LA INDIA SECRETA. SIKKIM EN MOTO
Nelo | January 4, 2018Más allá de la capital Gangtok y de los pueblos más grandes, los habitantes del antiguo reino de Sikkim viven en las montañas del Himalaya, dispersos, aislados, como si les gustara estar tranquilos y darse espacio, como si fueran celosos de su intimidad.
Sin una gran actividad agrícola, ni mucho menos ganadera, los habitantes de Sikkim parecen vivir del aire. Tampoco hay industria ninguna y el turismo sólo está desarrollado en determinadas zonas. En cambio sus casas son buenas y la gente parece feliz y bien alimentada. Un kilo de arroz cuesta una rupia india a los habitantes de Sikkim. Está subvencionado por el gobierno indio y se permite la compra hasta de 30 kilos al mes por familia. Estas subvenciones y el cardamomo hacen que la pobreza sea cosa de otras zonas de una India diferente, más al sur. Aquí entre lo que reciben del gobierno y una pequeña plantación de cardamomo sobreviven con dignidad. El cardamomo es la especia más cara tras el azafrán y la vainilla, y su cosecha provoca abundantes ingresos.
Los habitantes de Sikkim son de los más longevos del mundo.
Eso responde a mi pregunta de qué viven los sikkimeses formulada alrededor de una hoguera mientras miramos las luces de las casitas en las tremendas montañas y bebemos tongba, la bebida nacional de Sikkim, añadiendo una y otra vez agua caliente a un recipiente de bambú lleno de semillas del cual sobresale una pajita.
El agua caliente hace que su fermentación sea casi instantánea otorgando una baja graduación alcohólica. Es orgánico y dicen que no deja resaca.
Nos lo sirve Latop, el dueño de la guesthouse en la que estamos alojados, metida en la selva, al lado del lago sagrado de Kecheperi, lleno de peces y del que se dice que ninguna hoja de las del bosque que lo circunda cae en sus aguas.
El lugar es de los que parecen sacados de una película de Bollywood e infunde una gran tranquilidad después de llegar de grandes ciudades como Gangtok, la capital de Sikkim. Las habitaciones del hostal de madera, muy básicas, están llenas de eslóganes escritos por otros viajeros del tipo “El amor es la llave” o “The best things in life aren´t things”.
En mi imaginación, el antiguo reino de Sikkim formaba parte de esos reinos perdidos en el Himalaya, lejanos, míticos, más o menos aislados, como bien pudiera serlo también, Zanskar, Bhutan, el Mustang, Ladakh, etc.
Hoy en día Sikkim forma parte de la India desde la cercana fecha de 1975 y ya ni siquiera hace falta pedir un permiso por anticipado en ciudades como Darjeeling, Calcuta o Delhi, si no que se puede conseguir de manera gratuita y fácil en la misma frontera del estado de Sikkim.
Sikkim quiere desmarcarse de la India: “You are entering a no open defecating zone.”
Presentas solicitud, una foto, te sellan el pasaporte y para adentro. Esto es posible al menos en dos de los puestos fronterizos, Melli y Rangpo. Aún no es posible visitar algunas zonas de Sikkim sin permisos más especiales, como el norte, tampoco es posible viajar de Sikkim a Nepal sin pasar por India.
Sikkim recibe inmigrantes de otras provincias como Bihar y otros estados indios. Este chaval, que enmendó por enésima vez a Garganta Profunda, mi mochila, es de allí. Publico la foto porque la de los ojos marrones dice que, si lo miras bien, es guapísimo.
El lago sagrado de Kechepuri lo es de verdad, y sólo se puede acceder a él en un punto, que es donde se amontonan los peces.
Los menos creyentes atribuyen a estos peces la falta de hojas en la superficie del lago.
He leído comentarios sobre el lago en los que se quejan de que no hay barcas, senderos o restaurantes en su orilla. A mí me gusta que el tradicionalismo y la religión lo mantengan impoluto, que no haya sido vendido al turismo de una manera absoluta.
Nosotros hemos llegado hasta aquí en moto desde Bengala Occidental, si quieres saber dónde y cómo alquilar una moto en la India puedes leer este otro artículo.
