LOVOZERO, RUSIA DE ABUELA EN ABUELA
Nelo | May 20, 2017Lovozero, situada en la península de Kola en el norte de Rusia, tiene además de su contundencia toponímica, el ser la capital de los 1900 sami que quedan en la Laponia rusa, además de ser otra última frontera, esta vez auténtica, de verdad: más allá ya no hay carreteras, sólo miles de ciénagas, lagos y bosques congelados. Después el Mar de Barents, la Tierra de Francisco José y el Polo Norte.
Con semejantes ingredientes resulta, a priori, muy atractiva para el viajero que aún no la conoce. Pero, al menos a lo que la ciudad se refiere, lleva a engaño. Lovozero es un pueblo deprimido, con cada vez menos habitantes, donde el alcohol y un invierno siempre demasiado largo y contundente hace estragos entre parte de sus gentes, siendo peligrosa la noche para los viajeros incautos, especialmente si son de género femenino. Eso te dicen al menos.
-No salgáis de noche- me advierte Víctor mientras conduce- Y en Revda lo mismo, tened cuidado, allí está la prisión del estado.
Y no es el primero que nos lo dice, mediante un contacto de Couchsurfing intenté alquilar una cabaña de pescadores en una isla en un lago helado.
Tenía la lujuriosa pretensión de pasarme unos días yaciendo junto a la de los ojos marrones entre pieles de reno al lado de una chimenea, y de sólo levantarme de vez en cuando para ver si había picado algún pez en un agujero hecho en el hielo.
-Mirad, mi primo tiene miedo de alquilarla a extranjeros, allí en los lagos hay pescadores, algunos beben, puede ser peligroso.
Escuché muchas veces habladurías semejantes por muchas otras partes del mundo, suelen no ser verdad. Además, las pocas crónicas de viaje que hay por la Península de Kola desmienten estos hechos, y resaltan la gran hospitalidad en general de sus habitantes. Hecho que podemos afirmar en primera persona.
Unos días antes le pregunto sobre esto a Nadim, un amigo que hicimos en el tren.
-Sí, podría ser peligroso, es la cultura del norte.
Hablando con Nadim en una de las numerosas paradas que el tren de San Petersburgo a Murmansk realiza en sus 27 horas de recorrido. Yo no soy el guapo, y evidentemente no se me ocurriría bajar del tren en pantalón corto en Abril.
Y nos quedamos sin nuestra cabaña de pescadores soñada. Sabiendo que casi nunca es tan fiero el lobo como lo pintan.
Aunque sobre Lovozero no puedo apuntar que hay belleza en su paisaje urbano, y si acaso existiera, esa belleza no es la clásica ni la esperada. Podemos encontrarla entre sus calles, pero deberemos echar mano de todos los recursos de toda una vida viajando, la cual, con un poco de suerte, nos habrá enseñado a distinguirla en cualquier parte o casi bajo cualquier circunstancia. Ya sabéis, la relatividad usada como tabla de salvación y todas esas cosas.
Calles de Lovozero.
Casa de la cultura Sami en Lovozero.
Pero todo esto es referido al casco urbano. En cuanto se huye de la ciudad todo cambia.
Las cuatro condiciones para la felicidad: el amor de una mujer, la vida al aire libre, la ausencia de toda ambición y la creación de una belleza nueva.
Edgar Allan Poe.
La naturaleza que rodea a Lovozero es explosiva, absolutamente imponente e impoluta, y esto es lo que buscan los pocos viajeros que llegan hasta aquí. Eso, y el exotismo de los sami y su vida en los bosques, exotismo que hoy crean para el turista y que uno teme, en la eterna inconsistencia de una opinión viajera, y por lo tanto efímera y pueril, que pertenezca al pasado.
Paro o sueldos bajos, alcoholismo y la entrada a la modernidad por la puerta trasera, asustan ante el hecho de que esto pueda ser la realidad más allá de los alucinantes campamentos samis para turistas, donde el paisaje sublime y la ilusión de una vida tradicional, eleven al viajero por encima de sus temores pragmáticos.
Suelen ser buenos sitios desde donde ver auroras boreales a lo grande debido a su aislamiento.
Además en estos campamentos se pueden hacer cosas como ir tirado en trineo de renos o de perros, pesca en agujeros en el hielo, excursiones de varios días por la tundra y las montañas, baños en saunas y en el hielo, ski de fondo, o montar en moto de nieve, y un sinfín de actividades que te sumergen en la naturaleza ártica sin excesivo peligro de morir tieso y azul.
Pero lo que más me gustó fue encontrar excursiones de niños de la escuela de Lovozero pasando el domingo en ellos.
Aún así, los campamentos, donde las campanillas de los renos atacan en positivo nuestras mentes cargadas de imaginario navideño, de paisaje algodonado y prístino, con promesas de auroras boreales en invierno o sol de medianoche en verano, tampoco puede que sean del gusto de los nuevos y más modernos viajeros, que en su ortodoxia y fundamentalismo pro-animal, tendrán que enfrentarse a unas estancias llenas de pieles de osos muertos, o pero aún, disecados.
Hasta aquí llegó el pobre.
Darse de bruces con que la vida natural en los bosques es una lucha constante entre el hombre y su entorno, donde los animales están subyugados en su totalidad ante la supervivencia humana, o peor aún, ante su peor vicio: el ansia de ganar dinero.
De arriba a abajo pieles de leopardo de las nieves, lobo, glotón y oso, puestas a la venta en no voy a decir dónde, pero en uno de los puntos de mayor paso de la Península de Kola.
