JAPÓN. ME LO COMO TODO.
Nelo | February 8, 2016Este post no va sobre cocina japonesa, para eso tienes muy buenos blogs de gastronomía, tampoco versa sobre el protocolo, costumbres o etiqueta de los japoneses en la mesa, para eso tienes otros blogs de viajes. Este post hablará sobre la comida que me han puesto delante estando de viaje por Japón.
Así que ya sabes más que de sobra de que va este artículo. Toma unos palillos, siéntate en este bonito tatami y que aproveche.
Esta mañana mi desayuno lo compré en un supermercado al lado de mi hotel de Minami Senju en el noreste de Tokio. Lo sacaron calentito de dentro de una caja de madera compartimentada. Flotaba. Me lo pusieron en un bote de plástico con caldito. El resultado fue el siguiente -no quiero bromas escatológicas, por favor-.
Teniendo en cuenta su desafortunada apariencia, no está mal, está bueno incluso. La salchicha es normal, la cocacola con limón, el panecillo rollo flan sabe a entre nada y un lejano aroma “acangrejado”. El cangrejo, o lo que Dios quiera que fuera, no sabe mucho, y la carne picada sabe demasiado a carne. Me bebo el caldito, por si acaso.
En general, tengo que reconocerlo, se come muy bien, está todo rico, incluso lo que parece imposible que vaya a ser así por lo ambiguo de su aspecto. Y si quieres, en Japón, no tengo pudor en afirmarlo, se come más barato que en España.
Desayuno de ramen (noodels) con ¿tofu, calamar, o ingrediente no identificado? Picante. No llega a dos euros. Es de buena educación hacer ruido sorbiéndolos.
Todas las comidas que verás, excepto una, costaron entre dos y cinco euros al cambio.
Lejos de restaurantes y de los convenience store, he tenido la ocasión de probar comida casera cocinada por madre e hija en una pensión de trabajadores de la metalurgia en una pequeña isla de la ruta ciclista Shimanami Kaido entre Onomichi e Imabari.
Desayuno de un trabajador japonés.
Y aunque debo reconocer que no fue una orgía de los sentidos, ni una bacanal de gula y atiborramiento, cené y desayuné sin dejar casi nada en los platos.
Cena de un trabajador japonés.
Eso sí, en el tiempo que yo tardé en comer con los palillos fue el triple que cualquiera de los pocos currantes que por allí estaban. Al no iniciado en el arte de comer con palillos, este hecho supone un ataque contra su dignidad, simplemente uno parece imbécil.
Un troglodita, un guarro, un palurdo, se te engarrotan los dedos mientras intentas que nadie te vea, resbala el mismo trocito de comida varias veces, se vuelve a escapar, y dejas la mesa que podrían pegarle un repaso las gallinas de tu abuela, peor que un niño pequeño.
Otras veces he acabado probando hasta lo que creía que eran envoltorios:
-Ey amigo, eso se come, son… ¿cómo se dice…?-me está hablando un chaval originario de Hokkaido, que se aleja de las inclementes condiciones metereológicas del norte de Japón en invierno, trabajando a cambio de comida y alojamiento en un albergue para mochileros-ciclistas de Imabari.
-¿Algas?
-Sí, eso es, algas.-
Me lo temía.
Me toca comérmelas, no están malas, antes él mismo me había invitado a unos dulces con aspecto y textura de fuet.
Mi bandeja la compré en un convenience store, supermercados que por la tarde bajan los precios de la comida elaborada, son bandejas de comida muy variada, con bastantes cosas no identificables. No identificables por mí, sobra el decirlo.
Los convenience store se extienden por todo Japón, incluidos pueblos pequeños, y me salvaron la vida cuando no había ningún restaurante cerca, cuando se quiere comer a horas intempestivas, ya que algunos abren 24 horas, o cuando no quería gastar mucho. O cuando quería tomar un tentempié.
Muslo de pollo, tres paquetes de arroz y cacho carne no identificable bajo un rico rebozado.
