VUELTA DE CHINA, AMSTERDAM POR CAUSALIDAD
Nelo | May 15, 2018El frío de la noche de Amsterdam en enero nos recibe más tratable que la desconsiderada tormenta china que congeló literalmente casi todo el interior del sur al final de nuestro viaje, aunque por él solo no es suficiente para despejar a la de los ojos marrones que sigue poniéndose amarilla después de nuestro paso por el coffeshop elegido. El mismo que dos años atrás. La AK 47 dispara fuerte y justo debajo de su línea de flotación.
La gran tormenta de hielo paralizó todo el interior de China, dejándonos atascados en Fenghuang durante varios días.
Fenghuang no es un mal lugar para quedar atrapado pero nuestro avión de vuelta era desde el lejano Hong Kong y cuando ya no pudimos más tomamos uno de los poquísimos taxis que a partir del cuarto día de helada conseguían rodar, despacio, por las carreteras montañosas de la región.
De Fenghuang a Huaihua por 200 yuanes la plaza -unos 25 euros- por unas 5 horas de carretera, en condiciones normales se tarda una hora.
No fue la nieve lo que paralizó el país, fue una gruesa capa de hielo que recubrió todo cuando hubo un brusco bajón de las temperaturas después de unos días de lluvia. Agarramos casi al asalto algunos trenes de los pocos que circulaban y que consiguieron sacarnos hacia la costa pudiendo tomar el vuelo de vuelta.
Ahora estamos aquí de causalidad, por una cuestión de precios de billetes de avión, que nadie piense en motivos más esotéricos, todo empezó un par de meses antes:
-Mira cariño, en la vuelta hacemos escala en Amsterdam, ¿te acuerdas de la última vez?
-No me acuerdo mucho, sólo me sobrevivió una neurona, pero creo que estuvo bien- debo estar poniendo algún tipo de mueca- Tranquilo, que esta vez controlaremos.
No lo haremos. Controlar no es precisamente una de sus mejores virtudes -y en el fondo me encanta que no lo sea- achacando su descontrol a su horóscopo, cuestión que me parece irrebatible.
El fin de fiesta culminará en forma de vomitona en el aeropuerto. Por fortuna en una sala de espera vacía y tras los controles de seguridad pasados con más pena que gloria.
-Intenta que no se nos note…
-No pasa nada, esto es Amsterdam, estos guardias están curados de espanto.
Son las 3 de la mañana y somos sus únicos clientes, se entretienen bastante con nosotros. La de los ojos marrones pasa el control haciendo caso omiso de sacar los líquidos de su mochila.
-¿Te has olvidado de sacar los líquidos? –Le pregunto acusador mientras me coloco el cinturón.
-Cariño, ahora mismo no me acuerdo ni de mis apellidos.
Al menos guarda los líquidos de su estómago, de momento. Me imagino el cuadro:
-Por favor pongan los líquidos aparte- Y a continuación arrojando como la niña del exorcista en las cajas de plástico gris. Seguro que nos detienen y perdemos nuestro último avión.
El primer adjetivo con el que calificar a Amsterdam después de Hong Kong es bajita.
Amsterdam es muy bajita, como una miniatura, bonita en su centro, preciosa si se quiere, pero de una altura pueblerina. Siento no estar más lúcido y perdón por mi falta de inspiración, pero son las seis y media de la mañana en Amsterdam, la una y media del mediodía en Hong Kong, nunca sé muy bien si de ayer o de mañana, y llevamos muchas horas de vuelo, una tarde-noche agitada por las calles de la capital holandesa y una larga madrugada en el aeropuerto.
“Los aviones nos han entontecido e insensibilizado; nos hacen torpes, como unos amantes con armadura”
El viejo expreso de la Patagonia. P. Theroux
Me parece bajita en comparación con la verticalidad de Hong Kong y de la mayoría de las emergentes y efervescentes ciudades chinas por las que hemos pasado.
Ciudades inmensas, a lo mejor de cuatro o cinco millones de habitantes y de las que la mayoría de los occidentales no conocemos ni el nombre ni su existencia. ¿Hacemos la prueba? Huaihua, de 4,74 millones de habitantes, Guiyang de más de 3 o Shenzhen de 10,6 millones.
Otras algo más conocidas como Cantón, las renombraron y ahora hay que reconocerla bajo el nombre de Guangzhou. Actualmente es la conurbación más grande del planeta con más de 47 millones de habitantes.
Shenzhen también es conocida por el público en general por su proximidad a Hong Kong y porque es puesta de ejemplo del desorbitado crecimiento urbano en China, ya que en los años 70 era un poblado de pescadores y ahora supera los 10 millones.
