CHINA, VIAJE A FENGHUANG
Nelo | December 28, 2018Los que nunca fuisteis a China cerrad los ojos un momento e imaginadla hace siglos. Pues eso es Fenghuang.
Al menos su ciudad vieja.
A mediados de enero, en Fenghuang, provincia de Hunan, hace tanto frío que la de los ojos marrones usa el secador por debajo de la ropa para calentarse, a modo de estufa portátil. La temperatura fuera y dentro de la habitación podría calificarse como dramática. Yo tengo que darme largas duchas de agua hirviendo para sacármelo de los huesos mientras recuerdo blogs de viaje, y no pocos, advirtiendo sobre el terrible calor de Fenghuang.
Norias en el Río Toujiang con estalactitas. De hecho llevamos unos días atrapados en la ciudad, imposible salir, todo el centro de China está paralizado. Y no es por nieve, sino por hielo. No hace falta saber chino para entender lo que dice la tele.
Estamos jodidos, dice la tele.
Tan mal que he tenido que matar al canario y meter una resistencia en la jaula. No tuve opción, era él o nosotros.
Está claro que cada uno cuenta las cosas según le va, por eso pienso que mejor dejar el clima de lado.
“Solo el necio le echa la culpa al tiempo en vacaciones”
Paul Theroux.
En lo que si coincido con la mayoría de las opiniones vertidas sobre Fenghuang, por aquello de buscar un punto en común y una posición conciliadora, -quiero ser un buen chico- es que Fenghuang te dejará con la boca abierta y una alta probabilidad de babear y sentir un inmenso placer en el chakra violeta, ése que tanto gustito te da, de donde salen los orgasmos del alma y te hacen sentir, aunque sea por unos momentos, la ilusión de que todo tiene cierto sentido, de que este mundo es variado y no se fue todo al carajo, ya que sobrepasa, y de qué manera, la imaginada concepción de China.
De una China que, tal vez, sólo exista ya en nuestros sueños y en lugares como Fenghuang.
No hace falta escribir sobre China, escribe sobre lo que llevas dentro
Henry Miller
Panorama invernal de Fenghuang.
La ciudad vieja de Fenghuang es una ciudad de cuento de hadas, pura arquitectura de madera a lo largo de un río.
Poco importa que se conserve así para deleite de los turistas, y que uno se pregunte mientras la recorre por el porcentaje de verdad que queda en ella; Fenghuang arrasa con todo eso, y sobrepasa y se le perdona, toda la fama de ciudad turística con las típicas hordas de visitantes chillonas y abanderadas.
Hordas que en este frío y lluvioso atardecer de enero no aparecen por ninguna parte, teniendo para nosotros, casi en exclusiva, gran parte de la ciudad pegada al río.
¿Cuál es el precio a pagar de tener Fenghuang casi a tu sola disposición? La respuesta te abofetea con claridad y contundencia: cagarse de frío.
Vale la pena y pago con gusto este impuesto en forma de castañeo de dientes e improperios sobre el hielo que pasan a la blasfemia cuando mi coxis aterriza violentamente sobre él. Otras veces, un brazo anónimo me sujeta y me libra de lo inminente.
A la China imaginada, típica y tópica, bella y melancólica, se le disculpan las tiendas de souvenirs, horteras hasta límites insospechados, y los karaokes donde sombríos y solitarios empleados cantan sin ganas a un público inexistente.
¿Acaso existe algo más triste que un cantante micrófono en mano enfrente de un montón de sillas vacías? ¿Será su última actuación y esta noche se suicidará en su cubículo lleno de camisetas blancas con lamparones amarillos puestas a secar?
He visto también cantantes solitarios en las esquinas de Hong Kong, cantaban con ímpetu pero la vida giraba a su alrededor sin que nadie reparase en ellos. Me parecieron la viva imagen de la desesperanza.
Nieva en el exterior, y sus compinches en las afueras del local se ponen hasta menos pesados a la hora de repartir transfers y recomendar la entrada a unos escasos turistas tan helados como ellos.
Unos y otros daremos la espalda al ruiseñor chino carne de karaokes, y nos arremolinaremos, en una acera tapizada de cinco centímetros de hielo, en torno a pequeños fuegos, intentando sobrevivir al invierno del interior de China.
Y nosotros de fuego en fuego.
En ello estamos cuando, en nuestro repertorio de situaciones insólitas, acabamos en una fiesta en un salón en medio de un puente, en la que nos refugiamos por mera supervivencia, en busca de calor, mientras nos preguntamos cuánto tiempo pasará antes de que nos echen.
La fiesta es de alto copete y de nada servirá que nos esforcemos en poner nuestra mejor cara de chinos. Nuestro aspecto podría calificarse de descuidado y algo mugriento, “cariño, si pareces que salgas de Proyecto Hombre”, mientras ellos lucen caras de cera con pajaritas y gomina, y ellas parecen meretrices de alto standing de una peli de Jackie Chan. ¿Cuándo sacará alguien una pistola y empezarán a romper ventanas a golpe de karate?
Estamos en un backstage al lado de un escenario. Al menos me da tiempo a hablar, o mejor dicho a no hablar, con un tipo completamente afeminado que se dirige a mí en algo que se supone que es inglés, pero del que no consigo sacar ninguna información fiable acerca del evento, y ni tan siquiera un triste canapé.
Me gusta que la gente hable inglés peor que yo, pero es poco práctico, se bloquea al contestar a mis preguntas. Lo despido entre aplausos mientras lo reclaman desde el escenario.
-Cuando estés ahí arriba imagínate a todos desnudos- Me dan ganas de decirle.
La de los ojos marrones lo está pasando mal porque sabe que no deberíamos estar aquí dentro, no estábamos invitados. Le digo para animarla:
-Tranquila, falta poco para que nos echen.
Apenas pasan unos minutos antes de que una señorita muy emperifollada nos diga el esperado::
-Excuse me, but…
Y de nuevo a la calle.
Porque esta fiesta no es como la boda a la que nos invitaron encantados en un pueblito mientras trazábamos curvas con la moto en las colinas por las que huíamos de la autopista entre Yangshuo y Guilin -las comarcales, esas carreteras olvidadas y menospreciadas que los tiempos modernos arrinconan para fortuna de los viajeros coherentes- y nos devolverán a la calle, al húmedo empedrado fluvial y nocturno.
A la helada noche que las numerosas luces de la ciudad no logran, ni por asomo, calentar. Ni siquiera un poquito.
-Con este frío de follar ni hablamos…
-Claro que no, ¿bromeas?
Estado de nuestra libido: