SILIGURI MI AMOR, INDIA
Nelo | December 6, 2017SILIGURI, BENGALA OCCIDENTAL, INDIA
Desde el avión que cubre la ruta Delhi-Siliguri se ven ríos que no tienen prisa y pequeños campos cultivados a mano. Es la gran llanura del Ganges en el norte de Bengala Occidental, estado indio siempre aún más bello y hermoso a ras de tierra que desde el aire.
Arrozales en Bengala Occidental.
En el descenso precedente al aterrizaje en el aeropuerto de Bagdogra se ve un paisaje en apariencia dulce; árboles y casas en perfecta simbiosis rodeados de huertas y cultivos distribuidos en armoniosa anarquía, notándose la ausencia de maquinaria moderna en su imperfección geométrica. Mientras en otras partes del mundo las grandes máquinas rotulan el paisaje dejándolo como los planos de un delineante, como un ordenador que juega a ser Dios, en esta parte de India las azadas, los carros de bueyes, y las callosas y morenas manos de los bengalíes las dejan como si fuera el cuadro de un artista.
Los primeros muestran su avaricia, ganar más a toda costa, y un cierto desprecio por la tierra; la tierra como instrumento, domeñada, si no va bien las aseguradoras se harán cargo de todo, en cambio los segundos muestran su desgracia, su supervivencia, amor y paciencia, también su sudor y sus lágrimas.
Aquí las personas están todavía doblegadas a la tierra y no al revés. Y lo están de manera literal cuando tienen que doblar sus lomos para trabajarla, y adelgazan en las largas sequías mientras aprietan los dientes mirando al cielo, dudando entre seguir rezando o emigrar a la ciudad.
Los aviones civiles comparten pista de aterrizaje en el aeropuerto militar de Bagdogra con el ejército indio, cazas de combate blancos y rojos al lado de grandes helicópteros grises, mientras al fondo, como de golpe, como en un postizo, como de repente, el Himalaya.
Aeropuerto de Bagdogra.
Situado a unos 16 kms. de la ciudad de Siliguri, nos han traído hasta aquí tres motivos. El primero es que Siliguri se muestra como base ideal para conocer el noreste indio. Todo lo que me interesa queda más o menos a mano. El antiguo reino de Sikkim, que desde 1975 es un estado de la República de la India, la ciudad de Darjeeling, también Nepal, o incluso algún estado de las Siete Hermanas, constelación de estados del noreste del subcontinente, como pueda ser Assam o Megalaya.
No sé muy bien aún qué haremos o por dónde iremos.
El segundo de los motivos es un tren de vía muy estrecha, a vapor y montañero. Desde las llanuras sube hasta la ciudad de Darjeeling y lo llaman el Tren de Juguete, el Toy Train.
Lo tercero que nos ha traído hasta aquí es una empresa de alquiler de motos que pinta bien. En otros artículos contaré mi experiencia personal y cómo alquilar una Royal Enfield en esta parte de la India.
Soy un macarra,
soy un hortera,
voy a toda ostia por la carretera.
Ilegales
Desde el aeropuerto de Bagdogra a Siliguri, en todas partes dicen que no hay transporte hasta la ciudad, que se debe tomar de manera obligatoria un taxi. Y es cierto, pero sólo a medias. Basta caminar un par de kilómetros por la carretera del aeropuerto hasta llegar a la carretera principal, donde cualquier vehículo se convierte en un firme aspirante a llevarnos hasta la ciudad. Por 25 rupias en cualquier autobús, o gratis si se hace dedo.
Carretera al aeropuerto.
A Siliguri tanto las guías, como los blogs de viaje, suelen calificarlo de ser un “nothing to see”, anglicanismo que se traduce como “una mierda pinchada en un palo” y esto es, una vez más, una gilipollez de las que se dicen en esas guias-biblia de los viajeros, y otra pendejada de las muchas que decimos en los blogs de viajes, entre los cuales me incluyo: mea culpa, mea culpa, mea maxima culpa. Así que es recomendable leerme con precaución.
Decir que en Siliguri no hay mucho que ver debería estar penado por ley, y debería condenarse al que así lo manifestara a no volver a viajar jamás excepto por tripadvisor y con baja velocidad en la red, qué tortura…
La califican de esta manera porque no es una ciudad llena de hitos turísticos, ni abundan los museos, ni los monumentos, ni los autobuses descapotados que cuesten treinta veces más que los de línea siguiendo la misma ruta, ni restaurantes donde comer más caro y mal. Tampoco tiene un gueto absurdo de mochileros como Thamel en Katmandú o Kaosan Road en Bangkok, donde poder refugiarse de la realidad del país, atravesando una especie de puerta mágica que te lleva a una burbuja cómoda con ciertos toques de exotismo, no demasiados, por si acaso.
Siliguri la califican de horrible y de nothing to see. Falso. Sólo es horrible en su carretera principal y nothing to see solo para los faltos de imaginación.
En cuanto uno abandona sus feas y locas arterias principales encuentra barriadas de calles salpicadas de frondosos árboles y de vida india de provincias en todo su esplendor.
Decir que en Siliguri no hay nada que ver, es como negar la vida, es como si dijéramos que en la India no hay nada que ver, y la verdad es que en Siliguri no da tiempo a ver todo lo que hay, todo pasa alrededor tuyo en un segundo. Es la pura vida de una ciudad bengalí de incesante actividad, diatriba muy propia de la India urbana, mezcla de belleza-cutrería-supervivencia, donde cada mañana impolutos niños uniformados de blanco nuclear y azul marino se despiden de sus madres que agachadas, barren las entradas de sus casas, mientras les envuelve una de las horas más dulces de la India.
Por no hablar de sus habitantes, una maravilla.
