INDIA. CÓMO COMPRAR BILLETES DE TREN SIN CASI VIOLENCIA.
Nelo | February 1, 2018“Consejos” para comprar billetes de tren en las estaciones de India.
-Contad con que ese día no se dedicará a otra cosa.
-Llevad la suficiente comida y agua.
-Dejad todos los objetos contundentes y/o armas en la habitación del hostal.
-Follad la noche anterior. Follar relaja. No lo digo yo, lo dice la OMS y nueve de cada diez encuestados, preguntad a quien tengáis al lado.
-Practicad tres horas de taichi ese amanecer.
El yoga también es recomendable aunque yo sigo prefiriendo el sexo oral de toda la vida.
-El consumo de drogas y alcohol antes de dirigirte a la estación puede ayudar. ¿Por qué? Se trata de estar lo más narcotizado posible frente al proceso.
Echar un par de gramos de masala en los cacahuetes provoca los mismos efectos.
-Aprended algunas técnicas de defensa personal, placaje y kick boxing.
-Leed las semanas anteriores relatos de duras travesías por el desierto, de horripilantes singladuras marítimas, o de tristes y fracasadas expediciones polares.
-Untarse el trasero con vaselina o lubricante, y recordar apretar los dientes.
-Contad con que todo lo anterior no sirva para nada y no se consigan los billetes.
Representación del planning para comprar billetes en las estaciones indias.
Ya más en serio diré que nunca he comprado un billete en la estación de trenes de Delhi, donde imagino que no debe ser muy complicado porque creo que tienen una ventanilla exclusiva para extranjeros, pero sí lo he hecho en algunas otras, como la de New Jaipalguri en Bengala occidental o en Guwahati, la capital del estado de Assam, y puedo asegurar que el proceso dura varias horas entre las cuales se incluye una procesión de hasta ocho ventanillas, con un mínimo de tres, distribuidas al menos en dos edificios diferentes. Una ventanilla para preguntar los horarios, otra para pedir el papel de solicitud de compra, y otra para comprar el billete. Aquí es donde no te lo dan y encima te quedas con cara de gili cuando te dicen que eres el número 38 de la “waiting list”, la lista de espera.
Y esa es la parte fácil, todo puede complicarse en un segundo, cuando por ejemplo, coincides con el cambio de turno de los empleados, el cual se hace con tanta parsimonia que te da tiempo a pasar de Gandhi a Rambo, y pensar que la violencia puede ser razonable o hasta necesaria en algunos casos, cuando una hora después el nuevo empleado te dice que has de cambiar de ventanilla y haces cola en otra, y todos se te cuelan, y cuando llega tu turno resulta que ahí no es, y que esta vez el que te equivocaste fuiste tú, y entonces te vas hacia la ventanilla de Only Ladies y la parienta se coloca en la fila, y ahora son todas las que se te cuelan, ¡Incluida una monja!
-Cariño, ¡la monja también se te coló!
-Disfruta de la experiencia mi amor, ¿alguna vez se te había colado una monja?
Mujeres y físicamente cambiados.
Y llega otra vez tu turno, y la de la ventanilla de “sólo mujeres” decide que la de los ojos marrones es más turista que mujer, y nos manda a la ventanilla de turistas, que es la misma que la de los jubilados, los mutilados y los enfermos de cáncer y corazón. Y no es broma, mirad la foto:
Y se nos vuelven a intentar colar espabilados más sanos que una rosa, pero para entonces ya hemos aprendido a proteger nuestro territorio y sabemos defenderlo con uñas y dientes. Voy a explicar como hacerlo, para ello necesitáis ser un mínimo de dos personas:
Los indios guardan fila india más o menos ordenada hasta que ven que ya se acerca su turno, entonces pierden la paciencia, la compostura y el sitio en la fila, esto ocurre del quinto al primero aproximadamente, por lo que en ventanilla siempre se acurrucan los cinco primeros, más un par o tres espontáneos que salen de los que quieren preguntar algo sin guardar cola, y de los rechazados de esa misma cola, los cuales fueron mandados a solucionar algo, y vuelven otra vez.
