CALCUTA EN AUTOBUS Y OTRAS LOCURAS
Nelo | November 13, 2018A primera hora de la tarde en Calcuta, pese a estar en noviembre, hace calor; quizá sea el humo de los coches o el aliento de sus millones de habitantes. Tal vez tantos pitidos de todo tipo de vehículos aumente la temperatura, es tan exagerado que pienso mientras camino que algún tipo de efecto tienen que provocar aparte de ponerte los pelos de los chakras como escarpias.
La de los ojos marrones cuelga de una liana. Se balancea y ríe. Yo le hago fotos. Los jardines de la vieja biblioteca nacional crecen exuberantes y asalvajados, en perfecta sintonía con el viejo edificio abandonado.
Hemos venido caminando durante unos kilómetros, como casi siempre hacemos por Calcuta, pero de tarde en tarde, cuando los pies nos queman y ya no podemos más, pillamos el metro, o algún autobús que creemos que va en la misma dirección que nosotros – a veces no lo hace y dobla por una avenida que no toca, entonces nos dejamos llevar o nos bajamos rápido en la siguiente parada, volviendo sobre nuestros pasos y repitiendo la operación. Pero eso no ocurre casi nunca, lo normal es que nos deje donde queríamos, más o menos.
Tengo un puntito de esquizofrenia –no preocupante, al menos para mí- que me hace creer que los autobuses que elijo al azar son los que me llevan a mi destino. Los miro pasar, uno tras otro, con sus pitidos floridos como si fueran elefantes coloridos y borrachos. En un momento dado uno me llama la atención, prepárate nena, ése va para allí, y le hago una seña al cobrador que prácticamente va colgando de la puerta, como si surfeara por el asfalto, con las manos llenas de billetes sucios colocados entre sus morenos dedos, éste pega un par de golpes en la chapa para que el conductor aminore la velocidad y nosotros empezamos a correr, porque si no eres viejo al autobús le gusta que te subas a la carrera y así él no deja de trotar.
Hay un momento crítico en esta maniobra, es cuando uno ya está arriba pero el otro no, y parece una película de vaqueros que quieren subirse a un tren en marcha por detrás y el de arriba le grita al de abajo, y éste corre aún más deprisa, y los dos estiran el brazo, ¡vamos cariño puedes hacerlo!
Película Viaje a Darjeeling
Y cuando la de los ojos marrones consigue subir vivimos un instante de éxtasis, que no puede durar mucho, porque tenemos que agarrarnos fuerte a alguna cosa; los autobuses de Calcuta son como una atracción de feria, donde te sacuden, te botan, te centrifugan y te estampan según el gusto del conductor y del resto de este desconcierto organizado.
Me cuesta soltarme de una mano para poder pagar al cobrador, y hago de contorsionista, o de bailarina de streptease con barra, y me digo a mí mismo cuánto me gusta esta vida de asalta-autobuses, y que me la pasaría así, como ese fantasma de Ghost que viajaba en metro atravesando las paredes de los vagones, asustando a la peña, aunque yo sería algo más obsceno y pervertido, sobre todo con ese culito blanco cerca, y que no necesito nada más. Eso y Calcuta, y ya está.
¿Lo recuerdas? En realidad decía: Deja de leer basura y viaja.
También un bidi de vez en cuando para echarle al cuerpo algo de nicotina y alquitrán, que un hombre sin sus vicios no es de fiar. O como decía Lincoln: “quien carece de vicios, carece de virtudes.”
Fue así como atropellamos un viejo tranvía maravilloso, y digo que lo atropellamos y no nos atropelló porque fuimos nosotros los que lo embestimos. Calculé mal la velocidad del cacharro, pegué un salto adentro pero iba tan deprisa que me estampó contra la puerta abierta. A la de los ojos marrones que iba un par de segundos detrás de mí le pasó igual. Fue un buen golpe. Lucimos sendos moratones en la misma parte de la cadera, como si nos hubiésemos hecho el mismo tatuaje los dos.
-¿Y si te digo que te tires por un barranco lo harías?
-Aquí tienes la prueba.
Atropellados levemente.
En España he intentado hacerlo pero los conductores no me dan bola. Una vez llegaba a la parada del bus uno que ya abría sus puertas y fui hacia él y me puse en paralelo, y corrí y corrí, y le grité que no parase, que yo subía. Y lo hice de un buen salto, con estilo, pero una vez arriba paró del todo. Me miró raro. No había nadie más en la parada, no tenía porqué hacerlo. Me cortó el rollo. Occidente es tan absurdo…
¡Occidente, vete al carajo!
