MALLORCA, TENÍAS QUE SER TÚ
Nelo | October 16, 2016Llegué a Mallorca en plena tormenta exterior y también interior.
Salí de la península, arrastrado por fuertes vientos, rayos y truenos; nubarrones negros que se apoderan del paisaje sin uno quererlo detrás de una serie de más o menos desafortunados hechos, que encadenados todos, unos tras otros, suelen conducir a las mazmorras de la existencia sobretodo a los que ya tenemos cierta experiencia en pasearnos de vez en cuando por el mismísimo infierno, el averno del inconformismo, el yermo paisaje del desasosiego, el tsunami de la exigencia.
Los pasajeros que bajan del avión al que nosotros vamos a subir llegan cargados de ensaimadas y gorritos de paja. Las ensaimadas me gustan, sobre los gorritos de paja me guardo la opinión.
De la exigencia, sí. Ese caballo alado que galopa veloz pero hace que te duelan las posaderas, y que de vez en cuando tropieza, y te manda de bruces contra el duro y helado suelo. Ese no poder parar, ese querer siempre más, que cuando se pasa de la raya, ya no sirve de mucho, excepto para devastar todo lo sembrado como una tempestad de granizo y viento. Eolo soplará, cruel, para hacerte olvidar lo que tienes, cómo lo conseguiste y lo que te costó llegar hasta aquí. Para hacerte olvidar quien eres.
Nobody gonna take my car
I’m gonna race it to the ground
Nobody gonna beat my car
It’s gonna break the speed of sound
Oooh it’s a killing machine
It’s got everything
Like a driving power big fat tyres
and everything
Así que la de los ojos marrones, con sus últimas fuerzas, me agarra del pescuezo, igual que una loba agarra a sus lobeznos para cambiarlos de madriguera, con determinación y firmeza, hasta sentarme dentro de un avión low cost de famosa compañía irlandesa que nos lleva hasta la isla emergida en un cálido otoño mediterráneo mientras yo le ladro lindezas del tipo:
-No sé qué pinto yo en Mallorca, ni sé qué carajo voy a hacer allí.
Va a ser mi tercera vez en la isla. La de los ojos marrones es de aquí. Aunque para un mallorquín de pura cepa no lo sea en su totalidad, pues sus padres llegaron de fuera, aquí aterrizó en su niñez, aquí disfrutó su adolescencia entre calas de aguas cristalinas, discotecas y achuchones de novios a los que siempre dejaba cuando le apetecía sin remordimiento alguno, y aquí también se adentró, casi sin quererlo, en la temible, responsable y aburrida vida adulta, que todo aquél o aquella que tenga dos dedos de frente debería intentar evitar, al menos a ratos, ella incluida. Así fue como cayó entre mis garras.
-Mira- me dice- déjame a mí, tú no tienes que hacer nada, no tienes que pensar en nada, esta es mi isla, yo me encargo de todo, sólo tienes que dejarte llevar.
Mallorca ha sido una isla despreciada por los viajeros nacionales de larga distancia, entre los cuales yo me incluyo, por dos motivos, uno porque se dice que es muy turística, y el otro es por su cercanía. Ambos son incongruentes, por no utilizar la palabra estúpidos.
Si evitas el verano la isla es lo suficientemente grande para que te olvides del turismo en masa, al menos en algunos lugares, y lo bastante exótica como para que te des cuenta que estás en Mallorca en todo momento, aunque sólo sea por algún pequeño –o gran- detalle. Y la cercanía es en realidad una ventaja que nuestro deseo de llegar tan lejos como podamos la convierte en desventaja. No hace falta gastarse una pequeña fortuna en llegar aquí, puedes comer en casa y merendar en la isla. En el caso de Valencia se tarda una hora en avión, el billete de ida y vuelta no suele pasar de los 50€.
Octubre se muestra un buen mes para ello. Todavía es posible bañarse en un mar cálido y acogedor aunque las tormentas hagan su aparición de tarde en tarde, y en sus calas, disfrutar de una relativa tranquilidad, al menos, en comparación con el verano.
El otoño en la isla es tan bonito como cualquiera de las otras estaciones, porque Mallorca tiene una belleza sorprendente, asombrosa en el sentido de que no haya podido ser aún destruida a base de hormigón y millones y millones de turistas. Aguanta, resiste, con un interior de almendros, pueblos de casas y molinos de piedra.
Y una costa que pese a la explotación turística mantiene calas de aguas cristalinas, de ésas que soñamos mientras deambulamos por el subsuelo de cualquier gran ciudad, embutidos en el metro, mintiéndonos a nosotros mismos sobre el sentido de nuestras vidas.
Puede que hace muchos años la isla fuera aún más bonita, pero quizá sea ley de vida, hace años yo también era más guapo –bueno, de acuerdo, tal vez en mi caso no sea la palabra más apropiada, pero al menos no se insinuaban estos surcos en mi cara que ya apuntan maneras, ni tenía que comerme los bocadillos de Nocilla escuchando reproches entre mis congéneres humanos. Siempre los mismos, no sé qué de las verduras y las legumbres…
Mi padre me habla de baños entre caballitos de mar en El Arenal, y eso dice lo dice todo, como eran las cosas, como son ahora, de donde venimos y hacia donde vamos. La realidad de Mallorca, y por ende de la existencia planetaria resumida en un solo hecho, hace 50 años en el Arenal nadabas entre caballitos de mar.
