TIMO EN SKOPIE, MACEDONIA
Nelo | May 2, 2016Dos y media de la madrugada, en un callejón oscuro de Skopie, Antigua República Yugoslava de Macedonia.
Dos tipos discutiendo junto a un coche, uno con aspecto de excombatiente albano-kosovar, y el otro con un mochila al hombro y cara de idiota. No hace falta ser muy listo para saber quién soy yo…
El precio del taxi estaba cerrado, le doy un billete de 500 dinares al taxista, se ha de cobrar 300. Abre el maletero para que pueda sacar mi mochila, la saco.
Me vuelve a enseñar el billete que yo le dí, ahora es de 10 dinares. Me exige el resto. Me dio el cambiazo el muy cabrón…
Como sé que cada vez que llego de noche aun sitio nuevo me la clavan, esta vez fui muy cuidadoso. No sirvió de nada. En gran parte porque, ya lo dije, soy idiota. Compré un billete de autobús del aeropuerto al centro para no tomar un taxi, pero me pasé de parada. Le puede pasar a cualquiera por lo que aquí no radica mi idiotez. Cuando bajé del bus no sabía dónde estaba ni adónde dirigirme, era tarde y no había nadie en la calle. Se me ofreció un tipo, negocié precio, me dijo taxímetro, y subí al coche negociando el precio.
No veo el taxímetro:
-¿Y el taxímetro?
-Aquí. –Dice y me pone la radio. Es surrealista.
Me enfado, pero no lo suficiente, tal desfachatez me resultaría incluso graciosa si no viera que me dirijo al desastre.
-Pare aquí mismo, me bajo-. Pero no lo hago. Aquí radica el grueso de lo idiota de mi conducta.
-Diez euros- Me dice.
-No, cinco.
-Ok, cinco, ok.
Como hemos cerrado el precio exacto, me despreocupo.
Y sigue conduciendo atravesando la noche por una avenida camino del hostal donde llegamos en cinco minutos.
Y luego el rápido y habilidoso cambiazo…Ahora lo tengo plantado frente a mí pidiendo el dinero que ya se cobró. Le digo que ya le pagué, me dan ganas de agarrarlo del cuello, es un tipo alto, fuerte y calvo, y resulta amenazante. La situación es sumamente desagradable, para mí claro, él está ganando dinero. Esta vez le doy cinco euros en euros, justo lo acordado.
Pero pide más, haciendo como que no sabe que es un billete de cinco euros. Le señalo por dónde tiene que irse.
-Ni loco, súbete al coche y no me toques más las pelotas, largo. –Le grito en español señalando la salida del callejón.
Lo hace sin protestar más.
Teniendo en cuenta que un local no hubiera pagado más de dos euros por el trayecto, el importe total del timo es de once euros, contando la carrera ya inflada. Pero lo tonto que me siento no tiene precio.
Toco una y otra vez al timbre del hostal. Nadie responde. Se pone a llover.
-Mierda.
Al día siguiente paso diez horas caminando por la ciudad.
Desde que existe internet, (sí, querido y joven lector, una vez existió un mundo donde saltar sin red) se pueden leer blogs de viajes sobre los sitios a los que se va a viajar. Y es bastante curioso hacerlo sobre Skopje, más concretamente refiriéndose al centro de la ciudad, que está sufriendo una intensa remodelación con inversiones millonarias, pudiéndose encontrar las siguientes definiciones:
“Rara pero espectacular”
“Una extraña fusión de la Roma Imperial y Las Vegas”
“Sí pero no”
“Ciudad de contrastes”
“No hay por donde cogerla”
Esta definición aún tiene un significado más profundo para nuestros lectores sudamericanos.
“Una gran caca pintada con purpurina”
Desde luego los hay graciosos, así me gusta chicos…
“Preñada de fantásticas estatuas”
Esta es mi preferida, es tan literal, “preñada de estatuas”…
“Novia vestida de blanco”
Recordad que esas son sus definiciones, no las mías, pero si queréis las subscribo. Aunque lo realmente curioso es que pese a ello todos aman esta ciudad. Como yo.
