50 FLASHES VIAJEROS
Nelo | October 20, 2014Hay flashes que perduran en la memoria del viajero, mezclándose en las madrugadas en las que el sueño acaba desertando y la memoria vaga sin rumbo fijo. Otras veces se cuelan en momentos insospechados por las rendijas de una vida tan cotidiana que hace preguntarse si de verdad ocurrieron, no haciendo más falta que cerrar los ojos, para darte cuenta que sí, que forman parte de uno, sin remedio…
en Accra el chaval que limpia su bicicleta dentro de un Golfo de Guinea tropical y embravecido se me quedará grabada para siempre con su olor marino y su fondo brutal de rugir oceánico
la primera vez que me asomé al Pacífico en Puerto Montt
el saharaui que hacía como tocaba la guitarra, cantaba en la noche de Nouadibú y comparaba a los hombres con los vientos
la entrada en una Delhi nocturna, desconocida e imposible de premeditar
la amanecida en una Delhi diurna, impredecible, loca, escupiéndome mi profunda ignorancia
el calor de mi winter-wife en Cachemira mientras remaba y las montañas se cubrían de nieve
el amanecer humeante y brumoso en una Maramures llena de aventuras mientras el motor ruge, potente, rotundo, entre mis piernas
el abuelo escritor porteño en su humilde morada, los granujas de Buenos Aires
la soledad desolada de las llanuras turcas
las ratas libres de la noche de Bangkok
las autopistas alemanas sin límites, mi puño en el acelerador, mi lámpara de Aladino
las lejanas ráfagas de metralleta entre los bosques de las orillas del río Jhellum, la guerra en directo de Srinagar, los bombazos y las risas
el sol golpeando desde primera hora en el desierto mauritano mientras nos deslizamos por la cinta negra de asfalto
la llamada a la oración mientras camino, montaña abajo, hacia el oasis soñado en el sur de Marruecos…
cualquier desafiante y rugiente avenida de Teherán
el repiqueteo de la lluvia sobre los tejados de la medina tunecina
el chiporroteo del sol sobre un mar en calma kerkeniano
las sonrisas bajo los bigotes kurdos del norte de Iraq
los escorpiones en el plato de mi ducha en el desierto de San Luis de Potosí
sus ojos negros y su pelo azabache revoloteando por su cara en Sidi Ifni
la melancolía de una Estambul gris y plombea, sus barcas mecidas por el viento y los copos de nieve entrando mi boca
la nieve soleada del Junfraugh en el atardecer alpino de Mürren
las infinitas dunas del Gran Erg Occidental
aquella playa de Gambia de fuerte resaca atrapaturistas con resaca
todas y cada una de las playas y acantilados de la costa del Sahara
la implacable policía noruega quitándome el poco dinero que tenía
Damasco de noche desde el monte Quasioum, como un cielo estrellado salpicado de neones verdes
Sus suburbios desparramados por sus laderas en loca armonía
Alepo en paz. En Paz.
la mirada imperturbable de mi maestro en el desierto, su dedo, señalando montañas mientras las nombra
los tejados y las palomas del D.F., los predicadores de Los Mochis, Sinaloa
los rebuznos del burro por los mares de piedra
el barrio español de Orán y su catedral convertida en biblioteca, oda al sentido común
el silbato de los trenes en la noche búlgara
las cumbres sin final bajo el ala de aquel cacharro que sobrevolaba el Himalaya
las nubes de base plana patagónicas, la brumosa melancolía de El Porvenir
las pieles negras empapadas y brillantes sacudiéndose enloquecidas por la música en los sórdidos y oscuros nightclubs de Kotu. Suda o revienta.
los trenes de refugiados de unos Balcanes aniquilándose, las ventanas iluminadas por candiles, los boquetes en las paredes abiertos por los obuses
la explanada de los taxis en Izgane, los autobuses marroquís con olor a menta rumbo al sur
el camping rockero de Amsterdam y su hierba verde
el humo azulado de las brasas ascenciendo hacia el cielo estrellado en el patio interior bereber
el desierto, el desierto, el desierto
la mujer que se dormía sobre mí, mecida por la carretera que va a Akosombo
el brillo de las montañas saladas de la Isla de Ormuz, aquella playa
el hombre acabado del Volta
los petroleros varados en el Golfo Pérsico, las chimeneas con fuego de Bandar Abbas
mi moto tirada en medio del asfalto de aquella carretera de un norte rumano fronterizo con Ucrania
el ciervo húngaro de una sola asta, minotauro en aquel laberinto
la mota de Tenacatita, su sabor dulzón llenándolo todo, mi pecho lleno de humo
Kuala Lumpur a mis pies, los lagartos de las Perenthian y sus yonkies, la sordidez de Johor Barhu
el hielo agarrado a las cuestas de Ankara
el Cairo polvoriento en mi horizonte recién estrenado
el loco de camión de la noche húngara, el jinete nocturno cabalgando de nuevo
la soledad pétrea de un Mar Rojo invernal
las meretrizes de Chihuahua y sus bandas de trombones y sombreros tejanos
la escalera hacia el dinero de Interlaken
el trasero bendito e inolvidable del toke-toke guineano, mi primer baobab senegalés
los arganes gigantes del cañón Irgh
los caminos con corazón del Tessaout
unas lágrimas ajenas resbalando por mi chupa de cuero negro
las risas del palinka en una taberna de la carretera a Baia Mare
los gritos de los leñadores en los bosques nevados de los Cárpatos
las palabras de los que se fueron, de todos los que se fueron
el sol empeñado en salir de nuevo cada día pase lo que pase
Y tantas cosas más, ¿cómo no mirar siempre al sur?
El mundo girando un lunes por la mañana al otro lado de la ventana de mi habitación de Valencia, mientras viajo a través de ti, perdiéndome en tu calor, tu olor y el del mar, dulce otoño meditérraneo en nuestro recién estrenado Shangrilá…
Yo no sé si antes de morir pasa la película de nuestra vida por delante de nuestros ojos.
Por si acaso, intento que ésta sea bien larga y en technicolor, más que nada por intentar darle gusto en los preámbulos a la negra dama.
Y por mí también, claro.
Porque me han dicho que ella es muy absorbente.
Yo soy un hombre sincero
Sincero y sin infinito
Que antes de morirme quiero
Vivir la vida un poquito
Una ráfaga de viento más fuerte, me saca de mis ensoñaciones.
Vuelvo a la playa desierta y otoñal, me dices algo picante y corro detrás de ti. Levantas arena, el viento deja a la vista tu nuca, tan blanca y pálida como la de una japonesa, negros nubarrones en el horizonte anuncian gota fría.
En Cullera está a punto de llover, ya caen las primeras gotas y mientras persigo tu culo corriendo por la arena, no se me ocurre ningún otro lugar del mundo mejor donde estar en este bendito momento.