LOS RESPLANDORES ROJOS DE AMSTERDAM. UN VIAJE POR CARRETERA
Nelo | May 12, 2016A ella le gustan los viajes por carretera.
Tal vez sea porque tiene muchos kilómetros pendientes de recorrer, podríamos decir que el destino se los debía y ahora llegó el momento de ajustar las cuentas.
Y los viajes por carretera saldan bien la cuenta entre el debe y el haber, son kilómetros sentidos, ganados a pulso, nada que ver a los hechos por ejemplo en los aviones, son cosas que sabemos todos, no valen, dan la sensación de no haberlos hecho.
A ella le gusta la carretera porque dice que el cielo es más grande y los carteles escritos con nombres de lugares lejanos invitan a soñar.
Dice que conducir le relaja pero yo creo que es porque puede hablar durante horas, fumar, coquetear con una sobredosis de azúcar, quedarse dormida, reír, poner música a tope, intentar tocarse la nariz con la punta de la lengua, cantar, pensar en el pasado, ponerse transcendental, mirar el paisaje, mirarme a mí, bailar y meterme mano, y no necesariamente en este orden, o sí.
Es una chica aleatoria y multifuncional, y a veces combina varias de sus actividades en ruta al mismo tiempo.
El mejor regalo que puedes hacerle a una chica así son kilómetros.
Aderézalos con unas cuantas historias de otros viajes que la hagan reír, con un coche de casi veinte años cuyo motor, viejo y quemado, otorgue la suficiente incertidumbre de no alcanzar el próximo destino, una carretera sin final, y será tuya.
-Nena, nos vamos a Amsterdam- Le digo un día de finales de noviembre.
Podría preguntárselo pero para qué si ya conozco la respuesta. ¿Por educación? No hace falta, además sé muy bien que lo prefiere así.
Sería como preguntarle si le puedo dar un beso, perdería su gracia, es mi chica y la beso cuando quiero. Bueno, vale, casi.
-Serán cinco días, cuatro de viaje y uno allí.
Me responde que lo que importa es el camino y no el destino, o alguna cursilada parecida.
-Seguramente nos cagaremos de frío estando allí- Puente de diciembre y Amsterdam es un cóctel servido siempre helado.
Le parece bien.
-Iremos mucho rato por nacional, en Francia es fácil que pidas la inyección letal después de horas y horas de rotondas. Francia está preñada de ellas, es la madre de todas las rotondas, estos cabrones nos exportaron la idea hundiendo nuestra existencia circulatoria en absurdos círculos que nadie sabe muy bien por donde tomar mientras el flequillo se te hace a un lado y maldices.
No se amilana ante lo que le digo.
La suerte, lo ideal, está en encontrar a alguien que le vaya lo mismo que a ti. El famoso roto para el descosido. Si no te gusta afeitarte encontrar a quien le guste una barba de tres días. Me refiero exactamente a eso.
-Y el coche ya veremos si llega, está mayor el pobre…
La sombra de una avería, una especie de mini-tragedia temporal y económica, queda disfrazada y endulzada bajo el sabor de la aventura. Si es que las cosas son como uno quiera verlas. Si al final va a ser que sí, qué alegría.
Así que a la inhumana hora de las 6 de la mañana del primer día de un puente de diciembre, (debo estar haciéndome mayor o alemán) nos echamos al asfalto.
El viaje…mal. Pero sólo al final del segundo día.
Como soy gilipollas me empeño en ir sin mapa porque creo que me lo conozco, pero como la última vez que estuve en Amsterdam fue hace 20 años pues como que ahora hay bastantes más carreteras.
En Alemania ahora mismo hay más autopistas que sitios a donde ir, decidí ir por allí para evitar pagar las autopistas francesas, pero nos perdimos e hicimos de la parte alemana un tortuoso laberinto, sin minotauro pero desesperante, en el cual Teseo parecía un paleto al volante de un Renault Clio perdido por los anillos de Frankfurt, y Ariadna se tuvo que buscar la vida en un área del norte del país con un camionero lituano para que le diera un roído mapa que al menos sirvió para no acabar en Dinamarca.
Y eso después de cabrearme por su tendencia totalmente despreocupada de no querer saber nada acerca del funcionamiento del viaje: si la siguiente frontera es la polaca cuando tendría que ser la de Bélgica, no es su problema, ella no se fija en esas cosas.
Y aún voy a ir más lejos, creo que realmente le daría lo mismo estar en un sitio que otro, cosa que tiene su miga y debo pensar en ello.
No parece muy preocupada, ¿verdad?
Tampoco piensa en tonterías como dónde dormir, ni si al coche le pudiera hacer falta gasolina, ni mucho menos de cosas absurdas como visados, direcciones, lugares que visitar o medios de transporte a utilizar, ni mucho menos horarios y precios, ni idiomas, ni memeces de ese tipo.
En cambio le gusta concentrarse en lo esencial.
Son cosas que me suelen hacer bastante gracia excepto si estoy cansado, con la cabeza echando humo intentando orientarme, muerto de sueño y de hambre, y completamente perdido.
