ESTAMBUL, PIERRE LOTI Y SU CAFE
Nelo | December 2, 2014“La tierra será un lugar muy aburrido cuando la hayan hecho igual de un extremo a otro y ya no se pueda viajar para distraerse” Pierre Loti.
El café Pierre Loti, mirador perfecto del Cuerno de Oro, en lo alto del barrio de Eyüp, es un lugar ideal para pasar la tarde de modo contemplativo en una vibrante Estambul.
La ciudad se presenta con esa extraña mezcla de incesante actividad de gente, bullicio, coches y embarcaciones, junto a inesperados remansos de paz formados por mar, gaviotas y solitarios callejones estrechos.
Ofrece sin temor al visitante pasar del vértigo a la languidez con apenas girar una esquina.
Cada cual puede encontrar el Estambul que busca según su estado de ánimo, o del pie con el que se haya levantado. Si el viajero cree saber que lo mejor es no buscar, sino que las cosas vengan, tampoco será decepcionado.
Pierre Loti, 1850-1923, oficial de la marina francesa y escritor impresionista, fue un gran viajero que nos dejó libros sin desperdicio sobre exploraciones y grandes y largos viajes. En el prólogo del libro Viaje a Marruecos, podemos encontrar una buena muestra de su manera de ser y de relatar:
“Síganme, pues en mi viaje, sólo aquellos que alguna vez se han sentido estremecer por las primeras notas, plañideras, de las chirimías árabes a las que acompañan los tambores.
Estos son los míos, estos son mis hermanos.
Monten, como yo, su alazán de ancho pecho y alborotadas crines. Yo los conduciré a través de salvajes llanuras tapizadas de flores, a través de desiertos salpicados de lirios y de asfódelos, hasta el corazón de este viejo país inmovilizado bajo la pesadumbre del sol, y los llevaré a visitar las grandes ciudades muertas, arrulladas por un eterno murmullo de oraciones”.
Pierre Loti. Fuente findagrave.com
Cuentan que frecuentaba este café para inspirarse mientras vivía en Estambul su amor con una mujer turca casada.
Lo imagino sentado aquí, hambriento, exhausto y embriagado tras varias noches de pasión y desenfreno fundido en su amante.
Poneos en situación, ella, una mujer casada, una esclava del harén propiedad de su marido; él un viajero curtido por travesías desérticas y largos viajes.
Finales del siglo XIX, una mujer casada y un viajero, una ciudad entre Asia y Europa, de eso sólo podía salir fuego.
Pudiera ser que ella lo estuviera esperando a lo largo de demasiados años de aburrido matrimonio como él la esperaba a lo largo de los recodos de los caminos cuando lo atrapaba la noche sin que hubiera llegado a lugar alguno aterido de frío.
La una en demasiadas noches malas, pasadas mirando el techo, insomnio debido a la ansiedad que produce la sumisión no elegida, el otro cuando iba cuesta arriba, sin aliento, con el sol golpeando su rostro y el sudor corriendo por su cuello.
Dicen las malas lenguas que el amor entre el viajero y su pasión turca no se limitaba al idilio entre ellos dos, sino que se extendía a su sirviente, pero vamos, que por mí como si hacían un trío, o incluían al caballo del escritor, con perdón.
En realidad nada de eso importa comparado con las verdades como puños que llegó a escribir, no os dejéis distraer por las salidas de tono de este vuestro humilde narrador, atentos a lo que dijo:
“Los lugares donde no se ha amado ni se ha sufrido, no dejan en nosotros ninguna huella”.
Seguramente contemplaba esta vista de una Estambul casi toda hecha de madera y con menor ruido ambiental, surcada por carruajes de caballos y barcos de vapor. También quizá, más colorida y más sucia.
-Mezquitas con enormes alminares que se perfilan sobre el color azufre del atardecer- Apuntaba en su cuaderno de notas, refugiado en este café, mientras ella hacía como que atendía sus deberes conyugales.
Tal vez su marido, macho turco de gran bigote, poco agraciado, acostumbrado a su harén, nunca la había mirado como lo hacía él.
Quizá no le decía las cosas al oído que le susurraba el escritor, quizá no olía a todas las ciudades del mundo, como olía él.
Cada arruga de su rostro escondía un sol despiadado al que se había enfrentado y sobrevivido o marcaba un antiguo rastro de risas pasadas resonando en las montañas.
Quizá el escritor representaba justo lo contrario que el marido; los viajes, los nuevos territorios, la libertad de un cielo azul grandioso surcado por las gaviotas del Bósforo, sus fugas juntos por los más sórdidos tugurios de las inmediaciones de Istikal Caddesi, las risas en medio del amanecer de la orilla asiática, la lírica de la literatura y la épica de los viajes, su mirada siempre un poco perdida, su eterna sensación de desamparo frente a una soledad crónica…Todo eso, contra una amalgama de cadenas, monotonías grises y órdenes preestablecidas por las que nadie nunca le agradecía nada, mocosos que aferrándose a su vestido le llamaban mamá, barriga sebosa peluda del amo, un entorno opresivo y asfixiante en el que todos daban por sentado que ella tenía que ser la corderita según el papel, que alguien, desde luego no ella, le había otorgado.
Nadie le había pedido su opinión.
No era esposa, ni esclava, ni madre, ni hija.
Su nombre era Aziyade.
Esa sí que era ella: Aziyade.
Una mujer amada por un viajero. Sólo una mujer.
