VIAJES EN PLENA ADOLESCENCIA
Nelo | May 24, 2016Coche patrulla avanza a gran velocidad
Por la autopista fin de siglo hacia la gran ciudad
Chicos de cuero negro buscan diversión
Redadas en la noche golpean su ilusión
Se convertirán en nuevos kamikazes
Y así lucharán como kamikazes
Banzai. M.Ríos.
A principios de los años 80 España se rendía ante una increíble libertad callejera mientras Miguel Ríos la dominaba entera, y de costa a costa el país se abría como una flor en primavera preparándose para la década más creativa, turbulenta y rápida del final del milenio, mientras Alex Lora esperaba desconsolado en la terminal del A.D.O del México Df algún camión que lo llevara a la chingada de allí, y Charly García, mucho más al sur, seguía rasguñando las piedras ante una Argentina que deseaba acabar de una vez por todas con una realidad de pesadilla.
Versión callejera del A.D.O de El Tri.
Yo era un adolescente imberbe deseoso de todo menos de seguir estudiando. Por la ventana de mi primer curso de instituto escuchaba las guitarras distorsionadas de Interterror tocando Lili Marlen en su local de ensayo, resultándome imposible permanecer entre esas cuatro paredes.
Eso se reflejaba en mis últimas evaluaciones, y mis padres, viendo como se acercaba el desastre absoluto me dijeron:
-Por cada una que suspendas este verano te vas a quedar un día a la semana sin salir. Si te cae una, los lunes, si son dos, lunes y martes, y así.
Ese verano suspendí seis asignaturas. Cumplieron su palabra. Sólo salí de casa un día a la semana durante todo el verano. No tardé mucho en dejar definitivamente las clases.
Me busqué un trabajo en una fábrica de un barrio muy deprimido de la periferia de Valencia, mi ciudad. El destino, que casi siempre es un bromista macabro quiso que esa fábrica fuera de carteras para ir a la escuela. No duré mucho, lo único que me gustaba de aquél horrendo lugar era la camarera del bar de enfrente, inaccesible para casi un niño como yo era. Me había prometido no volver a pasar otra vez un verano espantoso, así que cuando empezó el calor, lo dejé. Tenía 14 años, y necesitaba divertirme, no tenía otra opción.
Éramos muchos chavales en el barrio en esta situación.
Eskorbuto nos hacía huir en un abrir y cerrar de ojos de las fábricas y tugurios donde conseguíamos trabajo, y nos hacía mirar hacia el norte, a esa país vasco indómito y rebelde, donde aparecíamos después de interminables viajes en tren en busca de locos conciertos para acabar inconscientes en medio de enormes batallas campales, y la Frontera nos prometía cielos azules y carreteras interminables en dirección sur, siempre y cuando lleváramos tres ases en la manga y poco equipaje por si hay que correr.
por la autopista chicas rubias van y vienen
como la fortuna que viene y va
La Frontera
Salir del barrio para nosotros era como viajar a las Vegas, donde terminaba nuestra ciudad era el otro mundo, no importa que acabáramos en medio de un secarral de Castilla la Mancha, borrachos en un bar de pueblo de Albacete, viendo el enésimo concierto de la Polla Records en algún lugar perdido del delta del Ebro, o acampados en una barriada de gitanos de los alrededores de una Sevilla en plena semana santa.
Liquidar la delincuencia
es una plaga social
una raza despreciable
una raza a exterminar.
Banqueros, unos ladrones sin palanca y de día
políticos estafadores juegan a vivir de ti.Fabricantes de armamento eso es jeta de cemento
las religiones calmantes y las pandas de uniforme
la droga publicitaria
delito premeditado
Y la estafa inmobiliariaDelincuencia, delincuencia es la vuestra.
El tiempo, los 30 años posteriores, dieron la razón a bandas como La Polla Records, vistos desde la actualidad fueron profetas exactos sobre lo que iba a venir, siendo tildados de locos antisociales fueron sin duda las más realistas.
