CALCUTA ENTRE ESCUPITAJOS. PROBANDO LA NUEZ DE BETEL
Nelo | June 11, 2018Calcuta, la capital cultural de la India y hogar de los intelectuales y poetas más famosos del país, posee un extraño e inexplicable encanto. La capital de Bengala Occidental es como los primeros cigarrillos en la vida de un fumador, no saben bien, sientan aún peor y marean hasta la bajada de tensión, pero enganchan de por vida.
La ciudad posee la fuerza del caos, de las prisas y de la supervivencia urbana.
En el mercado de las flores más grande de Asia, llamado Mullik Ghat Flower Market, muchos de sus dos mil vendedores habitan aquí mismo en improvisadas chozas hechas con los restos de las mercancías. El visitante o cliente debe estar siempre atento a una procesión de porteadores que no detendrán su marcha ante casi nada, ellos tienen prioridad de paso, y la usan.
El mercado es fácil de encontrar pero si no lo hacemos, él nos encontrará a nosotros. Está situado justo debajo del puente Howrah sobre el Río Hoogly, un ramal del Ganges, en el extremo opuesto de la estación de ese mismo nombre.
Puente Howrah Calcuta.
Colorido, loco, radiante, recargado, barroco, embrollado, los adjetivos vuelven a quedarse cortos en el mercado de flores más impresionante que he visto en mi vida. La India vuelve a superar al lenguaje y hace al descriptor sudar como sudan los coolis, porteadores de piel brillante y lungi de cuadros, para contar lo que ese día sus ojos vieron, dándole ganas de usar los más potentes superlativos en un vano intento de mostrar su intensidad. Mega, ultra, súper, requete, y todos los ísimo/ísima posibles.
El puente Howrah, que se estaba pudriendo literalmente debido a los esputos y escupitajos que los millones de habitantes de la ciudad arrojan sobre su estructura de hierro, se convierte en el mirador perfecto del mercado de las flores. Tuvieron que recubrirlo de fibra de vidrio para evitar la corrosión y el colapso.
Do not spit, no escupir, reza el cartel, entre algunas cosas más a las que tampoco hacen caso.
Lo de escupir a diestro y siniestro es debido, además de por la costumbre de mascar tabaco de los bengalís, al alto consumo de la nuez de betel, que enrollada en sus propia hoja y junto a la cal libera alcaloides estimulantes potenciados por un montón de tipos de especias y endulzantes. Sabíamos pues que es un poderoso vivificante que algunos comparan con varias tazas de café o con el uso de anfetaminas. En gran parte del subcontinente se le llama paan masala.
Nuestro proveedor.
Por supuesto tuvimos que probarlo:
-Cariño, probemos esto y escupamos nosotros también sobre la ciudad.
Elegimos un pequeño parque de la Circus Avenue para la experiencia, un rincón oscuro y poco transitado por si los efectos no eran los deseados y por si teníamos que ponernos a escupir ininterrumpidamente, a chorro y bocajarro.
Elaboración del paan masala.
Nos metemos los paquetes verdes en la boca y masticamos. Una sucesión de sabores explotan en el paladar y se revuelcan por la lengua uno tras otro, fresco, ácido, dulce, efecto peta zeta, más otra amplia gama de sensaciones desconocidas para nuestro paladar occidental, la mayoría inclasificables, todo un viaje sensorial.
Está bueno en general. Aunque la de los ojos marrones no opina lo mismo:
-Joder, qué asco.- puuuajjj, inaugura la experiencia con un primer escupitajo.
-Está bueno cari, te aseguro que el que toman los tamiles en Malasia está mucho peor –chuuuffff, segundo escupitajo.
Se mastica una y otra vez hasta exprimirle todo su sabor, pero eso puede durar todo el día. No se traga nunca su contenido, de ahí lo de escupir.
Pasa algo de gente. La tierra del banco en el que estamos sentados empieza a colorearse de rojo, hay quién dice que la nuez de betel es el cuarto estimulante más usado en el planeta. En algunas partes han prohibido su uso, pero nada detiene esta costumbre milenaria extendida por gran parte de Asia. En la India se han creado brigadas anti-esputos y se han colocado cámaras de vigilancia en sitios clave.