El viajero encontró en ella suavidad, refugio, ternura. Y unos ojos verdes que al mirar quemaban. Y la paradoja de un fuego que al beber de él, refrescaba.
Sólo el caminante por el desierto es capaz de apreciar la frescura de un pozo de agua helada.
Acostumbrado a apoyar su cabeza en una roca, con su turbante como única almohada, pasó a acampar en su vientre y a nomadear por sus muslos.
No sé cual sería el final, no me importa. Imaginadlo vosotros. Pero no extrañaría que quisiera quedarse en Estambul una temporada.
Yo los imagino besándose entre las tumbas del cementerio que se desparrama por toda la colina pegado al barrio de Eyüp, con todos a su alrededor muertos de envidia.
Me quedo con eso.
Eso sí, si te entierran aquí, tienes estas vistas…magro consuelo.
Pierre Loti no fue enterrado aquí, sus restos reposan en la Isla de Oleron, Francia.
Foto Fuente http://www.cognac-francia-atlantica.es/
No es, además, un cementerio cualquiera, y aunque lo que más destaque sea su belleza, en realidad se trata de un centro de peregrinaje musulmán, ya que en su base, junto a la mezquita del Eyüp Sultan se encuentra enterrado Eyüp El Ansari, amigo y abanderado del Profeta Mahoma. Es por esto que las personas más importantes e influyentes de la capital se disputen el honor de ser enterrados lo más cercanos a él.
Para la visita al café y al barrio lo mejor es tomar el barco Eminonou-Eyüp, después el teleférico y bajar andando la colina.
Si no se puede o quiere tomar el barco, tomar el autobús n.99 desde la estación vecina a Eminonou.
El café es un lugar turístico, aún así permanece bastante tranquilo, y si vas, por ejemplo, entre semana un día de noviembre, apenas veréis más que gente local.
No se sirve alcohol, pero se puede beber al típico Ayran, o café, o té mientras ves como desparece la luz del día y Estambul se llena de lucecitas.
La tranquilidad y el ambiente invita a las confidencias, y el romanticismo –no sé yo como estará en verano o en días de fiesta- encantará a tu pareja… si no viajas solo.
Vamos, que triunfas, fijo.
Pero, no tengas prisa, baja despacio desde el café hasta la mezquita, atravesando el bonito cementerio. Se hace corto el paseo si paráis cada dos por tres a morrearos y girar sobre vosotros mismos mientras os besáis, como los derviches.
No se hace sino practicar el máximo principio sufí del acercamiento a Allah por medio del Amor.
Además no se ofende a nadie porque hay sitios de oscuridad total, que se está en un país musulmán al fin y al cabo. Y el cementerio se hace aún más bello mientras da vueltas en torno a los besuqueadores, que se sienten muy vivos. Es como un contraluz…
Porque un cementerio no se debería llamar cementerio, se debería llamar recordatorio.
Mira, chavalín, todos estos se creían tan chulos como tú, y se preocupaban por todo tanto como tú…
Recordatorio de, como dicen los hindúes, es el tiempo el que nos tiene a nosotros y no al revés. Ya sabéis, bla, bla, bla. Y que conviene aprovecharse porque es como arena que se escapa entre los dedos.
Aquí podemos ver a Pierre Loti junto a la tumba de Aziyade. La visitó todas y cada una de las veces que regresó a Estambul.
Así que mirad, que cada uno haga lo que quiera, pero yo no dudaría en subir al siguiente tranvía que pase por delante.
No pasa nada si es el equivocado…
¿Sigues respirando? ¿Te late el corazón? Entonces no es tan grave, todo va bien, siempre puedes bajarte en la siguiente parada.
Pero volvamos a asuntos más banales, que tú estás aquí por lo de Turquía, veamos.
Me permito, por último, una sugerencia que no sale en las guías -bueno, quién sabe-. Cuando ya se ha recorrido todo el cementerio y se llega a la explanada de la mezquita verás un local con un cacharro de metal dorado. Detente.
Es un buen sitio para tomar sahleb o boza, si nunca los has probado, aprovecha es una buena oportunidad.
El Salep se bebe en los días fríos de invierno. Se elabora a partir del tubérculo de una orquídea con la que se elabora una harina aromática, es dulce.
Puedes sentarte en las losas de la explanada mientras te lo bebes, si tienes suerte, o lo has medio calculado, pronto será la hora de la oración. Verás fieles que se acercan a la mezquita, mientras otros ya comenzaron sus abluciones.
Cuando el almuecín empiece a recitar la llamada envolviéndolo todo en tangible melodía, y sientas el sabor dulce del sahleb caliente entrando por tu garganta y las heladas baldosas bajo el trasero, y la luna llena entre los minaretes, y un gato se refriegue contra tu pierna, y unos dedos adorables inmortalicen vuestra imagen en un click, tal vez viváis un momento de esos que dices, vaya, de esto se trata, precisamente de esto.
¿De qué se trata?, imposible de explicar.
Toma un avión hasta Estambul, busca el barrio más cutre para cenar, encuentra el garito más lleno de humo que haya, siéntate y abre bien los ojos.
Quizá averigües de lo que se trata.
Ah, ¿Qué ya lo has hecho?
Bien, pues a ti ya no te digo nada…
Y a los demás tampoco os digo ni pío, no me hagáis ni caso, que esto del viajar es muy personal…
“Qué consejos voy a darte, yo que ni siquiera sé cuidar de mí” J. Sabina