UN PUNK EN PRISTINA. KOSOVO
Nelo | March 12, 2017El atardecer se refleja en los edificios acristalados del centro de Pristina, capital de Kosovo que no llega a 200.000 habitantes y en la que pienso pasar, sin más pretensión que conocerla superficialmente, un par de días en una fugaz escapada desde Macedonia.
Viajar nutrirá el alma, pero para mi estómago me pido tres filetes de pechuga, una montaña de arroz con curry, patatas y ensalada sentado en una atestada calle de la capital kosovar. Es el plato más caro de la carta, de tres euros y medio.
Una economía que hace aguas por todas partes consigue que nos resulte barato a los que venimos de países menos pobres. Y así pasa por todas partes, los turistas o viajeros aprovechamos encantados la mala situación económica de los territorios que cruzamos mientras indignados nos duele su pobreza.
Y lo mismo pasa con los que no viajan, basta mirar tus zapatillas made in Asia, pagar tu hipoteca engorda-buitres, o arrancar tu coche por la mañana con el depósito lleno de una gasolina que más vale no profundizar en sus orígenes, reglas y efectos del mercado en que se mueve y del cual somos partícipes.
Y así con casi cada aspecto del día a día, viajero o sedentario. Nuestra propia existencia en una vida moderna y depredadora se convierte en un claro desprecio de la justicia, incluso en un insulto al planeta. Más vale tener los ojos vendados y narcotizar nuestros actos sin darnos cuenta de su particular mal karma, ver la tele, creerse guay, viajar mucho y follar lo que se pueda. Total, qué más da si los que se mueren prematuramente, son siempre los otros. Y si esto no nos es suficiente, y nuestra conciencia nos desborda, podemos acallarla con algún trabajo social o compartiendo slogans en las redes sociales.
Y ahora que ya he conseguido que me odies seguiré este relato por un país de buena gente puteada por la corrupción presente, las mafias, la guerra pasada y los intereses internacionales.
Seguiré comiendo patatas fritas y describiendo lo que me rodea, banal y aburrido, porque al fin y al cabo, ¿quién quiere leer desgracias?
El óxido de las armas es una buena señal. Que aunque oxidadas y recluidas aún estén ahí, no lo es.
El camarero y propietario del local me interrumpe la escritura para preguntarme qué tal la comida.
-Fantástica, deliciosa- Que sean las 5 de la tarde y no haya comido casi nada en todo el día de viaje, con avería del bus incluida, desde Macedonia ayuda sin duda a ello.
Es un chaval joven, ya me ha dado tiempo de saber también que es el propietario, su nombre y de dónde viene.
A mí lado, en otra mesa, un par de chicas hablan y toman café y té, deben de ser pareja, una va toda rapada con una gorra de béisbol, pantalones rotos y sudadera con capucha por fuera de la chaqueta, la otra es agitanada y gordita. Un gato sin vergüenza merodea por encima de las sillas donde coloridas mantas esperan futuros clientes ateridos de frío. La siguiente mesa la ocupa un musulmán de barba larga y aspecto moderno que no para de mirar el móvil y sonreír beatíficamente, parece buena persona. Por su edad, pareja a la mía, ha debido de vivir la guerra de pleno. ¿Cómo? Ni idea, pero me gustaría saberlo. Me faltan huevos para comenzar una conversación con él.
Tengo la sensación de que cada vez hablo menos con la gente y que cada vez menos gente me habla. Esto último lo achaco a mi edad, cuando era más joven, me hablaba más gente. Como si fuera ausentándome poco a poco, haciéndome translúcido, camino de la irremediable invisibilidad total. No me importa. En la nada se está muy tranquilo.
Y de escribir también pasaría si no fuera porque lo hago obligado, como un exhibicionista necesita abrir su gabardina en un espacio público y mostrar sus zafias intimidades, como un borracho que necesita vomitar apoyado en una esquina que no para de dar vueltas. Hoy no toca hacerlo sobre la bondad de las flores de los prados verdes de las altas montañas, ni sobre los senderos que sinuosos las recorren, el infierno también existe, y es como Dios, que está en todas partes, puto yin yang.
Pese a toda esta ristra de incorrecciones desoladoras estoy en Kosovo, y me siento bien, aunque me pese decirlo. Esta mañana pregunté la dirección a seguir a unos policías al salir de la estación de autobuses y me sorprendieron al despedirse dándome la mano. No comentaré nada sobre la actitud normalmente chulesca de sus homólogos españoles porque menudo post llevo…
En vez de eso diré que se hace raro caminar por la Avenida Bill Clinton o hacerse una foto a los pies de la estatua de este personaje, pero tampoco voy a entrar al trapo sobre su intervención en la guerra ayudando a los mandamases albano-kosovares, que son los que gobiernan hoy en día este país recién parido y le han puesto ahí, en una estatua tan curiosa como de dudoso gusto.
Además el resto de la mayoría de la población mundial no asocia este presidente norteamericano con esta guerra, ¿a quién carajo le importa Kosovo excepto para impedir que sus ciudadanos entren en su país? ¿Con qué asocias tú a Bill Clinton?
Pristina se desparrama pegajosa por colinas que algún día fueron prados floridos.
Hoy son abigarrada ciudad de construcciones sin espacios verdes, contaminada pero viva, tráfico intenso, mercados llenos de gente, al más puro estilo de Estambul pero sin ningún elemento que logre darle apenas brillo o esplendor.
Aquí no hay gaviotas sobre el mar, ni algo parecido a un río por donde pasear, ni atracciones turísticas, no encontraré ni siquiera un pequeño parque o zona verde, excepto unos descampados en la zona de las universidades donde se asienta la biblioteca nacional de Kosovo, vilipendiada como uno de los edificios más feos del mundo.
A mí me gusta, por al menos ser diferente o acaso por llevar la contraria. Y en cuanto al resto de Pristina, personalmente yo no le pido esto, me gusta como es y me alegro de conocerla. Vengo del decorado estrambótico y fantástico de Skopje, y Pristina me parece su antítesis. Sin maquillaje, ni depilada, sin operaciones de cirugía estética, incluso sin desodorante y con pelo en los sobacos, pero de verdad, ciudad real y superviviente de un sin fin de vicisitudes, donde hay gente tan desgraciada o feliz como en cualquier parte del mundo.
Porque me niego a aceptar que la felicidad de la gente de un país esté directamente relacionada con su renta per cápita. Porque no me da la gana perder la esperanza. Porque ya vi demasiado para creerme nada.
Voy arrastrando mi decepción
De un escenario a otro escenario
Voy arrastrándome sin nada que decir
Y lo que digo te lo tienes bien sabido
Ya no soy joven yo soy muy viejo
Ríete de mí que soy tu espejo
Tú y yo estamos bajo control
Romper es nuestra única venganza
La Polla Records
Sin lugar a duda Nelo, tus narraciones viajeras de lo mejorcito que leemos. Enhorabuena por este artículo.
Uauu Antonio, un placer, un honor e igualmente, lo mismo pienso yo cuando te leo, y sabes que no es peloteo!!
Caray Pilar y Paco, gracias por vuestro fantástico comentario, en serio me alegrasteis el día!!