la cerveza, consiguen hasta que logre dormir.