EL CARÁCTER RUSO, TÓPICOS Y OTROS ERRORES EN RED
Nelo | May 1, 2017Antes de ir Rusia leo en un blog, “id a comer a tal sitio de la Avenida Nevsky que harán que vuestros paladares se derritan de gusto por un precio ridículo”, y dan una dirección.
Vamos para allí atravesando a pie el centro de San Petersburgo, tiritando de frío por calles elegantes y sobrias.
Calles custodiadas por edificios cargados de la majestuosidad de otros tiempos, a los que se accede por oscuros y polvorientos portales.
Ciudad envuelta en el aroma agridulce de la embriagadora y monumental decadencia, tan del otro lado del Telón de Acero pese al tiempo transcurrido, y a la que le sienta de maravilla este cielo gris plomizo invernal pinchado por cúpulas doradas.
Pero en lugar de un restaurante encontramos una oficina de seguros, que no está mal de diseño, y hasta nos resulta exótica con sus grandes caracteres en cirílico, pero que no da de comer. Ni bien, ni mal.
Tal vez si compramos un seguro acabemos sumidos en vodka, arenque y pepinillos con algún comercial, pero aunque estas cosas pasan, no será el caso.
Aunque no faltará quien invite al viajero por Rusia.
Mencionaré tres reglas básicas del candidato a la ebriedad que aprendí durante el viaje:
Rechazar un vodka es de mala educación, entre el primer y segundo vaso debe transcurrir poco tiempo, y cada vez hay que brindar por algo bueno.
Leo en otro blog que los trenes de San Petersburgo a Murmansk parten de la estación Moskovsky, y yo consigo un hotel cerca de esa estación.
Todo bien si los trenes hacia Murmansk saliesen de allí, pero no lo hacen. Salen de la estación Ladozhskiy, que está después del séptimo palacio, a la derecha de la enésima catedral, y todo recto canal abajo.
Distancia que tuvimos que cubrir andando ya que ese día fueron los atentados y nos pilló por allí. Si quieres saber lo que escribió mi hermano acerca de esto pincha en el siguiente enlace:
Dos españoles en el metro de San Petersburgo. Tribuna Libre.
Este tipo de errores no tienen demasiada gravedad, te hacen perder el tiempo y poco más, pero hay otras apreciaciones que mellan el ánimo, y son las referidas a un supuesto mal carácter de los rusos, en especial de los peterburgueses.
Estos prejuicios son terribles y hacen daño, predisponen al futuro viajero a estar alerta, a la timidez por prejuicio, e incluso incitan a afilar las uñas. Y lo peor de todo, son absolutamente falsos.
Recién llegados a San Petersburgo por primera vez, desamparados bajo la noche y la lluvia de una gran y desconocida ciudad, una chica nos ve titubear en el metro.
Se detiene, nos dice cómo sacar los billetes del metro, es más, nos los saca ella, y nos indica cómo llegar a nuestro destino. Entra en nuestro vagón, hace transbordo en el mismo lugar que nosotros, y nos señala donde bajarnos del segundo tren, porque no hay paneles luminosos que indiquen en que estación estás, sino tan solo una voz en off, y el ruso sólo lo entiendo si tiene un claro acento murciano.
Sonriente, amable y simpática, se despide.
A la mañana siguiente, Rachid es un tipo al que la de los ojos marrones le pregunta por el Hotel Azimut. Desde el bar de su planta 17 queremos ver una buena panorámica de San Petersburgo.
Rachid es la tercera persona a la que pregunta, nos entendemos con él, porque la segunda nos hace de traductor. Nos dice:
-Esta muy lejos, yo os llevaré.
En el coche de Rachid.
Mis neuronas despiertan a medias, miro el careto del tipo, no le veo peligro alguno; paso a pensar en el dinero que nos va a costar, así que antes de subirnos le pregunto cuánto, y nos dice que nada.
Rachid es un hombre que los cincuenta ya no los cumple, que conduce un Ford, y que no sabe una sola palabra de inglés.
Aún así en el trayecto nos da tiempo a que nos cuente que es de Kazan, que se dedica a trabajos de altura porque es alpinista –nos enseña unas fotos suyas colgando de un edificio- y que tiene la mujer y sus hijos, por una razón que no llegamos a comprender, en el Líbano. Fotos de ellos y nombres incluidos.
