KIRGUISTAN. KARAKOL. CARIÑO, CORTATE EL PIRRI
Nelo | October 20, 2016Viajamos hasta Karakol, en el noreste de Kirguistán, a orillas del lago Issyk Kul, para cumplir el deseo pueril de ver su mercado de animales de los domingos, pero se me olvidó, es más ese día no supe ni que era domingo hasta media tarde.
Puedo poner de excusa la lluvia fina y permanente con la que amaneció el día, o los chaparrones que cayeron a lo largo de toda la jornada, me cuesta asociar un día gris con domingo, así que nos quedamos retozando en la cama del hotel hasta bien entrada la mañana, pero si quiero ser sincero tengo que decir que le echo la culpa a la de los ojos marrones, que me descentra, y viajo hasta una ciudad y se me olvida el por qué, y ya no sé ni en que día vivo, y lo que quiero hacer no lo hago, y hacemos otras cosas que nos inventamos sobre la marcha para suplir las planeadas que suelen acabar en nada, porque no miramos horarios, ni planificamos, ni nos levantamos de la cama hasta mediodía, ni nada, y así no hay manera de viajar de una manera seria.
Lo mejor es que me da lo mismo e incluso, lo confieso, disfruto de ello. Ahora me toca soltar una perorata sobre la armonía en la anarquía, la improvisación, y la alineación de los astros para los inconscientes, pero no lo haré.
Lloverá durante todo el día y no podremos ir a la montaña como teníamos planeado al olvidarnos de lo del mercado de animales.
Nos mojaremos paseando por el bazar de Karakol, hecho principalmente de contenedores.
En todo Kirguistán los contenedores están presente como comercios, almacenes e incluso viviendas. Hemos visto casas grandes, cuadradas y perfectas formadas por contenedores a los que se les añadió un tejado. Vienen por China o por las repúblicas exsoviéticas llenos de mercancías o automóviles de segunda mano. Ya nunca regresarán al mar, se venderá contenido y continente.
Después de años de travesías marítimas el contenedor quedará varado en el centro de Asia, a miles de kilómetros de la costa más cercana.
Su precio es de 600 dólares los cortos y 700 dólares los largos. Es una rápida solución en un país que siempre fue nómada y de pocas casas.
El bazar es enorme y ocupa, como todos los bazares kirguisos, varias manzanas del centro de la ciudad.
Atentos los vegetarianos y pudorosos, hay partes del bazar no aptas para vosotros, y eso que omito las fotos más crudas.
Alrededor, y pese a la lluvia, movimiento y actividad casi frenética, tráfico incesante, paradas de marsrutkas, taxis, gentes, camiones que venden melones gigantes.
Compramos comida para cuando podamos ir a Altyn Arashan, un valle entre montañas con fuentes termales, a unos 18 kilómetros de distancia desde un pueblo cercano a Karakol.
Pozas calientes de aguas cristalinas a pocos metros de un río bravo de alta montaña, en un valle encajonado entre espesos bosques: eso es Altyn Arashan.
Pero de momento estamos anclados en una ciudad bajo la lluvia. No tenemos hambre, tenemos el estómago revuelto y aún nos dura la resaca de nuestro viernes noche kirguís.
En el hotel los desayunos casi volvieron intactos a la cocina, nuestras tripas se negaron a comer apenas abrimos las bocas, aún así compramos quesos, una especie de chorizos ahumados, pan, tabaco, papel higiénico espartano en el que podrían encenderse cerillas, -por no hablar que tus partes se te quedan como el culo de un mandril, pero es que en los blogs de viaje tampoco tiene porque salir todo- y, como capricho, un trozo de tarta de bizcocho con mermelada de fresa derramada por encima.
Esta señora me engañó con el cambio cada vez que fui a comprarle, me hacía gracia su desfachatez.
Una abuela recogerá con ambas manos el agua de un chorro que cae de uno de los toldos que cubren las paradas y nos lo tirará encima. ¿De broma?
Abuela mojadora de extranjeros.
También buscamos en una de las calles aledañas, de dónde parte la marshrutka número 350, que es la que te deja en los inicios del trekking hacia las fuentes termales de Altyn Arashan.
El chófer nos da el precio de 70 som por pasajero, pero al día siguiente otro conductor nos cobrará 50.
Un viejo Audi nos llevará del bazar al lejano hotel chapoteando por los socavones que parecen pequeños lagos de esta ciudad de casas bajas y extendida, abierta sin pudor, en una zona más o menos plana entre el lago Issyk Kul y las Montañas del Cielo o Tian Shan.
