KURDISTAN CON MOCHILA. ERBIL, LA CIUDAD SIN LADRONES
Nelo | October 26, 2017Última parte de mi viaje al Kurdistán iraquí.
Llegué a la frontera del Kurdistán iraquí en plena noche, nos sentaron a todos en una sala con calefacción y pasaron una bandeja de té muy dulce con sabor a canela. A partir de ese momento los kurdos se presentaron como lo que son, o al menos como lo que quieren ser con el extranjero: hospitalarios. Incluso en su frontera.
En el 2012, cuando hice este viaje, el Kurdistán iraquí era un oasis de paz en la región. No había registrado ni un solo muerto en toda la guerra de Iraq, o al menos eso se decía, Sadam Hussein era cosa del pasado y los fantasmas del Isis o Estado Islámico ni se vislumbraban en el horizonte. Es cierto que en Siria habían empezado ya los problemas, pero el Kurdistán Iraquí permanecía en paz y sin otras amenazas que las habituales en una región siempre en tensión en mayor o menor grado. Gozaba (y goza aún en el presente) de una autonomía propia, fronteras propias, gobierno propio, policía y fuerzas estatales propias, y había conseguido, apoyada por Estados Unidos, una independencia inaudita para sus propios vecinos kurdos que vivían en otros territorios e incluso para ellos mismos, siempre represaliados y hasta gaseados por el régimen anterior.
Permitían incluso la entrada de extranjeros en su territorio, y los pocos los viajeros que se habían adentrado en él, contaban maravillas, y yo estaba en esa frontera dispuesto a aprovechar esa coyuntura.
Dijeron mi nombre y con el té caliente en la mano me dirigí a ventanilla:
-¿Propósito de su viaje a Kurdistán?
-Turismo.
Pone cara de estupefacción. Hace como que no me ha oído, y me pregunta, siempre amable y agradable:
-Pero, ¿Cuáles son los negocios que lo traen al país?
-Ninguno, soy un turista- Ser un turista te exime casi de todo, es fantástico, te aporta una levedad que incluso puedes poner cara de gilipollas que a nadie le extraña. “Es un turista” se dicen, mientras te permiten toda clase de extravagancias.
Se queda atónito. Le digo:
-Verá señor, a los que tenemos pasaporte de la Unión Europea nos corresponden al menos 10 días de visado gratuito por razones turísticas.
Comprueba unos papeles, mira un listado y me sella el pasaporte con una sonrisa. Yo agradecido le doy las gracias en kurdo.
De momento todo bien, visa gratis y la única frontera del mundo dónde me han invitado a té de manera oficial, por protocolo. A mí y a todos, parece poca cosa, pero humaniza el trámite, para mí es importante, el detalle nos hace a todos personas.
Subimos al autobús y la gente parece mucho más relajada y contenta, conozco a todos mis vecinos de asientos, han visto que era extranjero en la frontera y quieren hablar conmigo. Ahmed es un chaval de Dohok, tiene una tienda de ropa, compra en Estambul y vende en su ciudad natal. Yo no paro allí porque llega a las dos de la mañana y prefiero seguir hasta Erbil porque llegaremos a la salida del sol, sobre las cinco de la mañana. Ahmed me cuenta que compra ropa europea y turca, la china dice que dura dos semanas. Otros vecinos de asiento son dos señores, hermanos, Abdelhalik y Rahmi, y me dicen muy serios que van a ayudarme a conocer Erbil (Hawler en idioma kurdo).
Amanece mientras atravesamos paisajes áridos con un gran río que atraviesa el desierto tiñendo el fondo de los valles de un verde psicodélico.
Kurdistán no tiene mar pero de montañas va sobrado. Y de vergeles también.
Cuando llegamos adonde para el autobús, en una anodina avenida de las afueras de Erbil, Abdelhalik me lleva en un buen coche al centro de la ciudad, y me dice que lo llame mañana sin falta.
-Hoy descansamos y mañana nos vemos- Sé, y que nadie me haga razonar un por qué, que puedo confiar en él. Y eso que últimamente tengo el radar atrofiado, pero el tuerto aún ve.
Oriente medio, en especial el eje Siria-Irak-Irán, cuenta con muchos tipos como Abdelhalik, su gente es hospitalaria por naturaleza y cultura, si se pudiera medir algo así, estos tres países estarían en la cabeza del ranking mundial. Y lo que no me explico, es cómo. Puteados, afligidos y pasados a cuchillo por fanatismos religiosos de toda índole, inmersos en guerras que van cambiando de lugar, avasallados y bombardeados por las grandes potencias, por sus propios vecinos y hasta por sus propios gobiernos.
E increíblemente hospitalarios con los viajeros.
Cuesta imaginarse Afganistán como paraíso mochilero, y lo era no hace tanto, preguntad a los hippies, hoy ya ancianos.
Podías perfectamente meter a tus colegas en una furgoneta e ir a fumarte unos porros a Kandahar.
Tanto como Irán era uno de los países más progresistas, avanzados y desenfadados, dónde se lucía la minifalda cuando en países como España era aún impensable.
Kabul, Afghanistán, en 1972
Kurdistán, en el norte de Iraq, una tierra bella y hospitalaria. Lo contrario a lo que sale en la tele.