En contrapartida nunca se queja, todo le viene bien y cuando las cosas van mal suele mantener una postura zen que todavía me enerva más cuando ya me harté de tomar decisiones y hacer cosas por los dos, mientras repaso mentalmente, o a viva voz, el listado de las ventajas de viajar en solitario.
En cualquier caso no quiero aprovechar el totalitarismo que me otorgan estas mis líneas y aunque yo haya venido a hablar de mi libro, pienso que es justo darle su voz en este espacio con un link directo a su versión de los hechos. Ofrezco al lector el convertirse en juez y parte de nuestras desavenencias.
Al final llegamos a Amsterdam, y nos perdimos buscando el camping. Lo encontramos, tarde, cansados, sólo para dejar las mochilas, y como en la montaña rusa de cualquier viaje que se precie tirarnos al centro de Amsterdam dispuestos a comérnoslo de un bocado.
Amsterdam siempre sabe bien, huele bien, la ciudad suele ser agradecida vayas en el plan que vayas.
La de los ojos marrones se infló a fumar, se hinchó a comer y caminó por las calles invernales y nocturnas de la ciudad de las bicicletas, mientras me decía cosas como:
-Mira, este es el famoso canal -Quedándose tan ancha.
O lindezas del tipo:
-Después de fumar la Ak-47 pienso a ráfagas…
(Para los lectores que no lo sepan la AK47 es una metralleta)
No me extraña eso de quién es capaz de escribir este otro artículo sobre este roadtrip a Amsterdam, la Venecia del norte, sobrenombre puesto a demasiadas ciudades por el mundo, basta ya de venecias, por favor.
Después de la inmersión en el voluptuoso universo cannabinoide de los coffeshops, volver a encontrar el camping fue aún más difícil.
La de los ojos marrones vegetaba en el asiento del copiloto trazando frases inconexas mientras yo trataba de que mi única neurona operativa en la memoria encontrase el camino de vuelta, metido en un bucle en el cual siempre pasaba por el mismo túnel, una y otra vez.
El día siguiente fue otro mano a mano entre la ciudad y nosotros. Cada cual viaja como quiere pero si sólo se tiene un día para visitar una ciudad nosotros preferimos no hacer demasiado, caminar mucho pero sin pretensiones, tomar un barco, subir a un tranvía que te lleve a las afueras. Regresar y vagabundear por el centro, subir a algún lugar alto para poder echarle un vistazo de una sola vez. No mucho más, sin demasiadas pretensiones, ni mucho menos una agenda apretada repleta de visitas a museos, o algo así.
Foto de la plaza del Damm. Es un tiroteo el 7 de mayo de 1945. Atención a la niña sin refugio.
Los alrededores del camping, en la península de Zeeburg en el lado este de Amsterdam, los encontramos fascinantes, la pequeña isla atrajo a personas que les gusta vivir en las afueras de la sociedad.
La isla tiene una bahía en el lado sur, separada por sólo un terraplén estrecho de una de las vías fluviales más activas en el mundo, el Amsterdam-Rijnkanaal, que conecta Ámsterdam a la aglomeración industrial del Norte-Westfalia, Alemania.
Es una maraña formada por lagos donde flotan viejas casas-barco y grandes canales surcados por enormes buques de carga. También hay islas de tierra donde trabajan artistas bohemios bajo los bosques.
Da la sensación de un vecindario formado por viejos músicos que viven solos con su perro en antiguos cargueros atracados definitivamente.
Al lado de houseboats donde rastafaris devotos se dedican al cultivo orgánico, entre escultoras neo-hippies pero bien relacionadas en el mundo del arte que hablan de la isla en términos de “energía propia” y/o “magnetismo especial”.
Al sur estaba uno de los vertederos de basura más sucios de Europa, los desechos industriales se hunden profundamente en los pantanos, pero la zona ha sido objeto de una rigurosa limpieza y el sitio de descarga es ahora Diemerpark, un parque de recreo.
Varios metros de tierra vegetal protegen a los visitantes de los restos de los residuos industriales. Cimientos contaminados de todo este verde. Caminos de asfalto para bicicletas serpentean alrededor del antiguo vertedero y el parque dicen que es muy popular entre los patinadores en los meses de verano.
Ya en el centro de la ciudad, deambularemos por lo más típico de Amsterdam y subiremos a la terraza del Nemo, mirador privilegiado y gratuito desde donde se puede ver latir el corazón de la ciudad, hoy gris, ventosa e invernal.
Dicen que el Museo de las Ciencias Centro Nemo es un lugar perfecto para ir con la familia. Como voy con la de los ojos marrones mejor la terraza y una pizza en su restaurant, porque ya me dí cuenta que en Amsterdam debe alimentarse cada hora y media de manera obligatoria.
-¿Tu hambre debería preocuparme? -Pienso en una escasa probabilidad.
-¿No te gustaría un mochilero chiquitín? -me espeta.
-Creo que preferiría arrojarme al vacío.
La ciudad da vueltas girando cada vez más deprisa a mi alrededor mientras pienso en ese aterrador futuro y ella acaba las últimas patatas fritas envueltas en mayonesa.
