IRÁN, SER UN ESPEJO EN BANDAR ABBAS, GOLFO PÉRSICO
Nelo | September 18, 2014Estoy en Bandar Abbas, una gran ciudad situada en pleno Golfo Pérsico, en el estrecho de Ormuz, en la parte iraní que enfrenta a los Emiratos Árabes.
Hoy quería ir a recorrer la Isla de Queshm donde ya estuve ayer -un lugar fascinante de una belleza desoladora- pero una combinación de viento y marea baja ha dejado el servicio de ferrys suspendido, más bien, varado en el puerto, así que necesito un plan b y mientras lo pienso se me acerca un autobús urbano, uno cualquiera de los muchos que hay.
Decido subirme a él. No sé donde va, pero eso es lo de menos.
Le doy un billete de 10000 rial al chófer y me devuelve 6000; el billete cuesta pues 10 cts. de euro.
El autobús se llena pero yo ya conseguí asiento.
La moda masculina iraní al parecer consiste en llevar la cartera en el bolsillo trasero del pantalón, en temerario equilibrio, muy salida, apunto de caer al suelo, y como constante provocación a los carteristas. Ahora entiendo por que hay un puñado de películas iranís dedicadas a este género.
Me recuerda a -abstenerse los más jóvenes- cuando en nuestra piel de toro, se llevaba el paquete de tabaco en el hombro bajo la camiseta ajustada o un pañuelo colgando del bolsillo trasero de los jeans.
Un jóven se levanta para ceder su sitio a un hombre mayor pero entre frenazos y acelerones están a punto de caer al suelo los dos. El autobús atraviesa berreando anchas avenidas y puentes por encima de canales de alcantarilla a cielo abierto. El olor a gasoil impregna el ambiente y nuestras ropas, hace que pique la nariz.
En las aceras colegialas pre-adolecentes que van de rosa con pañuelos blancos en sus cabezas. En muy pocos años pasarán por los más diversos y atrevidos colores hasta que una temprana madurez o el matrimonio consiga que la mayoría de ellas acaben vestidas de negro.
Avanzamos por avenidas y calles en las que parece que todo está en obras.
Un lisiado se detiene frente a dos jóvenes, lleva una paloma entre las manos, quiere que le ayuden a cortar algunas plumas de sus alas.
Así lo hacen.
Enfrente de ellos, un marinero llama por teléfono desde una cabina callejera, imagino que habla con alguna de sus novias, una iraní voluptuosa, de ojos oscuros y largos párpados, quizá.
A su alrededor vendedores ambulantes esperan con expresión de hastío el posible próximo cliente. Un mendigo suplica unas monedas desde el suelo enseñando su muñón. Detrás de él, los escaparates de las joyerías refulgen de oro.
El autobús abarrotado se dirige a un destino sólo desconocido por mí, la gente que viaja en él lo hace con cara de cansina cotidianidad.
Parque arbolados, muchas palmeras de las que cuelgan grandes fotos de mártires y líderes religiosos.
El hombre que llevo sentado a mi lado dormita, lleva zapatos viejos y un raido traje de dos marrones distintos, manos encallecidas, rugosas, de aspecto duro, y entre ellas, un móvil de los años 90.
Las casas buenas tienen vallas con enrejados punzantes, hay instalaciones militares por doquier, y más obras, y más parques.
Me cuesta vislumbrar el exterior porque a todos les gusta ir con las cortinas echadas, se aburrieron tal vez de ver todos los días el mismo paisaje.
Suele pasar.
El autobús de línea urbano lleva la música todo volumen, melodía pop farsi.
Su estado general puede calificarse sin complejos de mugriento.
Los edificios son altos y nuevos aunque no lo parecen. Funcionales. En los oficiales hay telas, pancartas islámicas verdes y negras bajo banderas iranís ondeantes en la brisa marina de esta ciudad portuaria y pérsica.
Una niña muy pequeña se sienta entre sus padres, chupa distraida el gajo de una naranja.
Las mujeres van en la parte trasera del autobús, los hombres vamos sentados delante, mirarlas me produce una especie de vergüenza.
El paisaje sigue siendo de grandes vías con setos bien recortados, gruas, solares, descampados con algún puesto de frutas ambulante y, como en todo Irán, muros pintados con los más diversos motivos. Los edificios van bajando de altura y espaciándose entre sí.
El autobús cambia de sentido en medio de una avenida, no puede hacer el giro de una sola vez y paraliza ambos sentidos de la circulación en la maniobra, pero nadie toca el claxon, ni gesticulan, ni se enfadan.
He tomado antes de subir zumos de semillas pero como sólo quería probarlos he terminado regalándolos.