Bastaba alguien algo mayor que nosotros con un coche, o algo de dinero para el autobús. Lo demás no importaba, si había dinero para latas en conserva se llenaba el maletero de ellas, si las más baratas eran de mejillones, te tirabas una semana comiendo y cenando bocadillos de mejillones, no importaba, comer no se comía mucho, y dormir no se dormía nada. Si en el barrio había algún coche que partiera hacia donde fuera nunca quedaba un asiento libre, si íbamos en tren ocupábamos todo el vagón, y si era un autobús el fondo era nuestro. Al final de los autobuses todavía dejaban fumar, para desgracia del resto de los pasajeros ajenos a nosotros que tenían que viajar en una nube permanente de humo denso y aromático.
Y llegó el verano y allí seguíamos, junto a una acequia entre campos de naranjos y fincas en obras, hartos de ser molestados a diario por la policía. Qué lástima no tener fotos de aquellas largas filas de chavales con botas militares y pantalones manchados en lejía cacheados por policías bigotudos contra una pintarrajeada pared.
-Tenemos que salir de aquí, esto en verano está muerto, mal rollo.
-Yo tengo un apartamento en Cullera.
-Sí, pero está tu familia…
-Cerca hay una torreta de la luz abandonada, podéis dormir ahí.
Nos subimos en un autobús y aparecimos allí. Cullera es una localidad turística lamida por el Mar Mediterráneo a unos 30 kilómetros de Valencia, en verano bulle de gente, familias que pasean por el paseo marítimo y chicas guapas haciendo top less en sus interminables playas. Paraíso de arena, agua salada y pechos turgentes mostrados al sol que a los 15 años de edad te dejan bizco y babeando.
La torreta de la luz, después de extender allí una alfombra que salió de no se sabe donde, se nos antojó como un hotel de cinco estrellas. Estaba en la ladera de una montaña, no había ventanas pero si uno salía afuera se podía ver el mar chisporroteante y azul verdoso infinito.
Nos juntamos con unos punkies mayores que nosotros, vivían en la calle y sabían muy bien como buscarse la vida. Eran 5 o 6 pero entre todos ellos el Niki llevaba la voz cantante, era francés, y se decía de él que había tenido que huir de Francia después de matar al novio de su hermana después de que quedara tetrapléjica tras un accidente de coche conducido por el novio. Se decía de él que había huido de Francia en una Harley Davidson (no las había en España a mitad de los 80) y que la tenía guardada en alguna parte por si necesitaba volver a escapar. También estaba Juan, de él se contaba que acaba de salir de la cárcel y que tenía problemas psicológicos, llevaba una cresta desmochada y tenía unos ojos que miraban cada uno por su cuenta, luego había un belga gordote que era el que pisábamos cuando hacía de faquir extendiendo cristales rotos por el suelo y tumbándose encima de ellos sin camiseta. Porque ellos se buscaban la vida así, ofreciendo espectáculos callejeros en el paseo marítimo y pasando la gorra, nosotros les acompañábamos y trabajábamos como podíamos en los espectáculos, basados principalmente en escupir fuego por la boca y el fakir belga sobre los cristales.
Cierro los ojos y aún me veo sobre el estómago o la espalda del rubicundo nordeuropeo en precario equilibrio junto a otro par de amigos. Para esto nos elegía siempre a los más flacos, que era fakir pero no gili.
A veces se cortaba durante el número, y algo de sangre había, pero no era malo el tipo, al menos mejor que Juan con el fuego, que cada dos por tres se quemaba la cara en sus locas actuaciones. Miles de personas nos veían y algunas dejaban algo de dinero, pero éramos tantos que había días que apenas daba para comer unas patatas, las cuales comíamos cocidas en una hoguera envueltas en papel de plata, y comprar unos litros de kalimocho con que regarlas.
