OTRA VEZ EN ÁFRICA, ¡MADRE MÍA! ¡VAMOS BIEN!
Nelo | March 3, 2019Relato de un viaje por Gambia, Senegal y Guinea Bissau.
El avión acaba de aterrizar en la bacheada pista del Aeropuerto Internacional Yudum, en Banjul, Gambia, África Occidental. Estamos aquí para viajar por tierra desde Gambia a Guinea Bissau, a través de la Casamance senegalesa.
En realidad Gambia y la Casamance son en este viaje a Guinea Bissau un añadido, un extra, la primera porque los vuelos low cost desde Europa operan allí, y la segunda porque en Ziguinchor es mucho más fácil y barato conseguir el visado para Guinea Bissau que en cualquier otra parte.
Tengo tan buenos recuerdos del país que quiero presentárselo a la de los ojos marrones.
Recuerdo un territorio devastado pero lleno de gente tímida y simpática, cero turístico, donde había algo flotando en el ambiente de la ex-colonia portuguesa que me maravilló, con un toque especial, una laxitud amable que no encontré en ningún otro país de la ruta transahariana que desde el norte seguí.
Todavía no se abrió la puerta que impide que el aire caliente de olor tropical, se mezcle con el que traemos de un Londres invernal. Febrero apenas comenzó.
Es el momento frenético en que todo el mundo se levanta cansado del vuelo y con prisas quieren sacar su equipaje de mano y largarse del supositorio alado.
La de los ojos marrones dice no sé qué sobre una maleta que han puesto en paralelo al cajón en vez de perpendicular o algo así, y no podía meter o sacar su bolsa, y se indigna, y yo pienso, madre mía lo que le queda, vamos bien.
-Cariño, creo que te va a venir bien una temporadita en África.
Porque no lo olvidemos, cuando se abra la puerta, y la gente exhale su impaciencia, y se ponga en movimiento como un tren que empieza su andadura, lo que nos abofeteará será el sol africano, inhalaremos la brisa africana. Apareceremos, como por arte de magia, en medio de una Gambia que no piso desde hace ocho o nueve años, cuando llegué por tierra conduciendo la camioneta de un alemán cansado de hacerlo.
Puedes leer sobre el anterior viaje transahariano pinchando aquí.
Desde el aeropuerto internacional de Gambia se puede ir a cualquier parte en transporte público que no sea taxi pero para ello, que yo sepa, debes andar varios kilómetros, la salida del aeropuerto está muy lejos de la terminal, y luego ya en la carretera hay que parar un guele-guele que pase por allí, o andar varios kilómetros más hasta una explanada con taxis compartidos hacia Sukuta, por unos 12 dalasis la plaza.
Haremos esto a la vuelta, pero para hoy hay un tipo, un alemán dueño del camping donde vamos, que por 15 pavos nos espera con un cartel en la mano y nos lleva hasta allí. Paso de historias, ¿vale?
(Y yo con esta actitud, madre mía, vamos bien).
Primeros kilómetros, esta franja costera de Gambia apenas ha cambiado, -podéis leer aquí el artículo dedicado en exclusiva a esta zona: Gambia, la costa más turística: despiporre, sexo y playa– y si lo ha hecho es a peor, tal vez hay más tráfico, tal vez más plásticos y más casas grandes.
-Quiero un viaje de polvo y tierra.-me dijo la de los ojos marrones antes de partir, y creo que lo va a tener.
Estoy hablando con el alemán que conduce, me giro, y la veo llorando a moco tendido con las gafas de sol puestas mientras dispara de vez en cuando el obturador de su cámara.
-Pero…qué te pasa.
-Nada.
-Cómo que nada, si parece que vamos de entierro.
-Nada malo, que me emociono.
Y hace un pucherito.
Así da gusto viajar en compañía, intensidad, sentimientos, claro que sí. Sé que en ese momento decide amar África, el viaje, todo.
Seguirá llorando de manera intermitente durante los dos próximos días. Le digo que titule su primer artículo sobre el viaje “África entre lágrimas” o algo así. No lo hará, pero sí que escribirá un artículo contundente y sublime que podéis leer pinchando aquí.
Ya vamos de paseo a pie cuando busca una papelera para tirar la cocacola encargada de nuestro termostato interior, y me dice que hace rato ha tirado una anilla de plástico al suelo, y que no hay papeleras. Es curioso verla pasear con el bote en la mano viendo el estado de las calles de Sukuta, y por ende de toda esta parte de Gambia, llenas de basuras y desperdicios, hablemos claro, está todo lleno de mierda.
No es una crítica, es un hecho. Un montón de plásticos, porquería y un Porsche Cayenne, eso también es África.
Los atardeceres y los agradecimientos divinos llegarán más tarde.
A orillas del Río Grande de Buba. Guinea Bissau.
-Tírala por ahí, que alguien la recogerá.
En África hay reciclaje directo por pura necesidad, pasa también con las botellas de plástico en buen estado.
