48 HORAS EN KOSOVO. PRISTINA
Nelo | June 8, 2016Estoy en la terraza de un bar en la calle más importante de Pristina, el Boulevard Nënë Tereza, llamada así por la Madre Teresa de Calcuta, de etnia albanesa. Mi transporte a Skopje, la capital de Macedonia, no sale hasta dentro de cinco horas, y sentado dejo que todo transcurra a mi alrededor. Estoy solo.
La gran calle peatonal y todas las terrazas de los restaurantes y bares más distinguidos de Pristina están llenas de gente en este mediodía templado de febrero en Kosovo.
Me pedí una fanta, no veo a nadie tomando cerveza. Elegí este bar elegante porque me resulta exótico, siempre suelo estar en los garitos más populares, aceitosos y con solera, de esos en los que se nota el paso de la humanidad y la gente no duda en hablarte, pero esta vez buscaba algo diferente, además quiero describir lo que tengo a mi alrededor.
Tengo a mi lado a cuatro hombres en animada tertulia, dos van encorbatados, todos de mediana edad, entre 30 y menos de 50 quizá, dan la impresión de trabajar en un ministerio cercano, llevan ropa y zapatos impecables pero demodé, como lo es casi todo el vestuario de este país.
Rasgos muy masculinos, algo rudos y prominentes pero bien proporcionados, toman café y agua mineral. De fondo una riada de gente paseando por pasear o dirigiéndose de un sitio a otro. Vendedores callejeros de juguetes baratos y coloridos intentan ganar algo para hoy, pasan niños pidiendo limosna, no insisten cuando reciben una negativa.
Otros tocan el acordeón o los timbales, son zíngaros, así se llama a los gitanos de esta parte de Europa. En segunda línea abuelitos sentados en los bancos, casi todos en pareja o en pequeños grupos de animada conversación, detrás de ellos, edificios comunistas grises con algún toque de color. Con carteles de empresas, en alfabeto latino, el cirílico quedó al otro lado de la nueva frontera.
Desde luego Kosovo no está viviendo ningún boom turístico. Su fama no se lo permite, Kosovo para el viajero es ahora un lugar tranquilo y sin problemas para viajar por él, pero aún suena a guerra en la manipulada imaginería de occidente, y el gentilicio albano-kosovar evoca a banda armada de pasamontañas y kalashnikov asaltante de chalet de lujo o a gitanas de pañuelo colorido en la cabeza causantes de la desaparición de todos los móviles en un área de 20 m2 alrededor de su último revuelo terracero, molestas hurtadoras de mano rápida escondida bajo un periódico; al menos la prensa sirvió para algo en este caso.
Los viajeros que escribimos sobre lo que vemos tampoco ayudamos a desmitificar y a crear una realidad más cercana al presente cuando, como yo mismo hago, incluimos la palabra guerra unas treinta veces en un primer artículo sobre estas tierras.
Como siempre su realidad es otra, Pristina es una ciudad bulliciosa, de tráfico intenso y algo desordenado, llena de obras y sin apenas zonas verdes, estudiantil, algo nocturna y divertida, donde el viajero encontrará buena comida a precios bajos, y un paisaje urbano no alterado por el turismo, donde pasear entre la gente local, políglota casi por naturaleza, por un centro de una ciudad que hace lo que puede. Amable y tranquila de visitar por el viajero, pero dura para una población empobrecida, con una alta tasa de desempleo y que tiene negada su entrada en la gran mayoría de los países del mundo.
Simplemente los kosovares tuvieron mala suerte y les ha tocado tener esas señas de identidad en el exterior. Mientras España es un tipo que se echa la siesta después de hacer una paella, Argentina un guaperas de labia infinita que se liga a nuestras chicas y México un señor con bigote que hace tacos en un callejón, Kosovo se quedó con la peor parte, la más oscura.