Bajo el cielo encapotado y la lluvia fina el paisaje urbano parece una especie de monstruo amenazador y despiadado.
Nos subiremos en el ferry gratuito que nos lleva hasta la orilla donde nos refugiaremos de la lluvia y descansaremos en las gradas del Eye, el museo cinematográfico de Amsterdam, viendo como cena la gente, donde hay otro de los carteles famosos de Amsterdam de los que nadie puede escapar sin hacerle fotos.
Y más tarde de vuelta al centro, subiremos a un tranvía que nos lleve hacia las afueras, donde buscaremos un coffeshop de precios no turísticos y ambiente tranquilo. Lo único que puedo decir a los amantes del THC que vayan por primera vez a Amsterdam es que busquen un coffeshop fuera del cogollo más turístico de la ciudad, los escandalosos precios del centro bajan en picado cuanto más te alejes de él, vale la pena.
Recuerden también los no fumadores que se puede participar plenamente de esta experiencia a base de pasteles, madalenas y mil cosas más, sin tener que echar ni una bocanada de humo.
Pensando en un tímido primerizo recordar que en estos lugares no se sirve alcohol, por lo que sólo hay inofensivos y más o menos emparrados fumadores. Nada de borrachos tambaleantes con ganas que pase algo.
Pero Ámsterdam es mucho más que eso, dirán los que no están interesados en estas cosas, y tienen toda la razón.
Negar cualquier otro de los mil aspectos de la ciudad sería absurdo. Amsterdam es mucho más que resplandores rojos y lencería minúscula blanca fosforescente, mucho más que humeantes dos papeles y ojos rojos, y mucho más que museos y canales.
La ciudad se muestra amable con cualquier tipo de turismo y ante cualquier espécimen de viajero siempre y cuando no se meta en líos absurdos.
La capital de Holanda no sólo será benevolente con el grupo de amigos de incipiente calvicie ya algo talluditos, pero con espíritu de Erasmus, que vienen por tres días, o con el marinero asiático que lleva tres meses sin tocar tierra ávido de desahogo, sino que dará encuadres perfectos para que las parejas de enamorados se morreen violentamente como si les fuera la vida en ello entre barcas centenarias meciéndose bajo el graznido de las gaviotas.
Enseñará a las familias viajeras una ciudad que es paraíso de ciclistas, bendito caos de pedales, manillares y ruedas, flagelo de los peatones despistados, y alimentará a aquellos que necesitan saciar la exigencia de sus paladares y estómagos con toda clase de delicias, incluidas también las que hacen que el colesterol suba como un cohete espacial y los michelines se expandan en torno a uno como una ensaimada mallorquina.
También conseguirá dar al mochilero solitario la sensación de estar en la verdadera capital de la Europa más occidental, con ese aire libertario acentuado en la falta de hipocresía respecto al sexo por dinero y al consumo de cannabis.
Amsterdam y toda Holanda puede que no sean ningún paraíso, y seguro que tiene su lado oscuro, sus infiernos particulares como en cualquier otra parte, pero sí tiene algunas cosas que enseñarnos; ¿por qué nos costará tanto aprender? Yo no dejaría de ver el siguiente vídeo que muestra la increíble historia de las bicicletas en Holanda y explica el porqué de esta maravillosa marabunta ciclista. Como mínimo resulta inspirador.
Las vueltas a casa siempre son más cortas que las idas, nunca supe muy bien porqué, pese a que nos hincamos más de 2000 kilómetros otra vez, y un policía nos siguió y nos hizo desviarnos de nuestro camino cuando después de un par de horas perdidos habíamos conseguido encontrar la salida correcta de la ciudad. La razón, no sabía de donde era mi matrícula y pensaba que éramos extracomunitarios. Aún así el querubín rubio curtido en mil gimnasios fue un tipo agradable con nosotros, si bien nos dejó otra vez perdidos y desorientados.
Y no mucho más, que me enrollo y no paro. Volviendo al viaje fueron en total 4300 kilómetros en 5 días y unos costes de gasolina y autopista superiores a los de dos billetes de avión.
Pero ahora cuando cierre sus bonitos ojos marrones, el recuerdo de Amsterdam aparezca como un ente más real y tangible que un sueño de una prometida ciudad difusa en la imaginación.
Además ahora ya sabe cuanto mide esta parte de Europa.
Cuando llegamos a casa ponemos una lavadora y mientras hace la cena, yo tiendo la ropa tratando de romper el menor número de pinzas chinas de plástico posibles. No es una misión fácil, putos chinos.
A mi alrededor el invierno de Valencia que ni parece invierno ni nada.
Miro desde la terraza el viejo coche aparcado que milagrosamente sobrevivió a la paliza de kilómetros. Pienso que mañana mismo volvería a sentarme en él y nos largaríamos al sur. U otra vez al norte, en realidad qué carajo importa.
Bueno mañana mismo no. Pasado mañana mejor, que estoy cansado.
-¡Neneee, a cenaaar!
-Ya voy, cari.
Porque ¿sabéis qué es lo que pasa?, si me quedo parado, la vida acaba oliendo a ajo y tortilla de patatas.
Y eso no está mal, pero sólo a ratos, por favor.