IRÁN, PERSÉPOLIS Y DE CÓMO NO QUISE IR Y ACABÉ ALLÍ.
Nelo | November 27, 2014Fui a Persépolis por error, la verdad.
Yo no quería ir, aunque no es exactamente que no quisiera, si no que no me hacía ninguna falta.
Lo que pasó fue que en el autobús Isfahan-Shiraz hice un “amiguete”, un tipo iraní que vivía en Australia. Yo tenía mucho sueño pero aún no sabía de la imposibilidad de que un iraní no me hablara y pretendía, en mi ignorancia, hacerme el dormido para no tener que pasarme las próximas 5 horas charlando sobre todo tipo de temas en un inglés macarrónico.
Fue después de un ataque despiadado hacia mi persona por parte de unos gemelos que entre los dos no sumarían 10 años cuando me rendí ante la evidencia y decidí abrir los ojos para así dar conversación a quien lo desease e incluso, si es posible, disfrutar de ello.
Me encantan los niños, pero de lejos.
El iraní que vivía en Australia planeó de nuevo hasta mí, dando círculos, hasta que me apresó entre las garras de una conversación, en la que el inglés era vapuleado y destrozado sólo por mi parte.
Me apuntó el nombre en farsi de que lo que dijo era un lugar muy lindo cerca de Shiraz, que se llamaba Tajt-e Yamshid.
Me gustó el nombre -escrito quedaba muy bonito-, así que pensé:
-Perfecto, así en vez de ir a Persépolis como todo el mundo, me voy a Tajt-e Yamshid, que no lo conoce ni el tato, y debe ser muy interesante.
Unos días después, desde Shiraz, cuando ya estaba de camino para allí, veo que cuando yo digo Tajt-e Yamshid, los otros siempre incluyen el nombre de Persépolis en su respuesta.
Y no tardo en darme cuenta, Persépolis es el nombre griego de Tajt-e Yamshid:
-¡No!¡Socorro! Voy hacia Persépolis…
Valoré lanzarme de un salto del minibús que me llevaba hacia allí, pero el asfalto de la autopista iraní deslizándose velozmente bajo nuestras ruedas no me parece demasiado acogedor.
Estaba atrapado.
Respiré profundamente, para tranquilizarme y me dije, no pasa nada, sobreviviré, y a la primera turistada que no me guste me doy la vuelta.
Al final, estuvo muy bien y valió mucho la pena, porque aquello es maravilloso y porque conocí a otro amigo, Hamid, que hizo que el día fuera realmente agradable.
No me hagáis escribir una parrafada auto-flagelante acerca de los prejuicios, y sobre mi incapacidad premonitoria…
Desde Shiraz hasta Persépolis he leído crónicas en las que pagan una barbaridad para llegar hasta allí. Por si alguien quiere ir y va corto de dinero diré cómo hacerlo de la manera más económica posible.
Hay que tomar un taxi desde el hotel hasta la estación de minibuses de Shiraz. Cuesta un euro y medio. El minibus desde Shiraz hasta Marvdasht, ciudad pegada a Persépolis cuesta 27 céntimos de euro. Un taxi desde esta ciudad hasta la puerta de las ruinas cuesta 1 euro con 20 cts. La entrada a Persépolis son 3 euros.
Todo esto con el cambio de moneda siguiente: 1 euro = 40000 rial.
A mí todo esto, excepto el primer taxi, me salió gratis.
Sí, además de no querer ir.
Todo eso y la parlanchina guía y la comida en un muy buen restaurante, también la visita a la necrópolis, y la visita a lo que hay entre la Necrópolis y Persépolis (2 euros).
Todo por Hamid -ya he hablado de la hospitalidad persa- que apenas hablaba unas poquísimas palabras en inglés y que conocí, cómo no, en el minibus.
Me explico, lo de siempre, de dónde eres, por qué Irán, cuánto cobra un chófer de autobús en España etc. Pero antes de bajar del minibus, Hamid me pregunta si quiero comer con él. Acepto tras rechazar un par de veces. Desde ese momento me convierto en su invitado, y eso ya ha quedado claro que son palabras mayores en Irán.