-No, pero en Kosovo, como en todas partes hay gente buena y gente mala- Dirá enseguida el más avispado, intentando dar muestras de su tolerancia. Pero esta frase es en el fondo tan solo maquillaje, cuando llegamos a ella ya es demasiado tarde. Ya hubo un prejuicio, no declarado, oculto pero latente, ignorado, porque no sabemos que lo llevamos dentro, pero que está ahí. Hay gente buena y gente mala es una venda que tapa una herida, porqué ya se partió de la base de que hay un problema, algo que solucionar con esa frase.
Y luego está también la maldita guerra, deambulando como un fantasma sobre un horizonte incierto, de colinas verdes y cielos surcados aún por algún solitario helicóptero de combate.
No importa los años que haga que terminó. En este caso, no muchos, poco más de 15. Su declaración de independencia ocurrió en 2008, para los albano-kosovares es una nación independiente, para los serbios es Serbia, para los albaneses forma parte de una Gran Albania, para la Otan no existe, es un enclave, no un país. La población de Kosovo ha sido arrastrada, barrida sin piedad dependiendo de si los que iban ganando eran unos u otros. El resto del mundo se divide entre países que lo reconocen o no. Un lío, un quilombo de éstos de los que normalmente sólo salen beneficiados los intereses de unos pocos en Occidente, ese Occidente que prohíbe la entrada a los mismos kosovares.
Podría dar en este caso mi versión de los hechos, formada después de mi corto viaje al territorio, algún libro y de unos cuantos documentales y películas de todas las partes implicadas, pero me parece absurdo. Que cada cual saque sus conclusiones, si quieres saber más sobre lo que ocurrió, como mínimo deberías ver el siguiente documental, es bien duro, quedas avisado. Si no, sigue leyendo.
Cuando la guerra azota un territorio, todos y cada uno de los bandos implicados cree tener la razón de su lado sin el menor atisbo de duda. Metidos de lleno en la vorágine y tragedia destructoras es difícil ver que guerra y sinrazón son sinónimos nacidos en la ambición de unos pocos y en la desesperanza de muchos, y una vez comienzan, las atrocidades se retroalimentan como lo hace el fuego y la leña seca en una tarde de poniente valenciano.
La opinión pública no tocada directamente por ella, los espectadores circundantes, el resto del planeta no implicado, suelen sucumbir ante la presión mediática dictada por unos gobiernos o unos intereses que simplificando el desastre entre buenos y malos, logran convencernos ante esa realidad inexplicable ayudados por unos medios de comunicación cada vez más prostituidos y parciales.
Que un gobierno logre que la opinión pública esté de su lado es su mejor arma, una carta blanca a sus intereses por disparatados que estos sean, y pese a los “daños colaterales” realmente trágicos que se pudieran producir. Tanto en las tierras donde se sufre la guerra como en las que no, dónde sin remedio, también llegan salpicaduras de muerte y destrucción.
Y aunque nos echen narcóticos en el café, por ejemplo una final de champions que se come la noticia de 800 muertos ahogados en el Mediterráneo esa misma semana, a veces, muy pocas, en el lado donde todavía se disfruta de paz, los poderosos no logran convencernos y que estemos con ellos.
La guerra de Irak y el trío de las Azores es el más claro exponente de cuando la cosa no cuela.
La guerra de Kosovo del 99 es el más claro ejemplo de lo contrario, de división entre buenos y malos, el triunfo del marketing de la barbarie. Nos hicieron comulgar con ruedas de molino. Pincha aquí si quieres saber más sobre esto.
Por primera vez allí se acuñaron términos absurdos y escandalosos por su antagonismo entre la idea lanzada y su significado en la práctica, “fuerzas pacificadoras” “misión de paz”, “bombardeo humanitario” o simplemente edulcoraciones como “víctimas colaterales” dan cabida a las más espantosas atrocidades y acaban generando justo lo que se trataba de evitar
Las únicas armas que vi en Pristina están donde me gusta verlas, en los museos ¿O acaso nos volvimos todos locos?
Guerra preventiva, fuerzas de paz, son denominaciones con las que es muy difícil no estar del lado de quienes las vierten. ¿Quién no quiere prevenir un desastre? ¿Quién se atrevería a no declararse a favor de la paz?