Karakol no existía en 1864, hasta que un comandante de una guarnición militar con el encargo de fundar una ciudad encontró este lugar apropiado para ello: clima templado, tierra fértil, un lago lleno de peces, y las montañas llenas de fuentes termales. Karakol fue fundada el 1 de julio de 1869, con calles dispuestas como en en un tablero de ajedrez de estilo europeo, y se le llamó Przewalski en la época soviética, en honor al explorador Nikolai Przewalski, cuya última expedición terminó aquí, y que está enterrado en la orilla del lago.
Przewalski fue un gran viajero y conocedor de toda Asia Central a la antigua usanza, expediciones que duraban años, llenas de penurias y peligros, regresando de sus viajes con cosas como 5000 plantas, 1.000 aves y 3000 especies de insectos, así como 70 reptiles y las pieles de 130 mamíferos diferentes. También se le puso su nombre a una especie de caballo salvaje de Asia central, a una especie de gacelas y hasta es conmemorado por las plantas del género Przewalskia. Su nombre es epónimo con más de 80 especies de plantas también. Przhevalski es honrado en los nombres científicos de cinco especies de lagartos.
Curiosamente el descubrimiento y catalogación de nuevas especies no han asegurado su supervivencia hasta nuestros días, un caso sonado es el del leopardo de las nieves, abundante antaño en las montañas cercanas a Karakol, hoy casi extinto, contaré más en próximos artículos.
A mí me recuerda la canción del Nobel de Literatura Bob Dylan “Man gave names to all the animals”, versioneada magistralmente por Joaquin Sabina en 1980
El Nobel se enojó al ver esta versión. Y es que un Nobel no tiene porque tener sentido del humor.
Al explorador Przewalski se le conocieron dos mujeres, la primera se llamaba Tasya Nuromskaya, y la última vez que se vieron ella se cortó la trenza del pelo para que el viajero la llevara en sus viajes hasta que se pudieran casar. Nunca ocurrió, Tasyala murió después de aquello de una insolación.
En cierta manera me atrae la idea, en mi próximo futuro viaje en solitario le diré a la de los ojos marrones que se corte el pirri para meterlo en mi mochila, a ver qué dice…
Otra mujer en la vida de Przhevalski era una joven misteriosa cuyo retrato, junto con un fragmento de la poesía, fue encontrado en el álbum de Przhevalski. En el poema, ella le pide que se quede con ella y que no vaya al Tíbet, a lo que respondió en su diario:
“Nunca traicionaré el ideal al que está dedicado toda mi vida (…), voy a volver al desierto …donde voy a ser mucho más feliz que en los salones dorados que pueden ser adquiridos por el matrimonio.”
Se le puede entender, ¿o no?
Yo, en ocasiones, creedme, lo entiendo.
Poco después Przhevalski murió de tifus en Karakol. Contrajo las fiebres tifoideas del agua del Rio Chu.
Algo más tarde, la ciudad no se escapó de ser destrozada por los bolcheviques. Su elegante iglesia ortodoxa perdió sus cúpulas y se convirtió en un club.
Hoy en día vuelve a ser una iglesia.
En una tienda muy pequeña justo enfrente del hotel compramos agua y cerveza. Llueve y tenemos todo lo necesario para atrincherarnos en la habitación. La tienda es más que nada un pequeño kiosko donde se sirven bebidas de alta graduación.
El que las sirve es un niño. No creo que pase de los 11 años.
Entra un señor mayor, le pide vodka, las bebidas aquí se sirven a chupitos, el niño apunta una cifra en una libreta manoseada con una larguísima lista formada por nombres y cantidades, todo esto es lo que le deben los clientes. El señor mayor se toma su vodka fiado de un trago, y el niño le ofrece una galleta en un platito. El señor mayor se la come y se va. Nosotros también.
Llueve.
En el hotel me las apaño para dejar encerrado en el recibidor al único mosquito que comparte habitación con nosotros. Lo consigo a pesar de que no hay ninguna puerta que cierre bien.
A la de los ojos marrones le preparo una clarita y le hago un cutre-cenicero con forma de cucurucho con una hoja de mi diario de viaje.
Consigo tenerla entretenida bebiendo y fumando.
El mosquito no logrará picarme.
Ahora que tengo controlados a los dos podré escribir durante toda la tarde.
La lluvia, que cae mansa pero imparable, me dejará hacerlo sin el remordimiento de estar perdiéndome algo.