La vida natural en estos extremos helados no sólo puede calificarse como cruel si no que entra de lleno hasta en lo sangriento.
Los animales están al servicio de las personas hasta en el tuétano de sus huesos. Aunque al menos aquí, no cabe la hipocresía de disimular este hecho dentro de asépticas fábricas de carne, y después adornar nuestra depredación bajo una montaña de envases, emulgentes y conservantes, y encima creernos ecológicos y responsables porque los reciclamos.
Yo tiro el plástico al contenedor amarillo, ¡estoy en paz con el planeta!
Aquí a la vida le huele el sobaco, sin desodorante que nos haga creer en la bondad de la misma.
¿Somos mejores que un cazador lleno de mugre y con olor a pólvora mezclado con vodka? ¿Es nuestra vida urbanita leal y civilizada con el medio natural?
En ese sentido sólo los jainistas más radicales, aquéllos que recorren el subcontinente indio en pelotas y barriendo el suelo a cada paso por temor a pisar un insecto, podrían alzar la voz.
¿La vida es oxidación? ¿La existencia, tal vez, una serie continua de cagadas? ¿Soy, eres, somos, plaga?
Nada de todo esto importa rodeados de hielo, siguiendo con la mirada las huellas de la nieve, ateridos de frío como no puede ser de otra manera, sintiendo la tundra bajo nuestros pies.
Hemos acabado en un campamento sami después de un día de viaje, tren desde Murmansk a Olernegorsk cruzando de norte a sur parte de la península de Kola, después búsqueda infructuosa de transporte público sobre hielo, en una explanada y ayudados por una abuela rusa.
Estación de tren de Olernegorsk.
Después la mirada de la de los ojos marrones pidiendo clemencia ante mi idea de hacer autostop a 10º bajo cero. La negociación con un taxi, el viaje de Olernegorsk a Lovozero, con Víctor, el taxista que ya tiene nombre y es un tipo simpático.
En el taxi con Víctor, rodando de Olernegorsk a Lovozero.
Las vueltas por Lovozero buscando el alojamiento reservado, nadie allí sabía nada, y otra negociación con Víctor, o más bien con su abuela -¿podría cruzarse Rusia de abuela en abuela? creo que sí-, que trabaja de cocinera en un campamento sami, aislado de todo y como vecino más cercana, la base militar de Olernegorsk, gigantesca, prohibida y secreta.
Base militar de Olernegorsk.
Y las pieles de oso, y los turistas dando de comer a los renos, y la muy cara e insuficiente sopa de salmón. Y el jefe sami intentando vender minibocadillos de salchichón de reno, minúsculos y muy caros, para sacarle un extra a los turistas.
Diferente de como los sami fueron descritos hace siglos:
(…) sin pretensiones en la comida y la ropa. Lo esencial de la vida para ellos es lo que la madre naturaleza traerá. Al no tener techo sobre sus cabezas son como vagabundos en busca de sustento. Sus flechas tienen puntas de hueso en lugar de hierro.
Es fascinante que tanto hombres como mujeres participan en la caza.
(…). La única cosa que queda para los ancianos y los niños es encontrar refugio contra el mal tiempo y las bestias salvajes en tiendas de campaña hechas de ramas de los árboles. Puede parecer absurdo pero todo el mundo lo acepta.
Ellos prefieren esta forma de vida en lugar de trabajar en el campo y tener casa propia. (..) Lo más triste es que tratan a los ídolos paganos, a la gente de alrededor, y a ellos mismos, a la ligera.
Publius Cornelius Tacitus, manuscrito «El origen y la situación de los alemanes», 98 año, siglo I dC.
No los culpo, todos hemos cambiado bastante, pero me abofetea la dignidad borrada por el turismo, y por la economía de mercado, una vez más.
Después de los episodios turísticos del campamento, de los cuales formamos parte, decidimos despejarnos por un paisaje de ensueño encontrándonos cara a cara con la tundra helada, siendo conscientes de que en ese entorno y a esa temperatura no sobreviviríamos ni una sola noche.
La presencia del hombre parece una intromisión en la abrumadora soledad de este desierto helado.
Edward Parry
Aunque al fondo una base secreta nos recuerda el poder del hombre sobre la naturaleza. Según dicen es un sistema de radares antimisiles.
-Víctor, ¿podrías llevarnos hasta allí?
Víctor ríe, resopla y cruza los brazos formando una equis. Este gesto en toda Rusia y países que formaban la antigua Unión Soviética quiere decir no.
Pero no un no cualquiera, sino un no rotundo, un prohibido en toda regla. Nada de mover un dedo de lado a lado, cruzar los brazos formando una x es la Madre de todos los No.
-Si queréis os puedo llevar a Apatity y de allí a Kirovsk.- Y nos da una cifra.
Pero esta vez el que cruza los brazos soy yo. Se acabaron los taxis, ya está bien.
Tomaremos un tren, ayudados en la compra de los billetes por una abuela más que nos chapurrea en alemán, como si tuviéramos que saber alemán.
No se equivoca, que la entendemos perfectamente.
-Cari, ¿te diste cuenta?, ¡entendemos el alemán!
Cruzaremos a pie la ciudad de Apatity, subiremos a una marshrutka que nos depositará en Kirovsk, y caminaremos entre montañas redondas de tanta nieve hasta el Snow Village.
Siete kilómetros a 15º bajo cero. Inútil protestar, quejarse del frío en estas latitudes sería tan absurdo como lamentarse del calor en el desierto.
Espécimen de mochilera mediterránea haciéndose el harakiri con una estalactita de hielo en una carretera cualquiera al norte del Círculo Polar Ártico.