Serás cebado, agasajado, transportado, cuidado hasta el extremo.
Estamos comiendo en un restaurante grande y elegante, lleno de gente. A pesar del idioma nos entendemos bien. Estudia o ha estudiado ciencias políticas. Enseguida me dijo que tranquilo, que en Irán todo bien, que nadie pega a nadie. Hace el ademán de pegarse un puñetazo en su cara mientras me dice:
-Irán no, Irán no, Irán bueno-Y sonríe.
La comida es fresca y excelente. Ensalada, salsas, yogurt con menta, una montaña de arroz con alubias muy bien cocinado y condimentado y un pincho grande de kebab de algo exquisito, especiado también, pepsi, agua mineral…
No me deja pagar por mucho que le insisto, ni la comida, ni ninguna otra cosa a lo largo del día.
Cuando a mitad de tarde, para pagar la visita guiada que él se empeñó en proporcionarme se queda sin dinero -y eso que había pasado por un cajero automático-, me acepta, después de metérselos a la fuerza en el bolsillo unos 10 euros. Se gastaría en total mucho más -también tenía que ir pagando todo lo suyo-
Es, como muchos de sus compatriotas, un artista del detalle.
Se preocupa de que vaya al baño antes de salir de comer, de que el taxista ponga la música adecuada al volumen adecuado, de que en el minibús de vuelta ocupe el asiento que menos corriente tiene, no vaya a tener frío y me constipe -volvió después de habernos despedido sólo para esto-, de que haga fotos a un campamento de pastores (yo no quería pero por no decepcionarlo -paró el taxi adrede- las hice), por supuesto nos pidieron un dinero que él pagó.
Mientras regresábamos del campamento al taxi decía:
-Maldito dinero.
Y me lo demostraba tirando un billete al suelo y pisoteándolo.
En cambio no lo dejaba allí, sino que lo recogía de entre el polvo y la tierra y se lo volvía a guardar en el bolsillo.
Más tarde, un melancólico atardecer, le reconcilió con su país, y girándose hacia mí mientras señalaba el ocaso me dijo, sonriente:
-Irán bonito.
Es verdad, Irán es bonito.
Ya de vuelta hizo parar de nuevo el taxi frente a un monstruoso y macarrónico restaurante para turistas vacío, habló con el guardián y nos dejaron pasar. Allí había la representación de un trono en el que quería que me hiciera unas fotos.
Vencida mi resistencia, ya llevo un tiempo dejándome mecer por el destino, así que si éste quiere fotos horteras, yo me las hago.
De viaje existe muchas maneras de hacer el ridículo.
Hamid volvió a parar el taxi frente a una tienda para regalarme un colgante de plata con el símbolo de Persépolis.
Me negué en redondo.
El destino no incluye un abuso descarnado de la hospitalidad iraní, o al menos, debería ponerle límites. Tuve que tomarle del brazo y arrastrarlo hasta la calle.
Y mil cosas más.
Me dijo que había pasado un día muy feliz, y eso que tuvo que aguantar las dos horas de explicaciones en inglés de la guía empañolada que quiso contratar y de las que no entendía nada. Y yo tampoco mucho. Pero me gustaba que se se plantara entre mí y las piedras viejas y hablara sonriente en un inglés cantarín..
Hamid lo único que me pidió fue que le mandara fotos de Valencia, nada más.
Persepolis en sí, bien, muy bien.
Esta ciudad se empezó a construir en el 512 AC bajo el mandato de Darío I El Grande, siendo luego ampliada y acabada por sus sucesores. No siendo destruida hasta que pasó por allí Alejandro Magno en mayo de 330 a. C. Le pegó fuego a todo esto.
Si no ves más que piedras tal vez te ayude a imaginar lo que fue una reconstrucción del lugar.
En pleno siglo xx, Persépolis, volvió a recobrar protagonismo, en 1971 el Sah Mohammad Reza Pahlevi montó en una fiesta en la que invitó a personalidades de todo el mundo. Se gastó 22 millones de dólares. Imaginad la fiesta.