Un día de final de agosto se formó una tormenta terrible, lo que hizo que la banda nos refugiáramos en un bar a beber de espaldas a un mar gris y revuelto, de grandes olas que rompían sobre la playa donde el día anterior mismo nos estábamos bañando. El Mediterráneo es un mar por lo general tranquilo pero sus tormentas son terribles. Tan terrible como el hambre que azotaba mi estómago mientras palpaba en mi bolsillo unos cuarenta duros que no recuerdo bien de dónde habían salido. Necesitaba azúcar, no alcohol, así que dejé el grupo en el bar y me fui a buscar un horno, necesitaba una caracola de chocolate o algo parecido. Mientras me la comía fui yo quien lo vi. Juan se adentraba en el mar, tranquilo pero decidido, no se estaba dando un baño, llevaba puesta la chupa de cuero e iba totalmente vestido. El oleaje le batía por encima, su cresta parecía un alga mojada en medio de su cabeza rapada, absorbido por aquel paisaje parecía diminuto, una pequeña silueta en medio de la galerna de rayos y truenos.
Fuente gif: Favim.com
Estaba matándose, tal vez oyó una voz que le dijera que lo hiciera. Y yo estaba siendo el único testigo de su suicidio en aquella playa desierta bajo la lluvia.
Tiré la puta caracola de chocolate y corrí gritando hacia el bar.
Llegué sin aliento:
-¡Juan!…¡la playa!…¡se ahoga!
Saltaron todos como un resorte y salimos disparados hacia la playa.
Era una cala cerca de un faro, tenía en uno de los dos lados una especie de escollera, en el centro de la cala Juan braceaba y gritaba, le costaba mantenerse a flote, todo era dantesco, aterrador. Llegamos al final de la escollera, Juan no estaba demasiado lejos en línea recta pero las olas lo zarandeaban a su voluntad, no lo escupían a la playa, más bien se lo tragaba el mar. Niki se tiró a por él, Niki era punkie pero era un atleta, un tipo alto, fuerte y decidido. Los demás formamos una cadena humana, Niki consiguió agarrar a Juan y los demás conseguimos agarrar a Niki. Vivió. Vivieron.
Podríamos decir que el viaje, junto con el verano, terminó ahí. No recuerdo exactamente que más pasó. Juan no dio ninguna explicación. Niki no hizo ninguno reproche. Imagino que los demás nos cansamos de comer y cenar patatas hervidas y poco después nos volvimos al barrio. No recuerdo más detalles.
Ese invierno me metí en otra fábrica.
Pero lo de Cullera apareció dos veces más nada más regresar a casa. Un primo hermano de mi padre y un compañero de trabajo suyo habían pasado el verano en Cullera, me vieron en el paseo mientras hacíamos los espectáculos, les faltó tiempo para ir a contárselo a mi padre.
-Tu hijo andaba con unos hippies pidiendo limosna en el paseo marítimo de Cullera.
Fue un gran disgusto para mis padres. No fue el último, todavía les daría algunos más. No había cumplido ni los 16.
Por regla general así fueron mis primeros viajes pubertarios.
Aunque he vuelto en bastantes ocasiones, (mi hija se bañó por primera vez ahí mismo), el domingo pasado volví a esa cala, por eso me vinieron todos estos recuerdos. La de los ojos marrones y yo teníamos ganas de Kawasaki así que nos montamos en la moto y no sé cómo acabamos allí.
La cala permanece más o menos igual, aunque una bonita mañana y un sol radiante la alumbraba esta vez. Los primeros bañistas hacían como que el agua no estaba fría pero apenas se mojaban sus partes salían disimulando hacía afuera.
De la torreta de la luz no queda ni rastro, un enorme bloque de apartamentos ocupa ahora su lugar.
Los amigos del barrio seguimos los años posteriores entrando y saliendo de fábricas, saliendo de unas movidas para meternos en otras, hasta que el mundo adulto se nos tragó sin piedad y en general se acabó la diversión. A la mayoría nos fue bien, a unos pocos no tanto.
Del fakir belga, de Juan y de Niki nunca más volví a saber nada.
De vez en cuando, cada vez menos, (ahora debe estar muy prohibido) veo en diferentes y alejados lugares chavales echando fuego por la boca y pasando la gorra. No paro mucho a mirarlos, suelo dejar alguna moneda, callarme y marcharme. Nadie ve que sonrío cuando me doy la vuelta y sigo mi camino.
Por la autopista me verás marchar
Mis viejas botas me acompañaran
Un largo viaje, un largo final
Y tu pelo rojo en el asiento de atrás
La Frontera