DOS PALETOS EN HONG KONG
Nelo | February 8, 2018Al igual que se dice que una ardilla en la Edad Media podía atravesar la península ibérica sin tocar suelo saltando de árbol en árbol, podríamos decir que los peatones del distrito de Central Hong Kong pueden hacer lo mismo en su ciudad, saltando de rascacielos en rascacielos a través de un laberinto de pasarelas y pasajes situados siempre a la altura de un tercer o cuarto piso, que no dudan a la hora de convertir las plantas de los edificios que atraviesan, en un espacio urbano peatonal y público.
Mientras en otras ciudades los viandantes se mantienen a ras de suelo, elevando todo lo demás, autopistas, vías de tren etc. en Central Hong Kong estos papeles están invertidos. Nosotros los caminantes vamos por arriba y el tráfico ocupa las calles.
Todo un sofisticado entramado se enmaraña entre rascacielos, y pobre del que intente pasear por Central al estilo convencional, es decir por sus calles y semáforos, se desesperará.
Una arquitectura que sólo se me ocurre denominar como sideral.
“El futuro ya está aquí”
Radio Futura
Estas vías peatonales elevadas, forman sus conjunciones, sus cruces, sus plazas, todo tipo de estructuras para que el peatón pueda desplazarse, caminar, a una altura de 20 o 30 metros, sin tener que verse las caras con el tráfico; existiendo espacios verdes, exposiciones itinerantes y por supuesto, la famosa escalera mecánica más larga del mundo.
Atravesando avenidas, centros comerciales y rascacielos.
Calles de Central Hong Kong.
Un mundo de acero, plástico y hormigón, donde se intenta tener el control de todo, hasta de lo microscópico, y su derivada obsesión por el desinfectante. Los botones de los ascensores, los pasamanos del metro, los carteles anunciando la última desinfección, el miedo a la gripe.
Personas que se detienen en cualquier parte para hacer sus ejercicios y estiramientos. Expatriados engominados y en traje, de sonrisa profiden. Mochileros vendiendo abrazos con los ojos vendados en busca de una propina para financiarse así el viaje. Cantantes solitarios micrófono en mano tan tristes como la única persona que les baila. Una ciudad a la que cuesta ver los pequeños detalles, devorados por los grandes.
Da la sensación de una gran ciudad creada por sus propios habitantes, pero que llegado el momento las tornas se cambian, cobra vida propia y es ella la que los fabrica. Como un monstruo que los devora y después los regurgita.
El hongkonés del distrito Central, se adapta como puede a este ecosistema donde todo es impoluto y brilla, escapando del prototipo de chino mal vestido, despreocupado y hortera, del imaginario occidental. Al igual que el tuareg de grandes y necesarios turbantes, de cara agrietada por el calor y el frío del desierto, el hongkonés, al verse rodeado de rascacielos, de marcas, de pantallas de plasma, es incapaz de escapar de este medio ambiente, adaptándose a él, sin pode evitar ser su criatura, su derivado, incluso su esclavo.
Sí, su esclavo, me da igual la cuenta bancaria o si lleva un Masseratti. Esclavo de la moda, de los horarios, del dinero, de sí mismo. Lo malo es que la asistenta filipina que trabaja para él en su casa, está aún peor.
Mientras en las grandes estepas es la religión, el todopoderoso de las ciudades es el dinero. Algo a lo que asirse para no salir disparados rascacielos abajo, algo que da cierto sentido a sus ajetreadas vidas.
A Hong Kong la salva el mar. Desestresa la ciudad, la coloca en un plano, le da perspectiva, añade el elemento natural a esta locura hormigonada, acristalada y vertical. El mar le otorga sosiego y deja que la vista tenga un horizonte calmado digno de ese nombre.
No importa lo mucho que acabes engullido en la más acelerada de sus calles, siempre queda la oportunidad de asomarse al mar, respirar la brisa marina, la antítesis del mundo artificial que tenemos a nuestras espaldas. Aguas siempre surcadas por barcos y dragas, moviéndose como a cámara lenta, como en un blues, sólo falta Bob Marley de banda sonora y un buen dos papeles.
Pocas cadencias más suaves que la de un buque navegando –en buena mar- que parece que no avanza pero sí lo hace respecto a su fondo, una megaciudad para los viajeros completamente exótica, limpia, extravagante y activa.
Y cara e implacable. Las normas están escritas y existe poca flexibilidad para poder escapar de ellas. Vas encarrilado, la línea curva, la poesía, a plena luz del día cuesta de ver, no así la épica, la intensidad ni la velocidad, presentes casi en cada rincón de la urbe.
¿Consiguen ser felices los hongkoneses? Pues como todos, unos sí y otros no. Como en cualquier otra parte del mundo la felicidad llega como el viento, a ráfagas.
La comodidad creo que no asegura la felicidad. Llevar unas bragas caras tampoco. Más bien depende de delante de quién te las quites, o mejor aún, de no llevarlas, pero eso es otra historia, no quiero ponerme romántico. La felicidad y la comodidad no son sinónimos aunque puedan ir de la mano, en una despreocupada simbiosis, pero la comodidad apenas se nota frente al ansia de querer más, con el estrés agarrado al cuello, la impaciencia como bandera, y el desamor metiéndote mano…Un plan desalentador por mucho que vistas de Dior.
Imaginemos que en vez de nuestra querida micro-habitación en la Chungking Mansion, puedo pagar los mil euros la noche en un hotel de lujo. ¿Qué vida de mierda tendría que estar llevando para poder pagar esas cantidades? Que nos dejen en nuestro micro-cuarto, lo que importa no es la habitación, sino lo que se hace dentro de ella. Y en eso la de los ojos marrones no conoce fronteras. De vez en cuando también me deja tiempo de dormir, visitar la ciudad y hasta de escribir alguna nota rápida.
Que es lo que estoy haciendo ahora, sentado en la cama, no por lujuria, sino por falta de espacio.
Más que suficiente. En peores plazas hemos toreado.
Al lado de una ventana que da al desolador patio interior de una de las torres de las Chunking Mansion, por donde entra el zumbido del monstruo superhabitado, y los arrullos de las palomas que desde el amanecer, revolotean entre los aires acondicionados.
No han elegido el lugar más bonito de Hong Kong, nosotros tampoco, pero estamos bien aquí.
Más allá, las águilas pescadoras sobrevuelan el Mar de la China Meridional, con un fondo de rascacielos, donde quizá otros viajeros escriban también crónicas de sus viajes, como si de tierras recién descubiertas se tratase.
Buen artículo sobre un viaje apasionante.