SAN PETERSBURGO, LA CIUDAD DEL PASADO IMPREVISIBLE
Nelo | May 11, 2017-¿Qué puede haber mejor que una ciudad como San Petersburgo una gris y oscura mañana de invierno, acompañado por tu chica/o?
-La misma mañana, la misma ciudad, pero en solitario.-dirán sarcásticos, algunos casados y casadas de larga distancia.
También los lobos solitarios, curtidos en mil batallas, o quizá algún desengañado, cansado de todo, de ésos que se queda toda la noche con los ojos abiertos mirando como traquetean las cortinas de las literas del vagón de tercera camino de cualquier parte. Esperando inquieto las primeras luces de la mañana, cuando todo se llena de aroma de café, y el movimiento sugiere al menos cierta esperanza.
Sabiendo que se equivocan, en un intento de supervivencia y consuelo, dándose cuenta que las oscuras y oleosas aguas de los canales de San Petersburgo son aún más bellas y solemnes reflejadas en los ojos amados.
Que no hay mejor filtro para el aspirante a poeta que todos llevamos dentro, ni más nítido espejo en el que ver reflejado el mundo.
Un montón de versos malos, recuerdos de siestas gloriosas, noches en las que no se hundían en un pozo sin fondo sino que ardían en el mismísimo bendito infierno, y encuentros furtivos en bosques de pelados y gruesos troncos, que nunca son descritos en los blogs de viaje.
Y después está todo lo demás, la ciudad, Rusia entera extendiéndose como un desconocido infinito hasta las costas del Pacífico. Medio mundo, casi nada.
En San Petersburgo lloverá apenas de manera imperceptible pero sin cesar en los dos días que pasaremos en la ciudad y que coincidirán con sus atentados en el metro, lo que provocará un aluvión de llamadas por parte de mi padre siempre temeroso de que un día vuelva a casa en una caja.
Sólo se tranquilizó después de saber que estábamos bien:
-Papá, ¿por qué nos va a pasar algo precisamente a nosotros en una ciudad que tiene más de cinco millones de habitantes?
Lo que no le explico es que a esa hora nosotros estábamos en el metro.
Cuando nos localizó ya había llamado a la embajada, a la Cruz Roja y hasta al mismísimo Pedro El Grande si éste no hubiera estado continuamente ocupado allá en la eternidad, después de construir una de las ciudades más armoniosas y monumentales del planeta.
San Petersburgo lucha contra un cielo gris cargado de lluvia, sin que estas menudeces climatológicas consigan afearla ni achicarla un ápice. Un recién llegado la recorrerá abrigado pero con la boca abierta bajo el gorro de lana..
Llegamos un sábado por la noche lluvioso surcado por jóvenes haciendo botellón, y por algunos transeúntes, sin distinción de edad ni sexo, que zizaguean, camino de vete tú a saber dónde, que acabo de llegar y bastante tengo con encontrar el hotel elegido, siempre de ubicación resbaladiza y ambigua, para no variar nuestro estilo, y ponerle algo de sal y pimienta a nuestra llegada a la ciudad.
-Cariño, dónde carajo está el hotel, “debería estar aquí”.
-Tranquilo, si no nos costara encontrarlo, no seríamos nosotros.
Y al final apareció, feo por fuera y bonito por dentro, definición muy peterburguesa de sus edificios.
Al día siguiente es domingo y nos vamos a misa al templo dela Trinidad en el Monasterio Nevsky.
Tranquilo, sigues en Viaja o Revienta, la evangelización, en caso de existir, va en otro sentido. Todo viene por un libro, yo no soy ningún beato, incluso he tenido que hacer serios esfuerzos en mantener diferentes grados de espiritualidad a lo largo de mi vida, pero es que hace varios días releyendo el libro “Entre rusos” de Colin Thubron, describe como asiste a una misa en esta catedral con tal entusiasmo y énfasis que no puedo dejar escapar la ocasión de ver lo que por allí se cuece.
Nos quieren cobrar la entrada, como mi fervor no llega a tales extremos, nos vamos a ver si nos podemos colar por alguna parte, y lo conseguimos a la segunda:
-Cariño, tú pon cara de rusa, y tira decidida para adentro.
Antes visitamos el demandado horno del pan que fabrican los mismos monjes, y desvelamos que un edificio que nos parece un psiquiátrico de los horrores es en realidad la escuela para los aspirantes al monacato ortodoxo.
Dentro de la catedral de la Trinidad el ambiente no es en exceso diferente de nuestras grandes iglesias católicas, apostólicas y romanas, tal vez, se respira un mayor fervor. La gente pasea más libremente por dentro de la seo, repartida en diferentes ritos litúrgicos, siempre entre iconos, puesto que las representaciones tridimensionales, como las estatuas, están prohibidas para su veneración.
Me uno a una cola cantante que se dirige hacia una mesa, no puedo resistir la curiosidad de ver lo que hay en la mesa, y si no es así, es imposible. Además no me vendrá mal la bendición de los venerados. Es cantante porque la gente canta, yo solo muevo la boca, como en un karaoke, me acerco, me santiguo como hacen ellos, llego a la mesa, hay un montón de imágenes, las beso, doy un par de pasos atrás, hago una reverencia y me voy en busca de la de los ojos marrones. No alcanzo el éxtasis pero me sienta bien.
Salimos fuera y paseamos entre tumbas, a mí los cementerios me levantan el ánimo, me dan la sensación de tener al menos todavía alguna oportunidad, y más si son preciosos como éste.
La mayoría de caídos en los años 40, imagino que en el asedio de San Petersburgo, llamada entonces Leningrado.
Intentaré resumir la dureza de esos tiempos con un solo hecho, a bastantes de los cadáveres se les enterraba sin culo. Se documentaron dos clases bien definidas de canibalismo, los comedores de cadáveres, y los comedores que mataban personas.
Mientras le digo todo esto a la de los ojos marrones, la invito a comer.
No creáis que declina la oferta.
-Esas personas no eran diferentes de nosotros. Tú, ellos, yo, somos capaces de cualquier cosa, de lo peor en particular. Yo también empezaría por tus glúteos…
-De lo que ya no me cabe ninguna duda, es de nuestra incapacidad de aprendizaje como especie, las mismas historias se repiten, una y otra vez, sin remedio, a lo largo de lugares y de los tiempos.
Me someto a la ética, pero no comprendo en modo alguno por qué es más glorioso bombardear una ciudad sitiada que asesinar a alguien a hachazos.
Dostoievski
-A mí, la desesperación, lo trágico, me provocan unas intensas ganas de vivir. Ahora mismo te comería a ti.
-El hotel no está demasiado lejos…
-Ya, pero los rusos no hacen siesta.
-Qué le den a las costumbres rusas
-Pero, allá dónde fueres, haz lo que vieres.
-Nosotros somos turistas paletos, saltémonos esa parte.
San Petersburgo, la ciudad más bella de Europa, digámoslo sin complejos, quedará aparcada muerta de frío al otro lado del ventanal, y de ella sólo nos llegarán apagados rumores urbanos rusos. Elegante mujer fatal con los pies sumergidos en el Báltico, capaz de enamorar a marineros rubicundos de mejillas sonrosadas.