De la materia orgánica se encargan las enormes bandadas de buitres que habitan la zona, inmersos en lo urbano, compartiendo espacio con hombres, cuervos, y monos, que a saltos se pasean por el tejado de nuestra habitación del camping, asustándonos de los inesperados golpetazos,
Porque la zona hay que verla, enormes árboles en calles rojas y amarillas de tierra y arena de grandes casas en un entono medio rural, medio urbano, donde hermosas huertas escondidas detrás de tapias, se alternan con espantosos solares con la porquería citada, a lo largo de una carretera principal de furioso tráfico donde el color lo pone la gente con sus vestidos y sus cosas, siempre fosforitas o chillonas.
Un señor me muestra una enorme rata enjaulada, le digo si se la va a comer, me dice que no, que es su mascota.
Hacemos un recorrido circular de la zona de guele-guele en guele-guele atiborrados de gente, cada viaje en ellos cuesta 7 dalasis.
La gente amable, sonriente, colaborativa, buen rollo. Bebemos cerveza en un bar-huerta lleno de murciélagos gigantes al atardecer.
Compramos unos bocadillos de huevos en un chiringuito que es apenas una barraca. Huevos con mayonesa. Sin luz, ni refrigeración. Repetiremos este hecho todos los días, algunos incluso varias veces. Serán desayuno y cena casi a diario.
No hay problema, los huevos y la mayonesa en África Occidental no se hacen malos, si no yo no estaría escribiendo estas líneas, metiéndome con la de los ojos marrones, que ahora mismo luce fresca y lozana aquí al lado, haciéndonos para fumar.
-¿Sobre qué escribes?
-Sobre la llegada, me meto contigo.
-Bueno, siempre lo hacemos, pero de buen rollo.
-Claro, mi vida.
Pero lo curioso es que ante tal panorama de posible salmonelosis, lo que le preocupa es el papel en el que nos envolvieron los bocadillos, porque tiene tinta y dice que eso es malo, es tóxico.
Me da la risa, no digo nada, y pienso, madre mía, vamos bien.
Después, con el paso de los días ocurre todo lo contrario, la de los ojos marrones parece que haya viajado por África toda su vida y pasa por aquí con una levedad y un disfrute envidiable en cada momento, y eso que es su primera vez, y yo, en cambio me convierto en un quejica, en un cascarrabias, cuando ya conozco esto.
-Estoy hasta los huevos de los baches, de estar comprimido, del calor, y de su puta madre.
Me pasa al mediodía cuando se me pegan hasta los calzoncillos, y el sol y los kilómetros pasan factura, y me duelen las cervicales de tanto bache y apreturas, y me enfrento acalorado al enésimo arroz con pescado, y parezco un inglés congestionado por Benidorm.
-No pienso volver a viajar al sur del Círculo Polar Ártico. Lo juro- Amenazo banalmente en medio de la pataleta, porque sé que volveré, siempre vuelvo.
Lo único que debo analizar es el porqué vuelvo, pienso, mientras mis vecinos de asiento empapan mis hombros con el sudor de su sobaco, siempre negros enormes en los que acabo encajonado y aplastado sin misericordia. ¿Estaré enfermo? Nadie que viaje por aquí está en sus cabales, eso es seguro. ¿Seré masoquista? Y el superclásico y omnipotente, ¿qué carajo hago yo aquí?
Estado de Garganta Profunda (mi mochila) un día cualquiera. Yo acabo igual.
Al final mi experiencia en este viaje por África me lleva a dividir los días en dos. En febrero existe el amanecer y el atardecer, dulces, con sus horas frescas, todo es suave, bonito y armonioso, y luego está el pico central del día, donde hace un calor pastoso y contundente, la luz ciega y el polvo flota sobre los caminos.
Por eso, si no estamos en ruta, el mediodía lo pasamos después de comer entre siestas en dormitorios en penumbra con mosquitera y ventilador, sin asomar el morro hasta casi las seis, cuando África muestra otra vez su parte más melosa y cariñosa, y se acerca la noche, y se cena, y se pone todo muy oscuro, y siempre se escuchan tambores y cantos hasta altas horas de la madrugada, antes de quedar todo en silencio.
Aunque el silencio dura poco porque a mitad de la noche, algún cuervo u otro pájaro lo romperá, y luego una mezquita, y luego otra, y las llamadas de oración se aliarán en la distancia unas a otras proclamando su sentencia universal, y todo se llenará de ecos y cánticos.
Y yo, miraré la piel tan pálida y desnuda que tengo a mi lado, tan a juego con la vaporosa mosquitera, y esperaré al amanecer, pensando que estoy donde quiero estar y que soy un tipo afortunado.
África Occidental, donde cada día es una aventura, despierta y se despereza, aunque a mí, de momento, aún no me interesa; mirando ese culo blanco de refilón, resoplo, y me digo: madre mía, vamos bien.