La ruta hasta aquí son mil curvas, mil montañas, mil selvas salpicadas de cascadas despeñándose por las infinitas laderas. Sikkim más allá de su capital y de la carretera que conduce a ella, es puro sosiego, un paraíso vertical y verde, formado con bosques y junglas en unos valles tan profundos que es difícil ver su fondo.
El petardeo de la Royal Enfield es la banda sonora perfecta para estas montañas. Estar aquí y conducir este bicharraco de puro hierro hace que el corazón lata con el mismo ritmo y potencia que el monocilíndrico fabricado en Chennai. La dinámica de no hacer mucho más de 50 kilómetros al día sobre la moto se mantendrá durante todo el tiempo que permaneceremos en Sikkim. Y no porque viajemos lento –que viajamos lento- sino porque el día entero se nos va a veces en cruzar un solo valle.
Bajamos y subimos y llegamos a alguna parte donde buscar alojamiento al atardecer. Esto es buen indicativo del tamaño de estas montañas, y en muchas ocasiones del estado de sus carreteras. A la Royal Enfield nada la detiene, ni el vadeo de riachuelos, ni las pistas de tierra, ni las estrechas carreteras con unos baches capaces de alinearte los chacras hasta tu próxima reencarnación.
Al Lago Kecheperi desde Gangtok tardaremos dos días en llegar vía Ravlanga, donde queríamos visitar un gigantesco Buda que encontramos tapado por un andamio hasta su coronilla.
Al parecer están pintándolo de dorado.
Hasta él nos trajo la foto del móvil de un monje que nos invitó a té cuando vistamos el monasterio de Enchey en Gangtok.
El budismo tibetano está muy presente en Sikkim donde los refugiados del Tibet han encontrado en India un lugar donde poder exiliarse. Cuando a los habitantes de Sikkim se les pregunta a quién prefieren si a la China o a la India siempre eligen a ésta última. Dicen que al menos la India es una democracia.
Durante estos días en las montañas de Sikkim retumban, hasta bien entrada la noche, las trompas y el sonido de los tambores acompañadas de los cánticos de los monjes en los monasterios. Hacen jornadas intensivas de pujas y rezos para armonizar problemas que en muchas ocasiones, se encuentran a miles de kilómetros de distancia, en la otra parte del planeta. Las banderas de oración tienen el mismo trabajo, expandir sus oraciones y buen rollo por el resto de la Tierra ayudadas por el viento. Son las únicas banderas del mundo que me gustan, las demás me dan grima.
En la ruta vamos visitando monasterios y quedamos abrumados ante nuestra ignorancia. Por eso mismo los visitamos. Me sorprende la cantidad de dinero que vemos tanto en los monasterios como en los altares de las cuevas sagradas. La explicación a por qué nadie se lleva estos billetes es porque sería perseguido por los fantasmas allá donde fuera. Cuando le pregunto a un monje la primera vez que veo esto si no tienen miedo que les roben el dinero sólo consigo un tímido no, y una sonrisa ambigua.
Una mañana vistamos el monasterio de Permanyantse entre Gayzing y Pelling. En él los monjes van a clase y hacen obras. Son albañiles con túnicas naranjas. Uno más mayor no para de orar en una pequeña habitación de los pisos superiores donde la gente lo visita, juntan sus manos a la altura de la cabeza, del pecho, y se postran ante él, creemos que tres veces, después se le acercan y le dan dinero, y él, sin parar de orar les da agua y unas semillas que se comen. Nosotros miramos todo sin saber qué hacer, por lo que no hacemos nada, sólo guardamos silencio en una esquina. A nadie le parece saber mal que estemos allí.
Hay hombres meditando en montañas junto al cielo
El último de la fila.
En Pelling paramos a comer en un restaurante, una especie de palafito que desafía al precipicio con vistas al imponente y siempre blanco Kanchenjunga de 8560 metros de altitud.
