DAMASCO
Nelo | June 26, 2014De nuevo en un autobús, esta vez de lujo, me dan aperitivo, buterflypilow y ponen una película en inglés, imagino que en mi honor porque he visto como el conductor la pasaba de árabe al inglés.
Silvester Stallone revienta enemigos mientras recorremos en la oscuridad el desierto alejándonos de Palmira.
En el camino nocturno a Damasco pocas cosas a destacar, algún control policial y algunos carteles que indican la vecindad y proximidad de Irak.
A mi llegada a la capital siria me meto dentro de un minibus que entre el bullicio me deja no sé muy bien dónde pero cerca de la torre Sony.
Busco un hotel árabe barato alrededor de la preciosa estación de trenes, hoy bastante en desuso y reconvertida en una librería.
No está mal la reconversión de los trenes a los libros, ambos son transportes que te llevan a otras partes. La catedral de la argelina Orán siguió el mismo camino, y ahora es biblioteca. Espero poder decir algún día lo mismo de la nuclear de Cofrentes o de la cementera de Buñol.
Todas las habitaciones que encuentro son un poco caras para mí, estoy cansado y acabo en un albergue de mochileros llamado Ghazal Hotel.
Como en un chiste en la habitación somos un holandés, un francocanadiense, una inglesa, un alemán y un neozelandés. A los japoneses los ponen aparte y todos juntos. El lugar es limpio, bonito y barato, al menos para nosotros los extranjeros.
En el Souq Saroja, barrio viejo donde se ubica, numerosos jóvenes pasan el tiempo en sus locales y cafés fumando, luciéndose, comiendo y riendo.
Me dedico a no hacer nada excepto perderme, comer, andar, vagar, echar la siesta, atiborrarme de queso dulce en un garito muy conocido al lado de la estación de trenes que nunca cierra y donde siempre, sea la hora que sea, hay cola, sentarme y sentirme como un vagabundo en un parque, ver pasar la gente, en especial ver pasar las damasquinas, pensar en el pasado, pensar en el presente, pensar en el futuro, amargarme, beber batidos de frutas con leche, fumar narguiles, comer helados, reavivarme, colgar videos en Internet, leer un poco, escribir aún menos, extasiarme…
Después de todo eso decido conocer algo de Damasco y me voy al centro, a la ciudad vieja. En los alrededores de la mezquita de los Omeyas las calles y el zoco parecen un decorado real donde se ha superpuesto a lo largo de los siglos todas las grandes civilizaciones que por aquí pasaron dejando su huella –frase hecha que aquí me viene a huevo-. Capiteles bizantinos, viejas murallas, coches viejos americanos, columnas romanas en plena calle, baños árabes antiquísimos, todo mezclado.
Tras caminar todos sus alrededores entro en la gran mezquita de los Omeyas.
Los Omeyas fue una estirpe de califas árabes, que expandió su impero desde la península ibérica hasta las fronteras chinas. En su ocaso final el clan fue exterminado, incluso dicen que se llegó a sacar a los muertos de sus tumbas, imagino que para matarlos dos o más veces. Sólo logró escapar uno, Abd-el Rahman, que desde el Magreb, saltó a Al Andalús y les arrebató el poder a los abasíes. Si usted tiene de apellido Benjumea, Benhumea, Benhumeda, Benumeya o Alomía algo de todo esto le toca aunque sea de lejos.
Esta mezquita estremece se sea musulmán o cristiano, creyente o no.
De hecho aquí vienen a rezar gentes de las dos religiones. Antes de mezquita esto fue, para los romanos, el templo de Júpiter, después fue iglesia, más tarde construyeron esta impresionante mezquita. El patio es sublime, muy original, pero el interior es absolutamente místico. Las dimensiones, de la mayor grandiosidad que yo he visto, son lo de menos, se trata del ambiente, de la atmósfera, de los colores, de sus combinaciones, del detalle, de su conjunto.
Paseo por ella con emoción, con una hinchazón dentro de mi pecho y estómago. Otra vez más pienso que debería haber estudiado algo más sobre ella antes de entrar. Y una vez más eso no importa en realidad porque me emociona de todas maneras. Me fascina incluso sin la previa sugestión de una buena lectura, y lo prefiero así porque me sorprende más, y pienso que gozo de mi “hallazgo” más limpio y usando más mi parte emocional que cualquier otra. Quien no se consuela es porque no quiere.
En el centro de su interior hay una jaula de oro. Es una tumba, dicen que aquí está enterrado San Juan Bautista, como los demás la toco con la esperanza de recibir su baraka, su bendición.
También dicen que aquí está enterrado Saladino, aquél que tanto dio por saco a los cruzados. Y por último dicen que aquí se encuentra también enterrada la cabeza de Huséin, nieto del Profeta, aunque curiosamente en la mezquita de Huséin de El Cairo dicen exactamente lo mismo.
Los cristianos también cuentan con este tipo de polémicas pero en algunos casos han sido más precavidos, y lo que hicieron es partir los cuerpos a pedacitos y así todos contentos.
Para mí un brazo para ti una pierna.
Todo arreglado.
¿Quién carajo entiende nada?
Los extranjeros en grupos organizados se pasean libremente después de haber pagado una entrada por toda la mezquita al igual que en las del resto del país, aunque a las mujeres les hacen cubrirse con unas telas que, la verdad, no saben ponerse.
Una mujer no árabe vestida de árabe se ve muy de lejos.
Las excuso de manera completa, si tú eres un hombre ponte tú mismo un turbante y mírate en un espejo.
Si consigues algo más que el parecer que hayas salido del hospital con un recurrente vendaje en la cabeza, te felicito. Toman todas las fotos que desean, se sientan, o hacen lo que quieren mientras algunos de los fieles se postran o juntas sus manos recitando el Corán.
Las gentes sirias son decididamente tolerantes en estos aspectos.
Eso sí, a la hora del rezo multitudinario todos los turistas para fuera y es que hay tantos y hacen tantas fotos que algo deben molestar a los que rezan.
Es casi la más bella de las mezquitas en la que he estado jamás, aunque hay una marmórea, la Hatzrabal Mosque, en Cachemira que, al menos desde fuera, es tan o aún más inenarrable, y en el sur de Marruecos, en algunos pueblos pequeños hay antiguas mezquitas de adobe en las que la luz entra tenuemente y un bienestar dulce como la miel inunda estancia y almas, por no hablar de la grande y céntrica de Kuala Lumpur donde entre su bosque de columnas se consigue un armónico silencio pese a estar rodeada de tráfico y al lado de un canal de fuerte corriente. O aquellas otras en las montañas al aire libre, sin paredes ni techos, en las que bastaba barrer algo la tierra y rodear este espacio de piedras, para así, ser reconocida hasta el final de los tiempos como recinto sagrado. Excepto por algún turista despistado que cree que ahí juegan los chavales al fútbol.
En las mezquitas además de rezar uno puede simplemente sentarse, dormir, charlar. No hace falta estar rígido en un incómodo banco de madera. No hay imágenes sangrantes que acojonan. Ni, en principio, señores mórbidos vestidos de negro que miran raro a los niños…