JAPÓN. ONOMICHI, EN EL MAR INTERIOR DE SETO
Nelo | February 26, 2016Mientras desayuno en Onomichi, ciudad costera próxima a Hiroshima, en Japón, me doy cuenta que una de las cosas que más me gusta de este país es la sutileza de hasta los más pequeños detalles.
Pasé la noche atravesando oscuras autopistas desde Tokio hasta Hiroshima a bordo de un autobús.
Después recorrí en tren verdes valles de pueblos industriales con gentes recién levantadas aún no del todo despiertas.
Desde Hiroshima hasta Onomichi, si uno no se quiere gastar un buen dinero viajando en shinkansen (los trenes-bala japoneses), el tren más barato es el de la línea JR Sanyo Main Line. Hay que hacer un rápido transbordo, pero es un tren normal, de los que da tiempo a ver el paisaje y la gente sube y baja en los pueblos.
Ahora, frente al Mar Interior de Seto, me envuelve en mi cansancio está agradable atmósfera de horno-café mientras desayuno zumo de frutas y pasteles. Y todo me resulta cuidadosamente sutil. La música del local, cómo están dispuestas las cosas, las frases repetidas por las dos dependientas cada vez que entra o sale alguien del local, dichas con suave musicalidad, en un tono amable, las ligeras reverencias, los olores del horno, los sabores de lo que desayuno, hasta el sol que entra por los grandes ventanales es delicado, ya que llega a calentar, pero no molesta.
yo amo los mundos sutiles, ingrávidos y gentiles, como pompas de jabón. Machado
Hablo de sutileza porque no se trata de belleza en su máxima expresión, ni de perfección. En Japón la imperfección puede y debe formar parte de la armonía, del equilibrio. Lo sencillo y bello es más bello precisamente por ser sencillo y discreto, lo elegante es más distinguido si no es arrogante o exuberante. Aplicado a la estética, si por ejemplo quisiéramos adornar un rincón, quedaría mejor un sencillo tallo con una pequeña flor que todo un suntuoso ramo de flores coloridas.
Todas estás sutilezas y conceptos estéticos también dominan el carácter y la forma de vida del pueblo japonés, y se agradece mucho que normalmente, se piense en el otro. Si no para favorecerlo, al menos sí para intentar no fastidiarlo. Eso ya es una gran ventaja.
No perturbar, el silencio, dominar el mal carácter, no son virtudes pensadas para beneficio de uno mismo, si no, aún mejor, en el del prójimo.
Por eso será muy difícil de ver dos empleados discutiendo delante de un cliente, o a la cajera de un super quejándose de que se le estropeó algo en su caja registradora, o a los enfermeros de un hospital contándose su fin de semana mientras le afeitan el pubis a alguien antes de operarlo.
Por eso sería muy extraño que un funcionario te trate como a un perro, o que un policía nacional sea un tipo soberbio de insoportable actitud chulesca, que normalmente lleva armas por algún problema de frustración sexual en su adolescencia. Tampoco veremos empleados de banca perdonavidas que parece que te estén haciendo un favor por dejar que tus ahorros paguen las cuentas de los grandes banquetes y prostitutas de lujo de los consejos de administración de esas entidades usureras y mafiosas.
Por supuesto que en Japón no son angelitos y también existen estas cosas, pero no se suelen ver.
Onomichi se despereza ante mí en forma de faldas azules con ribetes blancos de colegialas montadas en bicicletas,
Y barcos pesqueros meciéndose bajo el plúmbeo graznido de los cuervos y gaviotas, esperan a pescadores de monos amarillos plastificados, botas de agua y pantalones de chándal con manchas grasientas.
A Onomichi se le ha llamado la ciudad de la nostalgia, y así ocurre cuando las nubes encapotan su cielo y una oscuridad diurna parece hibernar el estado de las cosas.
También se la conoce por ser una de las dos ciudades protagonistas de una obra maestra del cine, Tokyo Story, o Cuentos de Tokio, dirigida por Yasujirō Ozu, y que muestra una Onomichi de los años 50 con una sensibilidad exquisita de planos largos y serenos, donde el silencio no es considerado nada negativo, y en cuya escena final, nos muestra exactamente ese rasgo japonés que podemos confundir con rigidez a la hora de mostrar sentimientos y que en realidad es pura empatía.
En esta ciudad portuaria surcada por los trenes, bastante parecida a la que yo he encontrado, llama la atención la actitud de los dos actores de esta escena final.
Tratan una conversación sobre un hecho muy dramático, y debería ser amarga, angustiosa pero ninguno de los dos quiere hacer mal al otro, parecen alegres, se esfuerzan en ello. Después cuando el protagonista queda solo, entonces si se ve el insondable abismo que le deja la muerte de su mujer y compañera de vida, mientras queda sumido en una melancolía, pese a todo tranquila, quizá resignada, amargura que en todo caso, sube y baja por la nuez de su garganta, y el tic tac del tiempo toma ritmo de motor de barco.
Aunque no llegué hasta aquí siguiendo el rastro de esta película, sino porque Onomichi es uno de los dos extremos de una de las rutas ciclistas más espectaculares del mundo, la Shimanami Kaido.
Ochenta kilómetros atravesando seis islas del Mar Interior hasta Imabari, utilizando puentes de autopista monumentales, pero eso será mañana.
Hoy me quedo en esta ciudad poco conocida, poco turística, el Japón de provincias tan diferente a Tokio, tan de verdad, tan accesible. Pasearé hasta que me salgan llagas en los pies por sus puertos apagados, entraré en una taberna de nombre español en busca de alguna buena historia, para descubrir que sólo el estilo es español y que no hay un loco expatriado detrás de la barra casado con una japonesa y mil y una historias que contar.
Conversaré con una señora que pasea su perro, curiosa sobre quién es ese tipo raro que almuerza frente al mar.
Descubriré la lindura, simpleza y funcionalidad de una habitación tradicional en un palacio de madera convertido en hostel, donde el mobiliario reducido a su mínima expresión, deja su espacio al estar, al ser, al comer, o al dormir. Aquí las casas no se llenan de trastos donde guardar más trastos, que son nuestros muebles.
Extenderé mi futón sobre el tatami y abriré mis mapas calculando si voy a tener resuello suficiente para pasarme pedaleando los dos próximos días.
Y cerraré los ojos tratando de dormir, sintiendo Japón bajo de mí.
Por mi mente pasarán trenes nocturnos, gaviotas pescando en oscuros océanos, barcos pesqueros meciéndose en el oleaje, ojos rasgados, flequillos de pelo negro, sonrisas tímidas, pero soñar, nena, sólo soñaré contigo.