¿Cuántas guerras más aguantarán sus pueblos sin perder sus virtudes? ¿En qué se parecerá la maravillosa gente siria que conocí a principios del 2011 a la de ahora? ¿Qué futuro espera a los iraníes? ¿Contra quién morirán peleando la siguiente generación de jóvenes kurdos? ¿Cuándo se acabará la pesadilla de las largas barbas y los cuchillos? ¿Qué hacemos con todas las armas made in todas partes y todas las presiones internacionales?
Chicas kurdas.
Demasiadas preguntas para un mismo amanecer. Comienzo un recorrido infructuoso en busca de hotel. Son las 6 de la mañana y hace un calor insoportable. En cada recepción hay alguien durmiendo que me dice que no, alguno incluso de malas maneras. No los culpo, los estoy despertando y me doy cuenta que no es hora de buscar alojamiento.
Recorro el centro rodeando la ciudadela, la ciudad es distinta a cualquier otra que haya conocido antes, aunque de estructura similar casi todas las de esta zona del mundo, ciudadela antaño casi inexpugnable en lo alto de una colina y toda una gran ciudad moderna esparramándose a sus alrededores, su aire, su aroma, sus colores, su luz, es diferente y única.
Erbil se despierta mientras desayuno y conozco a Jalil, nos entendemos como podemos, es de alguna ciudad iraquí más al sur, no recuerdo cual. Muchos iraquíes vienen a trabajar al Kurdistán porque es el estado más rico de todo Irak y sus sueldos son casi un 30% más elevados que en el resto del maltrecho país.
A una hora más normal para buscar una habitación reanudo mi búsqueda y enseguida encuentro una en el Bagdad3 a 15 euros la noche. Es sucia y el aire acondicionado es muy extraño. Podría haberme quedado en casa de Abdelhalik pero estoy muy cansado y quiero pasarme todo el día durmiendo, tengo dinero y me gusta la privacidad, al menos por esta vez.
Duermo, me levanto a mediodía para ir a cambiar dinero, quiero llegar a un banco que había visto pero no lo consigo, hace tanto calor que me mareo, sufro un bajón de tensión, todo me da vueltas, me recupero a la sombra de un laberíntico zoco y vuelvo a la habitación de donde no saldré hasta la tarde.
Erbil en árabe, Hawler en kurdo.
Al anochecer, cuando sus calles bullan de actividad, cambiaré en la calle, en unas paraetas ambulantes que bien podrían haber estado vendiendo cacahuetes pero en cambio se encuentran llenas de montones de billetes, fajos y fajos de dinero en una mesita en medio de la acera, entre el que vende pinchitos y una parada de autobús cualquiera.
No hay ladrones aquí, me repiten una y otra vez sin parar.
Si quieres leer las entradas anteriores de este mismo viaje pincha aquí.
Compro la cena y un espontáneo que estaba comprando lo mismo que yo me la paga. No importa lo que yo insista o que no me deje. Habla con el vendedor y éste se niega a cobrarme. La gente habla conmigo si se dan cuenta que soy extranjero, pero lo hacen sin avasallar lo más mínimo, con una educación exquisita.
Por la noche, a la hora de cerrar el zoco, las tiendas son tapadas con unas telas. Así pasarán la noche, una lona será todas sus medidas de seguridad para que su género no sea robado, y no hay guardianes, o al menos no se ven. No hay ladrones aquí, me vuelven a decir cuando pregunto por ello. Y yo vuelvo a preguntarme cómo lo consiguen.
Al día siguiente seré obsequiado con un banquete en casa de Abdelhalik, seré presentado a toda su familia y vecinos, visitaré el lugar donde trabaja, y en los sucesivos días me acompañarán a ver la ciudad, un parque y un centro comercial. Seré apadrinado por ellos sin esperar nada a cambio, mantendremos interminables y agradables charlas y veré de cerca cómo es la vida de una familia kurda.
Única y desenfocada foto propia en Erbil, junto a mis amigos kurdos. Al fondo, la Citadel. Si quieres saber cómo me robaron la cámara en Turquía pincha aquí.
Paso una semana en Erbil (Hawler) y cuando llega el momento de seguir viaje por el Kurdistán rumbo a Irán, decido que hasta aquí he llegado. Tengo la visa de Irán estampada en mi pasaporte, y hasta el vuelo de vuelta Teherán-Estambul-Barcelona comprado para unas semanas más tarde, pero paso de todo.
Me compro un billete para el día siguiente volver a España vía El Cairo.
Y me vuelvo.
El avión sobrevuela planicies y llanuras completamente desérticas, barridas por el polvo y la arena, es el resto de Iraq. Ése que todos hemos visto por la televisión, con un pasado reciente de campos petrolíferos ardiendo y repleto de tanques de fuerzas aliadas, y no visitable para los viajeros normales.
Ese Iraq con un futuro negro. Tan negro como las banderas del Isis y del terrible Estado Islámico.
A Irán en cambio, lo conoceré más adelante. No ahora, mi madre está muy enferma.
Morirá dos meses después de mi regreso.
Cinco años después he podido, por fin, escribir sobre ello.
FIN