Hotel Azimut, mamotreto desde el cual divisar una buena panorámica de San Petersburgo desde su bar del piso 17, a partir de las 6 de la tarde. Imagino que será buena, porque nosotros fuimos por la mañana. En el blog del que sacamos la info no advertían de este insignificante hecho.
Insisto en pagarle, nos dice que no, le señalo el depósito de gasolina, está vacío.
-Es que va a gas, por eso siempre está vacío.
No nos acepta ni un café.
Rachid es un tipo que sube en su coche a dos desconocidos a los que no entiende nada y los lleva a donde haga falta, por la cara.
Este enternecedor hecho ocurre en plena ciudad de San Petersburgo una mañana cualquiera de frío invierno. No lo olvidemos.
Ahora estoy escribiendo estas líneas en mi cuaderno de notas, mientras el paisaje siempre boscoso y congelado de la República de Karelia se desliza nevado al otro lado de la ventanilla del tren que cubre la línea San Petersburgo-Murmansk.
Veintisiete horas de recorrido que desde Piter, a orillas del Báltico, se dirige hacia el norte hasta Murmansk, capital de la Península de Kola, adentro del Círculo Polar, en las orillas de Mar de Barents y el Océano Ártico.
Se acerca un chico, me habla.
Vadim es joven, rubio con coleta y de fácil sonrisa. Habita en nuestro vagón de tercera no muy lejos de nosotros. Habla un inglés fluido y tan correcto que me cuesta entenderlo.
-Hola, ¿sois los españoles? –debe haberse corrido la voz de que hay unos extranjeros a bordo, de hecho, después de recorrer el larguísimo tren, no encuentro otros- Si necesitáis algo no dudéis en pedirlo, os puedo traducir, ya veis que en Rusia muy poca gente habla inglés.
-Muchas gracias, eres muy amable, en cambio, veo que los rusos desean comunicarse.
Rusia puede que sea el país que más gente ha seguido hablándome incluso cuando ya han visto que no entiendo ni una palabra. ¿Será una costumbre que no pueden evitar, al igual que los españoles creemos que si hablamos más alto nos van a entender?
-Sí, los rusos quieren comunicarse, pero no saben como hacerlo, les faltan las palabras.
Y así, Vadim, se convierte en nuestro ángel de la guarda. Compartimos cigarrillos en las paradas, me cuenta que es ingeniero nuclear y está a favor de esta energía, me dibuja un mapa casero de la península de Kola con las cosas más interesantes de la región, y me lleva en una parada más larga, a ver una vieja locomotora de vapor.
-Vadim, estaba en tratos con alguien de Lovozero para que me alquilara una pequeña cabaña de pescadores en una isla en medio de un lago, realmente nosotros queríamos hacerlo, pero el hombre al final no quiso porque decía que por los lagos hay pescadores, y que pueden beber y ponerse agresivos.
-Mmmmmm –medita su respuesta mientras se acaricia una perilla de barba rubia- Sí, puede ocurrir, es la cultura del norte.
Pescadores en el hielo, en algún lago de la Península de Kola. Vistas desde el tren San Petersburgo-Murmansk.
La cultura del norte de Rusia puede que cree a hombres embrutecidos por el vodka, que duermen la borrachera en tiendas de campaña al lado de un agujero hecho en medio de un lago congelado, tan extremos y tan duros como su clima, a los que la oscuridad les confunde en su larga noche polar en la que no amanece en mes y medio, pero a la vez crea un pueblo hospitalario deseoso de ayudar a unos extranjeros, a los que, además, no entienden ni una palabra.
Así, cada día, y en los más diversos puntos de la Península de Kola, encontraremos salpicaduras constantes de este deseo de ayudar, pura empatía hacia un pareja para ellos rara, y cargada con mochilas.
Señoras que sonrientes, nos comprarán billetes de tren y autobús porque nos entienden mejor que las taquilleras, en medio de explanadas de hielo y con temperaturas inhumanas, gente que no dudará en mezclar el ruso, con las tres palabras de alemán y las dos de inglés que conocen, en un precario pero efectivo sistema de comunicación en el que los gestos y sobretodo la voluntad harán posible el entendimiento; couchsurfers merecedores de una estatua y un artículo aparte, que nos ofrecerán consejos, casa y comida, y que nos acompañarán por la ciudad explicándonos todo. Porque sí, por la cara, porque somos personas.