Voy con la bicicleta, llevo horas pedaleando, estoy cansado, paro en un Lawson, entro, me compro un muslo de pollo rollo kentuky o unos pinchitos de algo (uno señala con el dedo), caliente, me lo como en dos bocados, vuelvo a la bici, todo mejora. Somos animales.
Otras veces, compro en los convenience para poder comer en la naturaleza.
Entonces elijo un duro y helado banco de piedra en una oleosa y sucia playa de un cansado y oxidado puerto, y mirando al mar, bajo el graznido de las gaviotas, me lo como todo, más solo que la una y preguntándome por qué carajo soy feliz así.
El castañeo de los dientes de puro frío me ayuda a masticar.
Aunque sin frío me lo comería igual, está buenísimo.
Otras veces suelo comer caliente en restaurantes dónde se paga por adelantado y en una máquina.
Después con el ticket en la mano, uno entra se sienta y se lo da al camarero. Es fácil, rápido y barato. Suelen ser cadenas de comida rápida japonesa o asiática, no confundir con comida basura.
Exquisitos. Los hay dedicados al curry, en otros puedes comer sencillos platos de arroz de con carne. En todos se puede beber tanto té helado como se desee.
Y siempre van acompañados de una sopa llena de nebulosas flotantes extrañas con consistencia de mucosidad, y un rico sabor a lo que a mí me parece madera ahumada.
Otras veces me dejé aconsejar, una noche en Imabari me gasté 18 euros en una cena:
-Tienes que probar el pollo Yakitori, una verdadera exquisitez- Me recomendó un trabajador del hostel, y yo le hice caso; llevaba dos días en bicicleta y tenía hambre.
Esa noche incluí el Yakitori en la cena del restaurante que él mismo me recomendó. Me sirvieron dos diferentes, uno era pechuga rebozada con sabor a jengibre, y el otro, piel frita de pollo.
Yakitori en Japón significa pájaro asado. En el mundo de la aviación japonesa también se les llama así a las aves que tienen la mala fortuna de meterse en las turbinas de los aviones, por razones obvias.
Japonesa pegándose un chute de azúcar en forma de Taiyaki, en una calle de Asakusa, Tokio.
Un Taiyaki es como un gofre pero con forma de pez. Pueden ir rellenos de un montón de cosas, aunque yo los pido siempre de Nutella, para qué andarnos con tonterías.
En cualquier parte, los amantes de lo dulce podremos dar rienda suelta a nuestra adicción. No faltarán por todas partes panaderías, pastelerías, heladerías y toda clase de tiendas benditas, consagradas al engorde y felicidad de sus clientes, atendidas por amables dependientes de musicales y protocolarias frases de bienvenida, agradecimiento y despedida.
Fíjate en el detalle del cristal, los alambres no son un sistema antirrobo sino que es anti-terremotos, de esa manera se evita que los cristales se deshagan en grandes pedazos provocando importantes daños en caso de seísmo.
También existen mezclas extrañas, para mí, o conceptos raros que se me escapan o no acabo de entender bien, cómo esta máquina, por ejemplo:
Metes una moneda y un gancho, al más puro estilo de las máquinas de nuestras ferias, intenta enganchar un bollito. Eso si tienes suerte, sino lo consigue ¿te jodes y te quedas sin bollito?
¿Qué tal una tapita de ostras (o lo que sea eso) en plena área de servicio de una autopista?
¿Y unos crepes de verduras?
De momento no mucho más que contar, todo está bueno, si quieres, es barato, bla, bla, bla, yo lo dejo aquí, necesito mis manos para algo mucho más productivo que escribir. Y además dicen que con la boca llena no se habla.
Y eso es todo, en este post no hay grandes aventuras, ni poesía, ni reflexiones “profundas”, ni épica ninguna. Tampoco ningún intento de final apoteósico o glorioso.
Si tuviera que acabar con algo sería con un eructo (con perdón) y una buena siesta.
Buen provecho.