Y después está el miedo. El miedo de quien vive en paz y tiene miedo a dejar de vivir así. El miedo es la mentira con la que logran que seamos sumisos a todos sus intereses, no importa cuales sean. Los dictadores consiguen de su pueblo lo que quieren con un miedo directo y mostrado abiertamente; los mal llamados “demócratas” son mucho más sibilinos, utilizan la hipocresía y la mentira para que a lo largo de nuestras vidas nos caguemos de miedo y seamos productivos ciudadanos.
Cada vez que sentimos miedo, es un miedo programado e institucionalizado. Inculcado desde pequeñito, rollo “Mundo feliz” de Huxley, de manera obligatoria en la escuela. Si no haces los deberes, serás castigado.
Y lo malo de ese miedo es que es casi eterno, durará toda la vida, hagamos lo que hagamos. No hay solución, está arraigado, es una trampa de la cual es casi imposible escapar.
Yo de guerras no sé mucho. De guerras sé las historias que me contaron mis padres y mis abuelos, historias terribles en primera persona de hambre, piojos y cárceles. Viajando apenas rocé alguna, como viajero sólo me acerqué a la guerra viendo las paredes acribilladas y destrozadas por los obuses en Croacia en el 94 mientras la atravesaba en moto de noche, sus trenes casi a oscuras llenos de refugiados. Las ráfagas de las metralletas lejanas en los bosques de Cachemira, el sonido de algún bombazo en la ciudad escuchado a la luz de una vela en una casa-barco flotando en un lago en el 96. Como mucho, para mí la guerra es el hermano de mi amigo Husein, sordo desde que un obús del Polisario destrozará toda la casa donde dormía excepto su cuarto. Quizá algunos ex-legionarios expatriados que me encontré en un viaje transahariano o aquel loco y divertido saharaui de guitarra imaginaria que cantaba a viva voz. La guerra también es para mí, aquellos chavales iraquíes que encontré sonrientes en la fortaleza de Alepo, en lo que sería la última semana de paz en Siria, o las oficinas hechas búnker de Erbil, en el Kurdistán iraquí. No mucho más.
Como viajero, ante la duda de atravesar o no un territorio, hay que hacer lo de siempre, escuchar a otros viajeros, siempre hay alguien que sabe más que tú acerca de un sitio y suelen ser honestos. Si su testimonio es reciente nos servirá.
De mi fugaz visita a la capital de Kosovo no puedo hablar mal, el único sitio donde estuve.
Pristina es una ciudad ruidosa, activa, superviviente, y un pelín cutre donde me alegro mucho de haber estado.
48 horas en un país no es una gran estancia, pero a mí me vale mucho más que no haber estado.
Porque cierro los ojos y Kosovo existe.
Dos mujeres frente a mí, las dos de negro, jóvenes, altas, caras angulosas, a su lado, otra mujer con un nene repeinado con la raya a un lado, me distraen voces femeninas detrás de mí, pero como no entiendo no sé que se dirigen a mí hasta que me giro, y veo que quieren pasar con un carrito de bebé.
-Perdona –Les digo en castellano.
-¿Español?- me dice una.
Y le contesto con un “da”, no sé porqué. En cuanto cruzo el antiguo telón de acero me sale el “da” por todas partes. Le digo:
-Oye, comprendes español- Pero ya no me dice nada, sólo sonríe mientras se van.
Pasa el tercer vendedor de tabaco, lo llevan en unas cajas de madera colgadas del cuello. Vuelvo a la primera mujer con niño, lleva un moño elevado y no soy capaz de distinguir si es rubia de bote o no, por como es el niño pienso que natural, pero no pondría la mano en el fuego. No puedo evitar preguntarme de qué color será su intimidad, aunque tal vez va depilada; esa pista me la dan sus cejas, son pintadas, no dudó en rasurarse. Nariz grande, pendientes de anillos de oro y chaqueta de cuero beig, se lleva muy bien con el nene, como si no fuera suyo, como si fuera su tía o algo así, compró un molinillo de viento de colores con el que juega el niño, de vez en cuando mira su teléfono, pero eso no le gusta al chiquillo.