-Cuando tengas un problema,-me dijo una noche un chico joven con pinta de matón- pide ayuda al primero que veas. Todo el mundo te va a ayudar, la gente aquí es muy amistosa.- Él mismo me lo acaba de demostrar, me acaba de dejar su teléfono para hacer una llamada.
A mi parecer, la gente en Siliguri es amistosa por varias razones, culturales, educativas y las que se nos ocurran, pero me temo que una de las principales es por la falta de turistas.
Falta de turistas por ser un nothing to see. Maravillosos nothing to see.
Si consiguiéramos hacer una anti-guía de viajes que englobasen todos los nothing to see del mundo, el afortunado que la siguiera encontraría sin duda, la quintaesencia de los territorios, el no va más de los lugares, al menos a nivel humano. Hasta que fuésemos demasiados los seguidores de esta guía, porque nuestra continuada presencia volvería a estropearlo todo.
Los turistas y los viajeros somos como una plaga de langostas, llegamos a un lugar, si nos gusta nos lo comemos entero, arrasando, y partimos hacia el siguiente, hambrientos.
Algo parecido pasa con los “must” otra palabreja surgida del potente mundo anglosajón, antónima del nothing to see y que se traduce como “o ves eso, o es que eres tonto, chaval”. Y convendría dejar claro, no por pasarse de listo, sino simplemente para mantener una ética y cierta seriedad a la hora del viajar, que los “must” muy “must” son precisamente los lugares a donde no se debe ir: Irrealidad, sitios que perdieron su esencia en pos de una pantomima, un decorado donde todo está destinado al comercio turístico, ansiedad, prisas, masificación, sentimiento de frustración si no lo visitas y malos rollos, entre los que se suele incluir un precio abusivo de entrada.
Siliguri permite escapar de esta rueda de turistadas. Alcanzar un cierto nirvana urbano donde poder abrir bien los ojos con la seguridad de que lo que tienes delante estaría ahí aunque tu no estuvieras aquí, y no está creado para ti. Es más, eres lo excepcional, como un pegote extraño, y a poco que te despistes, un ectoplasma pálido y blanducho que maldice mientras comes picante y en los momentos críticos, aturdido por el calor y el tráfico solo aciertas a decir: mi casa, mi caaasa…pero al menos no estás dentro de un parque temático creado para ti con cartón piedra.
Pongamos un ejemplo práctico de lo contrario. Plaza Roja de Moscú, agosto 2017, con mi padre y mi hija. La Plaza Roja sería una auténtica maravilla si dejaran verla. Pero está oculta. Oculta tras miles y miles de turistas que la visitan al igual que nosotros. Oculta tras doscientos tenderetes de venta de artículos para turistas. Oculta tras gigantescas gradas que plantaron en el medio y que impiden ver nada, gradas donde se han estado haciendo todo el verano, espectáculos para turistas. Resultado, la Plaza Roja es imposible de ver. Un must cagado. Cagado por nosotros mismos, es la paradoja del viajero, ya descrita en muchas partes, nos quejamos del problema que somos nosotros mismos. Porque mi padre, mi hija y yo, éramos tres turistas cualesquiera más, creo que se entiende bien.
Prometo que detrás de la miríada de turistas, los horribles tenderetes y el montón de chatarra de la derecha, se encuentra la Plaza Roja.
¿Sería una buena solución viajar a los “nothing to see” y pasar de largo por los “must”? Tendríamos además que hacerlo rápido, antes de que se enteren los demás.
Una vez ya en la carretera principal tomamos al asalto un autobús. Los autobuses nunca paran del todo si pueden evitarlo y uno se tiene que subir en marcha, a menos que el pasajero sea una persona mayor y entonces si que se detendrían. El ayudante, un tipo colgado de la puerta abierta con la mano llena de billetes, mal vestido, y que vocifera como un mantra desesperado el destino del bus, es el que decide esto y se lo comunica al conductor por un código de golpes en la carrocería extendido por, al menos, toda la India y Nepal. Un golpe es para, dos golpes es dale.
Después de subirnos a un tuk-tuk que nos llevará hasta la principal estación de trenes de la zona New Japalguri Station, nos enteramos de que el Toy Train hasta Darjeeling no funciona desde que el monzón del último verano estropeó parte de su trazado. Tendremos que meternos en las montañas de otra manera.
En Noviembre de 2017 el toy train sólo circula entre Darjeeling y Ghoom, a 8 kilómetros de distancia. Y el precio por ese trayecto es de 1310 rupias. Precio turístico y abusivo (los locales pagaban 40 rupias en segunda)
Había leído unas críticas excelentes sobre una empresa de alquiler de motos, Darjeeling Riders, con base en Siliguri. Tenía un número de teléfono y el nombre de su gerente, así que entro a la oficina de turismo de la estación de trenes y pido que lo llamen. Acceden encantados, a los 15 minutos habían venido a por nosotros, en 30 estábamos negociando en su despacho, a los 45 minutos tengo entre mis piernas una preciosa Royal Enfield 500, que me recuerda a la del artificiero sikh de la película “El paciente inglés”.
Uno llega a la mañana y el veneno se desvanece de noches oscuras.
“El paciente inglés”
Ahora soy yo el que recorre mis primeros metros por una calle polvorienta preguntándome si sobreviviré a la India. Y a la hora ya la tengo aparcada enfrente de mi hotel. La sensación es similar a la de la noche de reyes cuando era un niño. A las 6 de la mañana dejaré dormida a la de los ojos marrones y me daré una vuelta por una Siliguri que acaba de despertarse.
No me lo puedo creer, a veces, lo que pasa es aún mejor que lo soñado. La India rueda alrededor de mí mientras enrosco felizmente el acelerador.