Hay un sadhu, un peregrino vestido de naranja con un bastón. Cuando entramos me mira, cuando lo saludo su mirada es extremadamente cálida y expresiva. Hace que me sienta bien. No es mi imaginación y ni siquiera estaba predispuesto a ello, más bien todo lo contrario. Es algo casi tangible que emana de él hacia mí, no sé como lo consigue.
Al lago Kecheperi llegamos una tarde poco antes del ocaso.
En los chiringuitos del parking próximo al lago varios hombres al sol charlan espatarrados sobre sillas de plástico rojas. Dos niñas juegan. Un policía me dice dónde debo aparcar la moto y un chico de una caseta me cobra el aparcamiento, me guarda los cascos y me dice todas las posibles opciones de alojamiento.
Visitamos una cueva, también sagrada, donde en el pasado los sadhus y monjes vivían y meditaban cerca del lago. Pienso en quedarme a vivir en ella en calzoncillos cuando la de los ojos marrones me abandone. No hacer nada, sólo estar, en una existencia de consciencia total, darme cuenta de que cada día es diferente, sentir el giro del planeta bajo mi trasero, romper todas las ataduras conmigo mismo, distinguir la maya del grano, fundirme en el atman a través del humo de la próxima caladita.
Aceptaría visitas, qué rule, qué rule…
Tal vez los peregrinos me alimentarían como alimentan a los peces.
En vez de desnudarme y quedarme allí tal como me dicta mi corazón, seguimos subiendo la montaña hasta llegar a un mirador desde donde queremos ver la puesta de sol, pero nos quedamos dormidos y el sol se va.
Me despierta un monje joven que junta sus manos saludando al lago, le digo un namaste y me contesta igual y sonríe. Desde el monasterio se oye a sus compañeros rezar frenéticamente.
Lago en Yuksom
A la mañana siguiente nos dicen que lo hacen mucho estos días pidiendo la paz mundial. Puede parecer no muy efectivo, pero, quién sabe, si no lo hicieran quizá sería mucho peor. Desde luego este atardecer en estas montañas, la paz reina. Pese o gracias a la algarabía de rezos, tambores y trompas de los monjes.
Al día siguiente desayunaremos en unas cascadas, veremos otro lado sagrado en Yuksom y giraremos unos enormes molinos de oración, enormes como camiones, en ese mismo pueblo.
Molinillos de oración, generadores de buena energía.
Intentaremos llegar a Tashiding, pero nos daremos la vuelta tras varios kilómetros ante una pista en estado infernal.
Por la tarde tendremos noche de fuego, beberemos tongba en multiculturalidad y hablaremos de las antiguas tradiciones de los sikkimeses. Del terremoto y de los más de cien muertos de un ataque al corazón que provocó en la zona. De viejos viajes en yak, de piedras preciosas y de montañas. Pese a todo ello no conectamos, algo no cuaja y a las diez nos vamos todos a dormir.
Por la mañana la de los ojos marrones se levanta enferma. Suplica por una puerta que la lleve directamente a “su mundo”, eso dice. Y llora por una hamburguesa.
Me hace pensar que viajar es como una ruta por Sikkim, a veces estás arriba y otras veces abajo. La India es capaz de pasearte por el infierno y de elevarte al paraíso varias veces en un día, y a veces te hace estar en los dos sitios a la vez. Una patada en los huevos y la más dulce de las caricias. Una amante temperamental. Un amigo de quien te quieres librar y al que echas de menos cuando se ha marchado. Una madre que te riñe y te quiere. Una hija malcriada. La mierda y la más pura belleza, la bolsa y la vida, el yin y el yang. Una bandera de oración mecida por el viento.
HOla mi nomebre es Jordi, en Julio ire a sikkim y pretendo almenos una semana recorrerlo en moto. tenia algunas preguntas. Con la royald enfield himalaya es suficiente cilindraje para ir comodo por las cuestas que me encontratré? se que el estrado de las motos de alli no esta impecable y ademas no son motos las Royald enfuield con mucha potencia.
Me gusto tu post mucho y me animo mas a emprender mi viaje. Que ruta hiciste tu? me podrias decir cuantos dias y ciudades recorriste?
un saludo