La última generación de niños pequeños del planeta suele odiar el teléfono móvil de sus padres, y no les faltan razones.
Yo me enciendo otro Rodeo, tabaco barato macedonio, los hombres se van camino de sus ministerios.
Estoy de viaje, puedo pensar y fumar lo que quiera, no hacer absolutamente nada, dejar que el día se escurra entre mis dedos, divagar. O lo contrario exprimirlo, ordeñarlo. Si es que no es lo mismo…que yo creo que sí.
Dejar que cigarrillo se consuma y la ceniza caiga sobre el móvil mientras pienso en la siguiente chorrada que voy a escribir.
Por fin dispongo de mi tiempo, estoy solo pero no me siento solo. Soledad no es sentirse invisible en medio de una multitud bajo el mediodía kosovar. Ni tampoco, como dijo algún gracioso, soledad es poder cagar con la puerta abierta. O quizá sí. Soledad es un agujero en el estómago o ser rodeado por los muros de la incomprensión. Además la soledad del viajero suele ser bendita, no hace daño, alimenta, es maná caído del vagar. Está bien rica.
Sí, la soledad elegida es nutritiva, y la otra, aunque de pesada digestión, seguramente también.
Pasa otra niña con un cartón en sus manos, me resulta cruelmente pequeña.
No puedo dejar de ver a mi hija en ella.
Me distrae de esta patada directa a los genitales de mis chakras otro niño que se pone a tocar el tambor y a cantar, lo acompaña a viva voz el del acordeón, que hace como que toca pero sin tocar. Pasan hombres con barriga y mujeres de grandes pechos. Alguna no puede disimular las trepidantes curvas pese a llevar ropa que no les acaba de sentar bien. Tales rotundidades me devuelven al mundo de los vivos aún con el estómago encogido. Y todo eso en diez segundos.
Haré un confesión que a nadie le importa, más que las mujeres de gran belleza que se empeñan en resaltar sus encantos, cosa que me parece una redundancia, me gustan las que pese a todo no pueden ocultar sus gracias, las que por mal que vayan vestidas, no pueden disimular lo que para mí es una atractiva realidad subyacente; ¿qué batallas esconderán bajo sus faldas pasadas de moda?
Otro niño pidiendo limosna, este orgulloso, soberbio, se hace el chulito. Sus amigos están en el semáforo, limpiando los cristales de los bmw que pasan. Se le ve desenvuelto. Este es su territorio y su día a día. Su actitud es de puro combate.
El camarero me trae la cuenta.
¿De qué sirvieron las limpiezas étnicas, las guerras, el terror, la independencia y los aviones de la OTAN?
Sólo se me ocurre que para que los pobres sean más pobres, y los ricos más ricos.
Entre esta imagen y la siguiente hay una distancia de 30 metros.
Me levanto de mi puesto de observador turístico-paleto. Entre unas cosas y otras necesito andar. Andar mucho, reventarme los pies hasta que mi enésimo autobús parta hacia cualquier otro lugar. Tan solo caminar, no pensar más hasta que las ruedas empiecen a girar.
Pristina arriba, Pristina abajo.
Y este de matrícula. Magnífico!
Gracias por decírmelo, este artículo pasó en su día sin pena ni gloria, inadvertido, y a mí me parecía que no estaba nada mal. Me alegro de compartir opinión!!
¡Muy buen artículo! Si tuvieras que elegir entre visitar Pristina y visitar el lago Ohrid, saliendo desde Skopje, ¿Qué opción esogerías?
Hola Jordi, gracias, pues no lo sé porque no conozco el Lago Ohrid, solo el Mavrovo, así que no te puedo decir.
Lo que yo haría: si voy en pareja, es verano etc. me iría al Ohrid, si voy solo, invierno etc, me voy a Pristina. No sé si te servirá de algo lo que te digo…