Como nada de eso funciona se ha probado la misma técnica que utilizan para evitar las meadas, poner carteles con los dioses en las paredes para ver si así la gente se corta un poco. Porque está feo miccionar sobre ningún dios. Aunque no sea el tuyo o aunque hayan miles.
Otros estados se declaran libres de orines, como advierte este cartel a la entrada del reino olvidado de Sikkim: You are entering a no open defecating zone.
-Me da vergüenza escupir delante de todo el mundo.
-No pasa nada, allá donde fueres, haz lo que vieres.- E intento acertar a un árbol cercano. Gggggg puaaaaajjjj. No llego, tengo que mejorar mi técnica.
-¿Tienes que hacer tanto ruido?
-Pues como ellos, ¿no te diste cuenta que un buen gargajo no puede ser silencioso?
Va pasando el rato, y entre esputo y esputo se hace de noche. Debido a los fluorescentes usados en las grandes vías la noche en Calcuta es lila. Los taxis amarillos zumban al otro lado de la verja del parque.
Seven Point Crossing. Calcuta.
A finales de noviembre la temperatura es ideal, más tarde vendrán los calores y después llegarán los monzones, rebozando a su paso los edificios un año más con una pátina de humedad que quedará marcada para siempre.
Existen diferentes tipos de paan masala, y en ocasiones la nuez de betel es mezclada con tabaco de mascar. El resto de ingredientes puede ser cardamomo, lima, menta, canela, azúcar, clavo o distintas frutas. Hablan de verdaderos profesionales del tema y recetas secretas. También lo producen a nivel industrial en sobres como estos.
Se le atribuyen además propiedades digestivas y algunos llegan a decir hasta psicotrópicas. He probado de diferentes tipos en varios lugares y creo que exageran con lo de psicotrópico.
-¿Qué, notas algo? -No puedo hablar sin liberar la abundante saliva de mi boca primero.
-No, nada especial, quiero tirar esta mierda.
-Abre tu mente y todo eso que se supone tenemos que hacer, especialmente en la India. Aguanta un poco más.
-Especialmente en la India es fácil que te pase lo contrario, que te reafirmes en lo tuyo y te cierres en banda.
-A eso en mi pueblo se le llama ser un necio.
-Pues en el mío se llama autodefensa. ¿Y tú? ¿sientes algo?
-Nada, pero antes estaba cansado, hecho polvo, y ahora ya no.
Un día a pie por Calcuta es físicamente demoledor, como si pasáramos doce horas haciendo crossfit. Calcuta es como estar dentro de una trituradora, como si te moliesen a palos, como un entrenamiento militar en la legión extranjera. El cuerpo acaba magullado pero el alma extasiada.
Parte de ¿una banda de música? en el puente Howrah.
Seguimos masticando y escupiendo hasta que nos duelen las mandíbulas.
Con toda la boca roja parecemos vampiros después de un banquete pero ni levitamos, ni alcanzamos el nirvana, ni tan siquiera nos emocionamos más de lo normal. Dicen también que es cancerígeno.
-Creo que no vamos a ponernos ciegos.
-Mientras no nos dé cagaleras es suficiente.
Un hombre se acerca directo a nosotros, pienso que nos va a reñir por el empastre rojo de babas que hemos provocado a nuestro alrededor, pero nos dice:
-Disculpen, vamos a cerrar el parque.
Los pocos parques que hay en Calcuta cierran a una hora temprana, la gente cena pronto y en los barrios residenciales a las doce ya no hay un alma en la calle.
Por la noche los dueños de la ciudad de Calcuta son los perros callejeros, las manadas se enfrentan entre sí, dando la sensación de que en las calles desiertas luchan feroces zombies descontrolados. No se me ocurre un escenario más hostil que Calcuta desde medianoche hasta la primera llamada a la oración, parece el mundo después de un holocausto nuclear, una de esas películas de género apocalíptico. Los mendigos y leprosos, también familias enteras, se cubren con cartones y trapos. Bajo una montaña de inmundicia puede haber alguien durmiendo.