Incluso en San Petersburgo no pararemos de encontrar ángeles de la guarda que aparecen justo en el momento preciso, como salvadores improvisados y desinteresados.
La última noche nos regala otro tipo de éstos que te hacen creer que no todo está perdido. Ha nevado todo el día y nosotros nos dirigimos al aeropuerto para dormir en él porque nuestro vuelo sale a las cuatro y veinte de la mañana. Tenemos que tomar un metro y después un autobús, son las doce de la noche y tenemos nuestro último billete de 500 rublos que pensamos gastar en el transporte. Lo meto en la máquina del metro y me da once fichas de viaje, me quedo sin un duro, sin poder comprar luego los billetes del autobús, y con once putas fichas del metro que excepto dos, no nos valen para nada.
-Cariño, la he cagado. Pronto saldrá el último metro, y poco después el último autobús, no tenemos rublos, las casas de cambio están cerradas, y mis tarjetas ya comprobamos que no dan dinero en los cajeros.
Me entran sudores fríos.
-Vamos a la ventanilla, le explicamos lo que pasa, y que nos vuelva a cambiar las fichas por rublos -Me dice, conciliadora y algo ingenua.
La taquillera se queda con cara de póquer. A mis espaldas oigo un celestial “can I help you?”, es un chico muy serio, alto y con perilla, le explico la situación, habla con la chica de la ventanilla, y nos cambia las fichas de nuevo por dinero.
-Tenéis mucha suerte, normalmente esto no lo hacen- Me dice el chico.
Y a mí me dan ganas de besarle los pies.
Respecto a la supuesta seriedad de los rusos no me queda otra que discutirla también. Es cierto que una sonrisa quizá no implique otra, pero es que tampoco tiene porque ser así. Creemos que como viajeros la gente tiene que mostrarnos su cara más amable, qué sólo se nos va a mostrar la parte bonita, y que vamos a encontrar los lugares más hospitalarios del mundo. Pero eso no está escrito en ninguna parte y, en realidad, nadie nos debe nada.
Las sonrisas hay que ganárselas, y puede que en otras partes del planeta sean un premio demasiado fácil, aunque sin duda reconfortantes, donde se sonríe como si fuéramos todos bobos, siendo en muchas ocasiones reflejo de embarazo o simple servilismo.
Algunas de las sonrisas que recibimos lo turistas significan tú me pagas, yo te beso el culo. ¿Quién quiere eso?
¿Dependerán las sonrisas del clima? Si es así, Rusia tendría la excusa perfecta. Sonreír con los músculos de la cara congelados requiere un esfuerzo extra, apenas sale una mueca que te hace parecer un desgraciado.
De todas maneras los rusos sonríen y hablan tanto como en cualquier otra parte.
No sé cuantos de nosotros lo haría si posásemos en un foto después de hacer 2000 kilómetros, muchos de ellos sobre el hielo, fijaros en los clavos de la rueda de la moto. En esta ocasión hasta el grandullón del casco está sonriendo.
Y la de los ojos marrones ni te cuento, que ella es ver un motero y ponerse pizpireta.
A mí, como a todo el mundo, me gusta que me sonrían, pero me basta con que no me fastidien. En Rusia mucha gente nos sonrió, y aún más gente nos ayudó.
Me conformo con eso.
Con eso y con un tren boreal pero de entrañas calientes, que atraviese bosques congelados, hundiéndose en un profundo y desconocido Norte.
Allí donde las únicas huellas en la nieve fresca, nunca son de personas, y el mundo parece recién estrenado.
Sencillamente me encanta leerte. Lo de los blog de viajes, hay veces que hay que darles de comer aparte, yo creo que algunos cuentan viajes sin salir del sofá de su casa. Me alegra que este país se vaya dulcificando porque cuando estuve, allá por los noventa la cosas y sobre todo la gente eran agrios y desconfiados. Sigue yendo a los confines del mundo y cuéntanos!!!!!