Y tengo la ventaja del recién llegado por primera vez, no estuve aquí antes, y no puedo comparar. Al ser nuevo en la ciudad me quito de encima aquello de que cualquier tiempo pasado fue mejor (excepto si hubo terremotos, guerras o represión, o sea siempre) y lo de que al lugar donde se ha sido feliz no se debiera tratar de volver.
Así que puedo verlo todo con ojos nuevos, y para empezar Skopie me parece una ciudad multiétnica, lo cual es de agradecer en esta ex-yugoslavia tristemente conocida por sus “limpiezas” raciales.
Su vecina kosovar Pristina es una claro y triste muestra de lo contrario. Skopie es una ciudad moderna, simpática y barata, con un centro plagado de estatuas de todos los tamaños, dominada por una cruz gigantesca en lo alto de la montaña, y lugares donde tomarse una cerveza mientras se escucha la llamada a la oración. Cosa no baladí en los tiempos que corren, de cada vez más escasa tolerancia y diversidad.
Y no pasa nada, tal vez sus diversos habitantes se llevan bien, tal vez sólo se toleran, no lo sé, quizá hasta se respetan, quizá se cansaron de tanta guerra y destrucción. La segunda guerra mundial arrasó la ciudad.
Y cuando parecían que empezaban a recuperarse un tremendo terremoto en 1963 la volvió a tirar abajo.
Y en los noventa volvió la guerra.
Skopje ha sido vilipendiada tantas veces que yo creo que hoy en día se le tendría que permitir cualquier extravagancia. Y de eso la ciudad sabe mucho.
Si quiere mezclar estilos, que lo haga. Si quiere poner una estatua cada diez metros que las ponga. Si se quiere travestir con una bata de cola y acabar como una drag queen demasiado musculada, con bigote y pelos en las piernas tenemos que darle las palmas y jalearle. Si quiere parecerse a todas las ciudades que se parezca; porque el resultado final es que no se parece a ninguna. Skopie es única.
En ocasiones algo hortera, no diré que no, en ocasiones kitsch, pues de acuerdo. Qué sus estatuas son de un más que dudoso gusto, no lo niego, pero depende del gusto. Que no hay derecho que con un 35% de desempleo se gaste una millonada en toda esta parafernalia y que esto explica que estén en contra gran parte de los skopiotes (buen gentilicio ¿verdad?), pues estoy de acuerdo. Pero léase Valencia, Calatrava y sus millones deslizándose hacia bolsillos de empresarios y políticos, y por ende España entera y tantos otros países, quién esté libre de pecado que tire la primera piedra. Y me parece normal e incluso sano que la mayoría de la población Macedonia esté en contra de semejantes despilfarros.
Pero a mí, en medio de toda esta locura, Skopie me parece hermosa. Con perdón.
Y eso que lo primero que sufrí en la ciudad fue un timo, que en ningún momento me empujó a ver con malos ojos la ciudad, aunque así podría haberme pasado.
La música anima sus calles, la gente se arremolina en las terrazas o en las paradas de autobús, y es amabilísima. Pasean y hacen deporte a lo largo del río Vardar de aguas poco profundas y turbias debido a las obras en su cauce. En pleno centro de la ciudad, bajo sus puentes se pueden ver pescadores ociosos pasando la mañana, y patos silvestres que son perseguidos por perros callejeros que no dudan en cruzar el cauce en la misión imposible de intentar cazarlos.
Al otro lado del río se extiende el barrio turco de Karsija, y su ambiente no tiene nada que envidiar a cualquier barrio popular de Ankara o Estambul.
Y aunque sus antiguos caravanserai hoy en día sean facultades o restaurantes, y sus viejos hamanes o baños turcos sean en el presente galerías de arte, todavía se puede pasear por mercados y bazares abigarrados de gente y mercancías.
Para acabar almorzando sopa de chorba y kebab, que aquí son como los mici de Rumanía o el kebab de Marruecos, carne torrada sin más, y acabar harto por unos 3 euros al cambio.
Skopje resulta una ciudad limpia y ordenada si se viene por ejemplo de Pristina, en Kosovo, y quizá todo lo contrario si se viene de Oslo, Copenhague, o lugares similares. Se puede ver ballet y ópera por cinco euros la función, los puestos de libros inundan sus calles, aunque es cierto que no parece que nadie les haga demasiado caso, la ciudad entera me recuerda al dandy con lamparones de Sabina. Bastante ruidosa entre el tráfico, formado por pelotones de autobuses rojos idénticos a los londinenses y algunas ruidosas motos de gran cilindrada, y unas obras que parecen tenerlo todo patas arriba.
Y aunque la ciudad está infestada de estatuas de todos los tipos y tamaños, los verdaderos monumentos de la ciudad son de carne y hueso, miden casi dos metros y tienen más curvas que una carretera de montaña.
Poseedoras de esa belleza eslava de rasgos duros pero hermosos, sobrios, con carácter, como soñadas dominadoras temperamentales de cuero, látigo y acento del este. Tanto ellas como ellos explican porque toda la exyugoslavia da tantas alegrías al baloncesto. Respecto a como visten, esto se nota que es la capital, es una elegancia pero como pasada de moda. Y algunas, sólo algunas, olvidan que los niños, los borrachos y los leggins, no mienten, siendo las bragas sin costuras no demasiado populares.
Ellos, chicas, son muy varoniles, de estos hombres muy hombres, justo como os gustan a muchas de vosotras, altos, bien vestidos, y de espaldas muy generosas, máximos exponentes de una masculinidad ruda y sin tapujos.
Es el postureo del centro de la capital. Ni este hecho, ni la magnitud de las obras que nos rodea, ni la pretendida majestuosidad de lo ya construido, me impide ver que detrás de todo este decorado y remodelación hay una ciudad que está viva y vibra, sus gentes son de verdad.
Conforme uno se aleja del centro, van sucediéndose barrios residenciales, donde se va viendo una ciudad más real, una ciudad de domingo y chándal, más superviviente incluso.
Pero incluso los barrios periféricos de bloques comunistas están salpicados de monumentos y estatuas entre grafittis y solares de hierba, mezcla de edificios acristalados, casitas bajas y aceras irregulares. Y cierta desesperanza entre sus habitantes, como si supieran o creyeran que las cosas no van a funcionar del todo bien nunca, como una resignación que no acabo de estar seguro si se palpa en el ambiente o es mi imaginación.
Más allá del centro y de los barrios que lo rodean están los extremos de la ciudad, el yin y el yang, el barrio rico extendiéndose en las faldas del monte Vodno, cuya gigantesca cruz corona su cima, chalets, embajadas, buenas casas, y el otro lado en la parte más septentrional detrás de la vieja fortaleza, los barrios más pobres, zíngaros y gitanos, cuya abundante descendencia mendiga o recoge entre las basuras, papel, plástico o cualquier cosa reciclable con lo que poder sacarse unos míseros dinares deambulando por una ciudad a la que parecen sacarle la lengua.
Uno de ellos va en un triciclo artesanal, bicicleta hecha con remolque para así acumular el máximo de desperdicios reciclables, el color de las ropas del chico tiene la misma tonalidad que la basura nauseabunda que transporta, tal es su simbiosis con ella. Viene por detrás pero yo no me percato de su presencia y no lo escucho acercarse, cuando estoy cruzando un semáforo oigo un estrépito a mi espaldas y me asusto. Es el ruido del vehículo bajando el bordillo, el chico al ver que me asustó, se disculpa. Me pide perdón por haberme asustado.
Lleva toda la vida durmiendo en una chabola, pasa los días buceando entre contenedores de basura, ¿problemas familiares? todos los que podáis imaginar y algunos más, pero se disculpa. Si yo fuera él, si yo me sintiera como una rata que ha de salir de las cloacas de vuestra ciudad para buscar vuestras migajas, no me disculparía ante nadie. Me las pagaríais todos y cada uno de vosotros.
Y de momento no mucho más que contar.
Entonces, ¿dónde está la belleza en este final? ¿Y la grandeza? ¿Y la épica? ¿Y la gloria?
Pues aquí mismo delante de nuestros ojos:
La belleza está en su disculpa, sincera y generosa pues no espera respuesta, ni nada a cambio.
La grandeza es su empatía, él tiene tanta hacia mí, que se disculpa.
La épica está entre las tres ruedas del triciclo, en su rodar diario sobre el asfalto bacheado, en la propia supervivencia del muchacho, entre la mugre y la mierda.
La gloria está en que al menos una vez al día, y yo sé que sí lo hace porque se disculpó, sonría.