-¿Qué te ha parecido la experiencia?
-Una guarrada curiosa. Me alegro de haberlo probado, hubiera sido una barbaridad no hacerlo.
-¿Repetimos mañana? -He leído no sé dónde que es muy adictivo.
-No hace falta mi amor- puuuaaajjjjjj
Tiramos todo en una papelera. No somos los primeros en hacerlo. La papelera está roja.
-Mejor que no nos guste, imagina que nos enganchamos y llegamos así a Europa.
-No nos dejarían salir del aeropuerto por tuberculosos.
-Hazme una foto y se la mando a mi padre, creerá que me han partido los morros.
Nos vamos hacia el barrio donde está nuestro apartamento, tenemos que comprar un colchón, porque para el tipo que nos alquila el apartamento la alfombra nos tenía que servir como cama.
Diferencias culturales que conllevan un buen dolor de huesos. Cuando le pregunté por la washing-machine, que en el anuncio también aparecía como equipamiento, me señaló el grifo y una palancana de plástico.
El apartamento completamente “amueblado” constaba de una alfombra, una silla, dos almohadas, un armario y varias cajas vacías. Suficiente. En cuanto compramos el colchón estuvimos en la gloria.
Así que buscando colchones conocemos al inspector de policía y brahman Mr. X que nos ayuda acompañándonos hasta el sitio, rebajando el precio del colchón en la compra hasta 400 rupias (5 euros), y después nos lleva hasta a su casa donde nos presenta a su familia y quiere invitarnos a té.
Su mujer es cantante y tiene a su primogénito estudiando en Dakota del Norte, su hijo pequeño toca un instrumento que no logro traducir y están muy disgustados con él porque sale con una chica que le gusta beber, fumar y salir de fiesta. Me lo dice muy apenado mientras yo intento consolarle diciéndole que en todas las casas cuecen habas, aunque cambio lo de las habas por “dal curry” para que me entienda, cosa que a juzgar por la cara que pone, no consigo.
El caso es que da igual porque el señor camina tan rápido como habla y nosotros intentamos seguir su paso y su conversación y que a la vez no nos atropelle nadie o que nosotros atropellemos a alguien, una cabra por ejemplo o un par de tíos bañándose en cuclillas en la acera.
Nuestro barrio en los alrededores de Quest Mall. Popular y musulmán. Volveríamos sin duda.
A la vez va comprándonos cosas mientras nos devuelve a algún punto conocido por nosotros para orientarnos y volver a casa. Nos compra varios panipuri, que nos hace engullir a su velocidad de vértigo, y después unas bolas calientes dulces que se llaman gulab yamun, que están muy buenas aunque son redondas y flotan, y también a unas galletas. Y más cosas hasta que ya reconocemos el barrio y le damos las gracias y quedamos todos encantados con la aventura, aunque con la boca y el estómago revuelto.
Shopping en Calcuta. ¡Nuestro colchón!
Y así es como llegamos a casa y está llena de obreros poniendo un calentador de agua caliente, que también se anunciaba como equipamiento del apartamento pero que no les ha dado tiempo de poner en las diecisiete horas que llevamos fuera, desde las siete de la mañana que fue cuando nos despertaron.
Cuando me canso de verlos por ahí y de los golpes que dan, los mando a todos a la calle.
-Y mañana ni se os ocurra venir tan temprano.
Ya es muy tarde, cerca de medianoche, con un poco de suerte se los comerán los perros.
Al fin solos, y frotándome las manos, me dispongo a disfrutar con la de los ojos marrones de la noche lila de Calcuta.
-Cariño, ya estamos solos y hoy tenemos hasta colchón. Ya solo nos falta un armario y te hago hasta el salto del tigre. Del tigre de Bengala.
Rugo como un gran felino pero no me responde. La miro. Se ha dormido.
Me quedo junto a la ventana fumando bidis, buscando consuelo en la gran cantidad de nicotina, alquitrán y monóxido de carbono que contienen, y escuchando los ladridos en la noche.
Estoy en Calcuta, ella duerme, tengo bidis. Escribo este artículo y este otro.
Todo está bien.
Pronto amanecerá.