HOT MAURITANIA. CHINGUETTI Y SUS BIBLIOTECAS
Nelo | June 27, 2014El pick-up a Atar a Chinguetti creo que nos costó 1500 ugiyas a cada uno. Recuerdo que cambié el euro a 380 ugiyas.
En el control de policía, Darren aprieta los dientes. Hace un rato que nos dimos cuenta que su visado estaba caducado.
No tenemos ningún problema.
Seguimos subiendo y subiendo por paisajes escarpados, fantásticos.
Veo lagartos negros y amarillos. Suena mi móvil y mantengo una conversación que se me antoja absurda con director del colegio de mi hija, no sabe donde estoy, e imagino que le importaría un bledo. Aún así yo me quedo extraño durante unos minutos, como si una cosa no pegara con la otra, no sé explicarlo mejor.
En Chinguetti había puesto demasiadas expectativas y esto suele ser un error. No es que no me parezca maravillosa, que lo es, ni espectacular, que lo es aún más, es que me topé cara a cara con mi condición de turista, con los tópicos.
Esto es, hay hombres que te ofrecen alojamiento o excursiones por diversos circuitos llenos de actividades, las mujeres te ofrecen visitar las diferentes asociaciones para que compres algo de artesanía y los niños te dicen cosas cuando pasas por su altura, partiéndose el culo en cuanto los has sobrepasado.
Esto más que una crítica es un hecho.
Si Monod ya hablaba del turismo en el Sahara durante los años veinte y treinta del pasado siglo, esperar otra cosa es pecar de inocencia, pero si a pesar de ello el turista o el viajero, llamémoslo como nos dé la gana, sigue sin estar de acuerdo con el negocio turístico, Chinguetti, le permitirá asomarse a, nada más y nada menos que a la infinitud y grandiosidad del desierto de dunas de arena, aquél imaginado cuando sé es pequeño, representado en millones de postales y unas cuantas películas, pudiendo recorrerlo a pie o en camello, sintiendo su silencio, su belleza y su dureza, olvidar así la humareda de la gran ciudad y las querellas de los “civilizados”, jugando por unas horas o por unos días a ser explorador, guerrero tuareg en razzia permanente, santón recorredor de caminos espirituales, o lo que uno imagine ser, en mi caso, alguien al que, curiosamente, le entran picores cuando pasa demasiado tiempo lejos del desierto…entre otras cosas…
Un tío del taxi nos dijo que tenía un albergue, se presentó y tal, y nos dio precio, éste era bueno y le advertimos, le dijimos que si nos tocaba pagar queríamos un albergue de verdad que si era una casa no nos interesaba. Que no, que va, se empeñó, que es un albergue, que está muy bien, tiene internet, etc etc. Era una casa. Nos marchamos, de buenas maneras y sin montar un pollo, pero para fuera.
De manera directa caemos en manos del segundo “guía”, un hombre con un local vacío que en algún momento fue o será restaurante, que si era guía, que mirásemos las fotos de sus anteriores trabajos con extranjeros, sus recomendaciones, etc. Esta peli me suena, conozco Marruecos de bastantes veces. Nos ofrece alojamiento, esta vez en un albergue de verdad, precio 1500 ugiyas. Nos dejamos llevar, en ocasiones esto es lo mejor. El albergue nos gusta, estamos solos, no hay dueño ni clientes, y hay una ducha de la que sale agua
Pero veamos; no existe un solo hotel en Chinguetti en el que un recién llegado pueda dormir dentro de una habitación a primeros de septiembre por lo que si uno es consciente de ello –no como nosotros hasta el final- tiene que saber que acabará durmiendo en el jardín, patio o terraza, lo que tiene un precio aún más barato.
Dicen que Chinguetti cuenta con hasta 8 bibliotecas de libros y manuscritos antiguos.
De ellas algunas sólo cuentan con unos pocos ejemplares que los extranjeros mirarán durante máximo un par de minutos boquiabiertos admirándose de la belleza de su caligrafía y sin entender ni papa, teniéndose que fiar de las escuetas explicaciones del guardián.
También visitamos las entradas o más bien dicho los pozos de entrada a las minas de arcilla de la ciudad, al parecer milenarias y verdaderas artífices del primer asentamiento sedentario en la zona.
No es mucho pero la verdad, no vemos nada más de Chinguetti, al día siguiente nos levantamos temprano y nos vamos veinticuatro kilómetros a camello hasta un minúsculo oasis rodeado de dunas llamado La Gueila.
Que nadie piense que aquí empieza la verdadera aventura.
¿Habéis visto a los turistas en Canarias o Marruecos montando en camello en fila india y siempre dirigidos por un señor que va a pie tirando de una cuerda? Pues así íbamos nosotros. La guasa está en que aún así, 24 kilómetros de camello, algunos a pie y todos con digamos: ¿un calor del copón?, no fueron tampoco moco de pavo, que las posaderas acaban doliendo, que uno no ha ido toda su vida en camello, y que los inadaptados personajes que íbamos encima de los bichos, unos tipos raros venidos de otro planeta, de color rosa con pecas para más inri, consumieron más litros de agua en solo día que toda una tribu saharaui en plena migración durante una semana.
¿Conoces a alguien que haya ido por el desierto en camello y que NO se haya sacado una foto así?
La Gueila, lugar “fantástico” y “auténtico”, a menos que uno viva allí y desee marcharse, mini oasis rodeado de dunas en todas direcciones, inaccesible por automóvil, en el que intentan sobrevivir unas pocas familias.
Al llegar, dos negras, una mayor y otra joven montan el mercadillo junto a nosotros, abalorios, algunas postales, piedras curiosas, etc. Descansamos, comemos, pasan unas tres horas y ellas siguen aquí. Regateo y compra. Ya se marchan y nosotros nos bañamos en una pequeña balsa de riego con agua muy turbia y blanquecina. Decidimos una vez dentro que si esta balsa con esta agua llega a estar en nuestros respectivos países ni locos nos hubiésemos bañado, aquí chapoteamos durante mucho rato más, nos llega apenas hasta las rodillas pero hasta buceamos.
Cuando llegamos a Chinguetti a punto de hacerse de noche estoy reventado. Un bocadillo hecho de un guiso de una señora que tiene un bar me sabe a gloria. Unas fantas y un par de botellas de agua de litro y medio me devuelven a la vida. Es curioso beberse las botellas grandes de agua al mismo ritmo que si fueran de las pequeñitas.
Y a todo esto prácticamente hay una ausencia casi total de meadas.Darren está agudo cuando comenta:
– Aquí en el desierto ¿para qué quiere uno la pilila? ¡Es inútil! Total, no se usa ni para mear ni para follar.
Y es que, realmente en Mauritania se liga muy pero que muy poco.
Bueno… cada uno cuenta según le va.