Hoy, para disfrutar de una experiencia parecida, tendrías que saltar de espontáneo dentro del tanque indicado en el Palma Aquarium para deleite de los turistas sonrosados situados al otro lado del metacrilato. Y si pones “caballitos de mar en Mallorca” en Google, verás que se trata de un restaurante.
Caló des Moro
Pero, ¡no nos vengamos abajo!, aún quedan maravillas como Caló des Moro entre otras. Mallorca resiste, seductora como una mujer madura mediterránea. Dulce, y embriagadoramente otoñal. Bella, digámoslo sin tapujos.
¿Quién se atrevería a decir lo contrario?
Que un lugar pueda parecernos bello puede ser relativo y depende de varios factores, puede que un porcentaje bastante alto dependa del mismo lugar en sí, para regodeo de los amantes del magnetismo y de las fuerzas telúricas, pero otros factores entrarán sin duda en juego. El mejor ejemplo de cuando el factor predominante es el de la propia personalidad del lugar podría ser el desierto, tan abrumador que engulle todo lo demás.
Otro condicionamiento de los importantes puede ser de dónde vengamos. No es lo mismo para un islandés o un noruego, que para un valenciano, o para alguien de Oviedo, o para un chino, o un ruso. Podemos afirmar así que el exotismo es parte implicada en que un territorio nos parezca atractivo. Y el exotismo suele nacer de la distancia. Es ficticio, tan solo es una ilusión, no existe en ninguna parte excepto en el ojo del que mira, pero ¡qué bien se ve y cómo destaca!
Como valenciano, aunque la parte más agrícola y forestal de la isla pueda resultarme completamente familiar, puedo notar sin titubeos que me hallo en Mallorca mientras recorro esas sinuosas y estrechas carreteras flanqueadas por muros de piedra seca, mientras el paisaje se salpica de masías del siglo XIV.
Aunque sea todo parecido a la Valencia de secano, todo es diferente, se nota donde se está. La luz, la quietud, los molinos, testigos mudos del pasado… podemos sacarnos esa imagen de la Mallorca de alemanas borrachas que enseñan sus tetas encima de un podio de discoteca, e inglesitos enrojecidos aficionados a romperse la crisma intentando acertar la piscina desde el quinto piso del hotel hasta arriba de sangría; en la Mallorca rural la tarde muere lentamente entre campos de cultivos, nubes de algodón y aromas de pino.
Las grandes montañas del norte, la Sierra de Tramontana nos hablan de una isla abrupta, majestuosa e indómita, de vertiginosos precipicios, formada de piedras, cabras y carrascas, desde donde observar, mientras ulula el viento, un mar tan poderoso y absoluto, que ocupa todo el horizonte hasta la curvatura del planeta.
Otras cosas pueden influir en nuestra percepción de la belleza son nuestra educación, nuestra niñez, nuestros recuerdos, mi infancia de largas vacaciones desnudo en una playa, me acerca al mar tan presente en una isla, asocio la libertad a chapotear entre suaves olas.
Nuestra cultura, lo que sepamos del lugar, lo que hayamos leído, condiciona, en este caso que mi primer viaje a Mallorca a los catorce años, fin de curso de octavo de egb, juega muy a favor, y lo leído, el aborrecido por los mallorquines libro de George Sand, Un invierno en Mallorca, me enseña que cualquier tiempo pasado en la isla no fue mejor, juega en contra, las colosales iglesias repartidas por toda isla sin importar lo pequeño que sea el pueblo, me reafirma en mi idea de un pasado oscuro, algo lejano para mi alivio.
Nuestro estado de ánimo, en mi caso de tarde en tarde tan malo que casi no puede ser peor, por lo que cualquier cambio o movimiento es positivo, también conseguirá condicionar nuestra visión del lugar.
Otros factores ajenos a nosotros, como el tiempo metereológico, tienen algo que decir, si vas con la niña loca por bañarse y te pilla una gota fría, ya no es lo mismo. Imaginemos otra isla, un país como Islandia, bajo una ventisca de nieve en la oscuridad del invierno, o el mismo paisaje bajo el sol de medianoche en el “tibio” verano. ¿Cual nos parecerá más lindo, más bonito?
¿Por qué?, si es el mismo paisaje…
La compañía, en este caso la de los ojos marrones, sin saberlo, convertida en maestra de lo que aquí se cuece, hace que por primera vez sea yo quien pronuncie las palabras lo que tú quieras cariño, dejándome llevar como un niño pequeño al que se le dice cuándo, cómo y dónde tiene que hacer las cosas, lo que me produce un placer casi libidinoso sumido en la despreocupación, la laxitud, entrando de lleno en el regodeo que provoca la pereza.