Además, la financiación fue realizada en detrimento de otros proyectos urbanísticos o sociales. Y las fiestas fueron acompañadas por la represión de los opositores al Sah.
Después llegó revolución islámica y con el fin de erradicar una fuerte referencia cultural al período pre-islámico y a la monarquía, el ayatolá Sadeq Jaljalí intentó con sus partidarios arrasar Persépolis por medio de bulldozers.
La intervención del gobernador y la movilización de los habitantes de Shiraz, interponiéndose delante de los artefactos, permitieron salvar el sitio de una nueva destrucción.
Decía que mi amigo ha contratado una guía para la visita del sitio.
Se llamaba Narcís -sí, mi nombre es igual que la flor- y era tan simpática como bajita y me contó cosas realmente interesantes sobre el lugar y sobre su trabajo, también me preguntó cosas personales e hizo de mi visita guiada -que a mí me aterrorizan- algo ameno e interesante.
Una de las partes más fotografiadas del complejo es la firma de Stanley, el explorador africano de la famosa frase, Doctor Livinstone, supongo…
Al volver a la caseta de las guías le dice a una amiga taquillera:
-Él es bombero -dice refiriéndose a mí- y apaga fuego.
Ya habíamos bromeado sobre el tema cuando explicó que Alejandro Magno fue el que hizo reducir a cenizas todo esto.
Hay dos teorías sobre por qué Alejandro decidió que ardiera la ciudad. La primera es índole político, habiendo salvado ya otras ciudades se supone que tuvo que destruir ésta ya que era el símbolo del poder de las dinastías persas. Era como darles donde más dolía.
La otra es que un día de borrachera en honor de la victoria, un Alejandro ebrio de vino habría lanzado la primera antorcha sobre el palacio de Jerjes a instigación de Tais, más tarde esposa de Ptolomeo, quien lanzó la segunda.
Adivinad cual de las dos versiones me gusta más...
–¡Más vino!, ¡hoy le pegamos fuego a la ciudad!
Parece que en todo caso la historia de Persépolis está unida al despiporre tanto en la antigüedad como en tiempos más modernos.
La chica, la amiga de la guía, de ojos redondos, y muy coqueta, me dice:
-Yo tengo fuego dentro de mi corazón…
Ya estamos, bien, vamos allá.
-Ese fuego me temo que no se apaga con agua- Le digo.
-No, se apaga con amor, con mucho, mucho amor.
Sigue sonriendo coqueta, me mira a los ojos, no se corta un pelo. Trago saliva. Glup.
-Te aseguro que puedo imaginarlo…lástima que un mundo nos separe.
-El amor todo lo puede…
Menos mal que estoy acostumbrado a chistes de bomberos, ya sabéis, los de siempre, la manguera, las llamas, el dejarse quemar en el mismísimo infierno y tal y tal, así que salgo de allí antes de que la cosa se complique aún más.
Una retirada a tiempo es una victoria.
Por la noche, después de cenar un cuarto de pollo regado con seven up voy al cine otra vez. Me estoy aficionando al cine iraní, me parece bueno, serio e interesante.
En mi cutre-habitación recuerdo la chica de pañuelo negro, ojos redondos y corazón ardiente…
Me cuesta dormirme.
Una noche salgo, pero que nadie piense que acabo en una orgía como las que se debían celebrar en Persépolis. Vuelvo a ir al cine en solitario y decido comprarme unos jeans “Diesel”, a seis euros y medio cada uno. Marcan su precio en un enorme cartel de oferta.
No estoy dispuesto a llevármelos sin regatear, quiero los dos por 12, ese euro va a ser mío, pero el vendedor, infalible, me enseña su libreta de ventas, y veo que todos pagan lo mismo que yo.
-Ese medio euro es lo que yo le gano a cada pantalón-Me dice el vendedor, sonriente.
Parece lógico. Le creo y acabo pagando lo que me piden, me voy pensando en que nos llevan siglos de ventaja en el mundo del regateo.
Esta mañana he dejado atrás mis dos pantalones usados en la habitación en el hotel, abandonándolos intencionadamente.
Últimamente he adelgazado y me venían muy anchos.
Espero que algún culo persa acabe dentro de ellos.