Este es el resultado.
Lo que hacemos cuando nos toca es ponernos uno junto al otro de cara a ventanilla. Uno protege el flanco izquierdo con su brazo izquierdo apoyado en la repisa y el otro con su brazo derecho apoyado en la misma repisa, sin dejar oportunidad de que se cuelen entre el uno y el otro y formando una especie de semicírculo entre nosotros y la ventanilla, ese será nuestro reducido espacio, suficiente para empezar a negociar con el empleado. Por supuesto que se sufren presiones, pero el aspirante a querer apartar mi brazo se encuentra con que éste se me convirtió de hierro y que está perfectamente anclado. Alguien intentará esquivarlo pasando por debajo, pero en un rápido movimiento de codo, lo planto en su nariz. Y aseguro que un codo está más duro que una nariz.
Es entonces cuando te dicen que aquí se puede comprar con reserva pero tú no, que a ti te hace falta reserva, pero que la ventanilla donde te pueden hacer la reserva está en otro edificio por el cual paseas por los despachos de no sé quién hasta averiguar dónde está la sala a la cual debes dirigirte y allí vuelves a pasar por otras tres ventanillas.
Y en la última te dicen que no quedan plazas y regresas a la casilla de salida, dónde un tipo –el primero que consultaste cuando llegaste hace horas a la estación- te vende algo parecido a un billete mientras te dice que no es un billete sino algo que llama un “seat” no sé qué, el cual no te da derecho a asiento pero que en realidad sirve para subirse al tren y robarle el asiento a alguien, que es lo que finalmente hacemos.
Porque para entonces ya te has convertido en un delincuente despiadado víctima de un sistema descarnado, y con razón.
A veces se consigue, quedando exhausto pero satisfecho.
Mientras sales de la estación piensas que la India es como un huevo Kinder y que de momento la capa de fuera en vez de chocolate es mierda y lo de dentro pues ya veremos. Justo lo contrario de lo que sientes otras veces, cuando en pleno orgasmo espiritual la belleza y la aventura te hacen sentirte en la cumbre, no en los infiernos. Y que la India tiene la particularidad, más acentuada aquí que en otros sitios, de hacerte recorrer este camino varias veces al día, en una montaña rusa continua de emociones y sentimientos.
Para mí en este cartel se resume toda la esencia de la India. Visualmente es atractivo y multicolor. En teoría se podría pensar que reúne mucha información, fíjate cuantos datos. En la práctica no sirve casi de nada, sólo se entiende el número del tren.
¿Te atreves a descifrar el resto? Aunque sea sólo algo sencillo como si este tren llega o sale, y a qué hora ¿?
Una vez en el tren te olvidas de lo que te costó llegar hasta aquí, y recuerdas el transiberiano reciente, dándote que cuenta de que en vías y mecánica los trenes en India le dan mil patadas a éste, pero que dentro del vagón pasa al revés –siempre en sleeper class- pareciendo que hayas acabado en alguna prisión tercermundista de las que salen en el programa de “las peores cárceles del mundo”.
Charlando con mis compis de vagón. Buena gente.
Visto desde fuera el resultado tampoco es más halagüeño.
Pero tú, y sigamos con este sube y baja anímico-sensitivo, en vez de sentirte preso te sientes más libre que nunca, en medio de la algarabía de ese vagón roñoso y traqueteado, con olor a curry y a orín, y una gente la mar de amistosa. Porque lo que India te quita, India te lo da. O al revés, que ya no estoy seguro de nada, algo mareado con tanto pitido de la locomotora, que conociendo el país me parece imprescindible para que las multitudes se puedan apartar en el último momento al más puro estilo de los recortadores taurinos, y que no suceda una masacre.
Detalle el sistema anti incendios de la estación de Guwahati, en Assam, el estado más accesible de las Siete Hermanas.
Todas estas vicisitudes a la hora de comprar los pasajes para el tren, todos esos esfuerzos, todos esos líos, toda la energía gastada, tiene resultado final muy indio también: nunca, nadie, nos pidió los billetes. Por nuestros vagones pasó la mitad de la población del subcontinente pero jamás un revisor.