Ella va y viene, y piensa hasta que vamos a comer, que haremos esta tarde, o se encarga de traer el desayuno cada mañana, y yo me dejo mecer como en una colchoneta hinchable un día de calma chicha, de esos que oyes las chicharras cantar y parece que esa sea la única señal de que el mundo no se quedó en pausa.
Como sabe bien lo que me gusta va dándome una de cal y otra de arena, enseñándome lo convencional espolvoreado con cosas inauditas que no haría si no fuera con ella, que es de aquí.
El mismo día que vamos a las Cuevas del Drach visitamos una gran fábrica abandonada.
Es una chica de contrastes, bendita cualidad, sólo en ocasiones desesperante. Le da por culpar a su horóscopo.
En Mallorca se pueden visitar grandes lugares abandonados si se busca un poco.
O el día que atravesamos las montañas del norte de la isla para llegar a Torrent des Pareis, comemos en un restaurante multitudinario, barato y popular, a rebosar de mallorquines, hinchándonos de arroz brut -no me deja traducirlo como arroz sucio-, para que me sienta menos guiri.
Apunta dos restaurantes, Sa Travessia en Campos y El Cruce en Manacor.
O me combina un concierto de órgano en la catedral de Palma, con una batalla de hip hop fuera de ella, en un lugar donde quedan los domingos por la tarde todos los amantes del rap de Mallorca, que a mí me caen bien, aunque su música me provoque dolor de estómago y retortijones. Qué le vamos a hacer si el punk ya murió. Quizá esto sea lo más parecido.
Y mientras me dice, repasando sus recuerdos, que aquí hizo esto o hizo lo otro, voy calculando mentalmente cuánto tiempo hace para saber dónde estaba yo, y que hacía.
Y descubro que me pongo malo al pensar qué carajo hacía yo en la India mientras ella se enrollaba con cualquier payaso, chulito de playa de pacotilla, poseedor de una mierda de Yamaha 250, o quién me mandaba a mí estar en medio de un pedregal de cualquier desolado y ventoso desierto, espantándole las moscas al burro, mientras ella exhibía su esplendoroso cuerpo isleño delante del grupo de amigos de turno cuando se bañaban en la paradisíaca cala de Es Trenc, desnudos al amanecer después de una noche de fiesta.
Por su piel blanca y tersa, casi transparente, resbalarían las gotas saladas del mar que la había acariciado, escurriéndose brillantes por sus muslos, iluminadas por los primeros rayos de la mañana mientras yo me sumía, a diez mil kilómetros de distancia, en el traqueteo del enésimo tren camino de ninguna parte, hundiéndome sin remedio en la épica del movimiento, y mi piel sentía, en cada uno de sus poros, esa soledad, buscada pero no por ello menos potente, que de vez en cuando inunda al viajero.
Nobody gonna take my girl
I’m gonna keep her to the end
Nobody gonna have my girl
She stays close on every bend
Oooh she’s a killing machine
She’s got everything
Like a moving mouth body control
and everything
Lo sé, si los celos son de por sí absurdos, más aún lo son los celos del pasado. Tan absurdos como mirar atrás.
Las veces que no nos bañamos juntos, los morreos perdidos al atardecer, los jardines que no nos fumamos, las canciones que no bailamos, los ojos en los que nos reflejamos, siempre otros, las pieles en las que nos perdimos, siempre otras, los veranos buscándonos sin aún conocernos, las caricias que nunca nos dimos…
La nostalgia de lo que jamás ocurrió. La melancolía de lo que pudo haber sido.
Ya sé que hay que pensar en positivo, y todas esas cosas, bla, bla, bla…que la teoría ya me la sé, muchas gracias, por eso pienso que debo estar volviéndome loco.
Loco por ella. Ahora la llevo frita porque me falta tiempo para saldar la deuda de besos perdidos durante nuestros anteriores veinte años de ausencia, aunque al paso que vamos no tardaremos mucho en compensar.
La balanza entre el debe y el haber va equilibrándose. Nota mi aliento en su nuca, persiguiéndola. Tenemos prisa.
Derrapando, como un cacharro lanzado a toda velocidad por una vieja carretera de montaña, intentando no salirnos en una curva, mirando de reojo el precipicio.
Mallorca, para mí, siempre tendrá los ojos marrones.
Nobody gonna take my head I got speed inside my brain
Nobody gonna steal my head now that I’m on the road again
Ooh I’m in heaven again I’ve got everything
Like a moving ground, an open road and everythingI,m a Highway Star
Qué bien tu cronica de Mallorca y me interesa mucho lo que has publicado sobre Irán.Estoy pensando en mí próximo viaje aunque soy mujet y viajo sola.
Saludos
Disculpa Xisca por el retraso en contestarte, me alegra mucho que te haya gustado el artículo y estoy a tú disposición sobre cualquier duda que te pueda surgir en tu próximo viaje a Irán por lo que parece. Por cierto ya sabes ser mujer y viajar “sola” no quiere decir nada, hay miles y miles de viajeras recorriendo el planeta en solitario. Saludos.