Pero estamos en India dentro del autobús, como agarrotados pero disfrutando, con los músculos tensos aferrados a cualquier cosa, y hay que fijarse bien por dónde se va, pero claro, no has estado aquí en tu puta vida y lo que haces es comprobar que más o menos siga la orientación que tú crees que es la adecuada para llegar a tu ambiguo destino.
Suele salir bien, aunque no siempre. Cuando no lo hace también se conoce sitios interesantes, o al menos curiosos, o como mínimo desconocidos.
Puente Howrah sobre el Rio Hooghly
Qué más da dónde ir, ¿verdad? ¿o no habíamos quedado que viajar es una actitud, bla, bla, bla?
A este paso poco voy a hablar de la Biblioteca Nacional de Calcuta, que era lo que yo quería, y que es una maravilla, porque además son dos, la vieja y abandonada, y la nueva.
La vieja está en la llamada Mansion Belvedere, hoy reformándose.
Si quieres leer el artículo “De por qué mi padre se marchó a India por primera vez con 80 años” puedes pinchar aquí“
No somos muy de museos, pero sí lo somos de bibliotecas. Allí donde viajo, si me acuerdo, visitamos la biblioteca del lugar.
Me resultan tan fascinantes que si a veces está restringida su entrada me hago pasar por investigador. Desde que pasé de largo los cuarenta es fácil fingirlo y me convierto enseguida en uno. De hecho quién sabe en la biblioteca nacional de Almaty, Kazajistán, que uno no es profesor de filosofía o catedrático de horticultura.
Me gusta decir lo de profesor de filosofía porque la gente se queda sin saber que contestar. Nadie tiene arrestos suficientes para profundizar en la filosofía pitagórica o preguntarte sobre la hermenéutica.
Me hago unas fotos y me hacen un carnet con el que puedo acceder a husmear, suelo fijarme en el edificio, en los libros en castellano, y en la erotizadora seriedad de las bibliotecarias, no necesariamente en este orden. Un carnet donde pone que soy profesor de filosofía en cirílico, y al que una vez ya en casa, le doy diferente uso. Pintor, que pintas con amor. A buen entendedor pocas palabras bastan, y si no, recuerda lo de los vicios y las virtudes. Algún día hablaré también de las virtudes.
En la biblioteca de Calcuta no hace falta fingir ser un erudito, apuntas tu nombre en un libro en la caseta del bigotudo guardián, firmas, os sonreís y nada más. Ya puedes colgarte de las lianas y tener las dos bibliotecas para ti.
Fachada exterior de la puerta de entrada a la Biblioteca Nacional de Calcuta.
A la vieja no pudimos acceder a su interior porque la están reformando, aunque por fuera es absolutamente fascinante, embriagadora, con esa pátina del paso del tiempo y de los monzones, uno tras otro, y en medio de un parque asilvestrado, oasis selvático de paz en medio del monstruo urbano, una especie de ojo de huracán donde reina la más absoluta calma.
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Por dentro nos quedamos con las ganas porque somos de los que nos fascinan los lugares abandonados, a los que accedemos a veces no con los más nobles propósitos –o tal vez sí lo sean- para poder recordar luego, ¿te acuerdas cuando te di lo tuyo en la vieja biblioteca de Calcuta?
Aunque también lo llamamos “ajustar cuentas con el destino.”
Esta vez nada de eso, nos colgamos de las lianas, unos morreos furtivos allí donde nadie nos ve y unas cuantas fotos del edificio. Eso es todo.
Ya sé que esto no sale en los blogs de viaje. Si nos atenemos a sus escritos, la mayoría de los bloggers de viaje follan poco o nada. Deben ser castos y puros, y la verdad, ¿a quién carajo le importan las cuatrocientas ochenta y tres cosas qué hacer en Villalpardo del Marquesado?
Los asuntos de entrepierna son tan interesantes como los antropológicos, y algo más divertidos…
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Sí, ya sé que fumo demasiado mientras escribo, voy a tratar de darle seriedad al artículo.
La biblioteca nacional de Calcuta, fundada en…
¡Buf, no puedo!
Esperad que piense un poco y me líe el siguiente, porque hacer copia y pega de la Wikipedia y rellenar así un par de párrafos no sirve. Se lo digo a los castos y a los puros, no tengáis morro.
Yo intento no hacerlo. Así me va. Que empiezo con el noble propósito de hablar de un edificio, y nos atropella un tranvía, y acabo por Kazajistán con la bragueta abierta porque a mi chica le ponen los profesores de filosofía falsos.
Y tengo que dejarlo para el siguiente artículo en el que prometo que hablaré de la biblioteca nacional de Calcuta, porque éste se termina aquí, que menudo día llevo.