RUMANIA ¿TURISMO NEGRO? EN LA CÁRCEL DE SIGHET
Nelo | April 17, 2016En una oscura y nublada mañana de octubre de hace más de veinte años, voy dentro de un coche por los suburbios de Baia Mare. Aunque entonces toda esta ciudad del norte de Rumanía podía considerarse un suburbio de desangelados bloques de la época comunista y tiendas de escaparates vacios y polvorientos.
Las ruedas patinan sobre el lodo, el asfalto es cosa de las carreteras más principales. Esquivo baches, algunas gallinas, carros tirados por caballos y unos cuantos Dacia embarrados que desafiando toda lógica mecánica traquetean manejados por conductores de etílicas sonrosadas mejillas, con asientos traseros siempre llenos de mujeres con pañuelos de flores de colores en sus cabezas, única oda al color en este paisaje pardo y gris, periferia urbana hecha de descampados, antiguas fábricas, hoy pura herrumbre oxidada y escombros entre hierbajos sin gracia.
Horizontes de chimeneas de ladrillo humeantes de un nunca glorioso pasado.
En la ciudad de Baia Mare de 1994 se respira a partes iguales desesperanza y supervivencia.
Hay gente que no tiene ni para comprarse una chaqueta ni para cenar caliente, pese a que hace ya cinco años que el dictador y su esposa hubieran sido atrapados como conejos, después de huir del palacio presidencial en un helicóptero, que lo dejó abandonado en medio de una autopista, dónde tuvieron que ponerse a parar coches para al final ser atrapados y conducidos frente aun pelotón de fusilamiento.
Revolución de 1989 en Baia Mare. Foto de Felician Sateanu.
No recuerdo si era mi coche o si era prestado, tampoco si iba solo o con alguien más.
Pero recuerdo que al torcer una esquina me topo con un camión que avanza delante de mí casi a paso humano.
Levanto la vista y veo que la caja del camión es una jaula enrejada y que dentro de ella van hombres, presos con un uniforme a rayas grises. Muy parecidos a los vistos en los documentales de los campos de concentración de la segunda guerra mundial.
Un grupo de famélicos desgraciados, pómulos prominentes y ojos de expresión vacía, gorritos de presidiarios sobre cabezas rapadas, enganchados, no sé si encadenados, a la estructura metálica que los encierra, para no caer en uno de estos socavones llenos de aguas tan grises como el paisaje que nos rodea. No les veo los pies pero no me extrañaría que llevaran grilletes o bolas de presidiario.
La imagen me impacta tanto, que hoy en día cierro los ojos y todavía soy capaz de verlo todo con claridad, huelo hasta el olor de esa calle y siento aún la sensación de patada en la boca del estómago y las pestañas que se niegan a parpadear en mi incredulidad.
Más tarde alguien en una taberna me dijo:
-Esos que viste eran presos camino de las minas. Trabajos forzados.
Más de veinte años después camino de la mano de la de los ojos marrones por Sighetul Marmatie, al otro lado de las montañas de Baia Mare, ya en la frontera con Ucrania.
Vamos a la cárcel, pero en unas circunstancias favorables, agradables. Es lo que algunos llaman turismo negro. La cárcel es ahora un memorándum a las víctimas del comunismo. Las fotos que veo en las paredes de las antiguas celdas son casi idénticas a la de los presos que vi aquella lejana tarde en la capital de Maramures. Las caras, los trajes, son como los de aquellos escuálidos desgraciados condenados a trabajos forzados.
La cárcel se mantiene intacta aunque pintada, está llena de objetos personales de los presos, se explican diferentes temáticas en diferentes celdas. También podemos mirar por los dos ventanales que dan luz a la helada galería. Los presos no podían, lo tenían prohibido, si lo hacían terminaban dentro de una celda de castigo.
El castigo era la oscuridad total encadenado en cuclillas por manos y pies.
Que Rumania exponga y deje que los viajeros visiten y conozcan este enorme, reciente, y oscuro pasado suyo supone el primer paso para la aceptación de la realidad, de la tragedia. El primer paso vivir el presente de una manera sana podría ser aceptar nuestro pasado. Que podamos visitar un lugar así es conocerlo aunque sea horrible.
Si se le quiere etiquetar como turismo negro, a mí no me parece bien ni mal, sólo me da lo mismo.
Además, ¿hasta dónde alcanza el turismo negro? ¿visitar las pirámides lo es? ¿y una ciudad como Varsovia, casi completamente destruida hace no tanto es turismo negro? ¿el Camino de Santiago? Es una peregrinación a una tumba… ¿recorrer las praderas del oeste americano donde ya no hay bisontes y sus pueblos autóctonos fueron exterminados es turismo negro?¿y si quiero conocer territorios en conflicto o con guerras bien recientes?
Hace poco estuve en Kosovo, quería conocer ese país igual que quiero conocer cualquier otro, ¿fue turismo negro?¿dónde esta la línea?
Si existe algún tipo de turismo bien negro es ver el telediario cada día. Turismo negro es tener que saltar alambradas de espinos huyendo de tu país de origen.
Son tres pisos de celdas llenas de historias espeluznantes con nombres y apellidos.
Rumania es una nación con sus luces y sus sombras, como todas, pero sabe mirar hacia atrás, en este sentido podríamos decir que está curada. Se trata de mirarse en el espejo para reconocerse y poder hacer las paces con nosotros mismos.
En otros países como España no tenemos agallas a hacerlo.
El miedo o el no querer desenterrar nuestro pasado hace que nuestra democracia atufe a otra cosa, y que la transición parezca un camelo, una operación de marketing engañosa. No debería tratarse de ideología política, ellos existieron. Eran, somos, personas.
En la estación de tren de Sighet, echo una siesta en el regazo de la de los ojos marrones. Con mi brazo me tapo de la luminosidad del sol de primera hora de la tarde. Después de la visita a la cárcel, me siento bien libre, me encanta no tener frío, ni hambre. No estar enfermo.
Pasear por un infierno te muestra que casi cualquier otro sitio es un paraíso.