Aún después de haber estado en ellas tengo que consultar cómo se llaman y por supuesto olvidémonos de pronunciar su nombre como toca, de hecho en China siempre se viaja con el destino apuntado en un papel para ir enseñándolo, como un amnésico.
China, en voz baja y sin demasiados aspavientos, ha tomado la delantera a occidente, y al menos pensando en ámbitos urbanísticos, se ha adueñado del futuro, dejando a nuestras capitales europeas mirándose su propio ombligo y atascadas en su propio orgullo, como viejas solteronas despechadas.
Ayer paseamos por la plaza del Damm porque nuestra imaginación no dio para más en la intención de despejarnos de la impresionante bofetada sensorial después de más de 21 días sin fumar. Pero fracasamos. En nuestra conmoción no nos quisimos hacer ni una foto. Yo le echo la culpa de mi baja forma al avión y a los ambientes aeroportuarios.
“Los aviones son una distorsión cronoespacial, y además te cachean”
Paul Theroux
Exacto, señor Theroux, así está mi mente ahora mismo, distorsionada cronoespacialmente.
En el control de seguridad hay una máquina en la que tenemos que poner los pies sobre una huellas dibujadas y hacernos un scanner de cuerpo entero, como en la peli Desafio Total de Schwarzenegger, aquella película que nos hizo a todos desear tener tres manos.
Creo que lo que muestra es la silueta debajo de la ropa. No me parece que sea un aparato apto para obsesos, imagino que dependiendo de a quién escaneen habrá guardas de seguridad que se pondrán cachondos/as, es como si tuvieran unas gafas para ver a la gente desnuda, quién no ha soñado alguna vez con algo así.
Lástima que la realidad se debe parecer más a esto, aunque tampoco.
No les pido que me dejen echar una miradita porque sé que me van a decir que no. Además son policías, no van sobrados de sentido del humor precisamente y no tienen aspecto de haber pasado por ningún coffeshop en los últimos veinte años.
Nuestro avión saldrá rumbo a Valencia aún de noche mientras ráfagas de viento y lluvia barren el negro y brillante asfalto del aeropuerto de Schiphol. Es de una de esas compañías en la que pagas hasta por un vaso de agua. Pero conmigo muerden en hueso. Antes me bebo el agua del inodoro si la hubiera, que ya sabemos que en los aviones no hay, en pos de esos esfínteres succionadores que nunca jamás me atrevería a pulsar mientras aún estoy sentado.
Yo he arrastrado niños deshidratados por aeropuertos y aviones –papá tengo sed – te aguantas hija, que una botellita de agua vale tres pavos- he resistido sin caer en la trampa y han sobrevivido. Ni bebo, ni como, antes me trago el cuero del intercambiador de pañales que un menú de precio insultante: Disculpen, no quiero nada ¿acaso tengo cara de gilipollas?
Sé que el artículo no va demasiado bien, nunca va bien cuando aparece la palabra gilipollas demasiado pronto o demasiadas veces, porque acaba definiéndolo a uno mismo y además estoy quedando como un tacaño, salido e insensible, por no hablar de mis devaneos con el tetrahidrocannabinol, lo que podría demostrarnos que viajar no te libra ni de tus vicios, ni de tus torpezas, si no, no habría un montón de gilipollas viajando (vaya, otra vez).
Aunque todo esto al menos tiene una ventaja, te das cuenta de lo que eres y con un poco de suerte te ríes de ello. O sea que además te conviertes en un necio.
Un necio en un supositorio blanco con alas mirando por la ventanilla un amanecer todavía en estado embrionario con forma de luminosa línea azul claro, rasgando el horizonte por el este. A mi lado la de los ojos marrones sigue en estado catatónico postrada en su asiento. Más allá, mucho más allá está China. Llena de luz ya, aunque sea tras el filtro plomizo de las nubes del invierno.
Bajo nosotros, y aún sumida en la más completa oscuridad, Europa. La vieja dama cascarrabias de pelo plateado y semblante altivo, como el de una aristócrata arruinada y rancia a la que sólo le permiten conservar sus títulos y su orgullo. Una mansión con telarañas en sus rincones. Con la insolente hipocresía de alguien que se cree mejor que los demás.
Mientras en el avión utilizan la megafonía para vender sus productos. Encima de que les pagas y que no te dan ni agua te tienes que tragar sus anuncios.
-Disculpe azafata, ¿podría traerme un frasco de morfina y un gotero?
Malditos.