Villas que denotan riqueza, cableado por las calles suspendido enttre transformadores de aspecto amenazador. Tiendas de barrio, pocas, no muchas.
-¿Donde va usted?- Me pregunta el ayudante-cobrador del chófer
-Tour- digo, levantando lo hombros, dándome igual.
Ríen a carcajadas los dos, se ve que conté un chiste. Ya soy el único pasajero del autobús. El chaval es bajito, muy moreno y con barba. Un incongruente osito de peluche negro y polvoriento se balancea por encima de sus cabezas. Después de las preguntas y conversación de rigor, deciden dejarme a petición mía en un restaurante. Ellos no empiezan a trabajar de nuevo hasta las 4 y me dicen que se van a dormir.
Damos vueltas y más vueltas buscando un restaurante adecuado.
En un autobús de línea.
La flexibilidad iraní es otra gran virtud de este pueblo.
Al fin encuentran uno que les gusta para mí, me despido de ellos efusivamente pero cuando me asomo al restaurante veo que está lleno de ejecutivos bancarios con trajes bien cortados, provienen de los numerosos e inmensos edificios de bancos esparcidos por toda la ciudad.
Decido no comer en él.
Me voy al local vecino, pequeño y popular. Son azerbayanos.
En Irán es fácil saber de donde son los dueños de los locales donde se come porque ponen fotos de su tierra natal en las paredes. Ayer comí en un kurdo. Pido medio pollo, me lo sirven, junto un montón de ensalada y pepinillos directamente en una bandeja, sin platos. Como hasta atiborrarme y para bajar la comida camino durante kilómetros por la infinita avenida del Iman Khomeimi.
No había visto tantos cuarteles ni tanto alambre de espino en mi vida, todo mezclado con hermosas mezquitas azules y tráfico incesante.
Cuando estoy reventado me tumbo en el banco de un parque a dormir la siesta.
No lo consigo, no me llama nunca nadie por teléfono, jamás, excepto cuando duermo la siesta en Irán, entonces llaman todos. A los cinco minutos de tumbarme suena la primera llamada, no contesto, ni miro, no sé quien es, pero me acuerdo de toda su familia, sobre todo de su madre.
Consigo olvidar el sobresalto y volverme a adormecer, hasta diez minutos después que vuelve a sonar el teléfono.
De hecho, cuando me siento solo, y quiero que me llame alguien, sólo tengo que echarme la siesta…
Guiándome por el sol consigo llegar hasta la línea de costa.
El mar ha retrocedido y la gente anda por su lecho, yo también hasta que hundo mis zapatillas en el el tarquín. Hay un descampado que hace las funciones de playa, hay una mujer joven pero envejecida que alquila pipas de agua. Sé que le estoy dando el doble de lo que vale, me pide más, le digo que no, me prepara la pipa, me la fumo junto a dos soldados de Shiraz.
El servicio militar en Irán dura dos años y es obligatorio. Bandar Abbas también es la base de la marina del ejército iraní.
El veterano dice algo del novato, como que es un “pollo”, todos reímos, después otra vez las preguntas de rigor, más tarde me hago unas fotos con ellos.
Probablemente la foto que más me gusta de todo el viaje…
Me dicen sonrientes y amables:
-Por favor, foto en Internet, no.
Les hago caso en contra de mi voluntad.
Algunas mujeres de Bandar Abbas y de toda esta área resultan muy llamativas a ojos de los occidentales debido a sus peculiares vestidos y antifaces.
Estas máscaras se extienden en todo el Golfo Pérsico y suelen llevarlas las mujeres Bandari. No está claro si origen, dicen que podría ser Baluchistán.
Todas estas fotos fueron tomadas desde el móvil sin que nadie se diera cuenta para no convertirlas en objetos de postal. Ojos que no ven, corazón que no siente.
Llaman la atención a los ojos de los occidentales y muchos de ellos se escandalizan ante esta especie de burka.
Existen personas en el Amazonas que van como su madre los trajo al mundo, y otras como aquí que van completamente tapadas.
Entre medio de estos extremos hay una extensa gama de desnudeces y ocultamientos en las más variadas vestimentas de las gentes que habitan esta enorme piedra redonda, achatada por sus polos.
Curiosamente me parece que hay tantas personas que se escandalizan por las que van en pelotas como por las que van completamente tapadas.
Mi opinión personal es la no-opinión. He pensado tantas veces alguna cosa para acabar pensando la contraria que he decidido que lo mejor es no pensar.
Yo paso.
Me bastaría con ser un reflejo.
Sólo una pupila donde simplemente se refleja lo que ve.
Nada más.